18
Secretos
A la mañana siguiente Duncan necesitó unos veinte minutos para despertarme, más o menos; o al menos eso fue lo que me dijo más tarde, cuando ya estaba en pie. Primero había probado llamando a la puerta, pero no funcionó porque ni siquiera lo oí. Tampoco lo había logrado sacudiéndome. Y ya estaba medio convencido de que había muerto cuando apareció Tove y me echó agua fría en la cara.
—¡¿Qué demonios?! —grité al tiempo que me incorporaba.
El agua me chorreaba por la cara y tuve que parpadear varias veces hasta que conseguí ver a Tove y a Duncan sujetándose la cabeza; el corazón me palpitaba con fuerza y necesité apartarme el cabello del rostro.
—Lo has vuelto a hacer —dijo Tove, frotándose las sienes.
—¿El qué? —pregunté—. ¿Qué sucede?
—Has vuelto a abofetearme con la mente. —Tove hizo una mueca y Duncan bajó las manos—. Te hemos asustado para que despertaras y nos has lanzado un contraataque dormida. Ya se está desvaneciendo.
—Lo siento. —Me bajé de la cama con el pijama empapado—. Pero eso no explica lo del agua.
—Es que no conseguía despertarte —me explicó Duncan, nerviosísimo—. Temí que hubieras muerto.
—Te dije que no estaba muerta. —Tove lo miró fijamente y luego estiró la mandíbula para aliviar el dolor de la bofetada mental que le había asestado sin querer.
—¿Te encuentras bien? —Duncan se acercó a mí para comprobar si mostraba alguna herida.
—Sí, estoy bien —asentí—. Aparte de estar empapada, claro, y de que aún me siento igual de cansada.
—Hoy no vamos a entrenar —me informó Tove.
—¿Cómo? —le pregunté incisivamente—. ¿Por qué? Si precisamente ahora estaba comenzando a obtener algunos logros.
—Lo sé, pero también es verdad que todo esto te está agotando demasiado —me explicó—. Te podrías lesionar un músculo o algo así. Mañana seguiremos practicando.
Traté de protestar, aunque sin demasiada convicción; además, por más que lo hubiera intentado, no habría conseguido que Tove cambiara de opinión por mí. A pesar de que había dormido bastante bien, seguía extenuada. Tenía la sensación de que un lado entero de mi cabeza estaba aletargado, como si la mitad de mi cerebro siguiera dormido, aunque era evidente que no era así, porque en ese caso se hubiera tratado de un colapso cerebral; no obstante, necesitaba hacer una pausa.
Tove se fue para dedicarse a lo que generalmente hiciera en su tiempo libre, y Duncan me prometió un día de descanso aun a mi pesar.
Lo primero era cambiarme de ropa y darme una ducha. Cuando salí lo encontré sentado en mi cama desarreglada, y en cuanto me vio, comenzó a enumerar una a una todas las actividades tranquilas a las que podíamos dedicar el día; sin embargo, ninguna de ellas me sonó divertida.
—¿Tú dirías que hablar con amigos es relajante? —le pregunté mientras me secaba los rizos con una toalla; quería dejarme el cabello suelto porque todavía me dolía la cabeza.
—Sí —dijo Duncan con algo de vacilación.
—Genial, pues entonces ya sé lo que voy a hacer. —Arrojé la toalla a la silla más cercana, y él se deslizó hasta el borde de la cama.
—¿Qué? —Aguzó la mirada; como no me había entusiasmado ninguna de sus ideas, seguramente sentía recelo de lo que le propondría.
—Voy a hablar con un amigo —contesté.
—¿Con cuál? —Duncan se levantó de la cama y me siguió hasta la puerta, casi pisándome los talones.
—Un amigo. —Me encogí de hombros y salí al pasillo.
—Pero… si no tienes muchos amigos —señaló Duncan; fingí sentirme ofendida, y él notó lo desafortunadas que habían sonado sus palabras—. Lo siento.
—No te preocupes, en el fondo creo que tienes razón —dije mientras pasábamos junto a los cuartos de Rhys y de Matt.
—Oh, no. —Duncan negó con la cabeza cuando comprendió adónde me dirigía—. Princesa, se supone que tienes que relajarte. Además, ese markis Vittra definitivamente no es un amigo.
—Pero tampoco es exactamente un enemigo. Sólo quiero conversar con él.
