26
Obertura
Willa decidió que aquel día no participaría en la reunión para planificar la boda. Nos explicó que tenía que cenar con su padre, pero me dio la impresión de que en realidad lo que sucedía era que no soportaba la idea de tener que lidiar un minuto más con Aurora.
Mi futura suegra y yo nos encontrábamos en el salón de baile. Las cúpulas de cristal habían sido restauradas por fin, pero ahora las cubría una capa de nieve que dejaba el recinto sumido en una oscuridad que lo hacía parecer una caverna. Aurora me aseguró que para el día de la fiesta de compromiso la nieve ya habría sido retirada, pero lo cierto es que me tenía sin cuidado.
Luego estuvo revoloteando por toda la sala para definir dónde irían colocadas las mesas y los elementos decorativos; la ayudé cuanto pude, pero sólo cuando ella me lo permitió, es decir, en muy pocas ocasiones. Su pobre ayudante, sin embargo, no tuvo más remedio que ir corriendo todo el tiempo como una loca detrás de ella haciendo lo que Aurora le ordenaba.
Al llegar la noche, cuando finalmente dejó que su ayudante se retirara, se acercó al piano de cola, donde yo estaba tocando una y otra vez el comienzo de Para Elisa, que era lo único que había aprendido.
—Vas a tener que tomar clases de piano —anunció Aurora y dejó caer sobre el instrumento la gruesa carpeta negra con toda la información sobre la boda, lo que provocó una fuerte vibración—. No puedo creer que no lo hayas hecho hasta ahora. Pero ¿qué clase de familia anfitriona te tocó?
—Usted ya sabe qué tipo de familia tuve —dije, y continué tocando el mismo pasaje pero con mucha más intensidad porque me había dado cuenta de que la estaba poniendo de los nervios—. Ha conocido a mi hermano.
—Ah, sí, respecto a eso… —dijo Aurora, y se quitó algunos pasadores del cabello, liberando de esa forma algunos de sus rizos—. Vas a tener que dejar de referirte a ese muchacho como tu hermano. Es de mal gusto.
—Sí, lo sé —dije—, pero estoy acostumbrada a llamarlo así.
—Tienes demasiadas costumbres que deberás modificar —exclamó, y se pasó los dedos por el cabello—. Si no fueras la princesa, ni siquiera me tomaría la molestia de ayudarte a hacerlo.
—Pues gracias por su tiempo y su atención —murmuré.
—Ya sé que lo estás diciendo irónicamente, pero de nada, de todas formas. —Aurora abrió la carpeta y la hojeó un poco—. Mmm, no tenemos tiempo de que Frederique von Ellsin te diseñe un vestido para la fiesta, pero mañana traerá algunas de sus mejores creaciones para que te las pruebes.
—Eso suena divertido —dije con sinceridad. Frederique era el diseñador que había confeccionado mi vestido para la ceremonia de bautismo y me gustaba su compañía.
—¡Princesa! —exclamó Aurora—. ¿Podrías dejar de tocar esa canción?
—Por supuesto —contesté, y cerré la tapa del piano—. Sólo tenía que pedírmelo.
—Gracias. —Me sonrió ligeramente—. También tendrás que pulir tus modales, princesa.
—Mis modales son buenos cuando la ocasión así lo exige —expliqué con un suspiro—. Pero ahora estoy cansada y llevamos todo el día con esto. ¿Podemos continuar mañana?
—Tienes muchísima suerte de que te permita casarte con mi hijo. —Aurora sacudió la cabeza y cerró la carpeta de un golpe—. Eres grosera, desagradecida y maleducada. Por culpa de tu madre hemos estado a punto de morir en repetidas ocasiones, y quien debería asumir el trono es mi hijo, no tú. ¡Y si no fuera por esa injustificada estima que te tiene, te derrocaría y asumiría el lugar que le corresponde!
—Guau. —Me la quedé mirando con los ojos bien abiertos, y sin saber qué respuesta ofrecer a su diatriba.
—Es una desgracia que se vaya a casar contigo —dijo, chasqueando la lengua—. Si alguien llegara a enterarse de tus coqueteos con el rastreador, ese tal Finn, te convertirías en el hazmerreír del reino. —Se tocó la sien y volvió a negar con la cabeza—. Tienes demasiada suerte.
—Tiene usted razón. —Me levanté y coloqué los puños a los costados—. Tengo la enorme fortuna de que su hijo no se parezca a usted en nada. Y será mejor que se empiece a hacer a la idea de ocupar el lugar que le corresponde, marksinna, porque yo seré la reina; no usted.
