El agente al mando se llamaba Brandon Murdock. Tenía una altura similar a la de Michelle, unos cinco centímetros por debajo del 1,80 y delgado como un alambre, pero estrechaba la mano con una fuerza asombrosa. Tenía una buena mata de pelo pero lo llevaba cortado según los criterios del FBI. Las cejas eran del tamaño de una oruga. Tenía la voz profunda y unos gestos concisos, eficaces. El teniente fue el primero en ponerle al corriente de la situación. Luego pasó unos minutos hablando en privado con el coronel Mayhew, que era el representante policial de Maine de mayor rango en el lugar. Examinó el cadáver y el coche. Hecho esto se acercó a Sean y a Michelle.
—Sean King y Michelle Maxwell —dijo.
El tono que empleó sorprendió a Michelle.
—¿Ha oído hablar de nosotros?
—Los chismorreos de D. C. viajan hasta el norte.
—¿Ah sí?
—El agente especial Chuck Waters y yo fuimos a la Academia juntos, seguimos en contacto.
—Es un buen tipo.
—Cierto. —Murdock lanzó una mirada al coche. Se acabó la cháchara—. ¿Qué me contáis?
—Hombre muerto. Una única herida de bala en el cabeza. Estaba aquí para representar a Edgar Roy. A lo mejor a alguien no le pareció bien.
Murdock asintió.
—O puede haber sido una casualidad.
—¿Le falta dinero o algún objeto de valor? —preguntó Michelle.
—No que nosotros sepamos. La cartera, el reloj y el teléfono, intactos —respondió el teniente.
—Entonces no creo que sea una casualidad.
—Y quizá conociera a su agresor —dijo Sean.
—¿Por qué lo piensas? —preguntó Murdock enseguida.
—La ventanilla del lado del conductor.
—¿Qué le pasa?
Sean señaló hacia el coche.
—¿Te importa?
Se acercaron en tropel al Buick.
Como centro de todas las miradas, Sean señaló la ventanilla y luego el cadáver.
—Orificio de entrada en la cabeza, salpica mucha sangre. No hay orificio de salida, o sea que toda la sangre sale por la parte delantera de la cabeza. Habrá sido un surtidor. Hay salpicaduras en el volante, Bergin, el salpicadero, el asiento y el parabrisas. Incluso me salpiqué las manos cuando abrí la puerta del coche y él cayó de lado. —Señaló la ventanilla transparente—. Pero no aquí.
—Porque estaba bajada cuando se produjo el disparo —añadió Michelle, mientras Murdock asentía.
—Y luego el asesino la volvió a subir porque es obvio que Bergin no pudo —dijo Murdock—. ¿Por qué?
—No lo sé. Estaba oscuro, así que quizá no se diera cuenta de que la ventanilla estaba limpia o, por el contrario, podía haber embadurnado el cristal de sangre para despistar. Pero las salpicaduras de sangre han alcanzado tal nivel de sofisticación forense que la policía enseguida se daría cuenta de una cosa así. Y quizás el asesino también accionara las luces de emergencia para hacernos pensar que Bergin había sufrido una avería o que se había parado por decisión propia. Pero ¿parar y bajar la ventanilla en una carretera solitaria a estas horas de la noche? Resulta muy revelador.
—Tienes razón. Significa que conoces a la persona —convino Murdock—. Buena observación.
Sean miró a los agentes.
—Bueno, podría haber otra explicación. La persona que lo paró quizá llevara uniforme.
Todos los agentes de la policía estatal lo miraron con expresión airada al unísono. Mayhew protestó.
—No ha sido uno de mis hombres, de eso estoy seguro.
—Y yo soy la única unidad de este sector esta noche —dijo el oficial del condado—. Y que me aspen si disparé a ese hombre.
—No estoy acusando a nadie —dijo Sean.
—Pero tiene razón —reconoció Murdock—. Quizá fuera de uniforme.
—Pero un impostor —lo corrigió Michelle.
—Es difícil hacer una cosa así —dijo Mayhew—. Conseguir el uniforme, el coche patrulla. Y podrían haberles visto. Es un riesgo enorme.
—Es algo que tendremos que comprobar —dijo Murdock.
—¿Cuánto tiempo lleva muerto? —preguntó Sean.
Murdock lanzó una mirada a uno de los técnicos forenses de Maine.
