20
Dinastía
Thomas fue el primero en entrar. Conseguí colocar a Elora en el suelo, y en ese instante empezó a sacudirse como si tuviera un leve ataque.
Me agaché junto a ella, pero Thomas me apartó para atenderla. Me apoyé en el sofá mientras él trataba de revivirla, y comencé a rezar para que mi madre se repusiera.
—Wendy —dijo Finn.
Ni siquiera lo había oído entrar. Levanté el rostro con los ojos llorosos, y me extendió la mano; se la tomé y permití que me ayudara a ponerme en pie.
—Trae a Aurora Kroner —le dijo Thomas a su hijo—. Ahora.
—Sí, señor —asintió.
Finn todavía me tenía cogida de la mano, por lo que aprovechó para sacarme de la habitación. Caminó con premura porque el tiempo era fundamental; sentía las piernas adormecidas y vacilantes, pero las obligué a apresurarse.
—Busca a Tove o a Willa, incluso a Duncan —me dijo Finn cuando llegamos al vestíbulo—. Vendré a por ti después.
—¿Qué le está pasando a Elora? —pregunté.
—No tengo tiempo para explicártelo, Wendy. —Finn negó con la cabeza; en sus ojos se veía el dolor—. Te buscaré en cuanto tenga algo de que informarte.
—Está bien, vete —asentí para que se apresurara.
Finn salió corriendo por la puerta principal, y me dejó sola y asustada en el vestíbulo.
Duncan me encontró exactamente en el mismo lugar en el que Finn me había dejado. Se había enterado del colapso de Elora por otros rastreadores, quienes de inmediato se pusieron en alerta máxima; los oí inspeccionando todo el palacio, pero aquel era otro asunto. Mi madre tal vez estaba a punto de morir.
Duncan sugirió que subiéramos a mi habitación, pero yo no quería alejarme tanto; necesitaba estar cerca por si sucedía algo. Nos sentamos en la sala y trató de consolarme, pero fue inútil.
Finn llegó unos minutos después con Aurora, y ambos atravesaron el vestíbulo corriendo. El vestido de Aurora ondeaba detrás de ella a cada paso que daba, y su cabello también, pues llevaba el peinado deshecho.
Garrett y Willa se presentaron poco después; él fue a ver cómo estaba Elora, y Willa se sentó conmigo. Estrechó mis hombros y no dejó de recordarme lo fuerte que era mi madre: nada podría detenerla.
—Pero… ¿qué sucederá si muere? —le pregunté mientras miraba distraídamente la chimenea apagada que tenía enfrente.
En la sala hacía mucho frío a causa del viento helado que golpeaba las ventanas. Duncan estaba arrodillado frente a los leños: llevaba varios minutos tratando de encender la chimenea.
—No va a morir —dijo Willa, y me abrazó con más fuerza.
—No, Willa, en serio —insistí—. ¿Qué va a pasar si la reina muere?
—Eso no sucederá —repitió Willa con una sonrisa forzada—. No tenemos que preocuparnos por eso en este momento.
—Ya casi lo he conseguido. En seguida estará encendido el fuego —mintió Duncan para cambiar de tema.
—Es de gas, Duncan —le dijo Willa— sólo tienes que girar la perilla.
—Ah. —Duncan siguió sus instrucciones y de pronto una brillante llama cubrió los leños.
Me fijé en la sangre de Elora que había salpicado mi blusa, y me sorprendió reconocer lo asustada que estaba. No quería que muriera.
Ella siempre parecía tan fuerte y daba la impresión de tenerlo todo tan bajo control, que llegué a preguntarme cuánto dolor estaría sintiendo. Nos habíamos reunido en el salón de pintura y no en el estudio, como habría querido: era obvio que no se sentía suficientemente bien para moverse. Tal vez no hubiera debido levantarse ni forzarse en absoluto, y mucho menos discutir conmigo. Quizá era yo quien había provocado que su salud empeorara.
¿Por qué no me había comentado que estaba demasiado débil? En realidad, ya conocía la respuesta: para ella, su sentido de la responsabilidad estaba por encima de cualquier otra cosa.
—Princesa. —Finn disipó mi reflexión con su llamada. Estaba en la entrada de la sala y parecía abatido.
