21

Confesiones

Me hubiera gustado hacerle más preguntas a Elora, pero parecía demasiado consumida. Jamás diría que estaba exhausta, pero era penosamente evidente que, para comenzar, debería estar durmiendo en lugar de conversando conmigo.

Hablamos un poco más y luego me disculpé para retirarme. Me detuve cuando llegué a la puerta y me volví hacia ella: mi madre ya se había echado en la chaise longue y se cubría los ojos con las manos.

Garrett aún esperaba fuera, dando vueltas por el pasillo; Thomas se encontraba un poco más lejos para no molestar al novio de mi madre, y Aurora y Finn hacía rato que se habían marchado.

—¿Cómo se encuentra? —me preguntó Garrett.

—Ella… está bien, creo. —En realidad no lo sabía con certeza—. Ahora está descansando, y eso es lo único que importa.

—Muy bien —asintió Garrett. Se quedó mirando un rato el salón de pintura, que se hallaba cerrado, y volvió a dirigir a mí sus preocupaciones—. ¿Habéis podido hablar sin dificultades?

—Ajá —contesté, frotándome la nuca. No estaba segura de qué pensar.

Elora me había tratado con frialdad desde el día en que nos conocimos, hasta el punto de que yo había llegado a creer que me odiaba. Ahora no estaba tan segura; desconocía cuáles eran sus sentimientos hacia mí.

No era mucho mayor que yo cuando la casaron con un hombre que le triplicaba la edad, al que ni siquiera conocía y que resultó ser cruel y despiadado, pero ella había sacrificado su felicidad y bienestar por su reino.

Luego lo había arriesgado todo para defender a una hija que aún estaba por nacer: para salvarme a mí. Sus padres habían perdido la vida en cuestión de meses a manos de su propio esposo, y todo por un bebé al que ni tan siquiera vería crecer.

Me preguntaba si me odiaría, si de alguna manera me cargaba con las culpas por la muerte de sus padres y por todos los problemas que Oren le había causado desde que nací.

No sabía si Elora y sus padres habían tenido una buena relación, pero antes de la ceremonia de bautismo Elora me había sugerido que adoptara el nombre de su madre, Ella.

Para colmo, le había perdonado la vida a Loki, cuyo padre había sido el causante de que la madre de Elora fuera asesinada, y de que ella y yo también hubiéramos estado a punto de perder la vida. Y a pesar de todo ello, no se había vengado de Loki cuando había tenido la oportunidad de hacerlo. Todas estas cosas me estaban haciendo pensar que tal vez la había juzgado con demasiada severidad.

A partir de aquel momento me quedó más claro por qué Elora ponía tanto énfasis en la perfección y en que yo llegara a ser reina: muchas personas habían sacrificado demasiado para garantizar que algún día yo asumiera el trono de los Trylle.

Se me hizo un nudo en el estómago porque comprendí lo desagradecida que debía de haberle parecido. Después de todo lo que ella, su familia y todo el pueblo Trylle habían hecho por mí, yo se lo estaba pagando de aquella manera.

En los ojos de Garrett se reflejaba su preocupación, y mientras lo observaba con detenimiento caí en la cuenta de algo más: su esposa, la madre de Willa, había muerto mucho antes de que su hija volviera a casa, y eso me llevó a preguntarme si no habría sido durante alguna de aquellas batallas que mi padre había librado contra los Trylle, es decir, si Garrett no habría perdido a algún ser amado por mi culpa.

—Lo siento —le dije con ojos llorosos.

—Pero vaya, ¿y qué podrías tú lamentar? —Garrett se acercó a mí y, sorprendido por la demostración de mis emociones, colocó la mano en mi brazo.

—Elora me lo ha contado todo —le dije, y tragué saliva con dificultad—. Me ha explicado lo que sucedió con Oren, y yo… lo siento.

—Pero ¿por qué? —preguntó Garrett de nuevo—. Todo eso pasó antes de que tú nacieras.

—Lo sé, pero creo que… debería haberme comportado mejor. Que debería ser mejor persona —corregí—. Después de todo por lo que habéis pasado, merecéis tener una gran reina.

—Bueno, eso es verdad —admitió Garrett con una tenue sonrisa—. Y ahora que lo sabes, seguramente andemos por buen camino. —Bajó la cabeza para mirarme a los ojos—. Estoy seguro de que algún día serás una excelente soberana.

No sabía si creerle, pero de lo que sí estaba segura era de que debía hacer todo lo necesario para que así fuera. No pensaba decepcionar a mi reino. Sencillamente no podía hacerlo.

