Carla Dukes aparcó el coche en el garaje alrededor de las nueve de la noche. Abrió la puerta que conducía a la cocina, dejó el bolso y se colocó delante del panel de la alarma con el dedo preparado para pulsar los botones adecuados. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el sistema de alarma no emitía ningún pitido agudo que le indicara que tenía que desactivarlo antes de que se agotara el intervalo previsto.
Eso se debía a que la alarma estaba desconectada.
Giró en redondo.
Se encontró con Sean de pie con la culata del arma visible en la cintura.
—¿Qué coño estás haciendo aquí? —exigió Dukes.
—Tengo que hablar contigo.
—Has allanado mi casa.
—No, la puerta estaba abierta.
—Imposible. Lo cierro todo con llave antes de marcharme y luego activo la alarma.
—Pues se te debe de haber olvidado. Como puedes ver, la alarma está desactivada.
—La habrás desactivado tú.
—Di lo que quieras.
—Estás en mi casa, voy a llamar a la policía. —Miró la pistola que él llevaba.
Sean miró hacia la misma dirección.
—Es una Beretta de nueve milímetros. Un modelo estándar para el FBI, fíjate qué casualidad.
La mujer sacó el móvil del bolso.
—Pues muy bien, ¿por qué no les llamamos para que vengan a recogerte a ti y al arma?
Antes de que tuviera tiempo de marcar una sola tecla, Sean habló.
—¿Tú crees que al agente Murdock le gustaría saber que trabajas para alguien más?
—Vale. Soy del FBI, así que puedo detenerte ahora mismo. Pero en cambio te voy a dar cinco segundos para que te largues de aquí.
Sean ni se movió. Se limitó a mirarla con una sonrisa tensa en la comisura de los labios.
—A ver si lo entiendes, Carla, lo que pase en los siguientes minutos determinará que tú también acabes en una prisión federal o no.
—¿De qué estás hablando?
—Acabas de cometer un grave error.
—Te estoy advirtiendo.
—No eres del FBI. Ni por asomo. Así que si alguien va a llamar a los federales, lo más probable es que sea yo. —Sacó el teléfono y colocó el dedo encima de los números. Ella lo observaba sin decir palabra—. Pero quizás antes quieras hablar —dijo él.
—Quizá —repuso ella nerviosa.
Sean le quitó el teléfono de la mano y lo dejó en la encimera de la cocina.
—Me parece que quieres que el FBI crea que trabajas para ellos. Sin duda haces las cosas por inercia. A Murdock lo tienes convencido. Pero él no te colocó en Cutter’s Rock.
—Mira, ya te he dicho que soy del FBI.
—Entonces enséñame las credenciales.
—Soy agente secreta. No las llevo.
—¿Dónde está tu Beretta?
—En mi habitación.
Sean negó con la cabeza.
—El procedimiento estándar para un agente secreto del FBI es meterse en el papel. Tu despacho está vacío. Ni siquiera hay una foto de familia falsa en la mesa. —Señaló su pistola—. Y, para que te enteres, el FBI no utiliza Berettas. Llevan Glocks o Sigs.
Dukes no dijo nada.
O sea que alguien te colocó en Cutter’s —prosiguió Sean—. Lo cual significa que prestas servicio a otros. Al FBI no le gusta nada que la gente se haga pasar por loca.
—Me destinaron a trabajar en Cutter’s Rock. Tengo una larga trayectoria en los correccionales federales.
—Da igual. Estás aquí de forma temporal. Ni siquiera te has molestado en mudarte a tu despacho. Y esta casa es de alquiler. Con un contrato de seis meses.
—¿Me has estado espiando? —preguntó.
—Soy detective. Dediqué una tarde muy productiva a buscar información sobre ti. Y no soy el único.
Dukes empalideció ante el comentario.
—¿A qué te refieres?
—A que hay mucha gente interesada en ti, Carla. ¿De verdad pensabas que podías meterte en esto como si tal cosa, jugar a dos bandas y pensar que nadie se daría cuenta? Tanta ingenuidad podría acabar contigo.
—No son gente con la que se pueda jugar.
—Créeme, ese mensaje lo tengo clarísimo.
—Entonces ya sabes que no puedo contarte nada. Márchate, por favor, ahora mismo.
—Te citaré para el juicio.
—¿Qué juicio?
—¿Edgar Roy? ¿Seis cadáveres? No me digas que se te ha olvidado.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Edgar Roy es el único motivo por el que estás en Cutter’s Rock, Carla. Y dado que represento a Roy, por ética tengo el deber de intentar que lo exoneren. Para ello tengo que enturbiar el asunto. Se llama duda razonable.
—Eres un insensato.
—¿Y tú no?
—Por cierto, Murdock ya sabe quién eres realmente.
—Es imposi… —Se dio cuenta del error demasiado tarde.
—Di lo que quieras sobre el FBI pero tienden a obtener la respuesta correcta.
—Tienes que marcharte, inmediatamente.
Sean se volvió hacia la puerta.
—Una cosa más… el Bureau te ha pinchado el teléfono y el correo electrónico.
—¿Por qué me lo adviertes?
—Con la esperanza de que entres en razón y quieras hacer un trato conmigo y no con ellos. —Dejó que asimilara su propuesta—. ¿Carla? ¿Te estás enterando de lo que te digo?
—Me lo… me lo pensaré.
—Vale. Pero no tardes demasiado.
Sean bajó la calle y subió al Land Cruiser que había estacionado allí con anterioridad. Puso el motor en marcha y salió disparado. En cuanto estuvieron fuera del ángulo de visión de la casa de Carla Dukes, Michelle, que se había agachado en la parte de atrás, se acomodó en el asiento del copiloto.
—¿Ha ido todo bien? —preguntó Sean.
—Fácil. Debería quedarse a comprobar que la puerta del garaje baja del todo antes de entrar en casa. He podido entrar a hurtadillas detrás de ella.
Sean consultó la hora.
—Vale, la he asustado con lo del teléfono y el correo electrónico. Ahora solo tiene un medio de comunicación.
—Cara a cara. Pero si cree que no puede comunicarse por teléfono ni por correo electrónico, ¿cómo concertará una reunión?
—Con un mensaje en clave, supongo. Inocuo aparentemente, y establecerá una hora en un lugar predeterminado. —Observó el sistema de rastreo electrónico alojado en su mano—. ¿Qué alcance tiene?
—Poco más de tres kilómetros. Más que suficiente para nuestro objetivo, incluso en los remotos parajes de Maine.
—¿Dónde has puesto el aparato?
—En la parte inferior del mecanismo de acción del limpiaparabrisas trasero. Ahí no mira nadie. Luego he saltado por la ventana del garaje. La verdad es que se me empieza a dar bien.
—O sea que ahora esperamos —dijo Sean.
—No creo que tengamos que esperar mucho. —Contempló el dispositivo más de cerca—. Parece que ya se ha puesto en marcha. Chico, realmente le has metido el miedo en el cuerpo.
—He ido en plan abogado. Por naturaleza damos sustos de muerte a todo el mundo.