—Princesa… —Suspiró—. Es una mala idea.
—Gracias por tus comentarios, Duncan, los tengo en cuenta. Y no querría que pensaras que me gusta ejercer mi autoridad sobre ti, pero soy la princesa y no puedes detenerme.
—Bajo ninguna circunstancia se te permitirá verlo —dijo Duncan mientras caminaba a unos pasos detrás de mí—. La reina previno a los guardias después de tu charla con él.
—Si no te parece bien, no tienes por qué acompañarme.
—¿Cómo quieres que no vaya contigo? —En lugar de hacerme caso, Duncan aceleró el paso—. No puedo permitir que te encuentres con él a solas.
—Gracias por preocuparte, pero te aseguro que estaré bien. —Me volví para mirarlo—. No quiero meterte en problemas ni nada por el estilo. Tal vez sería mejor que te quedaras.
—No, eso no sería lo mejor —me dijo, mirándome con severidad—. Mi labor es protegerte, princesa, no al revés. Tienes que dejar de preocuparte por mi seguridad.
En el preciso instante en que llegábamos a la escalinata oímos un estruendo en la puerta principal. Aquello era muy extraño porque casi nadie llamaba a golpes; por lo general hacían sonar el timbre, que imitaba del sonido de unas campanas tubulares.
Lo más extraño fue que Elora llegó hasta el vestíbulo circular y se dirigió a la puerta; su largo vestido negro se arrastraba detrás de ella sobre el suelo de mármol.
Duncan y yo seguíamos en el primer piso y Elora estaba justo debajo de nosotros. Me agaché detrás de la baranda para que no me viera, y mi rastreador hizo lo mismo. Desde donde me encontraba, podía ver con toda claridad a mi madre a través del entramado de madera.
Estaba sola, y se detuvo un momento para mirar a su espalda antes de abrir la puerta. Su rostro parecía más relajado y rejuvenecido que la última vez que nos habíamos visto, pero su cabello tenía dos mechones de canas más.
—¿Por qué ha venido ella misma a abrir la puerta? —susurró Duncan—. ¿Por qué no la acompaña un guardia?
—¡Shh! —Con un ademán le dije que se callara.
En cuanto Elora vio que no había nadie cerca, abrió la puerta. En aquel momento se coló un gélido viento que inundó el vestíbulo, y tuvo que sujetar bien la puerta para que no se le escapara.
Entonces entró una mujer y Elora volvió a cerrar con el mayor sigilo que pudo. La visitante llevaba una capa de color verde oscuro que le cubría la cabeza y hacía imposible reconocerla; su largo vestido de color vino parecía de satén, y llevaba el borde sucio y húmedo a causa de la lluvia.
—Menos mal que al final has podido venir a pesar del clima. —Elora le sonrió y utilizó su habitual tono altivo y condescendiente.
Luego se acomodó el cabello para ocultar mejor sus mechones blancos; la mujer no habló, pero Elora le señaló el primer piso. Y aquello resultó aún más incomprensible, porque siempre atendía sus asuntos en la planta baja del ala sur. En aquella ocasión, sin embargo, la reina pensaba conducir a la mujer directamente a su habitación.
—Vamos —le indicó mi madre mientras emprendían el camino—. Tenemos mucho de que hablar.
Tomé a Duncan del brazo y lo arrastré por el pasillo antes de que Elora empezara a subir por la escalinata; lo que encontramos más cerca donde escondernos fue un pequeño armario que servía para guardar escobas, así que abrí la puerta tratando de no hacer ruido.
Una vez estuvimos dentro, cerré la puerta casi por completo, dejando una pequeña rendija para espiar. Duncan estaba pegado a mi espalda, y también trataba de mirar hacia el pasillo; tuve que darle un codazo para que me permitiera respirar.
—¡Ay! —exclamó con un gesto de dolor.
«¡Silencio!», lo reprendí.
—No hace falta que me grites —susurró.
—Yo no… —Estaba a punto de decirle que no le había gritado, cuando descubrí que ni siquiera había abierto la boca: sencillamente lo había pensado y él me había oído. Era lo mismo que Elora solía hacer siempre.
«¿Duncan, puedes escucharme?», pregunté mentalmente para probar. Sin embargo, no respondió; sólo se quedó parado de puntillas, mirando por encima de mí.
