16
Punto fuerte
—¿Perdona? —pregunté cuando por fin pude articular palabra.
—La reina tiene un momento para recibirte —dijo Finn—, pero debes darte prisa.
Se dio la vuelta y echó a andar por el pasillo. Salí de mi habitación y cerré la puerta, y nada más oírme, bajó el ritmo; supuse que tenía que alcanzarlo.
—¿Dónde está? —pregunté. Como no me apresuré a llegar hasta él, tuvo que darse la vuelta—. ¿Dónde me espera Elora?
—Yo te llevaré —contestó.
—No es necesario, puedo ir sola, gracias.
—No debes quedarte sola. —Se detuvo hasta que lo alcancé, y luego caminamos juntos.
—Este lugar está repleto de guardias. Creo que puedo ir hasta donde se encuentre mi madre sin problemas —espeté.
—Tal vez.
Odiaba la idea de andar por ahí a su lado y fingir que no me importaba en absoluto. El silencio me resultaba demasiado incómodo, así que me esforcé por entablar una conversación.
—Y… ¿qué te parece trabajar con tu padre? —le pregunté.
—Es aceptable —contestó, un tanto obligado.
—¿Aceptable? —Lo miré para tratar de descifrar cómo lo hacía sentir aquello en realidad, pero era como si llevara puesta una máscara: miraba al frente con sus oscuros ojos y en sus labios no se notaba expresión alguna.
—Sí, esa es la mejor manera de describirlo.
—¿Te llevas bien con él? —añadí, y como no contestó, seguí hablando—. Me da la sensación de que tienes más relación con tu madre, o al menos se nota que se preocupa mucho por ti.
—Es difícil tener relación con alguien a quien no conoces —dijo con cautela—. Mi padre estuvo lejos durante la mayor parte de mi infancia, y cuando volvió, tuve que dejar la casa para ir a trabajar.
—Entonces es una buena noticia que podáis estar juntos —agregué—. Así podréis convivir más.
—Podría decir lo mismo respecto a ti y la reina. —Me miró de reojo, con cierta provocación que marcaba un contraste con la frialdad de sus palabras.
—Tu padre parece una persona más accesible que mi madre —respondí—. Al menos su comportamiento parece más humano.
—¿Sabes que eso que acabas de decir es un insulto en este lugar? —me recordó Finn—. No nos hace mucha gracia ser considerados humanos.
—Sí, eso lo tengo claro —mascullé.
—Lamento mucho lo que sucedió el otro día durante la reunión de defensa. —Bajó la voz y comenzó a hablarme en aquel tono conspirador que solía usar cuando estábamos solos.
—No es culpa tuya. De hecho, me ayudaste, y te estoy muy agradecida.
—Es sólo que no podía aceptar lo que se estaba discutiendo. —Finn se detuvo frente a una sólida puerta de caoba—. No me gustó que os culparan a ti y a tu madre por lo que ha sucedido. Pero tampoco te pongas en contra de ellos, sólo tienen miedo.
—Lo sé. —Me paré junto a él y respiré hondo—. ¿Te puedo preguntar algo importante?
—Por supuesto —dijo, aunque su voz transmitió una ligera vacilación.
—¿Crees que sería mejor que me fuera con los Vittra? —le interrogué. Abrió bien los ojos, pero hablé antes de que me pudiera contestar—. No te estoy preguntando si sería lo mejor para mí. Me gustaría que dejaras a un lado tus sentimientos, cualesquiera que sean. ¿Crees que sería bueno para los Trylle, para toda la gente de Förening, que me fuera con los Vittra?
—El hecho de que estés dispuesta a sacrificarte por tu gente es precisamente la razón por la que te necesitan aquí. —Me miró profundamente a los ojos—. Debes permanecer con nosotros. Todos te necesitamos.
Tragué saliva, bajé la mirada y me sentí ruborizar: me parecía terrible que el simple hecho de hablar con él me ocasionara tanta inquietud.
—Elora te espera dentro —dijo en voz baja.
—Gracias —asentí, y sin mirarlo, abrí la puerta para entrar. Jamás había estado en el estudio privado de la reina, pero no me pareció muy distinto a las salas en las que trataba los asuntos de Estado. Había una gran cantidad de estanterías, un enorme escritorio de roble y, frente a la ventana, una chaise longue tapizada de terciopelo. En una de las paredes colgaba un retrato de Elora, y por el tipo de pinceladas supe que era ella misma quien lo había pintado.
Se encontraba sentada en el escritorio, con una pila de documentos ante sí. En su mano sostenía una pluma fuente de marfil, y por supuesto, al lado tenía el tintero. Elora sujetaba la pluma con cautela sobre los papeles, como si sintiera miedo ante lo que estaba a punto de firmar.
