—¿Qué más podemos hacer ahora? —preguntó Sean, sentado en el pequeño apartamento.
—No lo tengo claro —respondió Paul.
—Bunting no tiene ningún motivo para tender una trampa a tu hermano.
—Él no, pero no puede decirse lo mismo sobre Bergin o Dukes. Con la muerte de Bergin se retrasa el juicio y quizá Dukes cometió un error y puso nerviosa a la gente equivocada.
—De acuerdo, eso es un motivo, pero tu hermano no está en condiciones de ir a juicio, por lo que no era absolutamente necesario matar a su abogado defensor.
—Con que la necesidad fuera del quince por ciento, ya era suficiente. Es probable que temieran que Bergin descubriera algo.
—Bergin era amigo mío —dijo Sean.
—También era amigo mío y no sabes cuánto siento haberle implicado en esto.
Sonó el móvil de Sean y respondió.
—Michelle, ¿qué? ¿Qué pasa?… Más despacio… Vale, vale, ¿y Murdock? —Escuchó unos sesenta segundos en silencio—. Voy para allá. Llegaré lo antes posible.
Colgó y miró a Paul.
—Murdock ha muerto, ¿no? —inquirió Kelly.
—¿Cómo lo sabes?
—Me preguntaba con quién debía de estar hablando Bunting tan agitado antes.
—¿Crees que mientras le observábamos estaba ordenando que mataran a Murdock? ¿Mientras paseaba con su mujer y sus hijos?
—No, no quería decir eso, pero Bunting siempre está conectado. ¿Vas a volver a Maine?
—Sí, tengo que volver. Michelle también me ha dicho otra cosa.
—¿Qué?
—Fue a Cutter’s a echar un vistazo.
—¿Y?
—Está segura de que había alguien más vigilando el lugar.
Paul respiró hondo, como si olisqueara el ambiente en busca de una pista.
—Te acompañaré a Maine. Necesito unos minutos para prepararme la bolsa.
En cinco minutos estuvo lista para salir.
Tomaron un taxi hasta la oficina de alquiler de coches, eligieron un Chevy de cuatro puertas y abandonaron Manhattan rumbo al norte. A esa hora de la noche el tráfico era bastante fluido, incluso para una ciudad que nunca duerme. Llegaron a Boston a altas horas de la madrugada y decidieron dormir en un motel a las afueras porque se les cerraban los ojos. Durmieron cuatro horas y se levantaron a las ocho. Llegaron al hostal de Machias por la tarde, tras haber consumido varias tazas de café y dos comidas rápidas.
Habían llamado a Michelle cuando estaban cerca y les esperaba fuera.
Sean miró boquiabierto el vendaje del brazo.
—¿A ti también te dispararon?
—No exactamente.
—¿Qué quiere decir no exactamente?
—Me dio la misma bala que mató a Murdock. No es más que un rasguño.
Sean la abrazó tembloroso.
—Estoy bien, Sean, de verdad —insistió, pero le devolvió el abrazo con fuerza.
—No volveremos a separarnos nunca. Cada vez que nos separamos, pasa algo malo.
Michelle miró a Kelly Paul.
—No esperaba verte aquí.
—Tampoco yo esperaba estar aquí.
Entraron en el hostal. Estaba claro que la señora Burke estaba mimando a Michelle. Antes de dejarlos solos, le revisó el vendaje y le trajo otra taza de café. Megan estaba sentada en el salón con una taza de té en el regazo.
—No para de morir gente —comentó la abogada con un hilo de voz.
Todos la miraron, pero nadie dijo nada.
Megan se volvió hacia Paul.
—No me volverás a poner una navaja al cuello, ¿verdad?
—No, salvo que me des un motivo para ello.
Megan sintió un escalofrío y guardó silencio.
—Dinos todo lo que recuerdas de anoche, Michelle —pidió Sean.
Michelle contó lo sucedido y Sean y Paul solo la interrumpieron para hacerle preguntas.
—¿Significa eso que Murdock conocía o había descubierto la existencia del Programa E? —inquirió Sean.
—Creo que sí, pero el balazo le cortó cuando empezaba a explicármelo. Dijo que había gente en Washington con motivos para perjudicar a Edgar Roy.
—¿Tendiéndole una trampa? —preguntó Sean.
—Si se tiene en cuenta que podría acabar condenado a muerte, pues sí.
Sean miró a Megan.
—¿Cómo va el caso?
—He redactado varias peticiones para el juicio, pero necesito que las revises.
—Muy bien. ¿Sabes algo del fiscal? ¿Te han llamado del juzgado?
Megan negó con la cabeza.
—No queda nadie en el despacho del señor Bergin, pero he revisado los mensajes de voz y el correo electrónico. Técnicamente, el caso se encuentra en un limbo legal debido al estado psíquico de Roy. El juzgado ordenó que se le hicieran revisiones periódicas para ver si es mentalmente competente para ser juzgado. Pronto le harán la próxima revisión.
Sean miró a Paul.
—¿Te gustaría ver a tu hermano?
Ella se volvió hacia él.
—¿Cuándo? —preguntó con tono pausado.
—¿Qué tal ahora?