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Michelle Maxwell había estado ajetreada en Maine mientras su socio no dejaba de patear las calles de Washington D. C. y de Nueva York. Se había reunido con Eric Dobkin y habían repasado lo que la policía estatal de Maine sabía sobre la muerte de Carla Dukes. La parte más reveladora era que se le había practicado una autopsia apresurada y habían retirado la bala alojada en el cerebro de la mujer. Era del calibre 32 y se había comparado con la encontrada en Ted Bergin. No habían forzado ninguna entrada en casa de Dukes, por lo que seguramente ella misma había dejado entrar a la persona. Eso significaba que probablemente Dukes y Bergin conocían al mismo asesino. Pero ¿cómo era eso posible? Hacía poco tiempo que ambos habían llegado a la zona y, que se supiera, no se conocían.

¿Acaso el asesino era policía? ¿O agente del FBI?

Eso era lo que Michelle pensaba en esos momentos, incluso con más intensidad que antes. Y si era cierto, resultaba de lo más perturbador.

También se había acercado a Cutter’s Rock para ver desde la lejanía si ocurría algo inusual. Se había montado un puesto de observación en un lugar elevado que le permitía ver el complejo casi por completo. Por fuera todo parecía normal. Los guardias estaban en sus puestos. Las puertas estaban cerradas. Las patrullas eran continuas. Sin duda la verja estaba electrificada. Estuvo allí una hora y solo vio a un visitante entrar y salir en todo ese tiempo.

Pero ese único visitante había sido Brandon Murdock. ¿Había ido a ver a Edgar Roy? Aquello no entraba dentro de la legalidad, puesto que Roy estaba representado por un abogado y no estaba en condiciones de ser interrogado ni de renunciar a ninguno de sus derechos. ¿O habría ido Murdock a registrar el despacho de Dukes? Para ver si encontraba alguna prueba incriminatoria. Pruebas que quizá condujeran a Murdock, si es que tenía alguna implicación en todo aquello.

Cuando Michelle estaba a punto de marcharse de su puesto, se fijó en algo inusual. Había realizado otro barrido del campo circundante y su objetivo había captado otro par de ojos artificiales a poco menos de un kilómetro de donde ella se encontraba. Enfocó los prismáticos a ese lugar, pero lo único que vio fue el sol que se reflejaba en la mira.

¿Había alguien más vigilando la institución federal?

Calculó la ubicación de aquel observador, subió a su coche y se dirigió hacia allí lo más rápido posible. Sin embargo, para cuando bajó por la carretera, dejó el vehículo en la cuneta y avanzó furtivamente por el bosque, quienquiera que hubiera estado allí había desaparecido. Miró a ver si encontraba marcas recientes en la carretera pero no encontró ninguna. Quizás hubieran llegado a pie y se hubieran marchado del mismo modo. Buscó pruebas pero tampoco encontró nada útil.

Regresó en coche al hostal con un montón de interrogantes.

Un poco antes de la hora de la cena bajó las escaleras de Martha’s Inn y se encontró con la señora Burke en el recibidor mirándola con desaprobación.

—Lleva usted un horario muy irregular, joven —dijo Burke—. Y siempre come a deshoras. No me gusta. Me da más trabajo.

Michelle miró de arriba abajo a la mujer con expresión de fastidio y dijo:

—¿Cuándo le he pedido yo que me prepare una comida especial?

—La cuestión es que tengo que estar dispuesta para prepararla si la necesita.

—¿Quién lo dice?

—Es cortesía de nuestro hostal.

—Pues gracias, pero no hace falta —dijo Michelle con aspereza—. Así que problema solucionado. —Pasó de largo en dirección a la puerta de salida.

—¿Adónde va ahora? —preguntó Burke.

—Pues voy a salir por la puerta y me voy a meter en el coche.

—Me refiero a adónde va en su coche —insistió Burke.

—No es asunto suyo —espetó Michelle.

—¿Las chicas sureñas son siempre tan maleducadas?

—¿Quién le ha dicho que soy del Sur?

—Se le nota el acento.

—Bueno, no pretendo ser maleducada. Pero soy detective e investigo una serie de asesinatos. Así que cuando digo que no es asunto suyo, es una forma educada de decir que no es asunto suyo.

Burke lanzó una mirada a la cintura de Michelle.

—¿Tiene que llevar esa cosa aquí?

Michelle vio que la funda de la pistola se le veía por la abertura del abrigo.

—Han muerto dos personas —dijo—. Pensaba que agradecería tener a alguien armado por aquí. Por si al asesino se le ocurre venir.

Burke soltó un grito ahogado y retrocedió.

—¿Por qué iba a hacer tal cosa? —preguntó—. Lo único que intenta es asustar a una anciana. No es muy amable por su parte.