Dejé a Garrett cuidando de Elora; Thomas se quedó fuera del salón haciendo guardia, pero respetó la intimidad de la pareja.

Duncan, Willa y Matt me esperaban junto a la escalinata. En cuanto vi el rostro de Matt, me vine abajo: comencé a llorar a mares y él me abrazó con fuerza.

Cuando conseguí calmarme, me llevaron a mi habitación. Duncan llevó té caliente, y lo obligué a sentarse y a beber una taza con nosotros; detestaba verlo actuar como si fuera un sirviente. Willa se acurrucó en la cama junto a mí, y su forma de consolarme me hizo echar de menos a mi tía Maggie.

—Entonces, ¿está agonizando? —preguntó Matt. Estaba apoyado en mi escritorio y jugaba con la taza vacía entre las manos.

No estaba segura de cuánto sabían Duncan y Willa acerca de mis orígenes, ni si estaban informados de que nuestras habilidades nos causaban daño. No quería hablar de más y preocuparlos, especialmente a Matt, así que no mencioné los datos más relevantes, tan sólo les dije que Elora estaba enferma.

—Eso creo —contesté. No es que ella me hubiera dicho eso exactamente, pero lo cierto era que había envejecido con demasiada rapidez y en aquel momento daba la impresión de tener setenta años, y eso después incluso de que la sanara Aurora Kroner.

—Qué pena —dijo Duncan, que se había sentado en el arcón al pie de mi cama.

—¿Estabas hablando con ella y se desvaneció de repente, así sin más? —preguntó Willa. Tenía el codo apoyado en la almohada junto a mí, pero levantó la cabeza un poco más para poder mirarme.

—Sí —asentí—. Lo peor de todo es que estaba discutiendo con ella cuando sucedió.

—Ay, cariño. —Willa se estiró para tocar mi brazo—. Pero sabes que no fue culpa tuya, ¿verdad?

—¿Te ha explicado por qué se está muriendo? —preguntó Matt. La arruga en su ceño se hizo más profunda: intuía que no les estaba contando todo.

—Ya conoces a Elora —contesté encogiéndome de hombros—. Nunca entra en detalles.

—Eso es verdad. —Matt respiró hondo. La respuesta parecía haberle satisfecho—. Es sólo que no me agradan las enfermedades misteriosas.

—Bueno, a nadie le gustan, Matt —dijo Willa con un tono ligeramente irónico.

—¿Y por qué estabas discutiendo con la reina? —preguntó Duncan, cambiando así el tema de la conversación. Lo agradecí hasta que reparé en la respuesta: que tenía que casarme con Tove Kroner.

—Ay, demonios. —Me eché para atrás, y se oyó un sonido sordo cuando golpeé contra la cabecera.

—¿Qué te pasa? —preguntó Willa.

—Nada. —Negué con la cabeza—. Fue sólo un desacuerdo sin importancia. Eso es todo.

—¿Sin importancia? —Matt se acercó y se sentó en la cama, junto a mis pies—. ¿Como cuánto?

—Ya sabes, lo típico —balbuceé—. Elora quiere que yo sea mejor princesa; más puntual y cosas así.

—Bueno, es cierto: necesitas ser más puntual —coincidió Matt—. Maggie siempre te lo decía.

Volver a recordar a Maggie me provocó una punzada en el corazón. No hablaba con ella desde que habíamos regresado a Förening; Matt sí, pero yo evitaba sus llamadas. Por supuesto que estaba muy ocupada, pero la verdadera razón para postergar comunicarme con ella era porque sabía que escuchar su voz sólo haría que su ausencia me resultara más dolorosa.

—¿Cómo está Maggie? —pregunté, tratando de ignorar el dolor que la mención de su nombre me provocaba.

—Está bien —dijo Matt—. Se ha instalado en Nueva York con unos amigos, pero sigue muy confundida respecto a lo que sucede. Yo no dejo de insistirle en que todo está bien, que nos encontramos a salvo, y que no debe preocuparse por nada.

—Bien.

—Pero necesitas hablar con ella —me dijo Matt con una mirada severa—. Yo ya no puedo seguir haciendo de mensajero.

—Lo sé. —Rasqué la pintura descascarillada de mi taza de té, y bajé la mirada—. Es que no sé qué le voy a decir cuando me pregunte dónde estamos, o si vamos a regresar, o cuándo volveré a verla.

—Yo tampoco tengo respuestas, pero me las arreglo —dijo Matt.

—Wendy ha tenido un día muy duro —dijo Willa saliendo en mi auxilio—. Creo que no es el momento adecuado para sermonearla respecto a lo que debería hacer.

