23

Propuesta matrimonial

Después de que Sara y Loki se hubieran marchado, subí a informar a Elora de lo sucedido. Mi madre descansaba en el salón de pintura y a su lado estaba sentado Garrett; ella había recuperado un poco el brillo de su piel, pero seguía teniendo una coloración grisácea.

La explicación fue muy breve, pero ambos parecían orgullosos de mí; aquella era mi primera misión oficial como princesa, y había aprobado. Elora incluso mencionó que lo había hecho muy bien. Cuando salí de allí, me sentía muy satisfecha.

Nada más abandonar el salón de pintura, me encontré a Tove. Llegaba de la cocina y traía consigo un racimo de uvas. Me ofreció una, pero no tenía mucha hambre, así que no la acepté.

—¿Ya te sientes como una verdadera princesa? —me preguntó mientras masticaba.

—No lo sé. —Aproveché para quitarme el pesado collar de diamantes que me había puesto con el fin de meterme más en mi papel—. No sé si podré llegar a acostumbrarme: sospecho que siempre me sentiré como una impostora.

—Bueno, pues debo decir que definitivamente pareces una verdadera princesa.

—Gracias. —Me volví para mirarlo y le sonreí—. Tú también has estado muy bien hoy. Estabas muy centrado e irradiabas majestuosidad.

—Gracias. —Tove se arrojó una uva a la boca y sonrió—. He pasado un buen rato moviendo muebles antes de que comenzara el intercambio; al parecer ha servido de algo.

—Así es.

Caminamos un rato sin hablar; él comía uvas y yo jugueteaba con el collar. A pesar del silencio, ninguno de los dos nos sentíamos incómodos, y entonces pensé en lo agradable que era su compañía. Daba gusto estar con alguien sin sentirte forzado, raro o limitado de una manera agotadora.

Además, comencé a entender a qué se referían Elora y Finn: Tove era fuerte, inteligente y sensible, por más que, sin embargo, sus habilidades lo alteraran demasiado como para ser líder. Durante el intercambio realizó una labor admirable al apoyarme y respaldar todo lo que hacía, y tuve la certeza de que, pasara lo que pasase, él permanecería a mi lado.

—Y bien… —Tove se comió la última uva y se detuvo. Miró al suelo y se arregló el pelo detrás de las orejas—. Estoy seguro de que la reina ya te habrá hablado acerca del arreglo que hizo con Aurora. —Hizo una pausa—. Ya sabes, sobre eso de que nos tenemos que casar.

—Sí —asentí, pero me puse muy nerviosa al oírlo de su boca.

—No estoy de acuerdo en que nuestras madres anden por ahí confabulándose para manejarnos como si fuéramos piezas de un juego de ajedrez en lugar de personas. —Tove se mordió el interior de la mejilla y miró en dirección opuesta—. No es correcto; ya se lo he dicho a Aurora. No puede seguir tratándome como…, no sé, como un juguete.

—Sí, estoy de acuerdo —dije asintiendo una y otra vez.

—Cree que puede controlarme todo el tiempo; y tu madre también lo hace contigo. —Suspiró—. Es como si tuvieran la noción de lo que querían que fuéramos desde antes de que sucediera todo esto y, aunque no somos como ellas esperaban, se niegan a modificar sus planes.

—Sí, eso es verdad —dije.

—Estoy enterado de tu pasado. —Tove se volvió y me contempló durante unos segundos—. Aurora me estuvo hablando acerca de tu padre y me explicó que podrías perder la corona por su culpa, que podrías pagar por los errores de él y de Elora. Eso me parece una estupidez, porque sé lo poderosa que eres y lo mucho que te preocupa la gente.

—Mmm… ¿gracias? —contesté, llena de incertidumbre.

—Tienes que llegar a convertirte en reina. Cualquiera que esté al corriente de lo que está sucediendo lo sabe. El problema es que la gran mayoría no entiende qué es lo que está pasando y eso es un gran obstáculo. —Tove se frotó la nuca y apoyó el peso de su cuerpo en la otra pierna—. Yo jamás intentaría privarte del trono; pase lo que pase, no te quitaré la corona. Además, te defendería de cualquiera que quisiera hacerlo.

No respondí. Nunca lo había oído hablar tanto, y no tenía nada claro adónde quería llegar con aquel discurso.

—Sé que estás enamorada de…, bueno, sé que no me amas —dijo con cautela—. Y la verdad es que yo tampoco a ti. Sin embargo, te respeto y me gustas.

—Tú también me gustas y por supuesto que me inspiras admiración —le dije, y él sonrió.