Como la verdad es que Burke parecía muy asustada, Michelle suspiró y dijo:

—A lo mejor intentaba asustarla, pero es que me saca de quicio.

—No era mi intención.

—Me lo imagino. —Michelle pensó que Burke iba a lanzarle una diatriba, pero, en cambio, la anciana se sentó en una silla y se envolvió todavía más con el suéter.

—Tiene razón, sí que lo era.

Michelle se relajó un poco.

—¿Por qué?

—Me recuerda usted mucho a mi hija —repuso Burke—. Bueno, cuando era más joven. Fogosa, independiente, las cosas se hacían a su manera o no se hacían.

—Vale.

—Hubo sus más y sus menos entre nosotras. Nos dijimos ciertas cosas.

—Suele pasar entre madres e hijas.

—¿Está usted muy unida a su madre? —preguntó Burke.

Michelle vaciló.

—Lo… estaba.

—Lo estaba… —repitió Burke, confusa—. Oh, sí, oh, entiendo. Lo siento. ¿Es reciente?

—Bastante reciente, sí.

Se hizo el silencio.

—¿Y qué pasó con su hija? —preguntó al cabo Michelle.

—Se marchó a la universidad. Supuse que volvería aquí, pero nunca volvió.

—¿Dónde está ahora?

—En Hawái.

—Eso es muy lejos.

—Lo más lejos posible sin que deje de ser América. Estoy convencida de que lo hizo a propósito.

—¿La ve de vez en cuando? —quiso saber Burke.

—No —respondió Michelle—. Hace décadas ya. Me quedo atónita cuando lo pienso. Todos estos años. Qué rápido pasa el tiempo. Me envía fotos. Tengo tres nietos. Antes de que mi esposo muriera teníamos planes de viajar hasta allí y romper el hielo. Pero entonces murió y… Bueno.

—Creo que debería ir de todos modos.

Ella negó con la cabeza enérgicamente.

—Creo que me daría demasiado miedo. Cuando mi esposo estaba vivo él hacía de parachoques. Con él sí que habría viajado, pero sola no.

—¿Ni siquiera para ver a sus nietos?

—Ni me conocen.

—Pero si va allí la conocerán.

—Creo que es demasiado tarde. —Se levantó—. Bueno, ándese con cuidado ahí fuera. Y le dejaré algo de comer en la nevera. Y dejaré la cafetera preparada, solo tiene que encenderla.

—Se lo agradezco.

—Y ya estaré al tanto de su joven amiga. Parece muy retraída. Asustada, incluso.

—Está sometida a mucha presión.

—¿Cuándo regresará el señor King?

—No lo sé con seguridad.

—Es muy guapo.

Michelle apartó la mirada.

—Sí, supongo que sí.

—¿La festeja?

Michelle se esforzó para no sonreír ante aquel término.

—A lo mejor.

—Entonces deberían casarse.

—Es complicado.

—No, es la gente quien lo complica todo. ¿Quiere casarse con él?

Aquella pregunta pilló desprevenida a Michelle.

—¿Cómo? Yo… no lo he pensado, la verdad. Burke la miró fijamente, y Michelle notó que se sonrojaba.

—Entiendo —dijo Burke con cierto tono de escepticismo—. Bueno, buenas noches.

—Buenas noches. Y si me permite que se lo diga, creo que debería ir a ver a su hija.

—¿Por qué?

—Yo no volví a ver a mi madre. Siempre me arrepentiré. Hay que aprovechar las ocasiones cuando se presentan.

—Gracias, Michelle, agradezco el consejo.

Michelle corrió al exterior pero estaba descentrada. Una llamada de teléfono estaba a punto de cambiar todo eso.

—¿Diga?

—¿Maxwell?

—¿Quién llama?

—Murdock.

—¿Qué ocurre?

—Tenemos que vernos.

—¿Por qué?

—Por el caso.

—¿Qué pasa con él?

—Cosas que tú y tu compañero tenéis que saber. Cosas que he descubierto.

—¿Por qué eres tan amable de repente?

—Porque no sé si puedo confiar en alguno de los míos.

—Eso es decir mucho para un agente del FBI.

—Es una situación horrenda.

—¿Dónde y cuándo?

—A las diez. Te indicaré el lugar.

Michelle anotó la información, empezó a andar hacia su coche pero se paró.

Aquello era un poco demasiado sospechoso.

Sacó el teléfono, llamó a Sean. No hubo respuesta.

—¡Mierda! —Caviló durante unos instantes y entonces llamó a otro número.

—Dobkin —dijo la voz.

—Eric, soy Michelle Maxwell. ¿Qué te parecería hacerme de refuerzo esta noche?