—Tienes razón. —Matt le sonrió ligeramente antes de darse la vuelta y me miró con dulzura—. Lo siento, Wendy, no pretendía apenarte.

—No te preocupes, tienes razón —le dije—. Sólo estás haciendo lo que debes.

—La verdad es que ya no estoy seguro de cuál es mi deber ahora —agregó Matt abrumado.

Alguien llamó a la puerta y Duncan dio un salto para ir a abrir.

—Detente, Duncan —dije con un suspiro— no eres el mayordomo.

—Tal vez no, pero tú continúas siendo la princesa —contestó al tiempo que abría la puerta de mi habitación.

—Espero no interrumpir —dijo Finn dirigiéndose a mí e ignorando a Duncan.

En cuanto posó sus ojos oscuros en los míos, sentí que me faltaba el aire. Se quedó parado junto a la puerta: llevaba el cabello ligeramente revuelto y su impecable chaleco tenía una mancha oscura de la sangre de Elora.

—No, en absoluto —respondí mientras me incorporaba un poco más.

—De hecho estábamos… —comenzó a decir Matt en un tono áspero.

—De hecho estábamos a punto de irnos —interpuso Willa. Bajó de la cama, y a pesar de que Matt la miró muy serio, ella se limitó a sonreír—. Acabábamos de recordar que tenemos algo pendiente que hacer en tu habitación. ¿No es así, Matt?

—De acuerdo —rezongó y se levantó. Finn se echó a un lado para que ellos pudieran salir; Matt aprovechó la proximidad para lanzarle una mirada de advertencia—. Pero estaremos al otro lado del pasillo.

Willa sujetó a Matt de la mano y estiró de él; Finn, como siempre, permaneció inmutable ante sus amenazas, lo cual sólo consiguió que mi hermano se enfadara aún más.

—Vamos, Duncan —dijo Willa mientras sacaba a Matt de la habitación.

—¿Cómo? —preguntó Duncan, aunque en seguida entendió lo que se esperaba de él—. Ah, sí. Princesa, estaré…, eh…, fuera.

Duncan cerró la puerta para dejarme a solas con Finn. Me enderecé por completo y me deslicé hasta sentarme al borde de la cama, con las piernas colgando. Finn permaneció en silencio junto a la puerta.

—¿Necesitabas algo? —pregunté con cautela.

—Quería saber cómo te encuentras. —Finn me miró de aquella manera que me hacía bajar la guardia por completo; preferí mirar al suelo.

—Teniendo en cuenta la situación, estoy bien.

—¿Te ha explicado algo la reina? —me preguntó.

—No estoy segura —contesté negando con la cabeza—. No sé si algún día llegaré a entender este mundo.

—¿Te ha dicho que está grave? —preguntó Finn, y el mero hecho de escucharlo de su boca lo empeoró todo.

—Sí —contesté con voz entrecortada—. Eso es lo que me ha dicho. Y también me ha contado por fin qué es lo que me hace tan especial: me ha explicado que soy la mezcla perfecta de los Trylle y los Vittra; que tengo el linaje más excepcional.

—Y no querías creerme cuando te decía que eres especial. —Aquella era la peculiar manera de Finn de hacer una broma; sonrió ligeramente.

—Supongo que tenías razón. —Me puse a arreglarme el pelo, porque al echarme sobre la cama me había despeinado; me pasé los dedos entre los rizos.

—¿Y qué piensas sobre todo ello? —preguntó Finn mientras se acercaba más al pie de mi cama. Se detuvo junto al poste, y sin fijarse tocó el edredón de satén.

—¿Te refieres a qué pienso sobre ser el premio para ambos bandos en una épica batalla entre trols?

—Bueno, si hay alguien que puede lidiar con eso, eres tú —me aseguró.

Lo miré de frente: sus ojos lo traicionaban y me revelaron parte de la estimación que sentía por mí. Deseé lanzarme a sus brazos y sentir que me cubría con ellos, que me protegía como si fuera un escudo de granito. Deseé besar sus sienes y su rostro; sentir el roce de su barba contra mi piel.

Pero a pesar de lo mucho que deseaba todo aquello —tanto, que incluso llegaba a dolerme—, sabía que tenía que convertirme en una gran princesa, y aquello significaba mantener el control; incluso aunque hacerlo me quitara la vida.

—Elora quiere que me case con Tove —le confesé. No había planeado decírselo de aquella manera, pero sabía que de todos modos él se encargaría de arruinar el momento, que rompería el hechizo bajo el que estábamos, antes de que yo sucumbiera a él.