—¿Está bien? —Salté y me separé de Willa en cuanto lo vi aparecer.
—Ha pedido verte. —Finn señaló el salón de pintura sin mirarme a los ojos.
—Entonces ¿está consciente? ¿Sigue viva? ¿Cómo se encuentra? ¿Sabe lo que le ha sucedido? ¿La ha sanado Aurora? —pregunté. Hablé tan rápido que Finn no pudo responderme, pero no hallaba la manera de calmarme.
—Creo que ella preferiría contestarte por sí misma —dijo sin más rodeos.
—Sí, es su estilo —asentí. Estaba consciente y deseaba verme. Aquello era una buena señal.
Willa y Duncan me sonrieron para reconfortarme, pero no podían ocultar su ansiedad. Les dije que volvería pronto y que estaba segura de que todo saldría bien. No sabía si era verdad, pero tenía que apaciguar sus miedos de alguna forma.
Caminé con Finn hasta llegar al salón; sus pasos eran lentos y contenidos. Yo hubiera querido correr a ver a Elora, pero me obligué a caminar con calma. Me envolví en mis propios brazos y luego los froté con las manos.
—¿Está enfadada conmigo? —le pregunté a Finn.
—¿La reina? —Pareció extrañado—. No, por supuesto que no. ¿Por qué habría de estarlo?
—Estábamos discutiendo cuando… Tal vez si no la hubiera contrariado, ella no habría enfermado… tanto.
—No, no fuiste tú quien provocaste esto. —Finn negó con la cabeza—. De hecho, fue muy bueno que estuvieras con ella porque solicitaste ayuda de inmediato.
—¿A qué te refieres? —le pregunté.
—Pediste ayuda con tus pensamientos —me explicó al tiempo que se daba unos golpecitos en la frente—. Estábamos demasiado lejos, por lo que si no lo hubieras hecho así, no nos habríamos enterado. Elora estaría mucho peor si tú no hubieras estado con ella en el salón.
—¿Qué le ha sucedido? —le pregunté sin rodeos—. ¿Lo sabes?
—Ella misma te lo explicará.
Pensé que debía presionar a Finn para que me diera más información, pero ya casi habíamos llegado a la habitación y además el momento no parecía apropiado para discutir con él.
Finn parecía muy cambiado, y se le veía más apacible y preocupado. Volvió a bajar la guardia, y a pesar de que yo no estaba de humor para aprovechar su nueva actitud, disfruté mucho de encontrarme junto a él de nuevo sin aquella enorme muralla que solía levantar entre nosotros. Lo echaba de menos.
Aurora salió del salón antes de que entráramos. Su piel, que por lo general estaba inmaculada, ahora se veía de un tono casi gris; tenía los ojos vidriosos y el cabello le colgaba en despeinadas ondas alrededor del rostro. Se apoyó en la pared para sostenerse y jadeó varias veces.
—¿Marksinna? —Finn se acercó a ella con presteza, y la ayudó a mantenerse en pie—. ¿Se encuentra bien?
—Sólo estoy fatigada —contestó Aurora al tiempo que Finn la ayudaba a acomodarse en una silla del pasillo. La marksinna se movía como si fuera una anciana, y cuando se sentó, sus huesos crujieron—. ¿Podrías llamar a mi hijo? Necesito acostarme y quiero que me lleve a casa.
—Sí, por supuesto —dijo Finn, y me miró disculpándose—. Princesa, ¿no hay problema si te dejamos sola con la reina?
—En absoluto —respondí— por favor, ve a buscar a Tove. Yo estaré bien.
Finn se apresuró a ir a por Tove para que ayudara a la marksinna, y yo entré en el salón. Me sentí un poco culpable por dejar a Aurora sola en el pasillo, en particular porque parecía encontrarse muy agotada, pero mi prioridad era mi madre.
La puerta del salón estaba abierta, por lo que permanecí unos instantes mirando desde fuera.
Elora estaba recostada en su chaise longue tal como la había encontrado un rato antes cuando había llegado para conversar con ella. En esta ocasión, sin embargo, la cubría una manta negra. Su cabello, normalmente negro como una ala de cuervo, ahora se veía tan canoso que apenas dejaba entrever unos mechones negros. Ya le habían enjuagado la sangre del rostro, y cuando llegué, tenía los ojos cerrados.
