19

Arreglos

Me llevó bastante tiempo conseguirlo, pero finalmente logré convencer a Duncan de que no se fuera. Cuando lo encontré estaba practicando su discurso de renuncia; se sentía aterrado al pensar que podía habernos decepcionado a la reina o a mí, pero en cuanto le expliqué que no lo había hecho en absoluto, aceptó quedarse en el palacio.

El resto de aquel día lo pasé siguiendo cada una de sus sugerencias, incluida la de relajarme de forma tranquila; aquello significaba que, aunque mi mente fuera a mil por hora, tenía que quedarme echada en la cama y asistir con él a un maratón de capítulos de una vieja comedia familiar.

Lo cierto es que aquel descanso me hizo mucho bien, porque a pesar de que al día siguiente aún no había recuperado toda mi energía, parecía lo suficientemente fresca para que Tove decidiera continuar con el entrenamiento.

Durante nuestra sesión le expliqué que había logrado emplear la telepatía con Duncan, pero que sólo había funcionado cuando estaba irritada. Siguiendo aquella lógica, Tove pasó toda la mañana tratando de molestarme para que repitiera la hazaña. En alguna ocasión funcionó, pero la mayor parte del tiempo terminé enfadadísima sin que consiguiéramos ningún avance nuevo.

Estábamos listos para ir a almorzar cuando llegó Thomas, que se había hecho cargo de la seguridad de Elora desde su regreso al palacio. Mi madre lo había enviado en mi busca.

—Y bien… —traté de iniciar una conversación banal sobre cualquier cosa mientras nos dirigíamos al salón de pintura de mi madre—. ¿Qué tal está siendo la vuelta?

Me volví para mirarlo: llevaba el cabello castaño perfectamente peinado hacia atrás, lo que lo hizo a mis ojos parecido a Finn, pero sus rasgos eran mucho más finos. Entonces, de pronto me pasó por la cabeza la loca idea de que… parecía un gigoló.

—Este lugar era muy diferente cuando yo vivía aquí —contestó Thomas con la misma naturalidad con que Finn solía responder a mis preguntas.

—¿Ah, sí?

—A la reina le gusta redecorar —dijo.

—Nunca me ha dado la impresión de que le interesara ese asunto —agregué con honestidad.

—La gente no siempre es lo que parece.

Carecía de respuesta para aquello, así que continuamos caminando en silencio hasta el salón. Thomas me abrió la puerta, y cuando entré encontré a Elora recostada en la chaise longue.

—Gracias, Thomas. —Elora le sonrió, y me dio la impresión de que aquel era el gesto más sincero que jamás le hubiera visto hasta entonces.

Thomas se inclinó antes de irse, pero no dijo nada. Aquello me pareció casi triste, o lo hubiera sido si no me importara que mi madre tuviera un amorío con un hombre casado.

—¿Querías verme? —le pregunté a Elora y me senté en el sofá más cercano a ella.

—Sí. Hubiera deseado reunirme contigo en mi estudio, pero… —Sacudió la cabeza y dejó la frase inconclusa, como si yo supiera a qué se refería. Se la veía agotada, pero no en tan malas condiciones como la última vez. Al parecer estaba mejorando.

—¿Has tenido algún avance con los Vittra? —le pregunté.

—Sí, en efecto. —Elora estaba recostada, pero se incorporó ligeramente—. He contactado con su reina. Aprecia mucho al markis Staad por razones que desconozco, y está dispuesta a hacer un intercambio para recuperarlo.

—Esa es una excelente noticia —dije, aunque mi emoción parecía algo forzada. Estaba contenta de saber que no se ejecutaría a Loki, pero me extrañó descubrir que me entristecía la idea de verlo partir.

—Así es —coincidió conmigo, pero tampoco ella parecía feliz del todo; más bien sonaba cansada y melancólica.

—¿Sucede algo? —pregunté solícita, pero ella negó con la cabeza.

—No, de hecho todo está… como debe ser. —Elora alisó las arrugas de su vestido y sonrió débilmente—. Los Vittra han accedido a no llevar a cabo más ataques hasta la coronación.

—¿La coronación? —pregunté.

—Sí, la coronación en la que te convertirás en reina —explicó Elora.