Aurora me miró con los ojos llenos de pánico y la piel más pálida que nunca, y parpadeó varias veces como si no pudiera creer lo que acababa de oír. La planificación de la boda también había sido un fastidio para ella, y de repente había perdido el norte.
—Lo siento mucho, princesa —tartamudeó—. No he querido decir eso. Es que el estrés ha sido demasiado para mí.
—Para todos —le recordé.
Aurora terminó de reunir sus cosas, siguió musitando disculpas y abandonó apresuradamente el salón alegando que debía volver a casa; nunca la había visto salir con tanta prisa. No sabía si había hecho lo correcto al enfrentarme a ella pero, a decir verdad, no me importaba.
De pronto viví un momento muy peculiar porque me quedé completamente sola. No había ningún rastreador a la vista y no me acompañaban ni Duncan ni Tove ni Aurora. Respirar aire fresco me haría mucho bien.
Me apresuré a salir de allí antes de que me localizaran. Sabía que si me quedaba allí más tiempo, alguien llegaría para pedirme algo o tal vez sólo para conversar, pero yo no tenía ganas. Necesitaba tomarme un respiro.
Corrí por el ala norte y cuando llegué a la puerta lateral la empujé con ímpetu: se abrió ante mí un angosto sendero de grava flanqueado por altos arbustos. Aquel camino rodeaba la casa y conducía a los acantilados antes de abrirse hacia el hermoso jardín que ya conocía.
La nieve cubría la vegetación y la hacía destellar bajo la luz de la luna como si estuviera plagada de diamantes. El clima invernal debería haber acabado con la mayoría de las plantas a aquellas alturas, pero por todos lados había flores de pétalos azules, rosa y púrpura tocados por la escarcha, que contribuía a aumentar su belleza.
Las enredaderas de hiedra y glicinia se elevaban sobre el muro, aún verdes y abundantes; hasta la pequeña cascada que coronaba el huerto de árboles frutales fluía con vigor a pesar de que aquel frío debería haber hecho que se congelara.
Bajo mis pies desnudos crujía una ligera capa de nieve, pero no me importó, y corrí por el borde del acantilado, resbalando algunas veces sin mayor consecuencia. Junto al estanque encontré los dos bancos de piedra que recordaba y me senté en el más cercano.
Aquel jardín era una pequeña obra de magia: por eso me fascinaba. Me eché sobre el banco, respiré el frío aire nocturno y cuando exhalé una ligera bruma, la luna hizo fulgurar los casi imperceptibles cristales de hielo que flotaban en el ambiente. Sin duda, llevaba demasiado tiempo encerrada en el interior de aquella mansión.
De pronto, el crujir de una rama disipó mis pensamientos y me hizo volverme. No conseguí ver a nadie, pero distinguí una sombra que se movía a lo largo de un arbusto cercano al muro de ladrillo.
—¿Quién anda ahí?
Al principio, imaginé que sería Duncan o algún otro rastreador al que habían enviado a buscarme, pero, como nadie respondió, comencé a inquietarme y empecé a pensar que tal vez salir sola del palacio había sido una decisión demasiado precipitada. Sabía que a esas alturas ya estaba capacitada para defenderme pero, francamente, no deseaba que surgiera la necesidad de hacerlo.
—Sé que hay alguien ahí. —Me levanté, rodeé el banco y caminé por entre los árboles; entonces advertí una silueta cerca del muro. Era un hombre, pero estaba demasiado lejos como para que pudiera ver su rostro; lo único que se alcanzaba a vislumbrar era el brillo de los rayos de luna sobre su rubio cabello.
—¿Quién anda ahí? —repetí. Me enderecé y traté de parecer lo más imponente posible, lo cual era bastante difícil para una princesa que estaba sola en un jardín, en mitad de la noche, con un delicado vestido.
—¿Princesa? —Noté cierta sorpresa en aquella voz. El hombre se acercó más, y cuando rodeó un árbol y caminó hacia mí, por fin lo reconocí.
—¿Loki? —pregunté, y sentí que la alegría embargaba mi corazón y seguidamente lo sumergía en una tormenta de confusión—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a por ti. —Parecía tan desconcertado como yo—. ¿Y tú qué haces aquí fuera?
—Necesitaba respirar aire fresco. Pero no lo entiendo, ¿cómo has sabido que estaría en el jardín?
—No, no tenía ni idea, es que siempre entro por aquí —dijo, señalando el muro que había a su espalda—. Lo he escalado. Creo que deberían reforzar la seguridad en esta zona.