—Son muchas cosas y a la vez ninguna. —Tove respiró hondo—. No me estoy explicando bien. Es decir, lo haría porque necesitas a alguien que te apoye y te ayude a conservar el trono, y eso lo puedo hacer, pero… —Hizo una pausa—. Pero creo que… también lo haría porque…, porque quiero.

—¿Qué? —pregunté. Se volvió para mirarme cara a cara y posó sus ojos verdes en los míos.

—Tú te…, es decir, ¿te quieres casar? —preguntó—. ¿Conmigo?

—Yo, eh… —No sabía qué responder.

—Si me dices que no quieres, nada cambiará entre nosotros —agregó Tove de prisa—. Sólo te lo pregunto porque a mí sí que me parece una buena idea.

—Ajá —dije, aunque no sabía cuál iba a ser mi respuesta sino hasta que saliera de mi boca—. Quiero decir, sí, acepto. Lo haré… Sí, me casaré contigo.

—¿En serio? —preguntó sonriendo.

—Sí. —Tragué saliva y traté de corresponder su gesto.

—Bien. —Exhaló y volvió a mirar hacia el pasillo—. Es lo correcto, ¿verdad?

—Sí, eso creo —dije con mucha seriedad.

—Ajá —asintió—. Pero siento un gran nudo en el estómago.

—Creo que es normal.

—De acuerdo. —Volvió a asentir y me miró—. Bueno, en fin, no te entretengo más… Te dejaré ir… a hacer lo que necesites, y yo… también lo haré.

—Muy bien —contesté.

—Bueno, de acuerdo. —Palmeó distraídamente mi hombro y volvió a asentir. Luego se fue.

No tenía idea de dónde acababa de meterme. No estaba enamorada de Tove y sabía que él tampoco lo estaba de mí.

Sin embargo, ambos nos comprendíamos y sentíamos respeto mutuo, y eso ya era algo, para empezar. Pero lo más importante era que el reino necesitaba de aquel matrimonio. Elora estaba convencida de que casarme con Tove sería lo mejor para mí y para los Trylle.

Además, yo estaba obligada a hacer lo que más le conviniera a nuestro pueblo, y si aquello implicaba casarme con Tove, entonces accedería. Había un montón de personas peores con las que podría terminar uniéndome en matrimonio.

Me cambié de vestido y luego le pedí a Duncan que me acompañara a la biblioteca. Me ayudó a encontrar algunos buenos libros de historia de los Trylle, que comencé a leer de inmediato. Antes de la ceremonia de bautismo, Finn ya me había hecho revisar algunos textos, pero si pensaba gobernar a aquellas personas, tenía que entender quiénes eran.

Pasé el resto de la tarde en la biblioteca, tratando de reunir la mayor cantidad posible de información. Duncan se acurrucó en uno de los sillones y terminó quedándose dormido. Ya era algo tarde cuando lo desperté para que me acompañara a mi cuarto. En realidad, tampoco tenía muy claro cuánta seguridad me ofrecía así, adormilado, y de hecho me daba la impresión de que ni siquiera lo necesitaba, pero no podía dejarlo allí dormido.

A la mañana siguiente Tove y yo fuimos al salón del trono para proseguir con mi entrenamiento, y me alegré mucho de volver a la rutina. Duncan nos acompañó, y si se percibía algo de incomodidad entre mi entrenador y yo, mi rastreador no lo mencionó en ningún momento. Era una sensación extraña la de estar recién comprometida, pero Tove se esforzó por mantenerme ocupada para que no pensara en ello.

Había mejorado mucho con mis habilidades y cada vez me fortalecía más: levanté el trono del suelo con Duncan sentado en él, y no me costó tanto trabajo como antes. Un dolor me palpitaba un poco detrás de los ojos, pero lo ignoré.

Tove movió una silla; la hizo levitar en círculo para demostrarme lo que quería que hiciera, y por alguna razón pensé en Elora. Recordé lo débil y frágil que se la veía porque sus poderes la habían minado.

Por otra parte, era consciente también de que los Trylle necesitábamos hacer uso de nuestros dones para evitar volvernos locos; en el caso de Tove en particular, la única manera que tenía de mantener la cordura era haciendo un uso intenso de sus habilidades. Todo ello me producía mucha intranquilidad porque no quería acabar como mi madre, muriendo de vejez sin haber cumplido siquiera los cuarenta.

Cuando terminamos de practicar ya era tarde, y me sentía fatigada pero satisfecha. Mi fuerza se estaba incrementando y cada vez podía confiar más en mis habilidades, y aquello resultaba reconfortante.

Elora continuaba recuperándose en el salón de pintura, así que fui a visitarla allí. Ya no estaba recostada en la chaise longue, lo cual me pareció una buena señal. No obstante, había comenzado a pintar de nuevo.