—Entonces ¿te lo ha dicho al fin? —preguntó Finn con un profundo suspiro.

—¿Qué? —parpadeé, sorprendida por su pregunta—. ¿A qué te refieres? ¿Ya te habías enterado? ¿Hace cuánto que lo sabes?

—No lo recuerdo con exactitud —respondió negando con la cabeza—. Creo que hace mucho que lo sé; incluso antes de conoceros a ti y a Tove.

—¿Qué? —Me quedé mirándolo anonadada. Ni siquiera era capaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar la confusión y la ira que estaba experimentando en mi interior.

—El matrimonio fue arreglado hace algún tiempo: la unión entre el markis Kroner y la princesa Dahl —me explicó Finn con toda calma—. Aunque Aurora Kroner siempre lo ha deseado, creo que el pacto no se cerró hasta hace tan sólo algunos días. La reina sabía que fortalecer ese vínculo era su única posibilidad para asegurar el trono y mantenerte a salvo.

—¿Y tú estabas enterado de ello? —repetí, incapaz de asimilarlo—. ¿Sabías que ella quería que me casara con alguien, y jamás me lo dijiste?

—No me correspondía hacerlo —explicó, confundido por mi reacción.

—Tal vez no te correspondía como rastreador, pero sí como alguien que me había besado y me había acariciado precisamente en esta cama —exclamé al tiempo que la señalaba—. Sí, creo que te correspondía avisarme de que me esperaba un matrimonio de conveniencia.

—Wendy, te dije muchas veces que nosotros no podíamos estar juntos…

—¡Decir eso no es lo mismo, y lo sabes! —le grité—. ¿Cómo pudiste ocultármelo, Finn? Tove es tu amigo; es mi amigo, ¿y jamás se te ocurrió comentarlo?

—No. No quería influir en la opinión que tuvieras de él.

—¿A qué te refieres con influir?

—Temí que comenzaras a despreciarlo para molestar a tu madre; la verdad es que no quería que eso llegara a suceder. Deseaba que estuvieras a gusto con él —dijo Finn—. Aunque os casaréis sin amor, al menos ahora sois amigos. Tal vez tengáis una buena vida juntos.

—¿Tú deseabas… qué? —Sentía el corazón partido por la mitad. Perdí el habla durante un rato; ni siquiera podía abrir la boca—. Entonces también tú esperas que me case con él.

—Sí, por supuesto —respondió Finn en un tono casi fatigado.

—Y ni siquiera vas a tratar de… —Me tragué las lágrimas y me volví hacia otro lado—. Cuando Elora me lo ha dicho, he discutido con ella. Y lo he hecho por ti.

—Lo siento, Wendy. —Su voz sonaba grave y dificultosa. Se acercó un poco a mí y levantó la mano como si fuera a tocarme, pero luego se arrepintió—. Creo que serás feliz con Tove. Él puede protegerte.

—¡Cuánto me gustaría que todos dejarais de hablar de él de esa manera! —Exasperada, me deslicé sobre la cama—. ¡Tove es una persona! ¡Estamos hablando de su vida! ¿Acaso no se merece algo más que ser el perro guardián de alguien?

—Francamente, me puedo imaginar cosas mucho peores que casarse contigo —dijo Finn en voz baja.

—Ya basta —sacudí la cabeza— no bromees. No seas condescendiente. —Lo fulminé con la mirada—. Me ocultaste esto, y lo que es peor aún, no luchaste por mí.

—Ahora ya sabes por qué no puedo hacer eso, Wendy. —Sus negros ojos ardían, y tenía los puños cerrados a los costados—. Ahora estás al tanto de quién eres y de lo que significas para este reino. No puedo pelear por algo que no me pertenece; en especial por lo mucho que significas para nuestro pueblo.

—Tienes razón, Finn, no te pertenezco —asentí mirando al suelo—. No le pertenezco a nadie. Tengo la oportunidad de elegir. Y tú también. Y no tienes derecho a privarme de esa elección ni a decirme con quién debo casarme.

—Yo no arreglé este matrimonio —dijo Finn asombrado.

—Pero crees que debo casarme con él, y por eso no has hecho absolutamente nada para impedirlo —agregué, encogiéndome de hombros—. Visto de esa forma, incluso tú mismo pudiste haberlo concertado.

Enjugué mis lágrimas y él continuó en silencio. Me acosté en la cama y me volví para darle la espalda. Al cabo de varios minutos, lo oí salir y cerrar la puerta detrás de sí.