23

El teléfono vibró.

Él siguió durmiendo.

Volvió a vibrar.

Él se movió.

Le cosquilleó el bolsillo una vez más.

Se despertó.

—¿Diga? —dijo Sean con voz adormecida.

—Soy yo —dijo Michelle—. Y estoy metida en un buen lío.

Sean se incorporó en la cama y automáticamente consultó la hora. Se había quedado dormido con la ropa puesta. Era la una de la madrugada.

—¿Qué ha pasado?

Al cabo de diez minutos sabía lo mismo que Michelle gracias a que ella le contó de forma sucinta lo ocurrido.

—Vale, no les digas nada más. Voy para allá.

—¿Cómo vas a venir?

Sean se quedó parado a mitad del movimiento.

—¿Qué?

—No hay vuelos hasta dentro de seis horas.

—Iré en coche.

—Pero entonces llegarás aquí más o menos a la misma hora que el primer vuelo y eso si conduces sin parar. Lo cual significa que estarás como un zombi o que quizá mueras por salirte de la carretera y chocar contra un árbol. O un alce. Ya me apaño esta noche. Ven aquí con el cerebro en plenas facultades y veremos cómo salir de esta.

—Un momento, ¿te tienen retenida?

—No soy de aquí. Tengo coche. Una mujer ha muerto. Yo era la única persona viva en la escena del crimen. Tienen mi arma. Y es la segunda arma que me confisca la policía, así que sí, me retienen.

—¿La mató la bala que disparaste?

—Todavía no lo saben. No han hecho la autopsia. Pero no me extrañaría. Disparé en esa dirección.

—¿Crees que Hilary fue quien te disparó?

—No encontraron ningún arma en su cuerpo. Lo único que sé es que una bala estuvo a quince centímetros de darme en la cabeza en vez de en la tierra.

—Bueno, la bala confirmará tu versión.

—Espero que la encuentren.

—¿No está en la tierra?

—Creo que podría estarlo. Pero quizá golpeara una piedra enterrada en la hierba y rebotara. No me quedé para averiguarlo.

—Bueno. Tomaré el mismo vuelo que tú para Washington D. C. y luego iré en coche hasta Charlottesville. Debería llegar a eso de las tres. —Hizo una pausa—. ¿La policía cree realmente que la mataste a propósito?

—Creo que el hecho de que yo llamara, y han confirmado que la llamada procedía de mi móvil, les ha hecho sospechar menos, pero sigue teniendo mala pinta.

—De acuerdo, no hagas nada hasta que llegue.

—No puedo hacer gran cosa. ¿Has tenido noticias de Megan?

—No.

—¿Te ha pasado algo emocionante durante mi ausencia?

Sean vaciló porque no sabía si contárselo o no.

—Nada que no pueda esperar.

—Oh, trae la pistola que compré en Maine.

—Vale. Esperemos que esta no la confisquen también.

Sean colgó, llamó a la compañía aérea, compró el billete, hizo la maleta, recogió la funda de la pistola de Michelle de su habitación y volvió a llamar al móvil de Megan. otra vez salió directamente el buzón de voz. No había duda de que el FBI la retenía. En el mensaje no le decía por qué regresaba a Virginia, solo que seguirían en contacto.

También le dejó una nota a la señora Burke y se marchó. Puso la calefacción al máximo y condujo lo más rápido posible mientras el viento entraba por las ventanillas resquebrajadas. Llegó a Bangor alrededor de las cinco de la mañana. Rezó para que cuando comprobaran la pistola de Michelle y la munición no prestaran mucha atención a su permiso de armas, puesto que no era válido en Maine.

Era temprano, los trabajadores del aeropuerto estaban cansados y ni siquiera alzaron una ceja cuando les enseñó el permiso de armas de Virginia. Al fin y al cabo, Maine era un estado al que ir de vacaciones y a los americanos les encantaba llevarse las armas de vacaciones. Probablemente también ayudara el hecho de que facturaba el arma sin posibilidades de acceder a ella durante el vuelo.

Se tomó un café y subió al avión a las seis y media. Echó una cabezadita durante el corto vuelo. Hubo complicaciones en la escala en Filadelfia y tuvo que gritar a varios empleados de la aerolínea antes de que lo metieran en la parte trasera de un avión turbopropulsado con destino a Reagan National. Milagrosamente se reencontró con la pistola de Michelle en la recogida de equipajes y cogió un taxi para ir a su casa, recogió sus cosas y fue camino de Charlottesville en un coche de alquiler unos cuarenta y cinco minutos antes de la hora prevista.

Sobrepasó el límite de velocidad durante todo el trayecto y llegó al calabozo del condado un poco antes de las cuatro. Anunció que era el abogado de Michelle y que quería ver a su cliente. Al cabo de veinte minutos estaba sentado delante de ella.

—Te veo bien —dijo él.

—Pues tú, por el contrario, tienes un aspecto horroroso.

—Gracias. Es que resulta que llevo todo el día viajando para llegar hasta aquí.

—Me has malinterpretado. Te estoy muy agradecida por el esfuerzo que has hecho. Lo que pasa es que estoy demasiado acostumbrada a tu aspecto impecable estilo Cary Grant. Pero lo cierto es que va bien saber que eres humano como el resto de las personas.

