—¿Cuándo? —preguntó Peter Bunting con voz temblorosa.
Estaba sentado detrás de su gran escritorio con el auricular del teléfono pegado al oído. Le acababan de decir que Carla Dukes había sido asesinada en su casa.
—¿La policía tiene alguna pista? ¿Algún sospechoso? —Hizo una pausa escuchando la respuesta—. De acuerdo, pero en cuanto te enteres de algo, infórmame.
Había elegido personalmente a Carla Dukes para que ocupara el cargo de directora de Cutter’s cuando quedó vacante. Se conocían desde hacía mucho tiempo. No habían sido amigos íntimos pero sí colegas de profesión. Era buena en su trabajo. Y Bunting la había respetado. Sin querer también la había conducido a la muerte.
En vez de recorrer el largo camino que lo separaba del edificio de la pizzería decidió telefonear.
James Harkes respondió al segundo ring.
—¿Qué demonios pasa? —dijo Bunting.
—No sé a qué se refiere.
—Anoche asesinaron a Carla Dukes.
Harkes no dijo nada. Bunting solo oía la respiración del hombre. Regular, pausada.
—¿Me has oído?
—Tengo muy buen oído, señor Bunting.
—Era mi agente. La coloqué en Cutter’s por un motivo concreto.
—Comprendo.
—¿Comprendo? ¿Qué significa eso? Si lo comprendes, ¿por qué hiciste que la mataran?
—Tranquilícese, señor Bunting. Está desvariando. No tengo motivos para matar a la señora Dukes.
Bunting no tenía forma de saber si Harkes decía la verdad o no, pero tenía la impresión de que mentía.
—No solo ha muerto una buena persona sino que ahora no tengo un contacto en Cutter’s. Roy está ahí arriba sin cobertura.
—Yo no me preocuparía de eso, señor. Tenemos la situación controlada.
—¿Cómo?
—Tendrá que confiar en mi palabra.
—¿Estás loco? No confío en nadie, Harkes. Y mucho menos en las personas que no responden a mis preguntas.
—Si tiene otras preocupaciones, ya me informará. —Harkes colgó.
Bunting dejó el teléfono lentamente, se levantó, se acercó a la ventana y bajó la vista hacia la calle. Su mente se catapultaba literalmente de una situación devastadora a otra.
¿Por qué habrían querido matar a Dukes? Era la directora de Cutter’s, pero no tenía ningún poder real. Si Harkes la había matado, ¿por qué?
Se sentó y llamó a Avery, que acababa de llegar a la oficina de Washington D. C. Bunting sabía que se había reunido con Dukes la noche anterior. Había sido una decisión de última hora, provocada por un SMS frenético a Avery, que había regresado a Maine un día antes. Dukes quería reunirse con Bunting pero como Avery ya estaba en la zona y Dukes quería que fuese inmediato, Avery había ido en su lugar.
—Avery, Carla Dukes está muerta, asesinada, poco después de que se reuniera contigo.
—Lo sé, acabo de oír la noticia —dijo Avery con voz temblorosa.
—¿Por qué quería reunirse? Cuando me envió un SMS diciendo que quería verme, no dijo por qué. Por eso le respondí en un SMS que contactara contigo directamente.
—Sean King la había abordado en su casa.
—¿King? ¿Con qué objetivo?
—Le dijo que sabía que trabajaba para alguien que no era el FBI. Que al FBI no le haría ninguna gracia cuando se enterara. La dejó verdaderamente conmocionada.
—¿Cómo coño lo sabía él?
—Ni idea.
Bunting reflexionó un instante y dijo:
—Debió de hacer conjeturas.
—Pero estaba asustada. Él le dio una especie de ultimátum.
—¿Qué quería?
—A nosotros, supongo.
—¿Cuán bueno es nuestro muro?
—Nadie de Cutter’s Rock hablará con él.
—Pero sospechan que hay alguien más implicado. —A Bunting se le ocurrió una idea repentina y terrible—. ¿King estuvo con ella justo antes de que quedara contigo?
—Sí. Estaba muy afectada. Me envió un mensaje cifrado en el que decía que Sean le había dicho que el FBI le había pinchado los teléfonos y el correo electrónico.
—¿Y dónde quedaste con ella?
—En el punto de reunión que habíamos designado previamente. Es un pequeño merendero muy poco transitado, incluso estando en Maine.
—O sea que King asustó tanto a Carla que se le pusieron los pelos de punta y fue corriendo hacia ti. ¿Michelle Maxwell estaba con King cuando habló con Carla?
—Dijo que estaba solo.
—¡Mierda!
—¿Qué pasa?
—Nos la han jugado.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Mientras King se encargaba de darle un susto de muerte a Carla, Maxwell hacía otra cosa, quizá colocar un dispositivo de seguimiento en su coche. Luego King le tomó el pelo diciéndole que el FBI le había pinchado el teléfono y el correo electrónico. Por eso pensó que la única forma de comunicarse con seguridad con nosotros era cara a cara.
—¿Siguieron a Dukes a la reunión?
—Por supuesto que sí. Y entonces te vieron ahí. —Bunting notó un dolor velado en la cabeza—. Y entonces te siguieron. Probablemente estén al otro lado de la puerta mientras hablamos.
—Mierda.
—¿Has visto a alguien que se pareciera a Sean King en los vuelos? —preguntó Bunting, frotándose las sienes.
—No, pero la verdad es que no me he fijado.
Bunting tamborileó nerviosamente con los dedos sobre el escritorio.
—¿Has cogido un taxi desde el aeropuerto?
—No, un chófer me ha recogido.
Bunting hizo rechinar los dientes.
—O sea que ahora también saben tu nombre. Bueno, te siguieron hasta la oficina y sin duda han descubierto que trabajas para BIC. Basta con introducir BIC en Google para llegar a Peter Bunting.
—Pero, señor…
Bunting colgó y se puso a caminar arriba y abajo por el gran despacho, al borde de la histeria. Finalmente consiguió serenarse y volvió a sentarse. Necesitaba pensar. Aunque King hubiera atado cabos y llegado hasta BIC, no tenía pruebas de ninguna fechoría porque no la había. Pero aquella no era la cuestión. Revelar al público a qué se dedicaba Edgar Roy realmente podía resultar catastrófico.
Y ahora Bunting no tenía nadie en quien confiar. «Excepto en mí mismo, por lo que parece», decidió, lo cual, en esos momentos, resultaba de poco alivio.