—Te hemos reservado una habitación en Martha’s Inn, Megan —dijo Sean, mientras Michelle conducía—. Un par de huéspedes se han marchado.
Megan no le había quitado los ojos de encima a los cristales rotos. Se envolvió mejor con la fina chaqueta que llevaba.
—¿Habéis informado de esto?
Sean se la quedó mirando.
—Todavía no. Pero lo haremos. Por desgracia, la policía está muy ocupada con otros temas. Las balas perdidas de un tirador desconocido probablemente no sea ninguna de sus prioridades en estos momentos.
—Conozco a un agente del FBI que probablemente lamente que fallara —añadió Michelle.
—¿Su prioridad es el asesinato del señor Bergin? —preguntó Megan.
—Puedes llamarle Ted.
—No, para mí siempre será el señor Bergin —dijo con obstinación.
—¿Hay algo útil en los documentos que has traído? —preguntó Michelle.
—No lo sé seguro. Ayer estuve todo el día en el juzgado y acababa de llegar al bufete cuando te he llamado hoy. Pero he traído todo lo que parecía relevante.
—Te lo agradecemos —dijo Sean.
—Entonces, ¿trabajáis con el FBI?
Sean lanzó una mirada a Michelle.
—Más o menos.
—¿Y la casa de Bergin en Charlottesville? —añadió Michelle—. ¿El FBI la ha registrado?
—No lo sé. ¿Importa?
—Si pudiéramos llegar antes que ellos, importaría mucho —reconoció Sean.
—Pero ¿no sería eso interferir en una investigación oficial? —señaló Megan.
Michelle arqueó las cejas pero se mordió la lengua.
Sean se volvió en el asiento.
—¿Tienes el teléfono de casa de Hilary?
Consultó la lista de contactos del móvil y se lo dio. Sean marcó el número y esperó.
—¿Hilary? Sean King. Una pregunta rápida. —Le preguntó por la casa de Bergin—. Vale. ¿Vives muy lejos de allí? —Hizo una pausa mientras recibía la respuesta—. ¿Podrías ir hasta allí e informarnos si hay actividad?… De acuerdo. Muchísimas gracias. Esperaremos tus noticias. Oh, una cosa más. ¿El FBI ha pasado por el bufete?… ¿Nadie?… Entendido.
Colgó el teléfono y miró a Michelle, que iba mirando a un lado y a otro como la luz de un faro.
—¿Ves algo sospechoso?
Se encogió de hombros.
—No veremos la marca de una mira hasta que la bala nos alcance. Fin de la historia.
Megan debió de oír el comentario porque inmediatamente se hundió en el asiento de atrás.
—¿Necesitáis que me quede aquí mucho tiempo?
—A lo mejor —dijo Sean.
—En algún momento tendré que volver. —Desvió la mirada hacia la oscuridad circundante.
—Todos esperamos volver a casa tarde o temprano. Desgraciadamente es demasiado tarde para Ted —añadió con un tono más duro, que ella percibió.
—No intento escaquearme. Lo que pasa es que…
Sean volvió a girarse en el asiento.
—No creo que seas ninguna cobarde, Megan. Te subiste al avión y viniste hasta aquí. Has visto lo que le ha pasado al coche y no has dado media vuelta ni has echado a correr. Hay que ser valiente para estar aquí.
—Bueno, a decir verdad, poco me ha faltado para salir corriendo —reconoció—. Pero quiero ayudar.
—Lo sé. —Se le ocurrió una idea—. ¿Hilary ha estado todo el día en el despacho?
—No, para cuando volví del juzgado ella se había marchado para encargarse de los preparativos del funeral para el señor Bergin. Pero no vino nadie mientras yo estaba allí.
Sean volvió a mirar hacia delante.
—No sé cuándo acabarán con los restos mortales.
—Me cuesta creer que esté muerto.
Sean se volvió y vio cómo las lágrimas le rodaban por las mejillas. Le tomó la mano.
—Megan, todo irá bien.
—No me puedes prometer una cosa así.
—No, no puedo, pero podemos hacer todo lo posible para que así sea.
Enseguida se secó la cara.
—Estoy bien. Ya vale. No más lágrimas.
—No hay ninguna ley que prohíba lamentar una muerte —dijo Michelle.
—A juzgar por lo que hay por aquí, no sé si tenemos tiempo para eso.
Sean y Michelle intercambiaron otra mirada, impresionados ambos por el comentario certero de ella.
—Bueno, ¿por dónde empezamos? —preguntó Megan.
—Regresamos a Martha’s Inn —respondió Sean—, nos hacemos una buena cafetera y empezamos a estudiar los documentos.
Llevaban una hora conduciendo cuando sonó el teléfono de Michelle. Era Eric Dobkin de la policía estatal de Maine. Michelle le escuchó y luego colgó.
—Quiere hablar. Tiene información para nosotros. Sé que es tarde pero ¿por qué no os dejo a ti y a Megan en el hostal y luego me reúno con él? Si nos dividimos ahorraremos tiempo.
—Después de lo sucedido esta tarde, no sé si es buena idea que nos dividamos.
—Sé cuidarme solita.
—Lo sé. Me preocupaba por Megan y por mí.
—Sé taekwondo —dijo Megan—. Soy cinturón verde.
—Qué bien —dijo Sean, reprimiendo una sonrisa—. Pero si utilizan el método anterior, no los tendrás lo bastante cerca para hacerles una llave de kung fu.
—Oh.
Sean observó a Michelle.
—Vale. Queda con Dobkin. De todos modos, Megan y yo repasaremos más rápido los asuntos legales. Cuando acabemos intercambiamos la información. ¿Dónde vas a reunirte con él?
—En su casa. Me ha dado la dirección.
—De acuerdo, pero más vale que vayas a por todas, ¿vale?
—Es como siempre voy, Sean. Pensaba que a estas alturas ya lo sabías.