—¿Seguimos a Carla Dukes? ¿Volvemos a ver a Edgar Roy? ¿Intentamos evitar los golpes de Murdock de algún modo? ¿Investigamos el pasado de Kelly Paul para ver qué averiguamos? ¿Investigamos los asesinatos de Bergin y Hilary? ¿Vamos detrás de los seis cadáveres del granero de Edgar Roy?
Michelle se quedó callada y miró expectante a Sean mientras caminaban a lo largo del paseo marítimo cercano a Martha’s Inn.
—¿O hacemos todo eso? Y si es así, ¿cómo? —repuso él—. Solo somos nosotros dos.
—Se nos da bien hacer varias cosas a la vez.
—A nadie se le da tan bien.
—Pero tenemos que hacer algo.
—Lo de los seis cadáveres puede tener dos explicaciones. O alguien sabía que era el Analista del gobierno y le tendió una trampa, o mató a esa gente y el gobierno intenta ocultar al público el verdadero trabajo de Roy.
—Pero no crees que fuera él, ¿verdad?
—No, aunque no tengo ningún motivo de peso para respaldar esa idea.
—O sea que la gente que le ha tendido una emboscada deben de ser enemigos del país. ¿Saben a qué se dedica e intentan evitarlo? Pero ¿por qué no matarlo sin más? Vivía solo en esa granja. Habría sido fácil.
—Bueno, supongo que debía de tener medidas de seguridad, o sea que quizá no fuera tan fácil. Pero quizá quisieran hacer algo más que privar a Estados Unidos de su brillante analista.
—¿Como por ejemplo?
—No lo sé —reconoció Sean.
—¿Quién crees que nos disparó a las ventanillas del coche?
—O los nuestros o los del otro bando.
—En eso estaba pensando.
—Hay mucha gente peligrosa por ahí.
—Exacto. —Michelle lo tomó del brazo—. Vamos.
—¿Adónde vamos?
—Ahora lo verás.
Al cabo de una hora y media Sean salía de Fort Maine Guns con una nueva Sig de nueve milímetros.
—Hace mucho tiempo que no disparo.
—Motivo por el que vamos al siguiente sitio. —Señaló una puerta en un edificio adyacente a Fort Maine con un cartel en el exterior que rezaba CAMPO DE TIRO.
Al cabo de una hora, Sean observó sus resultados.
—No está mal —dijo Michelle—. Una puntuación total del noventa por ciento. Tus tiros a matar han acabado en la zona en que deberían estar.
Sean miró las dianas. Los orificios eran grandes porque las balas se habían congregado en el mismo sitio.
—¿Qué puntuación has obtenido?
—Un poco mejor que la tuya, pero solo un poco.
—Mentirosa.
Cuando regresaron al hostal, Megan trabajaba duro en la mesa circular del salón, rodeada de papeles y expedientes desperdigados a su alrededor.
Alzó la vista cuando entraron en la sala.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sean.
—Trabajando en los documentos de una petición.
—¿Con respecto a qué?
—La información de la señora Paul me ha dejado muy intrigada. Quiero saber qué sabe el gobierno del pasado de Edgar Roy y lo que realmente hace para ellos.
—Pero si trabaja en inteligencia no nos dirán nada —dijo Michelle—. Lo enterrarán bajo la palabrería de la seguridad nacional.
—Es cierto. Pero si conseguimos que haya constancia de eso, quizá baste para plantear una duda razonable en la mente del jurado. Sin duda se trata de una evidencia crítica. Y a fin de conseguir esa evidencia tenemos que tirar del hilo del gobierno. Con fuerza.
—Pero es posible que nunca vaya a juicio —señaló Michelle.
—Pero si va a juicio —dijo Sean—, algunas pruebas forenses nos ayudarán. La tierra distinta, por ejemplo, que encontraron en los cadáveres. Es posible que los trajeran de algún otro sitio y los enterraran en el granero de Roy.
—Bueno, podría bastar con esa prueba exculpatoria —dijo Megan esperanzada.
—A no ser que arguyan que Roy los matara en algún otro sitio, escondiera los cadáveres durante un tiempo y luego los desenterrara y los trasladara a Virginia.
—¿Y los enterrara en su granero para que alguien los encontrara y lo detuviera? —planteó Megan con incredulidad—. Para ser un tío tan listo, parece una soberana tontería.
—Y luego está la persona misteriosa que llamó a la policía para dar el chivatazo de forma tan oportuna. Para empezar, ¿quién es esa persona y cómo sabía de la existencia de los cadáveres? Quizás el chivato matara a esa gente y le cargara el muerto a Roy.
—Eso está por demostrar —observó Michelle.
—No, la prueba de culpabilidad es responsabilidad del gobierno. Nosotros solo tenemos que sacarlo de forma que provoque una duda razonable en la mente del jurado —respondió Sean.
—Murdock se cabreará mucho cuando vea las instancias presentadas.
—Pues que se cabree. —Miró a Megan—. ¿A ti no te importa?
Megan sonrió.
—El FBI ya no me asusta.
Sean y Michelle se encaminaron a la habitación de él.
—Podríamos seguir muchas vías, pero quiero centrarme en Carla Dukes.
—Probablemente sea agente del FBI.
—No creo.
—¿Por qué?
—Tú y yo hemos tratado con un montón de agentes del FBI. Ya no es una jovencita, o sea que si fuese del FBI, hace años que pertenecería al cuerpo. No tiene los andares ni el habla de una veterana del FBI. Y un agente del FBI habría previsto que la amenazaríamos con ir a los medios para conseguir ver a Roy y habría tenido una respuesta preparada. No fue el caso.
—De todos modos para ella somos el enemigo —repuso Michelle.
—Aun así los enemigos pueden llegar a un terreno común.
Michelle ladeó la cabeza.
—¿Te refieres a que consigamos presionarla?
—Exacto.
—Tendremos que currárnoslo de lo lindo.
—Seguro —dijo Sean.
—¿Tienes algo en mente?
—Sí.
—¿Cuándo lo hacemos?
—Esta noche, por supuesto.