La encontré sentada en un taburete delante de los ventanales, frente a su caballete, envuelta en un chal que se le había resbalado un poco y había dejado su hombro al descubierto, aunque ella no parecía haberse dado cuenta de ello. Su larga melena le caía sobre la espalda y ahora, más que negro, tenía un fulgor plateado.

—¿Estás segura de que deberías estar pintando? —le pregunté en cuanto entré al salón.

—Llevo varios días con una migraña espantosa y necesito deshacerme de ella. —Dio una pincelada larga que abarcó casi todo el lienzo.

Avancé hasta donde ella estaba para observar mejor la pintura, pero sólo había plasmado un cielo de color azul marino. Dejó de pintar y depositó el pincel sobre el caballete.

—¿Necesitas hablar conmigo acerca de algo, princesa? —Mi madre se volvió sobre el taburete para mirarme de frente, y pude comprobar con alivio que lo que parecían cataratas ya había desaparecido de sus ojos.

—No —contesté—. Sólo quería ver cómo estabas.

—Mejor —respondió con un profundo suspiro—. Jamás volveré a ser la misma, pero me siento mejor.

—«Mejor» ya es algo.

—Sí, supongo que sí. —Elora volvió a mirar a través de la ventana para contemplar las densas nubes.

El aguanieve y el viento habían amainado, pero los cielos continuaban grises, opacos. En el bosque, los arces y los olmos ya estaban desnudos y esperaban, casi muertos, la llegada del invierno; los árboles de hoja perenne que cubrían el acantilado parecían bastante frágiles a causa de las inclemencias que habían sufrido: tenían hielo en las ramas, y ello hacía que se doblaran hacia el suelo.

—Tove me ha propuesto matrimonio —le dije; volvió la cabeza de inmediato para ver mi expresión—. He aceptado.

—¿Has aceptado el trato? —Elora levantó las cejas, sorprendida pero satisfecha.

—Sí —asentí—. Es… es lo mejor para el reino, y es lo que debo hacer. —Volví a asentir, esta vez para convencerme—. Además, Tove es un chico excelente. Va a ser muy buen esposo.

Pero en cuanto terminé de decir la frase, noté que no tenía ni idea de lo que significaba ser un buen esposo. Casi no había convivido con parejas casadas y nunca había tenido novio; no sabía en qué categoría estaba Finn, pero seguramente su presencia no contaba demasiado.

Elora seguía mirándome, así que tragué saliva y sonreí forzadamente. No era el momento para preocuparme por no saber con exactitud a qué me había comprometido; ya tendría tiempo para investigar cómo ser una esposa antes de que nos casá ramos.

—Sí, estoy segura de que lo será —murmuró Elora, y regresó a su pintura.

—¿De verdad? —le pregunté.

—Sí —dijo dándome la espalda—. Yo no te voy a hacer lo que me hicieron a mí: si pensara que tienes que hacer algo terrible en beneficio de los Trylle, de todas formas tendría que pedirte que aceptaras, pero definitivamente te advertiría de qué se trata. No podría permitir que te metieras en algo a ciegas.

—Gracias —le dije con sinceridad—. ¿Te arrepientes de haberte casado con mi padre?

—Trato de no arrepentirme de nada, jamás —dijo con cansancio y levantó su pincel—. Dudar no es propio de una reina.

—¿Y por qué nunca te has vuelto a casar? —pregunté.

—¿Con quién?

Estuve a punto de mencionar a Thomas, pero aquello la habría enfurecido: jamás hubiera podido casarse con él porque era un rastreador y además ya tenía esposa. Por otro lado, sabía bien que el hecho de decírselo no la molestaría tanto como el que estuviera enterada de su amorío.

—¿Con Garrett? —pregunté, y ella emitió un sonido que casi pareció una risa—. Te ama y es un distinguido markis. Podrías casarte con él.

—No es tan distinguido —me aclaró—. Es amable, sí, pero el matrimonio no tiene que ver con eso. Ya te dije, princesa, que el amor no tiene nada que ver con casarse. El matrimonio es la alineación de dos bandos, y no tengo ninguna razón para alinearme con nadie más.

—¿Y no te gustaría casarte sólo por el gusto de hacerlo? —le pregunté—. ¿Nunca te sientes sola?

—Una reina puede estar en diversas situaciones, pero nunca sola. —Tomó el pincel y lo posó encima del lienzo como si fuera a pintar, pero no lo hizo—. No necesito amor ni un hombre para sentirme completa. Algún día tú también lo descubrirás, porque los pretendientes pueden ir y venir, pero tú seguirás allí.

Miré por la ventana sin saber qué añadir. Era un planteamiento noble y decoroso, pero de alguna manera estaba teñido de tintes trágicos: pensar que podría terminar sola y morir sin nadie a mi lado no me parecía nada reconfortante.

