—¿Qué hacéis vosotros dos aquí? —preguntó Dobkin al entreabrir la puerta de su casa vestido con vaqueros, calcetines gruesos y jersey de algodón.
—Necesitamos hablar contigo.
—¿Nos vas a dejar pasar o tenemos que quedarnos de cháchara aquí fuera con este frío? —preguntó Michelle al ver que Dobkin no hacía ademán de abrir más la puerta para invitarles a entrar.
—Tampoco hace tanto frío.
—Yo me crie en Tennessee, Eric. Para mí esto es como la Antártida.
Al final Dobkin les dejó pasar, no sin echar un vistazo al exterior antes de cerrar la puerta.
Michelle tomó nota del gesto del policía.
—Nos hemos asegurado de que no nos seguía nadie.
—Me estáis poniendo en una situación delicada.
—Todos estamos en una situación delicada —replicó Sean.
—Pensaba que nos íbamos a informar mutuamente de todo —añadió Michelle.
—Con limitaciones.
—No es así como funciona —dijo Sean.
—O todo o nada —agregó Michelle.
—¿Qué queréis?
Sean y Michelle tomaron asiento en el sofá del salón, pero Dobkin permaneció de pie.
—¿Dónde están tu mujer y los niños?
—Fuera. Tengo el día libre y quería ocuparme de unos asuntos.
—Nosotros también tenemos varios asuntos de los que ocuparnos.
—¿Como qué?
—Para empezar, queríamos confirmar que a Bergin y Dukes los mató la misma arma.
Dobkin se sentó frente a ellos y asintió con la cabeza.
—Una 32 ACP.
—¿Hay alguna novedad en el caso? —preguntó Sean.
—Como ya os dije, nosotros solo ofrecemos apoyo al FBI. Ellos están a cargo de todo. Y tenemos a Megan Riley bajo protección policial.
—Lo sabemos —dijo Michelle.
—A vosotros también os iría bien un poco de protección. El que mató a Murdock iba a por ti, Michelle.
—Lo sé, pero no es mi estilo llevar protección.
—¿Qué más da el estilo cuando estás muerta?
—Eric, si nos ayudas a resolver el caso, tu carrera recibirá un buen impulso.
—Y si meto la nariz donde no me llaman y la cago, será el fin de mi carrera —replicó Dobkin.
—Pensaba que los de Maine erais unos tíos duros —dijo Michelle.
—¡También nacemos con cerebro!
—¡Pues empieza a usar el tuyo! —espetó ella.
Dobkin se incorporó.
—No tengo por qué escuchar estas gilipolleces. Te cubrí, Michelle, pero Murdock murió. Descargué todo el cargador en la dirección de la que provenían los disparos y os di información que no tenía por qué daros, así que no me agobiéis.
Sean se inclinó hacia delante en el sofá.
—De acuerdo. Tienes razón —reconoció. Guardó silencio hasta que Dobkin se calmó y retomó su asiento—. Cambiemos de tercio. ¿Quieres que te expliquemos lo que sabemos nosotros?
—No lo sé —respondió Dobkin con cautela—. ¿Está muy mal la cosa?
—Si me lo preguntas es porque has estado pensando en el caso —dijo Sean.
—Si no pensara en él, no merecería ser policía.
—Antes de que te expliquemos lo que sabemos, ¿qué crees que está pasando?
Dobkin se frotó la barbilla.
—Si tuviera que aventurar una hipótesis —dijo—, y eso es todo lo que estoy haciendo, diría que Roy tiene alguna conexión con el gobierno que va más allá del Departamento de Hacienda. ¿Por qué si no iba el FBI a interesarse tanto por él?
—Sin negar ni confirmar lo que acabas de decir, puedo decirte que Roy está muy vinculado a la seguridad nacional, que está del lado de Estados Unidos y que esos seis cadáveres aparecieron en un momento muy oportuno.
—¿Insinúas que le han tendido una trampa?
—Eso mismo.
—¿Puedes demostrarlo?
—Estamos en ello, pero los del otro bando pisan muy fuerte, mucho. Tuvimos el gusto de conocerlos en Nueva York y casi no lo contamos.
—¿Qué os pasó en Nueva York?
—Digamos que el enemigo va a por todas.
—Y sus credenciales abren las puertas de casi cualquier centro de seguridad del país.
—Un momento, ¿me estáis diciendo que los malos son de los nuestros?
—Bueno, mi filosofía es que si son malos, no pueden ser de los nuestros —respondió Michelle.
—Chicos, yo no soy más que un simple policía. No sé nada de estas cosas, no sé cómo funcionan los federales.
—O no funcionan —dijo Sean.
—¿Qué queréis de mí? —preguntó Dobkin.
—Queremos asegurarnos de que podemos contar contigo si necesitamos apoyo.
—Igual que la noche que mataron a Murdock —dijo Michelle.
—No me importa ayudaros, pero soy policía y no puedo ir por ahí haciendo de guardaespaldas. Me echarían del cuerpo.
—Ni tampoco esperamos que lo hagas. Solo te pedimos que nos eches una mano si los enemigos deciden visitarnos con la intención de perjudicar los intereses del país.
—Pero antes has dicho que son de los nuestros y no tienes ninguna prueba de ello.
—Estamos en ello, pero nuestros recursos son limitados, no como los del otro bando. Básicamente estamos pidiendo tu ayuda por si la necesitamos. Y te prometo que no te la pediremos salvo que la necesitemos de verdad porque, por lo que hemos visto, esta gente es muy peligrosa.
Dobkin guardó silencio un rato con la vista clavada en el suelo antes de levantarla para responder.
—No permitiré que nadie haga daño a mi país.
—Eso es todo lo que queríamos oír —dijo Sean.
—Gracias, Eric, significa mucho para nosotros —añadió Michelle.
—¿Creéis que podéis salir airosos de esta?
—Sí, con un poco de suerte y la ayuda de algunos amigos —respondió Sean.