Sean repasó las última páginas de una carpeta de litigios y miró entonces a Megan Riley, que se restregaba los ojos y daba sorbos a un té que ya debía de estar tibio. Se encontraban en la habitación de Sean. La señora Burke no había puesto ninguna objeción al hecho de que llevara una mujer al dormitorio, por lo que Sean llegó a la conclusión de que debía de tener algo en contra de Michelle.
Sean recibió la confirmación al respecto después de que ella misma les llevara sándwiches, un par de raciones de pastel, café y el té para Megan.
—¿Dónde está su amiga? —preguntó la señora Burke antes de salir de la habitación.
—Investigando una pista.
—¿Ha cenado?
—No creo.
—Pues es muy tarde y la cocina está cerrada.
—Vale. Se lo notificaré.
Sean dejó la carpeta y miró las notas que había escrito en un bloc.
—¿Cómo fue que Ted se hizo cargo de este caso?
Megan se sentó más adelante en la silla y dejó la taza. Cogió la mitad de su sándwich de pavo.
—No estoy segura. Lo mencionó de pasada hace varias semanas. A decir verdad, yo no estaba muy centrada en Edgar Roy. Me refiero a que había leído algo en los periódicos sobre lo ocurrido, pero estaba muy ocupada haciendo mis pinitos como abogada novata. Cuando el señor Bergin me dijo que constaría también en la documentación legal, le pregunté por el caso y dedicó unos minutos a explicármelo. Cielos, qué horror. Edgar Roy debe de ser un pirado.
—Ese pirado es ahora tu cliente, así que guárdate las opiniones para tus adentros.
Se irguió más en el asiento.
—Tienes razón, lo siento.
—¿Y dices que Ted te encargó algunas investigaciones para el caso?
Se tragó un bocado de sándwich y se secó los restos de mayonesa de la boca.
—Sí. Unas cuestiones de lo más rutinarias. Temas jurisdiccionales. Motivos de competencia. Ese tipo de cosas.
—¿Alguna teoría para la defensa?
—No estoy segura de que el señor Bergin la tuviera. Pero parecía ansioso por ir a juicio.
—¿Cómo lo sabes?
—Por las cosas que decía. Parecía tener ganas de avanzar.
—Lo cual vuelve a plantear la cuestión de por qué acabó siendo el abogado de Roy. Si el tipo era incompetente no pudo contratar a Ted. Y no encuentro nada en el expediente que apunte a que ellos dos mantuvieran una relación profesional preexistente.
—Bueno, ¿tiene algún pariente que pudiera haber contratado al señor Bergin?
—Esa era mi próxima pregunta. Pero el registro de los pagos no consta en ningún sitio.
—Creo que Hilary los guarda por separado —dijo Megan.
—Pero no hay correspondencia para ningún cliente. Y eso debería estar en el expediente.
—Pensaba que lo había traído todo, pero quizá me haya dejado algo.
Entonces sonó el teléfono de Sean. Curiosamente era Hilary.
—Acabo de regresar de la casa del señor Bergin, Sean. Ahí no hay nadie.
—Nadie ahora. ¿Sabes si ha ido alguien por allí antes que tú?
—El lugar está muy aislado pero hay que pasar delante de una casa para llegar a la del señor Bergin. Conozco a la mujer que vive allí. Le pregunté si la policía o cualquier otra persona había estado por allí y me ha dicho que no. Y había estado todo el día en casa.
—De acuerdo, Hilary, gracias por tu ayuda. Mira, estoy aquí con Megan. Sí, ha cogido un avión hasta aquí hoy mismo. Ha traído los archivos pero no hay nada sobre quién era el cliente de Ted. No podía ser Roy. Por lo menos no creo que lo fuera. Y el archivo de la correspondencia no está aquí. ¿A quién le envías las facturas con los honorarios?
—No hay ninguna factura.
—¿Cómo dices? ¿Hacía esto sin cobrar?
—No lo sé seguro. Supongo que es posible. O quizás estableciera otro tipo de pago.
—Pero aun así alguien tuvo que contratarle. Tenía que ponerse en contacto con ellos. Tiene que haber una carta de compromiso de representación en algún sitio firmada por alguien autorizado a actuar en nombre de Edgar Roy.
—Pues yo no sé quién puede ser.
—¿Esto era habitual en Ted?
—¿A qué te refieres?
—A ocultarte la identidad de sus clientes.
Hilary guardó silencio durante unos instantes.
—Es la única vez que lo hizo.
—De acuerdo, gracias, Hilary. Seguimos en contacto. —Colgó el teléfono y miró a Megan—. Parece que tenemos un misterio en ambos lados.
La puerta se abrió.
El agente Murdock apareció seguido de sus hombres.
—¿Megan Riley?
La joven abogada derramó el té al levantarse con piernas temblorosas.
—¿Sí?
—FBI. Tendrá que acompañarnos. —Miró a Sean—. Y da las gracias a tu cara bonita que no te acusen de obstrucción a la justicia.
—¿Y por qué iba a ocurrir tal cosa?
—Sabes que la señorita está relacionada con nuestra investigación.
—Relacionada pero no testigo importante. Y tengo derecho a investigar por mi cuenta —añadió Sean—. Yo más bien diría que te he hecho un favor. La he traído a Maine. Me aseguraré de enviar la factura del billete de avión para que el FBI me la reintegre.
—Espera sentado —masculló Murdock—. Vamos, señorita Riley.
Megan miró a Sean con expresión suplicante, que dijo:
—Llámame cuando acaben. Vendré a recogerte.
—No, no vendrás —espetó Murdock.
—¿Vas a retenerla en contra de su voluntad?
—No.
—Entonces la recogeré cuando me llame.
—Ándate con cuidado.
—Te sugiero que hagas lo mismo, agente Murdock.