17
Adormecida
Después de escuchar lo que Tove me dijo acerca de Loki, creí que debía hablar con él. Hasta aquel momento no me había explicado por qué había acudido a Förening, pero tenía que averiguarlo. ¿Qué esperaba obtener al entrar en el palacio Trylle sin la ayuda de otros Vittra?
Por desgracia, la vigilancia en el exterior de su cuarto se había incrementado.
Los guardias se habían enterado de nuestra conversación y habían decidido redoblar esfuerzos para mantenernos alejados. A Duncan lo habían reprendido duramente por permitirme ver a Loki, y cuando por fin regresó a cumplir sus labores como guardaespaldas, se negó rotundamente a apoyarme para que pudiera acercarme otra vez al prisionero.
Hubiera podido recurrir a la persuasión, pero ya había manipulado su cerebro lo suficiente todos aquellos días en los que había estado practicando con él. Además, aunque aún no se lo había dicho abiertamente a Tove, me había prometido a mí misma no volver a persuadir a nadie.
Ante la imposibilidad de encontrarme con Loki, pensé que debía emplear el día en relajarme. A la mañana siguiente volvería al entrenamiento, y ya trataría después de reencontrarme con él. Estaba convencida de que encontraría la manera de eludir a los guardias sin tener que hacer uso de mis poderes de persuasión.
Sin embargo, no pude pasar mucho tiempo sola. Duncan me escoltó hasta mi habitación y apenas llevaba cinco minutos allí cuando llegó Rhys de la escuela; preparó pizza y me invitó a su cuarto a ver películas malas y a relajarme junto a él, Matt y Willa.
Como tenía la sensación de que no había pasado suficiente tiempo con ellos, acepté e invité a Duncan a unirse a nosotros. Me senté en el sofá para asegurarme de estar a una distancia adecuada de Rhys, pero ni siquiera fue necesario porque allí estaba Matt para vigilar que no estuviéramos demasiado cerca el uno del otro.
Con todo, daba la impresión de que Matt no se estaba haciendo cargo de sus funciones de hermano mayor, pues se le veía bastante ocupado con Willa: no dejaron de juguetear y de reírse, pero desde luego fue ella la que más me sorprendió porque incluso comió algo de pizza más tarde. Ni siquiera yo lo hubiera hecho, pero Willa la degustó con una sonrisa y todo.
Para que no volviera a suceder lo mismo que la última vez que había estado mirando películas en el cuarto de Rhys, en esta ocasión me aseguré de retirarme antes de quedarme dormida. Cuando llegamos a la mitad de El despertar del diablo, me disculpé y salí de allí.
De camino a mi habitación, vi a Finn haciendo su ronda: le saludé pero no me respondió, y ni siquiera movió la cabeza. Duncan ofreció disculpas por el comportamiento de Finn, pero aquello sólo me irritó aún más: no necesitaba que otros rastreadores se esforzaran por hacerme sentir mejor.
Tove me despertó a la mañana siguiente muy temprano y con mucho ímpetu. Como estaba viviendo con nosotros, ni siquiera tenía que desplazarse hasta allí. A mí me pareció que era demasiado pronto, pero su insomnio había empeorado desde que se había mudado al palacio, así que ni siquiera mencioné la hora.
Me arreglé y luego pasamos todo el día entrenando. Fuimos a la cocina, que normalmente solía estar vacía, pero con tantos guardias y gente en el palacio contaba con una actividad incesante; para disgusto del chef, Tove se empeñó en que practicara moviendo cacerolas y sartenes.
Esperaba que se produjera una escena al estilo de Mary Poppins, con todos aquellos utensilios en movimiento, pero no fue así: apenas logré que un par de sartenes de hierro levitaran, y estuve a punto de arrancarle la cabeza a Duncan cuando hice volar con la mente una cacerola a toda velocidad.
En cierta forma estaba fascinada porque al fin había logrado mover objetos; Tove creía que aquello tenía algo que ver con el hecho de que hubiera golpeado la puerta sin tocarla cuando Elora estaba lastimando a Loki. Según él, en aquel momento había conseguido desatar lo que me había estado impidiendo desarrollar mi potencial.
No obstante, mi emoción por el progreso de mis habilidades decayó debido a lo cansada que me sentía; me encontraba agotadísima cuando terminamos, como nunca antes. Duncan se ofreció para ayudarme a subir la escalera hasta mi habitación, y a pesar de que me habría venido bien, tuve que rechazarlo porque sabía que debía aprender a manejar mi energía.
Estaba decidida a evitar que Duncan, Finn o incluso Tove arriesgaran sus vidas para protegerme; de hecho, no quería necesitarlos. Era más fuerte que ellos y tenía que aprender a velar por mí misma.
Era consciente de que no podría dominarlo todo de la noche a la mañana, pero trabajaría con ahínco hasta sentirme tan fuerte como todo el mundo esperaba que fuera.