Habría tratado de intentarlo de nuevo, pero justo entonces oí que Elora llegaba a la cima de la escalinata y me centré en ella; como quedó entre el armario de las escobas y su invitada, no pude ver el rostro de la otra mujer, que todavía llevaba puesta la capa verde.
Después de que pasaran por donde nos habíamos escondido, esperé un poco antes de abrir la puerta y me asomé al pasillo: sólo pude ver sus siluetas a lo lejos. Pasaron junto al rastreador que vigilaba el cuarto de Loki, el único guardia que había en aquella planta.
Por más que la planta baja estaba repleta de rastreadores y siempre había un guardia o dos en cualquier lugar en el que uno se hallara, el primer piso, por el contrario, solía estar vacío.
—¿Por qué habrá traído Elora a alguien aquí arriba? —me preguntó Duncan al tiempo que salía del armario detrás de mí.
—No lo sé —respondí negando con la cabeza—. ¿Se te ocurre adónde pueden dirigirse?
—No; la reina nunca me ha invitado a pasar a su zona personal —explicó Duncan.
—Ya, a mí tampoco.
Así pues, decidí que tenía que seguirla e investigar la causa de aquella excesiva discreción. Me pegué con sigilo a la pared y fui avanzando sin despegarme lo más mínimo; Duncan me seguía. Debíamos de tener una pinta de lo más ridícula, como los personajes de cómic cuando tratan de esconderse detrás de delgados árboles y rocas diminutas.
Elora abrió las enormes puertas al final del pasillo y me quedé paralizada: aquello era su habitación, o al menos eso me habían dicho, ya que jamás había entrado allí. Continué presionándome contra la pared y por suerte Elora no levantó la vista cuando se volvió para cerrar la puerta.
—¿Qué diablos hace? —pregunté.
—Yo podría preguntarte lo mismo —dijo Loki sin que lo esperara en absoluto.
Su cuarto se encontraba a unas cuantas puertas de distancia de donde Duncan y yo tratábamos de ocultarnos; cuando me volví lo vi apoyado en el marco de la puerta. Era lo más lejos que se atrevía a salir. Su guardia lo miró con recelo en cuanto vio que se dirigía a mí.
Como tenía puesta toda mi atención en Elora, había olvidado que Loki también estaba alojado en aquel piso. Me separé de la pared, traté de enderezarme y de paso acomodé mis rizos lo mejor que pude: aún seguían húmedos.
—Este asunto no te incumbe. —Lenta y deliberadamente, caminé hacia Loki; él me sonrió con complicidad.
—A mí me da lo mismo, pero tú y tu amiguito —Loki señaló a Duncan con un ademán— parecéis alumnos expulsados de la Escuela de Espías marca Acme.
—Cuánto me alegro de que te dé lo mismo —dije cruzándome de brazos.
—Tengo curiosidad, sin embargo. —Loki frunció el ceño con genuino interés—. ¿Por qué estás espiando a tu propia madre?
—No tenéis por qué responder a sus preguntas, princesa —dijo el guardia mientras observaba de reojo a Loki—. Puedo cerrar la puerta para que sigáis vuestro camino.
—No, estoy bien. —Le sonreí con amabilidad al guardia antes de volver a lanzar una severa mirada a Loki—. ¿Has podido ver con quién estaba mi madre?
—No. —Su sonrisa se hizo mucho más amplia—. Y adivino que tú tampoco.
—Princesa, creo que esta actividad no es nada relajante —intervino Duncan.
—Ya te he dicho que me encuentro bien, Duncan.
—Pero, princesa…
«¡Duncan!». Mi telepatía había vuelto a activarse; me sorprendió mucho, pero traté de aprovecharla mientras durara. Me volví en dirección a mi rastreador y repetí: «Estoy bien. Ahora, por favor, llévate a este guardia a algún otro lugar».
—Está bien —dijo Duncan con un suspiro, y se dirigió al guardia—. La princesa necesita estar a solas con el prisionero.
—Pero tengo órdenes estrictas de…
—Es la princesa —agregó Duncan—. ¿De verdad quieres discutir con ella?
Ni Duncan ni el guardia querían irse, pero cuando lo hicieron, mi rastreador me miró fijamente mientras el otro continuaba insistiendo en el aprieto en que se metería si la reina llegaba a enterarse de aquello.
—Veo que has aprendido un truco nuevo —señaló Loki con una sonrisa.
—Conozco más trucos de los que puedas imaginar —dije, y él arqueó la ceja en señal de aprobación.