No levantó la cabeza de inmediato; su negro cabello colgaba alrededor de su rostro como una cortina. No estaba segura de si se había dado cuenta de que yo estaba allí.
—Necesito hablar contigo, Elora —dije aproximándome a su escritorio.
—Eso me han dicho. Habla ya; no tengo mucho tiempo. —Se volvió para mirarme y casi me quedé sin habla.
Nunca la había visto tan demacrada: su piel, normalmente inmaculada, parecía envejecida de un día para otro. Sobre la frente se le apreciaban signos de expresión que no le había notado el día anterior. Sus oscuros ojos también habían adquirido una apariencia blancuzca, como si estuviera desarrollando cataratas, y en la línea que dividía su cabello alcancé a ver unos inicios de canas que por alguna razón no había percibido de inmediato en cuanto la vi.
—Princesa, por favor —dijo Elora con irritación— ¿qué quieres?
—Quería hablar contigo acerca de Lo… eh, del markis Vittra —tartamudeé.
—Creo que ya dejaste muy clara cuál era tu postura respecto a ese asunto. —Sacudió la cabeza y una gota de tinta de la pluma cayó sobre el escritorio.
—Creo que no deberías ejecutarlo —le dije con un poco más de fortaleza.
—Ya expresaste tus opiniones, princesa.
—Es que no tiene sentido, ni siquiera en el terreno político —continué hablando porque me negaba a pasar por alto aquel asunto—. Si lo matas, se producirán más ataques por parte de los Vittra.
—Ejecutemos o no al markis, los Vittra jamás se detendrán.
—¡A eso me refiero! —exclamé—. No tenemos por qué enfrentarnos a ellos de esa manera. Ya ha muerto demasiada gente por esta causa y no necesitamos aumentar la lista.
—Tampoco puedo mantenerlo prisionero durante mucho más tiempo —me explicó, y de repente, en un momento de inusual honestidad, dejó a un lado su habitual fachada y me permitió ver lo extenuada que se encontraba—. El poder que estoy usando para mantenerlo cautivo… está acabando conmigo.
—Lo siento —dije sin añadir nada más, porque no sabía cómo reaccionar ante aquella demostración de fragilidad.
—Creo que a Su Joven Majestad le complacerá saber que estoy buscando una solución —agregó Elora, aunque empleó un tono particularmente amargo al referirse a mí como «Majestad».
—¿Y qué planeas hacer? —pregunté.
—Estoy revisando tratados antiguos. —Tocó los papeles que tenía frente a ella—. Intento hallar algún tipo de mecanismo de intercambio para que podamos devolver al markis y conseguir a cambio un poco de paz. Sé que Oren jamás cederá en sus pretensiones de capturarte, pero necesitamos ganar algo de tiempo antes de su siguiente ataque.
—Oh. —Me sentí desarmada durante unos instantes. Lo cierto era que no esperaba que estuviera haciendo algo para ayudarme a mí o a Loki—. ¿Y qué te hace pensar que Oren pueda estar organizando otro ataque? Los Vittra parecen encontrarse demasiado diezmados para pelear en estos momentos.
—No sabes nada acerca de los Vittra ni de tu padre —contestó Elora en un tono tan condescendiente como exasperado.
—¿Y de quién crees que es la culpa? —cuestioné—. ¡Me enteré de tu existencia hace apenas dos meses! Si no estoy al tanto de una gran cantidad de asuntos es porque tú quieres que así sea. Pretendes que gobierne este sitio, pero te niegas a explicarme lo que sucede aquí.
—¡Princesa! ¡No tengo tiempo! —exclamó. Me pareció que estaba empezando a llorar cuando me miró, pero las lágrimas desaparecieron antes de que pudiera comprobarlo—. Tengo muchísimos deseos de contártelo todo, ¡pero no tengo tiempo! Tendrás que enterarte de todo a su debido tiempo; ojalá fuera de otro modo, pero así son las cosas.
—¿A qué te refieres? —le pregunté—. ¿Por qué no tienes tiempo?
—Ni siquiera lo tengo para esta discusión. —Elora sacudió la cabeza y me despidió agitando la mano—. Tienes muchos asuntos pendientes, y yo tengo una reunión en diez minutos. Si quieres que salve a tu adorado markis, te sugiero que vuelvas por donde has venido y me permitas continuar con mi trabajo.
Me quedé frente a su escritorio un momento antes de darme cuenta de que ya no tenía nada más que decirle. Elora estaba de mi lado por primera vez; su propósito no era ejecutar a Loki. Pensé que sería mejor salir de allí antes de que pudiera escapárseme algo que la hiciera cambiar de opinión.
