8

Fue más fácil salir de Cutter’s Rock que entrar, pero no hubo demasiada diferencia. Al final, Sean llegó a exasperarse tanto con el nivel de escrutinio que espetó al último grupo de guardias:

—No nos hemos guardado a Edgar Roy en el puto tubo de escape. —Se volvió hacia Michelle—. ¡Larguémonos de aquí!

—Pensaba que nunca lo ibas a decir.

El Ford dejó unas rayas negras en la franja de asfalto impecable de la entrada a Cutter’s Rock. Michelle incluso se despidió levantando el dedo corazón hacia ellos por la ventanilla.

Mientras el coche recorría el trayecto inverso por el paso elevado, Michelle lanzó una mirada hacia su socio, que estaba absorto en sus pensamientos.

—Está claro que tu cerebro está que bulle —dijo—. ¿Te importaría compartir?

—Mientras te cacheaban al salir, tuve la ocasión de hacerle un par de preguntas al ayudante de Dukes. Roy come, aunque no mucho, y hace sus necesidades durante el día. Ha perdido un poco de peso, pero está oficialmente sano.

—¿O sea que es capaz de todo eso pero no de comunicarse con otras personas?

—El tío ha empleado un término médico para eso pero ahora no me acuerdo de cómo era. En cualquier caso, al parecer el cuerpo le funciona pero el cerebro se le ha bloqueado.

—Muy práctico.

—Bueno, Bergin está muerto. Asesinado. El FBI está en escena. Han registrado su alojamiento. Todo el fruto de su trabajo está en sus manos.

—O sea que tal como ha dicho el tío, tenemos que hacer una petición ante el tribunal para recuperarlo.

—El único problema es que en realidad no soy el abogado de Roy.

—Pero sí eres abogado. Fuiste contratado por Ted Bergin, que era oficialmente su abogado. No hace falta ir demasiado lejos para considerarte su picapleitos legítimo. Por lo menos, Bergin no puede poner objeciones. Así que ¿quién va a pronunciarse al respecto?

—Hace tiempo que no ejerzo.

—La licencia está en vigor, ¿no?

—Quizá.

Michelle redujo la velocidad.

—¿Quizá? Eso no cuenta para los clientes condenados a pena de muerte, ¿no?

—Tal vez necesite hacer un par de cursos de actualización para que esté todo correcto.

—Fantástico. Estoy segura de que el agente Murdock te llevará a clase.

—Además, nos contrataron como detectives privados, no como abogados. El tribunal seguirá la ley a pies juntillas en este caso. No consto oficialmente como su abogado.

—De acuerdo. En ese caso, una pregunta tonta: ¿Ted Bergin ejercía en solitario?

Sean le lanzó una mirada.

—Pues en realidad es una muy buena pregunta, para la que necesitamos respuesta.

Regresaron a Martha’s Inn y se dirigieron a la habitación de Sean juntos. La dueña se fijó en el detalle, que por cierto no se llamaba Martha sino Hazel Burke. Había vivido toda su vida en esa zona de Maine, tal como les explicó a la hora del desayuno.

—Su habitación está al otro lado del pasillo, querida —le dijo a Michelle desde el pie del corto tramo de escaleras. Desde esa posición ventajosa, veía claramente la entrada de ambas habitaciones—. Está a punto de entrar en la habitación del caballero.

Michelle respondió con voz tensa.

—Es que no voy a mi habitación. En realidad voy a la habitación del caballero.

—¿Y va a quedarse mucho rato en la habitación del señor? —preguntó Burke, mientras se disponía a subir las escaleras.

Michelle miró a Sean.

—No lo sé. ¿Tienes ganas de retozar?

Burke había llegado al segundo piso a tiempo de oír la pregunta.

—Querida, aquí somos señoras.

—A lo mejor usted es toda una señora.

—Vamos a trabajar, señora Burke —intervino Sean—. En un caso judicial.

—Oh, ¿es usted abogado?

—Sí.

—¿Se ha enterado de lo del otro abogado, no? ¿Lo del pobre señor Bergin?

—¿Cómo se ha enterado usted? —preguntó Sean enseguida.

Burke se secó las manos en el delantal.

—Oh, bueno, querido, los asesinatos no son tan habituales aquí como para que la gente no hable de ellos. Se ha enterado todo el mundo, supongo.