—Además, no me gustaría colocar a Willa en la línea de sucesión al trono —me explicó Elora sin dejar de pintar—. Y eso es lo que pasaría si me casara con Garrett. Willa se convertiría en princesa y en una opción válida para el trono; y eso es algo que jamás podría permitir.

—Willa no sería una mala reina —dije, aunque me extrañó darme cuenta de que lo decía de corazón.

Me había encariñado mucho con Willa desde que llegué, y creía que ella también me tenía cada vez más aprecio. Además, últimamente había comenzado a ver en mi amiga cierta bondad y perspicacia que jamás había imaginado que poseía.

—De cualquier modo, ella no será reina, y tú sí.

—Espero que eso no suceda pronto —le dije con un suspiro.

—Necesitas estar lista, princesa —dijo mirándome por encima del hombro—. Debes estar preparada para cuando llegue el momento.

—Lo intento —le aseguré—. Asisto a todas las juntas, no dejo de entrenar, y ya he comenzado a estudiar en la biblioteca. A pesar de todo, creo que no estaré preparada para ser reina hasta dentro de algunos años.

—No falta tanto tiempo —señaló Elora.

—¿A qué te refieres? —pregunté—. ¿Cuándo seré reina? ¿Cuánto tiempo falta?

—¿Ves esa pintura? —Elora señaló un lienzo que estaba apoyado contra una repisa, y que ya había visto en el salón.

Era una especie de retrato mío, a corta distancia; en él me parecía bastante a como era en ese momento, excepto por el vestido blanco que llevaba y por la corona plateada de diamantes que resposaba sobre mi cabeza.

—Sí, ¿y? Ambas sabemos que algún día seré reina.

—No, observa bien la pintura —dijo señalándola con el pincel—. Mira tu rostro. ¿Qué edad tienes?

—Creo que… —Me agaché frente al cuadro y agucé la mirada. No era fácil de decir, porque no veía ninguna diferencia entre el retrato y el rostro que veía en los espejos—. No lo sé —dije mientras me ponía de pie—. Podría tener veinticinco años, más o menos.

—Tal vez —dijo Elora—, pero yo tengo otra impresión.

—¿Y cuál es esa impresión? —pregunté. Me miró, pero sin revelar nada—. ¿Cómo me puedo convertir en reina?

—Eso sucede cuando los monarcas reinantes fallecen —dijo con mucha naturalidad.

—¿Quieres decir que seré reina cuando tú mueras? —le pregunté; el corazón me palpitaba con mucha fuerza.

—Sí.

—Entonces crees que… —Tuve que respirar muy hondo para poder seguir hablando—. Que vas a morir pronto.

—Sí. —Elora siguió pintando como si la pregunta que le acababa de hacer hubiera hecho referencia al tiempo, y no a la inminencia de su muerte.

—Pero… —Negué con la cabeza—. No estoy lista. ¡No me has enseñado todo lo que necesito saber!

—Por eso te he estado presionando, princesa, porque sabía que no contábamos con mucho tiempo. Tenía que ser estricta contigo para asegurarme de que podías asumir tu responsabilidad.

—¿Y ahora ya estás segura?

—Sí. —Volvió a mirarme—. No te asustes, princesa. No importa el obstáculo al que te enfrentes, jamás tengas miedo.

—No es miedo —mentí. El corazón se me salía del pecho; de pronto me mareé y no tuve más remedio que sentarme en el sofá que había detrás de mí.

—No voy a morir mañana —dijo Elora, un tanto molesta—. Todavía tienes algo de tiempo para aprender, pero debes concentrarte en tu entrenamiento. Además, tienes que escuchar con atención todo lo que yo te diga y obedecerme.

—No es eso lo que me preocupa —le dije, mirándola de frente—. Es que acabo de conocerte, apenas estamos comenzando a llevarnos bien y ahora… ¿vas a morirte?

—No te pongas sentimental, princesa —me reprendió—. No tenemos tiempo para eso.

—¿Tú no estás triste? —le pregunté. Las lágrimas comenzaban a aparecer en mis ojos—. ¿O asustada?

—Por favor, princesa. —Hizo un gesto de exasperación y se volvió hacia otro lado—. Tengo que pintar. Te sugiero que vayas a tu habitación y recobres la compostura. A una princesa ja más se la debe ver llorando.

Dejé a Elora sola para que terminara su pintura. Mi único consuelo era que sólo había dicho que a las princesas no se las debía ver llorando, no que tuvieran prohibido hacerlo. Me pregunté si aquel sería el motivo de que me hubiera pedido que la dejara sola: no para que yo me fuera a llorar a mi habitación, sino para que ella pudiera hacerlo también, sin testigos.