Garrett estaba sentado junto a ella, en una silla que había acercado lo más posible a la cabeza de Elora. Entre las manos tenía una de las manos de ella, y no dejaba de contemplarla con angustia y adoración. Su cabello parecía más despeinado que de costumbre y en su camisa había un poco de la sangre de mi madre.
Al otro lado de la chaise longue estaba Thomas vigilando. Tenía la misma actitud estoica de los otros rastreadores cuando se encontraban de guardia; no obstante, tenía la mirada fija en Elora. Sus ojos no mostraban la misma intensidad que los de Garrett, pero algo brillaba en ellos, algún rescoldo de aquello que había ocurrido entre él y Elora años atrás.
Mi madre abrió los ojos y al primero que miró fue a Thomas. Garrett tensó la mandíbula y apretó los dientes, pero no dijo nada; ni siquiera soltó la mano de la reina.
—¿Elora? —pregunté con timidez al entrar en el salón.
—Princesa. —Su voz sonaba débil, pero aun así trató de sonreír.
—¿Deseabas verme? —pregunté.
—Sí. —Trató de incorporarse, pero Garrett la detuvo colocando la mano en su hombro.
—Necesitas descansar, Elora —le dijo.
—Estoy bien. —Elora lo ignoró, pero volvió a recostarse—. Necesito hablar en privado con mi hija. ¿Nos podríais dejar un momento a solas?
—Sí, Majestad —dijo Thomas e hizo una reverencia—. Pero, por vuestro bien, no os exaltéis, por favor.
—Por supuesto, Thomas. —Elora le sonrió angustiada y él volvió a inclinarse antes de salir.
—Estaré en el pasillo por si me necesitas —dijo Garrett; sin embargo, dudó al pararse. No se habría dirigido hacia la puerta de no haberle lanzado Elora una mirada—. Si necesitas algo, llámame o envía a la princesa, ¿de acuerdo?
—Si eso hará que salgas más rápido, entonces sí, de acuerdo —dijo Elora con un suspiro.
Garrett se detuvo cuando pasó junto a mí. Me dio la impresión de que quería decirme algo, aunque tal vez sólo deseara pedirme que mantuviera la calma. Elora repitió su nombre y él se apresuró a llegar a la puerta. La cerró detrás de sí y entonces me senté junto a mi madre.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunté.
—Es obvio que he tenido mejores días. —Elora se arropó bien y se acomodó en la chaise longue—. Pero viviré para luchar un día más y eso es lo que importa.
—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué te has desmayado?
—¿Qué edad crees que tengo? —me preguntó posando sus ojos en los míos. Unos días antes los había visto casi de color negro, pero ahora eran de un gris vidrioso que parecía síntoma de cataratas.
Era difícil adivinar qué edad tendría. Yo le había calculado, cuando la conocí, unos cuarenta y tantos o unos muy bien llevados cincuenta, pero incluso así, detrás de sus asombrosos rasgos se adivinaba una naturaleza antigua.
Ahora que yacía en su chaise longue completamente frágil y agotada, Elora parecía bastante mayor. Casi una anciana, aunque por supuesto no pensaba mencionárselo.
—Mmm… ¿tal vez cuarenta?
—Eres muy gentil, pero una pésima mentirosa. —Se incorporó un poco sin llegar a sentarse—. Vas a tener que mejorar bastante en ese aspecto. La triste realidad es que para ser un buen líder, se tiene que saber mentir.
—Ya tendré tiempo para practicar mi expresión teatral —le dije—. Pero tienes buen aspecto, si es eso lo que me estás preguntando. Tal vez sólo cansada, exhausta.
—Así es como me siento —confesó Elora con desgana—. Y apenas tengo treinta y nueve.
—¿Treinta y nueve qué? —le pregunté confundida. Apoyó la cabeza en la mano para poder mirarme.
—Treinta y nueve años —agregó con una amplia sonrisa—. Te has quedado pasmada: no te culpo. Sin embargo, me sorprende que no lo hayas descubierto antes. Te dije que me había casado con tu padre siendo muy joven. Te tuve a los veintiún años.
—Pero… —tartamudeé—. ¿Tiene eso algo que ver con lo que te está pasando? ¿Estás envejeciendo con demasiada rapidez?