—Ya, supongo que sí.

La mujer se volvió hacia Michelle.

—Usted no es abogada, ¿verdad?

—¿Por qué lo dice? —preguntó Michelle, tensa.

—Bueno, querida, no la conozco, la verdad, pero no me parece del tipo que lleva, ya sabe, ropa elegante. —Sin disimular su desagrado, recorrió con la mirada los vaqueros ajustados y descoloridos que llevaba Michelle, las botas polvorientas, la camiseta blanca y la chaqueta de cuero gastada.

—Tiene razón, suelo preferir el spandex y las tachuelas.

—Pues no me parece bien —la reprendió Burke, sonrojándose.

—Bueno, supongo que no soy muy buena persona. Ahora si nos disculpa…

—Vendré a ver cómo va dentro de cinco minutos.

—Yo esperaría un poco más —dijo Michelle.

—¿Por qué? —preguntó Burke con suspicacia.

Michelle frotó el brazo de Sean.

—El «caballero» ha tomado Viagra. —Cerró la puerta de la habitación de Sean con un golpe rotundo—. Bueno, esta mujer está empezando a cabrearme.

—Olvídalo. Voy a llamar al despacho de Bergin en Charlottesville.

—¿Crees que estarán enterados?

—No lo sé. Normalmente notifican primero a los familiares más cercanos. Pero la mujer de Ted murió y nunca tuvieron hijos, por lo menos que yo sepa.

Sean se sentó en la cama e hizo la llamada. Alguien respondió.

—Hola, soy Sean King —dijo—. ¿Eres Hilary? Hablamos por teléfono el otro día. —Sean hizo bocina con las manos junto al teléfono—: Es la secretaria de Ted.

Michelle asintió.

—Sí —dijo Hilary—. ¿No se supone que tenía que estar con el señor Bergin en Cutter’s Rock más o menos a esta hora?

Sean ensombreció el semblante. No estaba al corriente.

—Hilary, me temo que tengo malas noticias. Me sabe mal decírtelo por teléfono pero tienes que saberlo. —Le contó lo sucedido.

La mujer soltó un grito ahogado, intentó serenarse y luego se deshizo en un mar de lágrimas.

—Oh, Dios mío, no me lo puedo creer.

—Ni yo, Hilary. El FBI lo está investigando.

—¿El FBI?

—Es complicado.

—¿Cómo? ¿Cómo murió?

—Es obvio que no fue por causas naturales.

—¿Quién encontró el cadáver?

—Yo. Quiero decir, yo y mi socia, Michelle.

En aquel momento la fachada de profesionalidad de Hilary se vino abajo.

Sean esperó pacientemente a que dejara de sollozar. Cuando dio la impresión de que no iba a parar nunca, dijo:

—Podemos hablar más tarde, Hilary. Siento mucho haber sido yo quien te lo ha comunicado.

Se serenó haciendo un esfuerzo sobrehumano.

—No, no, estoy bien. Es que ha sido… ha sido… un golpe muy duro. Le vi ayer por la mañana, antes de que se marchara a coger el avión.

Sean solo había hablado con Hilary por teléfono una vez y no la conocía personalmente, pero se imaginaba a la mujer secándose con un pañuelo las lágrimas y quizá parte del maquillaje y el rímel que se le habría corrido.

—¿A qué hora fue?

—¿El vuelo o cuando le vi por última vez? —A Sean le dio la impresión de que se concentraba muchísimo en los detalles para quitarse de la cabeza la idea de que su jefe había muerto.

—Pues las dos cosas.

—A las ocho de la mañana en la oficina —respondió enseguida—. Iba a coger un avión pequeño de Charlottesville a Reagan National. Y luego un vuelo al mediodía de ahí a Portland.

—¿Un reactor o un helicóptero?

—Uno de esos aviones regionales. De United, creo.

—El mismo tipo de avión que cogimos nosotros. Bueno, vuelan alto y rápido, o sea que eso debió de dejarlo en Maine alrededor de la una.

—Eso es.

—¿Tiene sus horarios? Me gustaría saber si se reunió con Edgar Roy cuando estuvo aquí. Y también cualquier otra vez que se vieran.

—Bueno, sé que ayer fue allí. Me dijo que tenía una cita a las seis de la tarde. Le preocupaba no llegar a tiempo si se retrasaba su vuelo. Tengo entendido que el viaje en coche desde Portland es bastante largo.