—Si quieres enseñarme alguno, ya sabes que mi puerta siempre está abierta para ti. —Loki señaló su cuarto y se hizo a un lado, invitándome a pasar.
Sin saber exactamente por qué, acepté la oferta: entré, y casi lo rocé al pasar junto a él. Me senté en la cama porque no había sillas, pero lo hice lo más erguida que pude. No quería sentirme demasiado cómoda o darle una impresión errónea.
—Siéntete como en casa, princesa —dijo en tono burlón.
—Estoy en casa —le recordé—. Este es mi hogar.
—Por el momento —asintió Loki. Luego se sentó en la cama cerca de mí, pero yo me retiré casi a un metro de distancia—. Ya veo cómo son las cosas.
—Tove me habló sobre ti —le confesé—. Sé lo poderoso que eres.
—¿Y a pesar de eso has venido a mi cuarto sola? —preguntó. Luego se recostó apoyándose en los codos y me observó.
—También tú sabes lo poderosa que soy yo —respondí en mi defensa.
—Muy buen punto.
—El rey te asignó la misión de vigilarme porque está al tanto de tus capacidades —señalé—, y sin embargo me dejaste ir.
—¿Es eso una pregunta? —Loki se volvió en otra dirección y retiró una pelusilla de su camisa negra.
—No. Tengo muy claro que sucedió tal como he dicho. —No le quité la mirada de encima porque esperaba que me revelara algo de forma inesperada, pero Loki se limitó a mostrarse aburrido y huraño—. Quiero saber por qué lo hiciste.
—Princesa, cuando has entrado en mi cuarto pensaba que querrías jugar un poco, no hablar de política. —Hizo un puchero y se echó a un lado para poder mirarme con desánimo.
—Hablo en serio, Loki —gruñí.
—Yo también. —Se enderezó y aprovechó la oportunidad para acercarse más a mí. Una de sus manos estaba ya detrás de mí, y su brazo prácticamente rozaba mi espalda.
—¿Por qué te empeñas en no decirme por qué me dejaste ir? —le pregunté, tratando de mantener la voz lo más neutra posible a pesar de la forma en que Loki me estaba mirando.
—¿Y por qué te interesa tanto saberlo? —replicó en un tono serio y profundo.
—Porque sí. —Tragué saliva—. Necesito saber si todo esto es una especie de juego.
—¿Y qué pasaría si lo fuera? —Mantuvo sus ojos fijos en los míos, pero levantó la barbilla en señal de desafío—. ¿Harás que me ejecuten?
—No, sabes bien que no —le dije.
Loki inclinó la cabeza, me observó con detenimiento y de pronto hizo un gesto de revelación.
—Te abruma sólo pensarlo, ¿no es eso?
—Así es. Y ahora, ¿vas a decirme de una vez por qué me dejaste escapar?
—Tal vez por la misma razón por la que tú no quieres matarme.
—No te comprendo.
Hubiera querido negar con la cabeza, pero tenía miedo de perder el contacto visual con él. En realidad no le estaba aplicando ninguna persuasión, pero había logrado captar su atención, y no tenía intención de perderla pues eso tal vez significara que Loki dejaría de hablar.
—Creo que sí lo comprendes, princesa. —Tragó saliva y respiró hondo antes de continuar—. Sé lo que se siente cuando se es prisionero y pensé que sería agradable dejar escapar a alguien, para variar.
—Eso puedo creérmelo —admití—, pero entonces ¿por qué has venido a buscarme? ¿Por qué me permitiste huir, para luego rastrearme de nuevo?
—Ya te lo dije: órdenes del rey.
—¿Y te envió aquí solo?
—No, no exactamente. —Loki se encogió de hombros, pero no me quitó la mirada de encima; sus ojos casi atravesaban los míos—. Fui yo quien le pedí que me dejara venir solo. Le convencí de que confiabas en mí y que podría lograr que vinieras conmigo.
Mi corazón se detuvo por un instante y supe que debería haberme sentido nerviosa o molesta con él, pero sin embargo no fue así.
—¿Y lo sigues creyendo?
—No lo sé, pero ahora que lo dices, no me lo había planteado. Lo único que sabía era que si Oren enviaba a otros para que me acompañaran, no se detendrían hasta capturarte, y eso no me pareció justo.