—He visto el informe de detención. También he hablado con uno de los agentes que estuvo contigo en la escena anoche.

—¿Cómo te lo has montado?

—Le he oído hablando del asunto en el pasillo y le he pillado por banda. Han inspeccionado la escena, aunque no me ha querido informar de los resultados. Si te sirve de consuelo, no creo que piense que eres culpable.

—Esperemos que todos los demás estén de acuerdo con él. Me cuesta creer que esté muerta. Ayer mismo estuve hablando con ella.

—A continuación me reuniré con el fiscal. Creo que puedo encontrarle la explicación a todo este asunto. Y sacarte de aquí.

—¿Y si consideran que existe el peligro de que huya?

—Yo me encargaré del tema. Ejercí de abogado en esta zona. Conozco a la gente.

—Suena a buen plan —dijo Michelle dubitativa.

—Anoche también me divertí. —Le explicó lo de Carla Dukes y el encontronazo con el hombre que la seguía.

—¿Qué está pasando allí arriba? —dijo con tono de exasperación.

—Más de lo que imaginamos en un principio, eso está claro.

Al cabo de una hora, dejaron a Michelle en libertad. Cogió su coche y siguió a Sean hasta Boar’s Head, donde cenaron.

—¿Cómo has conseguido que me soltaran? —preguntó ella.

—Básicamente he respondido de ti, o sea que si huyes, se me cae el pelo.

—Intentaré quedarme por este hemisferio.

—Le he contado al fiscal todo lo de la muerte de Bergin en Maine y nuestra investigación. Es un tipo razonable que conocía bien a Bergin. Ha convenido en que es muy poco probable que tuvieras algo que ver con un complot para matar a Hilary. Le he dicho que estábamos haciendo todo lo posible para averiguar quién lo mató y que parte de esa investigación nos trajo aquí. En eso lo tenemos claramente de nuestro lado.

—De acuerdo.

—Pero lo curioso es que no sabía que Bergin había sido asesinado. Alguien está atando corto a los medios de comunicación, eso está claro.

—El FBI tiene capacidad para hacer una cosa así —dijo ella.

Sean asintió.

—Eso es lo que yo también pienso —dijo. Y supongo que Hilary no fue pregonándolo a los cuatro vientos. Y Megan vino a Maine en cuanto se enteró.

—Pues entonces supongo que será un duro golpe para muchas personas. Y encima ahora Hilary también está muerta.

—¿Y la carta que encontraste en el expediente de Bergin? —apuntó Sean—. ¿Y el agente Murdock pidiendo información sobre el cliente? Es muy raro.

—Oh, Dios mío. No te he contado lo mejor de todo. —Michelle hundió la mano en el bolsillo y sacó la página del libro de revisiones del coche. Explicó a Sean dónde lo había encontrado—. Supongo que si alguna vez fue a visitarlo, iría en coche. O sea que tiene su lógica que guardara su dirección en el coche.

—Kelly Paul. Vale. —Sean consultó la hora, sacó el teléfono y marcó el número mientras Michelle atacaba el pescado con patatas—. ¿Con Kelly Paul, por favor? —dijo. Hizo una pausa—. Hola, soy Sean King. Estoy trabajando con Ted Bergin en el caso de Edgar Roy. ¿Hola? —Apagó el teléfono.

Michelle se tragó un trozo de fletán empanado y dijo:

—¿Te ha colgado?

Sean asintió.

—Supongo que es la clienta.

—¿Es una mujer?

—Eso parece. Me ha preguntado quién era. Se lo he dicho y ha colgado.

—¿Crees que está enterada de que Bergin ha muerto?

—No hay forma de saberlo. —Observó el papel—. Si no recuerdo mal, esta dirección está a unas cuatro horas de aquí, en el suroeste de Virginia.

Michelle se bebió de un trago el té helado.

—Voy a tomarme un buen café y nos ponemos en camino.

—Un momento. Probablemente no sea muy sensato por tu parte marcharte de la zona. La policía querrá volver a hablar contigo.

—Pues entonces tú tampoco vas. Nos hemos separado y han estado a punto de matarnos a los dos.

—Sí, tienes razón. Espera. —Marcó un número de teléfono.

—Phil, Sean King. Mira, ¿podemos hablar esta noche cara a cara? ¿A eso de las ocho? Perfecto, gracias.

Colgó e hizo una seña a la camarera de que les trajera la cuenta.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Michelle.

—Ponerme a merced de la Oficina del Fiscal para sacarte de los confines de Charlottesville. Y si eso no funciona. Hipotecaré todo lo que tengo para pagar la fianza.

—Creía que bastaba con aportar el diez por ciento.

—Ahora mismo, el diez por ciento de cualquier cosa sería una pesada carga para mi maltrecha economía personal. En la investigación privada no hay término medio. Y ni siquiera estoy seguro de que nos reembolsen los gastos de viaje.

—¿Y si no funciona?

—Te meteré en una maleta y te sacaré de extranjis. Vamos a ver a Kelly Paul como sea.

—¿Crees que ella tiene todas las respuestas?

—La verdad es que ahora mismo me conformaría con una sola respuesta.