—Pero no seré reina hasta dentro de bastante tiempo aún, ¿verdad? —sondeé; sólo de pensarlo me invadían los nervios. A pesar de todo el entrenamiento que estaba recibiendo en los últimos días, todavía no me consideraba en absoluto preparada para gobernar—. Falta bastante para ello, ¿no es cierto?

—Así es. —Elora sonrió sin ganas—. Pero recuerda que el tiempo siempre encuentra la manera de acercarse con sigilo.

—No tengo ninguna prisa. —Me recosté en el sillón—. Puedes conservar la corona todo el tiempo que quieras.

—Lo haré. —Elora rio con ganas, pero su risa sonó hueca y triste.

—Espera, no lo entiendo, ¿dices que el rey ha accedido a mantener la paz hasta después de que me convierta en reina? —cuestioné—. ¿No será entonces demasiado tarde para secuestrarme?

—Oren siempre ha creído que puede tomar lo que le venga en gana —explicó Elora—. Sin embargo, siempre ambiciona lo más valioso, y tú lo serás cuando te conviertas en reina. Tal vez cree que entonces serás una aliada mucho más poderosa.

—¿Y por qué me habría de convertir en su aliada?

—Porque eres su hija —contestó, casi arrepentida—. Oren no ve ninguna razón para que no llegues a pensar como él. —Elora me miró, pero sus oscuros ojos parecían distantes—. Debes protegerte, princesa, confiar en la gente que te rodea y defenderte por todos los medios posibles.

—Eso trato de hacer —le aseguré—. Tove y yo hemos estado entrenando toda la mañana, y me ha dicho que lo estoy haciendo muy bien.

—Tove es muy poderoso —concedió Elora—. Por eso es esencial que lo mantengamos cerca de ti.

—Pues ya está a sólo un pasillo de distancia —señalé.

—Es poderoso —reiteró Elora—, pero carece de la fortaleza necesaria para ser líder.

—Yo no estoy tan segura de eso —agregué encogiéndome de hombros—. Es muy perspicaz.

—Pero divaga y a veces actúa de forma irracional. —Elora extravió la mirada durante un momento—. A pesar de todo, es leal y te apoyará.

—Sí… —No entendía qué era lo que trataba de decirme—. Tove es un joven excelente.

—Me alegra oírte decir eso. —Elora exhaló y se frotó las sienes—. No me veía con fuerzas de discutir hoy contigo.

—¿Discutir? ¿Sobre qué? —pregunté.

—Sobre Tove. —Elora me miró como si todo aquello fuera demasiado obvio—. ¿No te lo he dicho?

—¿Decirme el qué? —me incliné hacia delante, totalmente confundida.

—Pensaba que te lo había dicho, hace apenas un instante. —Frunció el ceño, y pude notarle aún más arrugas—. Todo está sucediendo demasiado rápido.

—¿De qué estás hablando? —Me levanté porque sus frases inconexas comenzaban a preocuparme—. ¿A qué te refieres?

—Apenas acabas de llegar. Creí que tendría más tiempo. —Elora negó con la cabeza—. Pero bueno, de todas maneras, ya está todo arreglado.

—¿Qué tratas de decirme? —insistí.

—Tu matrimonio. —Elora me miró: parecía no entender por qué no comprendía a qué se estaba refiriendo—. Tú y Tove os casaréis en cuanto cumplas dieciocho años.

—Un momento. —Levanté las manos y di un paso hacia atrás, en un reflejo defensivo—. ¿Qué?

—Es la única forma. —Elora bajó la mirada y sacudió la cabeza; con aquel gesto trataba de darme a entender que había hecho todo lo posible por evitarlo. Y considerando lo mucho que odiaba a Aurora, la madre de Tove, lo más probable era que fuera cierto que lo hubiera intentado todo—. Es la única manera de proteger el reino y la corona.

—¿Qué? —repetí—. Pero si cumpliré dieciocho años dentro de tres meses.

—Por suerte, Aurora lo organizará todo —dijo Elora agobiada—. Tendrá lista la boda del siglo para entonces.

—No, Elora. —Agité las manos—. ¡No me puedo casar con Tove!

—¿Por qué no? —Me miró, pestañeando con fuerza.