—Entonces ¿no vas a tratar de llevarme a Ondarike por la fuerza? —pregunté.
Loki entrecerró los ojos como si de verdad lo estuviera pensando.
—No. Eso me ocasionaría muchos inconvenientes.
—¿Muchos inconvenientes? —Arqueé una ceja—. ¿Acaso no te bastaría con hacer que me desmayara y llevarme sobre tu hombro? Quizá era esa tu intención cuando llegaste aquí, antes de permitir que te apresaran.
—No permití que me apresaran —dijo riéndose—. Es evidente que no opuse tanta resistencia como cabía esperar, pero no tenía otra opción mejor. En realidad no quería llevarte conmigo. Sólo deseaba que pareciera así para que el rey no tuviera ninguna razón para matarme.
Incliné la cabeza y lo observé con atención.
—Entonces, ¿sólo estás aquí para salvar tu pellejo?
—Eso parece, ¿no es así?
—¿Me has hecho algo? —pregunté.
Me sentía un poco mareada y noté mi pulso muy acelerado. Sus ojos de color caramelo casi me tenían hipnotizada, y el estómago me revoloteaba; era una sensación que sólo había experimentado con Finn, pero me negué a creer que algo parecido me estuviera sucediendo con Loki: que me sintiera atraída hacia él. Por eso prefería creer que me había hechizado o algo así, que trataba de someterme como había hecho la primera vez que nos vimos, cuando me dejó inconsciente.
—¿Algo como qué? —Loki arqueó una ceja con curiosidad.
—No lo sé. Como aquel truco con el que me hiciste desmayar.
—No, en absoluto. —Suspiró con fuerza, casi lamentándose—. Y dudo mucho que vuelva a intentarlo.
—¿Por qué?
Una de las comisuras de sus labios se torció un poco, y luego se inclinó más hacia mí. Por un momento temí que fuera a besarme. Mi corazón palpitaba con fuerza y me di cuenta de que sentía aún más temor de que no llegara a hacerlo.
Su mirada seguía fija en la mía, pero abrí mi campo visual para tratar de contemplar su rostro al completo. Su piel era bronceada y perfecta, y su mandíbula, fuerte pero al mismo tiempo delicada. Loki era sumamente atractivo, y creo que aquel era un detalle que había tratado de ignorar desde la primera vez que lo vi.
Entonces se detuvo: justo antes de que sus labios rozaran los míos; ya empezaba a sentir la calidez de su aliento en mi mejilla.
—Quiero saber que cuando estás conmigo es porque así lo deseas, no porque algo te fuerza a hacerlo —dijo, e hizo una pausa—. Y en este momento no te estás moviendo.
—Yo, yo… —traté de balbucear alguna respuesta pero no pude, así que opté por mirar en otra dirección y bajé de la cama de un salto.
—¿Ahora quién está jugando? —suspiró Loki. Se recostó en la cama y me contempló.
Respiré hondo y me crucé de brazos.
—¡Wendy! —gritó Duncan desde el pasillo, y cuando me volví hacia la puerta vi a Finn: nos estaba mirando a Loki y a mí con furia.
—Princesa, debes dejar este lugar de inmediato —dijo. Su voz era totalmente inexpresiva, pero no me fue difícil oír que la ira hervía por debajo de su tono neutro.
—¿Qué está pasando aquí, eh? —preguntó Loki confundido—. ¿Por qué estos rastreadores no dejan de decirte lo que tienes que hacer todo el tiempo? Casi eres la reina y tienes dominio sobre todas las cosas.
—Te sugiero que te calles si no quieres obligarme a que te cierre la boca, Vittra. —Finn le lanzó a Loki una mirada de desprecio; sus ojos ardían. El prisionero, por su parte, no pareció sentirse amenazado; de hecho, sólo bostezó.
—Finn… —suspiré, pero de todas formas abandoné el cuarto. No tenía otra opción: ni podía seguir hablando con Loki delante de Finn ni quería discutir con Finn delante de Loki.
—Ahora no, princesa —masculló Finn entre dientes.
En cuanto salí de allí, Finn cerró la puerta de un portazo. Me volví para mirarlo, dispuesta a gritarle por reaccionar de aquella manera tan exagerada, pero él me sujetó del brazo y comenzó a tirar de mí por el pasillo.
—¡Suéltame, Finn! —Traté de zafarme, pero él era más fuerte que yo, al menos en el aspecto físico—. Loki tiene razón. Eres mi rastreador y tienes que dejar de manipularme y decirme qué hacer.
