Durante el viaje de regreso a Machias, Michelle había recibido una llamada de Sean desde el aeropuerto. El hombre iba en el vuelo de las seis de la mañana al aeropuerto de Dulles, en el norte de Virginia y luego continuaba hasta Nueva York. Sean había comprado un billete para el mismo vuelo.
—He podido ver el billete. Está en la tercera fila en ambos trayectos. He cogido asiento al final del avión en los dos vuelos. El primero es de Delta y el segundo de United. Ya te llamaré cuando lleguemos, un poco antes del mediodía.
—¿Has visto el nombre del billete?
—Por desgracia, no.
Había colgado y Michelle había continuado conduciendo. A eso de las cuatro de la mañana entró en el oscuro aparcamiento de Martha’s Inn. Los huéspedes tenían una llave que abría la puerta exterior. Paró en la cocina y se tomó un tentempié antes de subir por las escaleras. Se paró en el segundo rellano al ver luz en la habitación de Megan. Llamó a la puerta.
—¿Megan?
La puerta se abrió apenas y Michelle miró a Megan y preguntó:
—¿Pasa algo?
—He oído que llegabas —respondió Megan—. He pensado que podríamos hablar.
—Vale. —Michelle se acomodó en una silla situada junto al pequeño escritorio de pino—. ¿Qué ocurre? —preguntó.
Megan llevaba una vestimenta verde de cirujano, que obviamente usaba de pijama.
—¿Dónde os habéis metido? Desaparecisteis sin más después de que habláramos por la tarde.
—Teníamos que hacer de sabuesos.
—Pensaba que habíais dicho que ibais a protegerme, pero lo único que hacéis es largaros y yo no me entero de nada hasta que volvéis.
—Mira, Megan, tienes parte de razón, pero hacemos lo posible con los recursos limitados que tenemos. De hecho, ahora Sean está siguiendo una pista pero me ha enviado de vuelta aquí para que me encargue de ti.
—¿Una pista dónde?
—A Washington D. C., por lo que parece.
Megan se sentó en el borde de la cama.
—Lo siento. Ya sé que hacéis todo lo que podéis. Es que…
—¿Miedo?
—No tenía intención de dedicarme a la defensa criminalista cuando entré a trabajar para el señor Bergin. Este caso me ha caído por casualidad.
—Pero Sean es un abogado excelente y ha llevado muchos casos criminalistas.
—Pero ahora mismo no está aquí. Intento redactar estas peticiones pero no es fácil.
—Bueno, me temo que en eso no puedo ayudarte.
—Murdock vino a verme otra vez.
—¿Qué coño quería?
—Parecía especialmente interesado en lo que tú y Sean estabais haciendo.
—Ya me lo imagino.
—Da la impresión de que con cada paso que damos nos alejamos más de la verdad.
—Pero normalmente se encuentra una pequeña pieza que encaja y todo cobra sentido —dijo Michelle.
—No podemos dar por supuesto que vaya a pasar.
—Intentamos llamar a la buena suerte.
—Supongo.
—Duerme un poco. ¿Qué te parece si desayunamos juntas a eso de las nueve? Entonces podemos hablar más. Pero ahora mismo necesito dormir.
—De acuerdo, pero voy a cerrar la puerta con llave y a apoyar el escritorio contra la misma.
—La verdad es que no es mala idea.
Michelle salió de la habitación y se dirigió a la de ella. Bostezó y se liberó de ciertos nudos de tensión con unos estiramientos para despertarse por completo. Alguien se movía abajo. Al principio pensó que quizá se tratase de la señora Burke, pero la anciana casera seguro que habría encendido alguna luz de su hostal. Michelle se agachó y salió con sigilo a la escalera, pistola en mano. Se centró en los movimientos que notaba abajo.
Realmente se necesitaba mucha energía para caminar sin hacer ruido. Había que mantener la posición, cambiar y conservar el equilibrio en los puntos precisos.
Joven. En forma. Preparado.
Estaba claro que no era la señora Burke.
—¿Maxwell? ¿Eres tú?
—¿Dobkin?
—Si tienes la pistola desenfundada, guárdala. No quiero que me dispares por equivocación.
—Entonces evita entrar en casas que no son la tuya a las tantas de la noche.
—Tengo una llave. Soy la policía. Se me permite entrar.
Michelle enfundó la pistola y bajó por las escaleras.
—Por aquí.
Él se colocó delante de una ventana por la que entraba el claro de luna. Eric Dobkin iba de uniforme y se le veía angustiado.
—¿Dónde está tu compañero? —preguntó—. ¿Arriba?
—No, se ha marchado. ¿Qué pasa?
—¿No te has enterado?
—¿De qué?
—Han encontrado a Carla Dukes muerta en su casa, hace una hora.