Tomé un descanso después de un buen rato de entrenamiento y luego me dirigí a la reunión de defensa. Asistimos a ella Tove, Duncan, algunos guardias de élite, Elora y yo. Cuando llegamos, Finn y Thomas, su padre, ya estaban allí. Los saludé a ambos: Thomas respondió pero Finn me ignoró… una vez más.
No se abordó mucho en aquella reunión. Simplemente, Elora nos puso al tanto de los últimos sucesos: no había habido más intrusos Vittra y Loki continuaba preso; luego continuó con el asunto de los cambios de guardia de los rastreadores. Hubiera querido preguntarle acerca del plan para negociar con los Vittra la liberación de Loki, pero me lanzó una mirada de advertencia y supe que no era el momento indicado para hacerlo.
Al terminar, mi único deseo era ir a mi habitación, darme un largo baño caliente y dormir. Pero cuando estaba a punto de meterme bajo la ducha, me di cuenta de que se había terminado el gel para el cuerpo, por lo que fui al armario del pasillo en busca de otro.
De pronto me noté adormecida, como si mi cerebro estuviera padeciendo un cortocircuito. Por alguna razón no podía sentir las extremidades: ni los dedos de las manos ni los de los pies, para empezar. Una migraña hizo su aparición en la base de mi cráneo y la visión de mi ojo izquierdo se nubló un poco.
El entrenamiento de aquel día me había afectado más de lo que quería admitir. Tove me había ofrecido en varias ocasiones que tomara un descanso, pero me había negado con obstinación. Era obvio que ahora estaba pagando las consecuencias.
Creo que por ese motivo perdí el control cuando Finn pasó junto a mí. Yo iba en bata por el pasillo y había salido de mi cuarto en busca de más gel; él seguía con sus rondas. Pasó junto a mí, le saludé y de nuevo ni siquiera me sonrió ni respondió a mi saludo.
Y eso fue todo: la gota que colmó el vaso.
—¡¿Qué demonios pasa, Finn?! —le grité, volviéndome bruscamente junto a él; se detuvo, pero sólo porque lo asusté. Me miró, parpadeó y se quedó con la boca abierta. Creo que jamás lo había pillado tan desprevenido—. Ya sé que no piensas decirme nada, que te quedarás mirándome con tu expresión vacía, como siempre.
—Yo, yo… —tartamudeó, y sacudí la cabeza en señal de desaprobación.
—Ya basta, Finn. —Levanté la mano para acallarlo—. Si te has empeñado en fingir que no existo, no trates de arreglarlo ahora.
—Wendy. —Respiró hondo, con exasperación—. Sólo estoy tratando de hacer mi trabajo…
—Y qué más da —exclamé, con una mirada de fastidio—. ¿Es que acaso tus funciones incluyen que seas un cretino con la princesa y la ignores? ¿Está escrito eso en algún lugar?
—Tan sólo me esfuerzo por protegerte, y lo sabes.
—Ya me ha quedado bastante claro que no podemos estar juntos, y puedes creerme, no soy tan débil como para abalanzarme sobre ti si me correspondes el saludo cuando nos cruzamos. —Golpeé la puerta del armario—. No hay absolutamente ninguna razón para que seas tan grosero conmigo.
—No lo soy. —Su expresión se suavizó; parecía triste y confundido—. Yo… —Bajó la mirada—. No sé cómo debo actuar cuando estoy junto a ti.
—¿Y de dónde has sacado que ignorarme sería lo mejor? —le pregunté, y para mi sorpresa, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Por eso no quería estar aquí —me explicó, negando con la cabeza—. Le supliqué a la reina que me dispensara, pero…
—¿Le suplicaste? —pregunté. Aquello era demasiado.
Finn no suplicaba. Era demasiado orgulloso como para implorar nada; y sin embargo, a pesar de ello, su deseo de estar lejos de mí era tan grande como para haberlo hecho.
—¡Sí! —respondió señalándome—. ¡Mírate! ¡Mira lo que te estoy causando!
—O sea ¿que te das cuenta? —le pregunté—. ¿Sabes que me haces daño, y de todas formas lo sigues haciendo?
—¡No tengo más opción, Wendy! —gritó—. ¿Qué quieres que haga? Dime cómo debería actuar.
—Ya no quiero nada de ti —confesé y me alejé de él.
—¡Wendy! —me llamó, pero sacudí la cabeza y continué caminando.
—Estoy demasiado cansada para esto, Finn —mascullé, y entré en mi habitación.
En cuanto cerré la puerta, me apoyé en ella y eché a llorar. Ni siquiera sabía por qué; en realidad no era que echara de menos a Finn, pero en cierta manera no podía controlar mis emociones, y comenzaron a escaparse de mí en forma de un descomunal sollozo.
Me derrumbé en la cama y decidí que el único remedio era dormir.