—¿Te reclutaron? —exclamó Sean.
Kelly Paul asintió.
—No para ser Analista. Era lista pero mi agudeza mental no alcanzaba el nivel requerido.
—¿Para qué, entonces?
—Ellos querían que llevara el programa.
—¿Ellos? ¿Te refieres a Peter Bunting?
Paul se levantó.
—¿Te apetece un café? Conozco un lugar aquí cerca donde podemos hablar en privado.
No era una cafetería ni un restaurante. Era un apartamento de una sola habitación a tres manzanas del parque, en una calle residencial de aspecto normal donde era probable que los niños jugaran en la calle si hacía buen tiempo.
El interior contenía poco más de lo imprescindible para sobrevivir. Tenía una puerta con cerrojos, una ventana, una cocina, una cama, una tele y un baño. Ni cuadros, ni cortinas, ni plantas, estaba la moqueta gris original y paredes blancas semimate. Unos pocos muebles.
Paul preparó el café y trajo dos tazas con azúcar y leche al salón. La decisión de ponerse a cubierto había sido acertada. La lluvia golpeaba contra la ventana y había truenos y destellos de relámpago.
Sean contempló el espacio mientras sorbía el café caliente.
—¿Es tuyo?
—No solo mío, no —respondió Paul.
—¿Instalaciones compartidas?
—Han recortado todos los presupuestos.
—Debe de estar bien tener al menos un presupuesto.
Paul lo miró por encima del borde de la taza y dijo:
—Eso mismo pienso yo.
—Estábamos hablando de cuando te reclutaron. ¿Bunting quiso contratarte?
—Tienes que entender que el Programa E de hace siete años no era lo que es en la actualidad. Se creó dos años después del 11-S. Desde entonces ha crecido de forma desmesurada tanto con respecto a la asignación fiscal como al alcance operativo. Su presupuesto es de miles de millones y no hay ningún ruedo de la inteligencia al servicio del cual no esté. Solo eso ya lo convierte en excepcional. Bueno, las dotes intelectuales de mi hermano lo hicieron incluso más especial.
—Y él quería que tú lo gestionaras —apuntó Sean—. Estoy seguro de que eras perfectamente capaz pero ¿no era ese su trabajo?
—Por aquel entonces Bunting estaba ampliando su negocio —dijo Paul—. Quería delegar. Yo había tenido una carrera plagada de éxitos. Y mis éxitos eran bien conocidos en el gremio. Llamé su atención. Éramos de la misma quinta. Nuestra identidad filosófica no era tan distinta. Habría ganado un montón de dinero y me habría sacado de lo que se había convertido en un trabajo muy peligroso. Y así él quedaría liberado para dedicarse a otras oportunidades de negocio. Sobre el papel parecía perfecto.
—Sobre el papel —dijo Sean—, ¿pero no en la práctica?
—Estuve a punto de aceptar —dijo Paul. Dejó la taza y continuó—. Por varias razones. Por aquel entonces, Eddie trabajaba en Hacienda. Parecía contento y motivado. Bueno, teniendo en cuenta lo que cuesta motivarlo. Pero nuestra madre acababa de morir.
—¿Y él iba a quedarse solo?
—Sí. No estaba convencida de que pudiera asumirlo solo. Ese trabajo me permitiría pasar más tiempo con él, ser una presencia más permanente en su vida.
—¿Y qué pasó? —preguntó Sean—. Parecía perfecto…
—Al final no pude —respondió Paul—. No estaba preparada para lo que acabaría siendo un trabajo de oficina. Además, me había acostumbrado a no tener jefe, a hacer las cosas a mi manera. Bunting tenía fama de supervisar hasta el último detalle. No estaba preparada para eso.
—Quizá tampoco estuvieras preparada para ser la cuidadora de tu hermano.
—Tal vez no —reconoció Paul—. Volviendo la vista atrás soy consciente de que fue un acto de gran egoísmo por mi parte. Puse mis necesidades profesionales por delante de las necesidades de mi hermano. Supongo que es lo que siempre había hecho.
—No serías la primera en hacerlo —apuntó Sean.
—Menudo consuelo. —Paul vaciló—. Fui quien le protegió mientras era pequeño.
—¿De su padre? —preguntó Sean con voz queda.
Paul se levantó y se acercó a la ventana, contempló la noche tormentosa.
—No era más que un niño —dijo—. No podía cuidar de sí mismo.
—Pero lo hiciste.
—Hice lo que consideré correcto.
—¿La muerte de tu padrastro…?
Paul se volvió para mirarlo.
—Me arrepiento de muchas cosas, pero no de esa.
—¿O sea que recomendaste a tu hermano para el programa al cabo de unos años?
Paul pareció sentirse aliviada por el cambio de rumbo de la conversación. Volvió a sentarse.
—No había nadie a su altura en la serie de habilidades que el programa exigía. Era tan bueno que lo nombraron E-Seis, el primero de la historia —dijo con orgullo fraternal.
—¿Y Bunting y tú? —dijo Sean.
—¿Qué pasa con eso?
—A ti y a tu hermano os ofrecieron un cargo dentro del Programa E. Bunting debe de saber el parentesco que tienes con tu hermano.
—¿Y qué? Dudo seriamente que Bunting piense que le tendí una trampa a mi propio hermano para que lo acusaran de asesinato.
—Pero quizá piense que trabajas en la sombra para ayudarle —dijo Sean.
—Sí, cierto —reconoció Paul—. Pero de todos modos no creo que Bunting se lo tome como una amenaza. Si Eddie es absuelto, Bunting lo recupera.
—En Cutter’s tu hermano se limita a mirar el techo, nunca dice ni una palabra, no mueve un músculo. ¿Finge? —preguntó Sean.
—Sí y no —contestó Paul—. Es difícil de explicar. Eddie es capaz de perderse en el interior de su mente como pocos. De pequeño también lo hacía.
—¿Por culpa de su padre?
—A veces.
—¿O sea que ahora tu hermano se ha retirado a su mente como forma de protección?
—Tiene miedo.
—Bueno, si lo condenan por esas muertes es muy probable que lo ejecuten. ¿Y qué hay más peligroso que enfrentarse a la inyección letal? —inquirió Sean.
—Sí, pero al menos la inyección letal es indolora —repuso Paul—. La gente con la que nos enfrentamos no será tan generosa. Te lo aseguro.