—No exactamente —dijo, y frunció los labios—. Es el precio que pagamos por nuestros dones. Al usarlos, nos van socavando y nos envejecen.
—Todo eso que haces, como comunicarte con telepatía y mantener prisionero a Loki… ¿te está matando? —le pregunté.
—Me temo que sí —asintió.
—Entonces ¿por qué utilizarlo? —Hubiera deseado gritarle pero mantuve la voz tan neutra como pude—. Puedo entender que te defiendas, pero ¿llamar a Finn con telepatía? ¿Por qué hacer algo que te destruye?
—La telepatía no consume tanta energía —dijo Elora, desestimando mi comentario—. Y lo que de verdad me agota, como retener a un prisionero, es algo a lo que recurro sólo cuando es estrictamente necesario. La pintura de precognición es el mayor problema, y es justo lo que no puedo controlar.
Miré varias pinturas que Elora tenía apoyadas en las ventanas: también tenía una habitación repleta de sus cuadros al otro lado del pasillo.
—¿A qué te refieres con que no puedes controlarlo? —le pregunté—. No lo uses.
—No puedo ver las visiones; tan sólo invaden mi cabeza —explicó señalando su frente—. Es como una oscuridad desesperante que me invade hasta que las pinto y las saco de mí. No puedo evitar que me lleguen, e ignorarlas es demasiado doloroso. Si tratara de retenerlas en mi cabeza, me volvería loca.
—Pero también te están matando —agregué a la vez que me hundía en mi asiento—. ¿Para qué enseñarles a otros Trylle a usar sus habilidades, si eso significa que se debilitarán y envejecerán?
—Ese es el precio —dijo con un suspiro—. Si no las aplicamos, nos volvemos locos, y si lo hacemos, envejecemos. Cuanto más poderosos somos, mayor es nuestra desgracia.
—¿Qué quieres decir? ¿Que me volveré loca si me detengo?
—En realidad no sé qué sucederá contigo. —Elora apoyó la barbilla en una mano y se volvió para mirarme a los ojos—. También eres hija de tu padre.
—¿Qué? —Sacudí la cabeza—. ¿Te refieres a que también tengo sangre Vittra?
—Precisamente.
—Tove me habló sobre ellos. Me explicó que son muy fuertes, pero ese no es mi caso. —De pronto recordé todas las peleas en las que me había visto envuelta durante mi ilustre vida escolar, y la verdad era que me habían golpeado tanto como yo lo había hecho a otros—. No, no soy fuerte.
—Algunos de ellos poseen fuerza física, claro —aclaró Elora—. Por ejemplo, el tal Loki Staad es bastante fuerte. Si mal no recuerdo, para cuando empezó a caminar ya podía levantar un piano de cola.
—Ajá. Pues yo no puedo hacerlo.
—Oren no es así. Él es… —No terminó la frase, pero se quedó reflexionando—. Ya lo conociste. ¿Qué edad crees que tiene?
—No lo sé —contesté y me encogí de hombros—. Tal vez sea unos cuantos años más joven que tú.
—Tenía setenta y seis cuando nos casamos… hace veinte años —dijo Elora.
—No puede ser. ¿Cómo? —Me puse en pie—. ¿Me estás diciendo que tiene casi cien años? ¿Tiene más del doble de tu edad? ¿Y tú pareces mayor y él aparenta ser más joven? ¿Cómo es eso posible?
—Es algo así como inmortal.
—¿Es inmortal? —quedé anonadada.
—No, princesa, he dicho que es algo así como inmortal —repitió Elora con cautela—. Oren envejece, pero a un ritmo muchísimo más lento. Por si fuera poco, sana con mucha rapidez y es muy raro que se lastime. Es uno de los últimos Vittra de sangre pura que nacieron.
—Por eso soy tan especial, y por eso no te preocupaste en absoluto cuando te dije que mi madre anfitriona había intentado asesinarme. —Coloqué ambas manos en el respaldo de la silla para apoyarme—. Crees que soy como él.
—Tengo la esperanza de que seas como ambos —confesó Elora—. Tendrás las habilidades Trylle para mover y controlar objetos, y los dones Vittra para sanar y tener la suficiente fortaleza para controlarlos.