—¿A qué has venido? —pregunté.
—Por favor, no finjas que no te alegras de verme. —La arrogante sonrisa volvió a su rostro para iluminarlo—. Estoy seguro de que tu vida ha sido una tragedia desde que me fui.
—En absoluto —dije en tono burlón—. Justamente ahora ando con los planes de mi fiesta de compromiso.
—Sí, ya me he enterado de todo ese espantoso asunto. —Loki arrugó la nariz para mostrar su repugnancia—. Por eso he venido a salvarte.
—¿Salvarme? —repetí.
—Sí, como un caballero de reluciente armadura. —Loki extendió los brazos e hizo una profunda reverencia—. Te voy a cargar sobre mi hombro y treparé por el muro contigo, como si fueras Rapunzel.
—Rapunzel dejaba caer su cabello desde una torre —le aclaré.
—Te pido disculpas. Los Vittra no creemos en las canciones de cuna y los cuentos de hadas.
—Yo tampoco —dije—. Y no necesito que me rescates. Estoy donde debo estar.
—Ay, por favor. —Loki negó con la cabeza—. No es posible que creas eso en serio. No deberías estar encerrada en un horrible palacio, prometida a un tonto aburrido y viéndote obligada a escabullirte en mitad de la noche para tomar un respiro.
—Aprecio mucho tu preocupación, Loki, pero aquí soy feliz —dije, aunque no estaba segura de creerme aquella verdad.
—Yo te prometo una vida de aventuras. —Se sujetó a una rama, se columpió y giró sobre ella, y cayó con asombrosa gracia sobre el banco—. Te llevaré a lugares exóticos, te mostraré el mundo y te trataré como se debe tratar a una princesa.
—Eso suena muy bien —le dije con una sonrisa. Su invitación me halagaba, aun cuando no podía ni siquiera confiar en ella—. Pero… ¿por qué?
—¿Por qué? —Loki rio—. ¿Y por qué no?
—Tengo la impresión de que lo único que pretendes es convencerme de que eluda mis responsabilidades como princesa Trylle para ayudarte en tu causa —le confesé.
—¿Crees que el rey me ha mandado de nuevo a hacer esto? —Loki volvió a reír—. El rey me odia, me aborrece. Todos y cada uno de los días amenaza con decapitarme. La reina tuvo que enfrentarse a su esposo para rescatarme, porque Oren estaba empeñado en que los Trylle me ejecutaran.
—Lo que me cuentas me está dando muchas más ganas de volver a Ondarike —dije con una sonrisa irónica.
—¿Y quién ha dicho que tendrías que volver allí? Lo que te estoy pidiendo es que huyas conmigo de todo esto, de los Trylle y de los Vittra, de la estúpida realeza y sus incomprensibles reglas —exclamó gesticulando.
—¿Por eso te incomodó tanto que Sara me invitara a volver con los Vittra?
—Fue espantoso —admitió—. Durante un minuto de agonía, pensé que estabas dispuesta a aceptar. Habría sido el fin de todo.
Incliné la cabeza hacia un lado sin dejar de mirarlo.
—¿El fin de todo?
—Sí. El rey jamás te habría dejado volver a escapar —explicó—, y obviamente no habrías sobrevivido a su maltrato.
—¿Y cómo puedes estar seguro de que no lo lograría? —le pregunté—. Soy fuerte, inteligente, y a veces incluso valerosa.
—Precisamente por eso, porque eres buena, valiente, amable y hermosa. —Loki saltó del banco y aterrizó ante mí—. El rey destruye, por placer, todo lo bello.
—Entonces ¿cómo has podido sobrevivir durante tanto tiempo? —En realidad se lo había preguntado para molestarlo, pero en cuanto terminé de hablar, noté dolor en sus ojos y lo vi bajar la mirada.
—Esa es una historia demasiado larga para esta noche, princesa, pero te puedo asegurar que he pagado cara mi supervivencia. —Loki tragó saliva, sacudió la cabeza y volvió a sonreír—. Pero, un momento…, ¿acaso acabas de llamarme valiente y hermoso?
—Para nada. —Me reí y retrocedí en cuanto advertí su cercanía. Además de carisma, Loki irradiaba calor—. ¿Y qué pasaría si acepto tu oferta? ¿Adónde me llevarías? ¿Qué haríamos?
