Al cabo de doce horas llegaron a Boston, donde pasaron la noche en un hotel. No habían seguido sin parar hasta Machias, Maine, porque, tras conducir durante siete horas y tras desvanecerse el efecto de las altas dosis de cafeína que había consumido, Michelle se había pasado al asiento trasero a echar una cabezada. Después de cinco horas al volante del Land Cruiser, a Sean se le habían empezado a cerrar los ojos con demasiada frecuencia. Tras dormir unas cuantas horas y madrugar a la mañana siguiente, a primera hora de la tarde entraban en el parking de Martha’s Inn.
Megan Riley los recibió en la entrada.
—El agente Murdock es un cabrón —masculló.
—Es una forma de describirlo —convino Sean.
—Más benévola de la que yo emplearía —terció Michelle.
—¿Qué quería saber el FBI? —preguntó Sean.
—Todo. Pero no le he dicho nada. Soy la representante legal de Roy. No pueden intentar mangonearme.
—Así me gusta —dijo Michelle.
—Llamé a Murdock y le leí la cartilla —añadió Sean.
—Ya lo sé. No le gustó lo más mínimo. Por eso me soltó. Menudo imbécil.
—Y hemos descubierto quién es el cliente —dijo Michelle.
—¿Quién?
—La hermanastra de Roy, Kelly Paul —respondió Sean—. Es una señora interesante. Aunque todavía no la tenemos calada del todo. Pero se trata de un activo con el que hay que contar. —Se calló y condujo a Megan a un banco situado bajo un árbol que había delante del hostal—. Siéntate.
—¿Por qué? —Megan alzó la vista hacia él con expresión de temor.
—Tenemos una mala noticia. Otra muerte.
Ambos vieron que Megan sujetaba el respaldo del banco con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—¿Quién?
—Hilary Cunningham.
Megan consiguió contener el llanto. Por lo menos durante unos segundos. Luego se inclinó hacia delante y empezó a sollozar con la cabeza entre las manos.
Sean miró con desesperación a Michelle, quien musitó:
—Lo siento, estas cosas se me dan fatal.
Sean se sentó al lado de la mujer y le dio unas torpes palmadas en la espalda.
—Lo siento mucho, Megan.
Al final la joven se incorporó, se secó la cara con la manga de la chaqueta y preguntó:
—¿Cómo?
—Murió de un disparo. Y dejaron su cadáver en casa de Bergin. —Sean miró a Michelle.
—Yo estaba allí cuando ocurrió —dijo.
Megan alzó la vista hacia Michelle.
—¿Por qué iba alguien a querer matar a Hilary? No era más que una viejecita encantadora.
—Trabajaba para Bergin —respondió Sean. Bergin representaba a Roy. Eso parece bastar para ciertas personas en este caso.
Megan contuvo la respiración.
—¿Entonces eso qué significa? ¿Que yo soy la próxima?
—No vamos a permitir que te pase nada —dijo Michelle. Se sentó al otro lado de la joven abogada.
—A lo mejor debería haberme quedado con los del FBI —dijo Megan, cuya voz era apenas algo más que un susurro.
—¿Eso es lo que quieres? —preguntó Sean.
—No, la verdad es que no. —Adoptó un tono de voz más firme—. Lo que de verdad quiero es averiguar quién hizo esto.
—Es lo que nosotros también queremos.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
—Vamos a ver a tu cliente.
—Pero me dijisteis que no habla.
—Tú todavía no le has visto. Yo concertaré la cita.
Sean y Michelle se ducharon, se cambiaron de ropa y comieron. Después de que Carla Dukes les diera la autorización, se dirigieron al centro. Las medidas de seguridad fueron más estrictas si cabe. Al final, Michelle se hartó cuando uno de los guardias la cacheó con demasiado entusiasmo.
—Si me vuelves a tocar el culo, tendrás que aprender a vivir con unas manos ortopédicas —espetó.
El policía retrocedió, se puso a mirar al techo y les indicó que siguieran adelante.
Esperaron en la sala pequeña. Trajeron a Edgar Roy. Su aspecto y conducta eran los mismos. Megan soltó un grito ahogado al verle y entonces se sentó en la silla, hechizada. Cuando los guardias se marcharon y la puerta se cerró detrás de ellos con estrépito, Megan guardó silencio.
Al final, Sean habló.
—Eh…, ¿quieres probar a hacerle algunas preguntas?
Megan se sobresaltó enrojecida. Abrió el maletín y dio un débil golpecito en el cristal que los separaba.