—Demonios. —Las manos me temblaban, por lo que decidí sentarme—. Ahora ya sé lo que sienten los caballos de carreras. Yo no fui concebida: fui diseñada genéticamente.
Elora desestimó mi acusación con un ademán.
—No, no fue exactamente así.
—¿En serio? —le pregunté con una intensa mirada—. Por eso te casaste con él, ¿no es cierto? Para crearme: una pequeña arma biológica perfecta. Y cuando me tuviste, lo dejaste e intentaste conservarme para ti sola. De eso se trata toda esta guerra que vivimos ahora, ¿verdad? Es una lucha para decidir quién me controlará, ¿no?
—No, te equivocas —negó Elora con la cabeza—. Me casé con tu padre porque tenía dieciocho años y mis padres me obligaron a hacerlo. Al principio Oren se comportaba con amabilidad y toda la gente me decía que era la única forma en que terminaríamos con la guerra. Si me casaba con él, podía impedir que se continuara derramando sangre. Por eso acepté.
—¿Derramamiento de sangre? —pregunté—. ¿Y por qué peleaban los Vittra y los Trylle?
—Los Vittra están en decadencia. Sus habilidades se desvanecen y el dinero se les acaba. Asimismo, Oren siempre ha creído que tiene derecho a tomar lo que quiera —Elora hizo una pausa para recuperar el aliento—, y siempre deseó lo que nos pertenecía: nuestra riqueza, nuestra gente.
»Sin embargo, lo que más anhelaba, por encima de todo, era mi poder —continuó—. En aquel tiempo, era mi madre quien poseía la hegemonía. Cuando ella se negó a aceptarlo como pareja, no dejó de atacarnos. Solíamos ser una nación con ciudades por todo el mundo, pero Oren nos redujo a unos cuantos centros aislados.
—¿Y aun así te casaste con él, con un hombre que estaba matando a tu pueblo, porque tu madre no lo aceptaba como esposo?
—Nadie me explicó todo eso cuando me comprometieron con Oren, pero él había accedido a la paz si le entregaban mi mano en matrimonio —explicó Elora—. Mis padres creían que no tenían otra opción y Oren supo convencerlos; tal vez no posee el poder de la telepatía, pero es muy persuasivo cuando se lo propone.
—Entonces te casaste con él y unisteis vuestros pueblos. ¿Qué fue lo que salió mal? —pregunté.
—Algunas de nuestras ciudades se negaron a unirse a los Vittra y armaron revueltas —dijo Elora—. Mis padres seguían siendo los reyes y trataron de razonar con los rebeldes. Nos enviaron a Oren y a mí como embajadores para convencerlos de que nuestra visión era pertinente.
»Cuando llegamos a la primera ciudad, la gente nos cuestionó; a él especialmente —prosiguió—. Oren logró hechizarlos con su encanto, y yo eché mano de la persuasión para convencer hasta a nuestros más ardientes detractores para que se unieran a la alianza con los Vittra; más adelante descubrimos que aquello había sido un error fatal.
»Nunca amé a Oren, pero le tenía mucha estima al principio de nuestro matrimonio. Pensaba que llegaría a amarlo algún día. Sin embargo, nunca me di cuenta de lo mucho que se esforzaba por parecer amable: a medida que pasaba el tiempo, su máscara comenzó a desmoronarse.
»Nos detuvimos en una villa en Canadá y tuvimos una reunión con los Trylle de la zona, de la misma forma que veníamos haciendo en otras comunidades. —Elora hizo una pausa y dirigió la mirada a la ventana para contemplar el clima helado—. Todos estaban allí, incluso los niños mänsklig, los rastreadores y sus familias.
»Alguien le preguntó a Oren qué esperaba obtener con todo aquello, y por alguna razón que alguien lo cuestionara lo sacó de quicio. —Elora exhaló con fuerza y bajó la mirada—. Comenzó a gritarles y a atacarlos; los asistentes se defendieron y… Oren los asesinó a todos. Sólo sobrevivieron dos personas.
»Oren manipuló la historia y tuve que seguirle el juego porque no sabía qué hacer. Mis padres me convencieron de que lo necesitábamos para mantener la paz. Era mi esposo, y además me había convertido en cómplice del asesinato de nuestra propia gente sólo porque no me había atrevido a enfrentarme a él; si lo hubiera hecho, me habría matado a mí también, pero claro, eso no cambia la realidad: no hice nada para salvarlos.