—La estimación más correcta ahora mismo es que fue hace unas cuatro horas —dijo—. Tendremos una hora más precisa después de la autopsia.
Sean comprobó su reloj.
—Eso significa que el asesino se nos ha escapado por una media hora. No nos hemos cruzado con ningún coche, así que quienquiera que lo hizo debía de ir en la otra dirección o salir de la carretera.
—A no ser que fueran a pie —dijo Murdock, lanzando una mirada hacia el campo oscuro—. Pero si se trató de un impostor con uniforme, habría ido en coche. Dudo que Bergin se parara por el mero hecho de ver a alguien uniformado caminando por la carretera.
Mayhew carraspeó.
—Mis hombres han escudriñado el perímetro en todas direcciones. No han encontrado nada. Por la mañana podremos realizar una inspección mucho más minuciosa.
—¿Cuál es la carretera más cercana a esta? —preguntó Sean.
—A poco menos de un kilómetro en esa dirección —dijo el teniente, señalando hacia el este.
—El asesino quizá caminara hasta el coche y aparcara allí —dijo Murdock.
—Demasiado arriesgado —apuntó Michelle—. Dejar un coche aparcado en una carretera como esta levantaría sospechas de inmediato. No podían estar seguros de que no apareciera un policía y les pidiera explicaciones.
—Un cómplice, entonces —dijo Murdock—. Esperando en el coche. La persona cruza el bosque para evitar que los vean desde la carretera. Llega al coche y se largan.
Sean miró hacia el agente de policía de Washington County que primero había llegado a la escena.
—¿Viste algún otro coche estacionado así al hacer la ronda nocturna o cuando te dirigías hacia aquí?
El policía negó con la cabeza.
—Pero he venido de la misma dirección que vosotros.
—Tenemos coches que patrullan las carreteras cercanas por si ven algo o alguien sospechoso. Pero ahora han pasado varias horas, así que la persona podría estar muy lejos. O escondida en algún sitio.
—Me pregunto adónde iba Bergin —dijo Murdock.
—Bueno, se supone que iba a reunirse con nosotros en Martha’s Inn —dijo Sean—. Pero ahora sabemos que iba en la dirección contraria. Tenía que haber tomado el desvío hacia Martha’s Inn antes de llegar aquí. Si es que venía de Eastport.
Murdock se quedó pensativo.
—Cierto. O sea que todavía no sabemos adónde se dirigía. Si no iba adonde habíais quedado, ¿adónde iba? Y ¿con quién?
—Quizá la respuesta sea tan simple como que estaba al sur y al oeste de aquí por algún motivo y se dirigía a Martha’s Inn para nuestra cita. Eso lo situaría en la misma carretera y en la misma dirección que nosotros.
Todos se pusieron a planteárselo. Murdock miró al coronel.
—¿Alguna idea acerca de dónde podría haber estado si esa teoría resulta correcta?
Mayhew se frotó la nariz.
—No hay gran cosa en esa dirección aparte de que visitara a alguien en su domicilio.
—¿Y Cutter’s Rock? —preguntó Sean.
—Si había salido de Gray’s Lodge para ir a Cutter’s no estaría en esta carretera ni por asomo —dijo el teniente, mientras Mayhew asentía.
—Y ahora Cutter’s está cerrado. No se aceptan visitas tan tarde —añadió Mayhew.
Murdock se volvió hacia Sean.
—¿Te comentó que conociera a alguien de por aquí?
—La única persona que nos mencionó fue Edgar Roy.
—Cierto —dijo Murdock—. Su cliente.
Por el tono en que lo dijo, Sean se sintió obligado a hacer un comentario.
—Tenemos entendido que Roy estaba en una lista de interés para los federales. Si pasa algo relacionado ni que sea de lejos con él, os llaman.
La expresión de Murdock reveló lo poco que le gustaba el hecho de que Sean estuviera al corriente de esa información.
—¿Dónde has oído eso? —espetó.
Sean casi notó cómo se sonrojaba el agente de policía que había tenido el desacierto de revelarle esa información.
—Creo que Bergin me lo contó cuando hablamos hace un par de días. Vosotros estabais al corriente de que él representaba a Roy, ¿no?
Murdock se volvió.
—Bueno, acabemos de inspeccionar la zona. Quiero fotos, vídeo, todas las fibras, pelo, salpicaduras de sangre, huellas dactilares, restos de ADN, huellas de pisadas y cualquier otra cosa que haya. En marcha.