—Me alegra tanto que me lo preguntes. —Su rostro se iluminó—. Tengo algo de dinero. No mucho, claro, pero pude esconder algunas de las joyas de mi madre. Podría empeñarlas para irnos a cualquier lugar, donde haríamos todo lo que tu corazón deseara.
—No parece un viaje demasiado organizado.
—A las islas Vírgenes —fue la respuesta inmediata de Loki, antes de dar otro paso hacia mí—. No necesitaríamos pasaportes para llegar. Además, allí no hay trols de ningún tipo. Podríamos pasarnos todo el día nadando en el mar, y toda la noche en la playa. —Hizo una pausa y sonrió con una sinceridad abrumadora—. Sólo nosotros dos.
—No puedo. —Negué con la cabeza y detesté lo tentador de su oferta: escapar de toda la presión y el estrés del palacio—. No puedo defraudar a mi reino. Tengo un compromiso con la gente.
—¡Tienes el compromiso contigo misma de ser feliz! —insistió Loki.
—No, no es así —le dije—. Me esperan muchas cosas aquí, y no te olvides de que tengo un prometido.
—No te cases con él —dijo con desdén—. Cásate conmigo.
—¿Que me case contigo? —le pregunté riéndome—. Pero si tú mismo me recomendaste que me casara por amor.
—Por eso te lo estoy pidiendo. —Y en aquel peculiar momento de sinceridad, vi que Loki era devastadoramente guapo. Caminó hacia mí, y se acercó tanto que nuestros cuerpos casi se tocaron—. Wendy, cásate conmigo.
—Eso es… —Negué con la cabeza. Su proposición me acababa de dejar estupefacta—. Eso ni siquiera tiene sentido, Loki. Casi no te conozco, y además eres… eres mi enemigo.
—Ya sé que no nos hemos tratado mucho, pero desde la primera vez que te vi sentí… un vínculo, y sé que tú también lo percibiste.
Me quedé sin habla. Hubiera querido negarlo, pero me era imposible.
—Loki, un vínculo no es suficiente para construir una vida juntos.
—No me importa de dónde vengo ni cuál es tu pueblo —dijo llanamente—. Sé que puedo hacerte feliz, y que tú me harías feliz a mí. Podríamos estar juntos el resto de nuestras vidas.
Posó sus ojos en los míos, y a pesar de lo tenue que era la luz, pude ver que brillaban como el oro. De pronto me sentí relajada, y una apacible oleada se apoderó de mí; y justo cuando me percaté de que Loki trataba de hacer que me desmayara, acabó la sensación.
—¿Qué ha sido eso? —le pregunté mientras la bruma se iba disipando en mi mente. Loki estaba a unos cuantos centímetros y supe que tenía que alejarme de él, pero sin embargo no lo hice.
—No tengo intención alguna de hipnotizarte —musitó—. Lo que te he dicho es verdad. Cuando estés conmigo, quiero saber que es porque así lo quieres, no porque yo te obligue a ello.
—Loki… —comencé a protestar.
Pero entonces él colocó las manos sobre mi rostro, y sentí el calor de su piel a pesar de que debía de estar helado por la nieve que cubría el muro por el que acababa de trepar. Se inclinó hacia mí, pero se detuvo antes de que sus labios llegaran a rozar siquiera los míos. Me miró para ver si opondría resistencia, pero en seguida descubrió que no.
Su boca cubrió la mía y su calor se agitó en mi interior. Era un sabor dulce y fresco; su piel tenía el aroma de la lluvia. De pronto sentí que las rodillas me flaqueaban y el corazón me palpitaba con fuerza en el pecho; sus manos se enredaron en mi cabello y me acercaron más a él.
Lo abracé y sentí su fuerza y su poder contra mi cuerpo. Mi piel percibía sus músculos como si fueran de un imposible mármol cálido, y supe que en aquel momento Loki podría quebrarme si así lo deseaba. Sin embargo, me tocó con una sutil mezcla de pasión y delicadeza.
Tenía deseos de sucumbir ante él, a su invitación, pero la voz de la razón no me dejaba en paz. Las mariposas que me revoloteaban en el estómago de pronto se tornaron dolorosos nudos.
—No, Loki. —Jadeando, separé mi boca de la suya, posé mis manos sobre su pecho y retrocedí un paso—. No puedo hacerlo, lo siento.
—Wendy. —Loki se quedó mirando cómo me alejaba sin apartar mis ojos de él. En su rostro se leía tanta desesperación y vulnerabilidad que me dolió el corazón.
—Lo siento, pero no puedo.
Me volví y corrí al palacio. Creí que si me quedaba un poco más, cambiaría de opinión.