—Lo lamento —dije. No sabía cómo responder a la confesión que acababa de escuchar.
—A Oren lo convirtieron en héroe de guerra, y yo… —Elora dejó la frase inconclusa. Se limitó a acariciar distraídamente la manta que la cubría.
—¿Por qué te quedaste con él? —pregunté.
—¿Te refieres a después de descubrir que me había casado con un monstruo? —me preguntó Elora con una sonrisa triste—. No era entonces como soy ahora. Era mucho más confiada y estaba dispuesta a tener esperanza, a creer y a seguir a otros. Eso es algo que le tengo que agradecer a tu padre: me hizo comprender que tenía que convertirme en una líder.
—¿Qué fue lo que te hizo abandonarlo finalmente?
—Oren hizo un esfuerzo cuando regresamos. Trató de ser bueno, o al menos tanto como podía. No me golpeaba ni me insultaba. Seguía controlando todo lo que pensaba y decía, pero estábamos en paz. Ya no había guerra ni muerte. En aquel momento me pareció que terminar con las contiendas a cambio de un mal matrimonio valía la pena; estaba dispuesta a seguir así con tal de que nadie más muriera.
»Pero luego me quedé embarazada y todo cambió. —Elora se reacomodó en su chaise longue—. No me había dado cuenta de que lo único que Oren siempre había querido eras tú: jamás había advertido que su mayor interés era conseguir al heredero perfecto para su trono. Llevábamos intentando tener hijos casi tres años antes de poder concebirte, y la espera lo tenía abrumado.
»En cuanto se enteró de que tendría un hijo, algo en su interior se modificó por completo. —Elora chasqueó los dedos para ilustrar la situación—. Se volvió todavía más dominante, no me permitía abandonar la habitación jamás. De hecho, era tanto el temor que tenía de perderte, que ni siquiera quería que saliera de la cama.
»Mi madre y yo comenzamos a buscar familias para acomodarte. Sabía que tendría que dejarte como changeling, pero no porque esa fuera la costumbre, sino porque no podía permitir que Oren te criara. —Elora sacudió la cabeza—. Por supuesto, Oren no quería separarse de ti: te deseaba para él solo.
»Entonces, cuando el rey, mi padre, decretó que tendrías que ser entregada como changeling al igual que todos los anteriores herederos al trono, Oren me llevó consigo a Ondarike y me recluyó como prisionera allí.
»Dos semanas antes de que nacieras, mi madre y mi padre lograron sacarme de su castillo. Mi padre murió en la batalla, junto con otros valerosos Trylle. Mi madre me llevó con una familia a la que llevaba un tiempo investigando en secreto: los Everly. Fue un intercambio muy apresurado, pero me pareció que poseían todo lo que necesitarías.
»Después de que nacieras… —Mi madre hizo una pausa, profundamente sumergida en sus recuerdos.
—¿Qué? —la presioné para que continuara hablando.
—Fue lo mejor para ti —dijo—. Sé que tuviste dificultades con tu familia anfitriona, pero no tuve tiempo de elegir mejor. Tenía que ocultarte de tu padre.
—Gracias —dije sin mucha convicción.
—Me fui en cuanto naciste. Tu abuela consiguió abrazarte, pero yo ni siquiera tuve esa oportunidad; debíamos apresurarnos para que los Vittra no pudieran rastrear tu esencia. Fuimos a un lugar seguro, un chalet en Canadá. Oren no lo conocía porque mientras vivió en Förening nunca llegamos a confiar en él lo suficiente como para revelarle todas nuestras guaridas. —Mi madre cerró los ojos y respiró hondo—. A pesar de todo, finalmente encontró el lugar.
»Y ese markis que tan simpático te parece… —Elora señaló hacia el cuarto de Loki—. Fue su padre quien condujo a Oren hasta el lugar donde nos ocultábamos. Gracias a él los mataron a todos.
»Oren asesinó a mi madre delante de mí y juró que se apoderaría de ti en cuanto regresaras. —Elora tragó saliva—. Sólo me permitió vivir porque quería que lo viera cumplir su promesa; quería que supiera que era él quien había vencido.