—¿Loki? —Finn se detuvo para lanzarme una mirada suspicaz—. ¿Te tuteas con el prisionero Vittra que te secuestró e intentas decirme a mí lo que es apropiado y lo que no?
—¡No estoy tratando de decirte nada! —grité, y por fin logré que me soltara el brazo—. Pero si quisiera decirte algo, sería que te estás comportando como un idiota.
—Estooo, tal vez deberíamos calm… —trató de intervenir Duncan. Todo aquel tiempo se había mantenido a unos pasos de distancia, con una expresión de tremenda preocupación.
—¡Duncan! ¡Jamás te atrevas a decirme cómo hacer mi trabajo! —gritó Finn, enterrándole el dedo en el pecho—. Eres el rastreador más inútil e incompetente que he conocido. En la primera oportunidad que tenga le recomendaré a la reina que te despida. ¡Y créeme que estoy siendo amable, porque la verdad es que debería sugerir que te desterrasen!
A Duncan se le desencajó el rostro por completo, y durante un espantoso instante estuve segura de que iba a llorar; sin embargo, se limitó a mirarnos pasmado, y luego bajó la mirada y asintió.
—¡Finn! —le grité, aunque en realidad lo que hubiera deseado era abofetearlo—. ¡Duncan no ha hecho nada malo! —El chico se dio la vuelta para irse. Traté de detenerlo—. No, Duncan, no. No tienes que ir a ninguna parte.
Sin embargo, siguió avanzando y lo dejé irse; tal vez debería haber ido tras él, pero quería seguir despotricando un poco más contra Finn.
—¡No es la primera vez que te deja a solas con el Vittra! —gritó—. Ya sé que no te importa tu vida, pero el trabajo de Duncan es prevenir que la pongas en peligro.
—¡Sólo estaba tratando de averiguar más cosas acerca de los Vittra para poder detener esta ridícula contienda! —le grité por respuesta—. Por eso estaba entrevistando al prisionero. No tiene nada de raro y además estaba perfectamente a salvo.
—Oh, sí, «entrevistando» —gruñó Finn—. ¡Estabas coqueteando con él!
—¿Coqueteando? —repetí y le respondí con una mirada de exasperación—. ¿Te estás comportando como un idiota porque crees que estaba coqueteando? Pues estás equivocado, pero incluso aunque así hubiera sido, eso no te daría ningún derecho a tratarnos de este modo ni a mí, ni a Duncan ni a nadie más.
—No me comporto como un idiota —insistió Finn—, estoy haciendo mi trabajo, y confraternizar con el enemigo está muy mal visto, princesa. Si él no te lastima, entonces lo harán los otros Vittra o los propios Trylle.
—¡Sólo estábamos hablando, Finn!
—Te he visto, Wendy —espetó—. Estabas coqueteando con él. Pero si incluso te has soltado el pelo para escabullirte e ir a verlo.
—¿El pelo? —Lo toqué—. Lo llevo suelto porque me duele la cabeza a causa del entrenamiento. Además, no me había escabullido, sólo estaba… No, ¿sabes qué? No tengo por qué darte explicaciones. No he hecho nada malo y no pienso seguir hablando contigo.
—Princesa…
—¡No quiero oír nada más! —dije, negando con la cabeza—. Te lo digo en serio: no me apetece lo más mínimo seguir hablando contigo. ¡Tan sólo vete, Finn!
Le di la espalda para recuperar el aliento, pero todavía podía sentirlo detrás de mí; al cabo de un rato se fue. Me abracé para no temblar: no podía recordar cuándo había sido la última vez que me había sentido tan enfadada, y tampoco podía creer que Finn nos hubiera hablado de aquella manera a Duncan y a mí.
En aquel momento, al fondo del pasillo se entreabrió la puerta de la habitación de Elora, y aquello disipó mis pensamientos. Me volví y ni siquiera traté de ocultarme.
La mujer de la capa verde salió primero. Ya no llevaba la capucha puesta, por lo que al fin pude ver su rostro: miró a Elora con la misma deslumbrante, falsa y cursi sonrisa de siempre. Entonces se volvió hacia mí, pero la sonrisa continuó tatuada en su cara.
Era Aurora, y no tenía ni idea de por qué había ido a ver a mi madre con tanto misterio.