—Cierto.

—Y por supuesto que se citó con el señor Roy con anterioridad. No recuerdo las fechas exactas pero puedo consultarlo en el ordenador y enviarle la información por correo electrónico.

—Eso sería fantástico. Eh… sé que la mujer de Ted había fallecido y creo que no tuvieron hijos. Pero ¿hay alguien más a quien habría que informar? ¿Algún familiar lejano?

—Tenía un hermano. Pero murió hace unos tres años. Nunca le oí hablar de nadie más. Supongo que el trabajo era su familia.

—Supongo.

Michelle consiguió que la mirara y le levantó dos dedos.

Sean asintió.

—Hilary, ¿había alguien más trabajando con Ted? Yo suponía que ejercía en solitario pero acabo de caer en la cuenta de que no lo sé a ciencia cierta. Perdí el contacto con él durante un par de años.

—Tenía una socia. Una joven muy brillante que apenas hacía un año que había acabado la carrera.

—¿En serio? ¿Cómo se llama?

—Megan Riley.

—¿Está ahora en la oficina?

—No, está en una vista en el juzgado. Ha dicho que volvería poco después de comer.

—¿Estaba trabajando en el caso de Roy?

—Sé que estaba al corriente del mismo. Es un bufete pequeño y tal. Según me contó el señor Bergin ha hecho algunas investigaciones sobre el caso.

—¿Puedes decirle que se ponga en contacto conmigo cuando llegue? Necesito hablar con ella.

—Por supuesto que lo haré. —Hizo una pausa—. Sean, ¿van a descubrir quién hizo una cosa tan horrenda?

—Bueno, si el FBI no lo descubre, nosotros sí. Te lo prometo.

—Gracias.

Sean colgó el teléfono y miró a Michelle.

—Bueno, es una buena noticia —reconoció ella—. Tenía una socia.

—Una novata. No es una buena noticia. Es imposible que un juez le permita representar a un acusado en un caso de pena capital. No en uno con tanta prominencia. Hay demasiado riesgo de defensa incompetente en segunda instancia.

—Pero tú eres un abogado con experiencia.

—Michelle, ya te lo he dicho, ni siquiera sé si mi licencia está en vigor.

—Pues yo en tu lugar lo averiguaría.

Sean hizo unas cuantas llamadas. Colgó la última con una leve sonrisa.

—Se me olvidó que tenía algún crédito acumulado. Sigo en activo. —Se puso serio—. Pero hace mucho tiempo que no he estado en un juicio.

—Es como ir en bicicleta.

—No, lo cierto es que no es lo mismo.

—No te preocupes, estaré contigo en todo momento.

—Si ir a un juicio consistiese en quitarles las alas a las mariposas de un disparo y dar patadas en el culo, serías la persona más idónea para acompañarme, pero no es el caso.

—Por lo que he visto con algunos abogados en los juicios, unas cuantas patadas en el culo parecen lo adecuado. Bueno, ¿qué hacemos ahora?

—Esperamos a ver qué nos cuenta Megan Riley.

—¿Piensas que se hará cargo del caso teniendo en cuenta que acaban de asesinar a su jefe quizá por representar a Edgar Roy?

—Si tiene una pizca de inteligencia, no.

—¿Crees realmente que lo mataron por eso?

—No tenemos pruebas que respalden esa conclusión.

—Tú tranquilo… hablas como un abogado. Pero deja de lado tu vertiente analítica durante unos segundos y dime lo que te dice el instinto.

—Sí, creo que lo mataron por eso.

Michelle se apoyó en la pared y miró por la ventana con expresión malhumorada.

—Bueno, ¿en qué estás pensando? —preguntó él.

—Estoy pensando en cuánto tiempo nos queda hasta que vayan a por nosotros.

—¿Quieres dejarlo y embarcar en el primer avión a Virginia?

—¿Y tú? —preguntó ella.

—Creí que había dejado una cosa clara. Voy a averiguar quién lo mató.

—En ese caso, creo que yo también dejé una cosa clara. Somos un equipo. Allá donde tú vayas, yo también voy.

—¿Crees que no soy capaz de cuidarme solito?

—No, pero creo que puedo cuidarte mejor.