—¡Porque no estoy enamorada de él!

—El amor es un cuento de hadas que los mänks les cuentan a sus hijos para poder tener nietos —dijo Elora, y me ignoró—. El amor no tiene nada que ver con el matrimonio.

—Pero no puedes esperar que yo… —Suspiré y sacudí la cabeza—. No puedo.

—Debes hacerlo. —Elora se apoyó en un brazo para levantarse y luego, antes de ponerse en pie, se sostuvo un momento en la chaise longue, como si creyera estar a punto de caer. Cuando se sintió segura, avanzó hacia mí—. Es la única manera, princesa.

—¿La única manera de qué? —cuestioné—. No, prefiero no ser reina a casarme con alguien a quien no amo.

—¡No digas eso! —dijo Elora con brusquedad. El veneno habitual volvió a sus palabras—. ¡Una princesa jamás debe decir algo así!

—Bien… ¡pues no puedo hacerlo! ¡Me niego a casarme con él! ¡O con cualquier otro, a no ser que sea yo quien lo quiera!

—Escúchame, princesa. —Elora me tomó de los brazos y me miró directamente a los ojos—. Los Trylle están convencidos de que deberíamos enviarte con los Vittra porque su rey es tu padre, y ese el único argumento que Aurora necesita para derrocarte.

—A mí no me interesa la corona —insistí—. Nunca me ha importado.

—En cuanto te derroquen, te exiliarán y terminarás viviendo con los Vittra. Sé que tú no ves al markis Staad como alguien malvado —continuó Elora—, y tal vez tengas razón, pero el rey sí lo es. Viví con él tres años y lo dejé cuando naciste. Sabía lo que eso significaría para nuestro reino, pero tuve que hacerlo. Eso te dará una idea de su maldad.

—No volveré con los Vittra —exclamé—. Me mudaré a Canadá, a Europa o a donde sea.

—Él te encontraría —dijo Elora—, y aunque no lo hiciera, si te fueras sería el fin de nuestro pueblo. Tove es poderoso pero no lo suficiente para gobernar un reino o para enfrentarse a Oren. Los Vittra atacarían y destruirían a los Trylle: el rey nos mataría a todos, en especial a la gente que amas.

—Eso no lo puedes saber. —Retrocedí para alejarme de su contacto.

—Sí lo sé, princesa. —Tenía la mirada fija en mí, y no cabía duda de su sinceridad.

—¿Tuviste una visión? —le pregunté, y luego miré alrededor para buscar la pintura. Quería que alguno de los cuadros me mostrara la devastación que había visto Elora.

—Vi que te necesitan —dijo— te necesitan para sobrevivir.

Jamás la había notado tan desesperada y eso me espantó terriblemente. Tove me agradaba pero no estaba enamorada de él; además, no quería casarme con alguien a quien no amaba, particularmente si existía la posibilidad de que estuviera enamorada de otra persona.

Pero Elora me estaba suplicando que lo hiciera. No tenía dudas acerca de lo que me estaba diciendo, y odiaba admitirlo, pero su argumento era sólido.

—Elora… —Tenía la boca seca y me fue difícil tragar saliva—. No sé qué decir.

—Cásate con él, princesa —ordenó Elora—. Tove te protegerá.

—Pero no me puedo casar con alguien sólo para que sea mi guardaespaldas —expliqué con calma—. Tove merece ser feliz, y a mí también me gustaría tener esa oportunidad.

—Princesa, yo no… —Elora cerró los ojos con fuerza y se puso los dedos en las sienes—. Princesa.

—Lo siento, no estaba tratando de discutir contigo —dije.

—No, princesa, yo… —Extendió el brazo y se sujetó del respaldo del sofá para no caer.

—¿Elora? —Me apresuré a llegar a su lado, y coloqué mi mano en su espalda—. ¿Qué sucede, Elora?

Su nariz sangraba, pero no se trataba de una simple hemorragia: era como si se le hubiera reventado una arteria. Tenía los ojos en blanco y su cuerpo estaba flácido. De pronto se desplomó y apenas alcancé a atraparla en mis brazos.

—¡Ayudadme! —grité—. ¡Alguien!…

«¡Ayuda!».