—Señor Roy, soy Megan Riley. —Presionó una de sus tarjetas de visita contra el cristal. Volvió a sonrojarse mientras Roy se limitaba a mirar al techo. Retiró la tarjeta lentamente y se la guardó en el bolsillo otra vez—. Señor Roy, le represento en este proceso judicial. Se le acusa de distintos cargos de asesinato. ¿Lo entiende?
Nada.
Megan miró a Sean, quien asintió con expresión alentadora mientras Michelle le dedicaba una expresión de incredulidad.
—Tenemos que preparar su defensa —prosiguió Megan, dirigiéndose a Roy—, y para ello necesitamos su plena colaboración.
Sin embargo, el techo seguía copando la atención de Roy.
—Señor Roy, otra persona relacionada con el caso ha sido asesinada. Hilary Cunningham, trabajaba para Ted Bergin. Recibió un disparo y dejaron su cadáver en casa de él.
La noticia tampoco hizo reaccionar a Roy.
Sean se levantó con brusquedad y rodeó el cristal para colocarse justo al lado del hombre. Michelle se incorporó de inmediato y se situó junto a Sean.
—¿Tú crees que esto es sensato? —susurró ella.
—No lo sé, pero me imagino que no tenemos nada que perder.
—Aparte de una extremidad si realmente es un psicópata.
—Para eso te tengo, para que me protejas.
Sean se inclinó tan cerca de Roy que olió el aliento del hombre. «Por lo menos todavía respira», pensó Sean. Era más de lo que podía decirse de Bergin o Hilary, o de los seis tipos del granero.
—Hemos conocido a la clienta —susurró Sean. Bajó la voz todavía más de forma que Roy fuera el único que pudiera oírle—: Su hermana, Kelly Paul.
Sean se echó hacia atrás para observar al hombre. A continuación volvió a encorvarse hacia delante y colocó la mejilla casi rozando la oreja de Roy.
—Y Judy Stevens le manda recuerdos. Y cree en su inocencia. Me pidió que se lo dijera.
Sean volvió a escudriñar la expresión del hombre. El silencio se prolongó unos cuantos segundos más.
Megan se disponía a decir algo pero Sean se lo impidió.
—Creo que ya basta por hoy.
—Pero si no ha dicho nada —exclamó Megan.
Sean miró a Michelle de un modo que indicaba que no necesariamente estaba de acuerdo con el comentario.
Mientras recorrían el pasillo Sean aminoró el paso al ver que se acercaba Brandon Murdock.
—Vaya, ¿acaso el FBI tiene una sucursal en Cutter’s Rock? —espetó Michelle.
—Pensaba que teníais una forma más productiva de pasar el tiempo que hablando con una pared. —Lanzó una mirada a Megan—. ¿Sabes? Deberías elegir bien a tus amistades. Aliarse con las personas equivocadas puede resultar problemático.
—Soy la abogada de Edgar Roy. Esa es la única alianza que me interesa —repuso Megan.
—Eres su abogada por ahora.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? —preguntó Sean.
—Que las cosas cambian.
—Venga ya, Murdock, estamos entre amigos. ¿Qué tiene de especial Roy? ¿Por qué te preocupas tanto por ese tío?
—Seis cadáveres.
—Jeffery Dahmer se cargó a muchos más y no vi al FBI recorriendo el país en avión y liándola.
—Cada caso es un mundo.
Michelle sonrió con desprecio.
—Vaya, ¿ahora eres poeta?
—Que tengáis un día productivo. —Murdock se marchó.
En el hostal, después de que Megan fuera a su habitación, Sean y Michelle se sentaron en el pequeño salón delantero.
—Cuando le mencioné el nombre de Kelly Paul a Roy…
—No sabía que lo habías mencionado. No te oía.
—Lo he hecho a propósito por si estaban grabando. Pero cuando he pronunciado el nombre, ha habido una reacción. No ha sido gran cosa, pero ha hecho un ligero movimiento de cabeza y ha abierto los ojos un poco más.
—Entonces ¿crees que te ha entendido?
—Creo que sí. Y eso no es todo. Ha pasado lo mismo cuando he mencionado a Judy Stevens.
—¿O sea que finge? ¿Por qué? ¿Para evitar ir a juicio? Falta mucho para eso. No puede hacerse el zombi indefinidamente.
—No sé si solo es para evitar ir a juicio.
—¿Qué otros motivos podría tener?
—Si respondemos a esa pregunta, respondemos a casi todo lo demás.