Michelle miró a Sean.
—Creo que ha perdido el aprecio que nos tenía.
—¿Podemos marcharnos? —preguntó Sean alzando la voz.
—Después de que os tomemos las huellas dactilares, una muestra del ADN y la impresión de los zapatos —dijo Murdock.
—Para fines excluyentes, por supuesto —apuntó Sean.
—Los indicios ya me llevarán adonde tenga que ser —repuso Murdock.
—Ya han comprobado mi pistola —dijo Michelle—. Y los dos nos hemos sometido a la prueba de residuos de pólvora.
—Me da igual —espetó Murdock.
—Bergin contrató nuestros servicios. Está claro que no tenemos motivos para matar al tipo.
—Bueno, ahora mismo solo contamos con vuestra palabra para saber que trabajabais para él. Tendremos que verificarlo.
—De acuerdo. ¿Y después de que nos toméis las muestras?
—Os vais adonde os alojáis. Pero no podéis marcharos de la zona sin mi permiso.
—¿Eso es justo? —preguntó Michelle—. No se nos ha acusado de nada.
—Testigos materiales.
—No hemos visto nada que no hayáis visto —replicó Sean.
—No os pongáis en plan tiquismiquis conmigo —dijo Murdock—. Tenéis todas las de perder. Sé que Chuck piensa que sois geniales, pero siempre he pensado que se precipitaba en sus juicios. Así que el jurado todavía no ha emitido su veredicto por lo que a mí respecta.
—Menuda cortesía profesional —se quejó Michelle.
—Se trata de la investigación de un homicidio, no de un concurso de amistad. Y al único que le debo cortesía es al difunto que tenemos ahí.
Se marchó con paso airado.
—Decididamente ha perdido el aprecio que nos tenía —afirmó Michelle.
—No me extraña. Estábamos en la escena. No nos conoce. Y está muy presionado. Además, tiene razón. Su misión es encontrar al asesino, no hacer amistades.
—En un avión en cuestión de minutos. Desde Boston. Han llegado aquí tan rápido que estoy pensado en un helicóptero en vez de un avión. Edgar Roy es realmente una prioridad.
—Y me pregunto por qué.
Mientras regresaban al coche después de que un par de técnicos de campo los procesara, el teniente se les acercó discretamente.
—Mi hombre me ha dicho que él os contó lo del FBI. Agradece que no lo delatarais —dijo—. Eso podría haber hundido su carrera.
—De nada —dijo Michelle—. ¿Cómo te llamas?
—Eric Dobkin.
—Bueno, Eric —dijo Sean—. Por lo que parece el FBI va en plan gorila como siempre así que los demás tendremos que ayudarnos mutuamente.
—¿Ayudarnos cómo?
—Si averiguamos algo, te lo contamos.
—¿Os parece sensato? Ellos son el FBI.
—Me parece sensato hasta que deje de serlo.
—Pero es una calle de doble sentido. Nosotros te ayudamos, tú nos ayudas —sugirió Michelle.
—Pero, señora, es una investigación federal.
—¿O sea que la policía estatal de Maine sale por piernas? ¿Ese es vuestro lema?
El agente se puso rígido.
—No, señora, nuestro lema es…
—Semper Aequus. Siempre justos. Lo he consultado —añadió.
—Además de Integridad, Justicia, Compasión y Excelencia —añadió Dobkin—. Es nuestro conjunto de valores esenciales. No sé cómo funciona en Washington D. C., pero aquí los cumplimos.
—Razón de más para que colaboremos.
—Pero ¿en qué tenemos que colaborar? Han sido contratados por un tipo que ahora está muerto.
—Y ahora tenemos que averiguar quién lo mató.
—¿Por qué?
—Era amigo mío. —Sean se inclinó hacia el agente—. Y no sé cómo hacéis las cosas en Maine, pero de donde yo soy, no abandonamos a nuestros amigos cuando los matan.
Dobkin dio un paso atrás.
—No, señor.
Michelle sonrió.
—En ese caso estoy convencida de que volveremos a verte. Mientras tanto… —le tendió una de sus tarjetas de visita—, ahí hay suficientes números de teléfono para localizarnos —añadió.
Michelle puso el coche en marcha, apretó el acelerador y el Ford salió disparado.