28
Honor
—Estás extraordinaria —le aseguró Willa a mi reflejo por centésima vez.
Estaba detrás de mí, frente al espejo. Daba la impresión de que yo estaba admirando mi vestido blanco, pero la verdad era que apenas me reconocía.
Tan sólo unos días antes de la fiesta de compromiso, había besado a dos hombres distintos. Lo más extraño era que, de los dos besos, el que más se repetía en mi mente era el de Loki: cuando sus labios tocaron los míos había experimentado una peculiar sensación de novedad, como si le estuviera inyectando vida a mi alma. El beso de Finn, en cambio, sólo había conseguido despojarme de la energía que me quedaba. Loki me había pedido que me casara con él, y Finn me… me había alejado de su lado tal y como seguiría haciendo siempre.
Después de lo sucedido tenía ganas de llorar, pero a fin de cuentas ya no importaba lo que sintiera por Loki o por Finn. Ya no resultaba relevante. Yo era una princesa y tenía un compromiso con mi reino y con mi prometido. Tove y Förening se merecían lo mejor, y por eso yo tenía que ser mejor. Debía convertirme en lo que ellos necesitaban.
—Vamos, Wendy. —Willa me tomó del brazo y me llevó consigo—. La fiesta está a punto de comenzar. No tenemos tiempo para que te sigas contemplando en el espejo.
Asentí y la seguí; creí que tendría tiempo para recobrar la compostura, pero en cuanto salí de mi habitación me encontré con Tove.
—Lo siento —dijo al ver mi expresión—. No pretendía asustarte.
—No, está bien. —Tenía la boca adormecida y me costaba trabajo hablar.
—Os dejaré solos, tortolitos. —Willa me guiñó el ojo antes de irse.
—Espero que no sea de mala suerte verte antes de la fiesta de compromiso. —Buscó algo en sus bolsillos—. No estoy seguro de lo que indica el protocolo, pero tenía que darte esto. Y he pensado que sería mejor hacerlo antes de la fiesta.
—No era necesario.
—Sí lo es. —Tove sacó una cajita de su bolsillo—. Es mi deber. Tendría que habértelo entregado en el momento de pedirte que te casaras conmigo, pero lo hice bastante mal.
—A mí me gustó —le dije con una sonrisa—. Fue muy dulce.
—Bueno, espero que te guste el anillo. —Me entregó la caja con cubierta de terciopelo; todavía estaba cerrada—. A mi madre le ha desagradado muchísimo.
—Entonces estoy segura de que me va a fascinar —le dije, y él rio.
Tomé la caja y la abrí con manos temblorosas: era una gruesa banda de platino que semejaba una enredadera de hiedra, abrazada a la gigantesca esmeralda incrustada en el centro. Alrededor de la banda había algunos diamantes más pequeños.
—Oh, Tove, es hermoso. —Se me hizo un nudo en la garganta al deslizar el anillo sobre mi dedo; era un gesto muy bonito de su parte.
Aunque Tove no me lo había dicho y yo no pensaba sacar el tema, supe que Finn estaba en lo cierto: mi futuro marido era gay. Jamás nos enamoraríamos el uno del otro, pero seríamos amigos y podríamos encontrar cierto tipo de felicidad juntos. Con suerte.
—¿En serio? —Tove sonrió aliviado y se pasó la mano por el pelo—. Qué bien. Estaba muy preocupado porque no sabía si te gustaría.
—No, es perfecto. —Le sonreí con lágrimas en los ojos.
—Genial. —Se mordió el labio—. Estás muy hermosa hoy.
—Gracias. Tú también te estás muy guapo —le dije al tiempo que señalaba su elegante traje—. Te has esmerado de lo lindo, markis.
—Gracias, princesa. —Extendió su brazo para que yo pudiera tomarlo—. ¿Quieres que vayamos a nuestra fiesta de compromiso?
—Vayamos —contesté; lo tomé del brazo y caminamos juntos hacia el salón para convertirnos en los líderes que necesitaban los Trylle.