Había creído que Finn estaría esperándome en el pasillo para escoltarme hasta mi habitación, pero fue a Tove a quien encontré: apoyado en la pared, jugueteaba con una naranja que sostenía en las manos.
—¿Y tú qué haces aquí?
—Yo también me alegro de verte —dijo en tono áspero.
—No, me refería a que no esperaba encontrarte en este lugar.
—Pensaba ir a verte de todas maneras, así que le he dicho a Finn que podía irse. —Tove rio con un aire de complicidad y sacudió la cabeza.
—¿Tengo que practicar hoy? —le pregunté. Me gustaba el entrenamiento que me estaba proporcionando, pero él había pensado que sería mejor que descansara un día o dos para no agotarme por completo.
—No. —Tove arrojó la naranja al aire mientras nos alejábamos del estudio de Elora—. Voy a quedarme un tiempo en el palacio, y se me había ocurrido que sería buena idea pasarme a comprobar qué tal estabas.
—Ah, entiendo. —Había olvidado que Tove se quedaría con nosotros para asegurarse de que todo estuviera en orden en lo que hacía referencia a la seguridad—. ¿Y por qué necesitabas verificar si estaba bien?
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Me parece que…
—¿Está gris mi aura hoy? —interrogué, mirándolo de reojo.
—Sí, la verdad es que sí —asintió—. Últimamente ha mostrado un color café con leche enfermizo tirando a amarillo sulfuroso.
—Ni siquiera sé de qué color es el sulfuro y, aunque lo supiera, no tengo ni idea de lo que estás tratando de decirme —le expliqué—. Te pasas el día hablando de auras, pero no me has enseñado nada sobre ello.
—Tu aura es de color anaranjado. —Levantó la fruta que tenía en la mano para ilustrar su comentario, y luego comenzó a lanzarla de una mano a otra—. Es una aura inspiradora y compasiva. Cada vez que estás cerca de las personas a las que amas, aparece también un halo morado: el color del aura relacionado con la protección y el cariño.
—¿Y? —le interrogué, arqueando una ceja.
—Ayer, cuando te pusiste de pie en la reunión y comenzaste a pelear por aquello en lo que crees, tu aura resplandeció con un tono dorado. —Sumido en sus pensamientos, Tove se detuvo de repente—. Fue deslumbrante.
—¿Y qué significa ese tono dorado?
—No lo sé con exactitud —respondió, negando con la cabeza—. Jamás había visto nada igual. Tu madre suele tener una aura de color gris con tonos rojizos, pero cuando está completamente imbuida en su papel de reina, también se jaspea de dorado.
—Entonces el dorado significa que… ¿que soy una líder? —le pregunté con escepticismo.
—Tal vez. —Tove volvió a encogerse de hombros y empezó a caminar de nuevo.
Bajó por la escalera y lo seguí, a pesar de que deseaba estar sola. Continuó explicándome todo lo que sabía sobre auras y acerca de lo que significaba cada color.
A pesar de todo, seguía sin entender cuál era el propósito del aura. Tove me explicó que el aura le permitía conocer con claridad el carácter y las intenciones de otra persona. A veces, cuando era realmente poderosa, podía llegar a sentirla; me explicó que el día anterior, durante la junta, había percibido la mía como una especie de calidez, como si hubiera estado tomando el sol de verano.
Se detuvo en el salón de estar y se derrumbó en una silla cerca de la chimenea; peló la naranja y arrojó la cáscara a los leños apagados. Yo me senté en el sofá más cercano a él y miré por la ventana.
El otoño comenzaba a dar paso al invierno y fuera el aguanieve caía con fuerza; al golpear contra el vidrio de la ventana, sonaba como si llovieran moneditas.
—¿Cuánto sabes de los Vittra? —le pregunté.
—¿Mmm? —Tove mordió la naranja y me miró mientras se limpiaba el zumo que le resbalaba por la barbilla.
—¿Sabes mucho acerca de los Vittra? —parafraseé mi pregunta.
—Algo. —Tove extendió el brazo y me ofreció un gajo de su naranja—. ¿Quieres?
—No, gracias —contesté, negando con la cabeza—. ¿Cuánto?
—Un gajo o dos, pero si quieres, te la doy entera. —Tove me ofreció nuevamente la naranja, pero la rechacé con delicadeza.
—No, me refería a cuánto sabes de los Vittra. Cuéntame algo —insistí.
—Esa petición es demasiado vaga. —Tove se comió otro gajo, hizo una mueca y arrojó el resto a la chimenea. Luego se frotó las manos en los pantalones para secarse el zumo y miró a su alrededor.
Parecía muy distraído y pensé que tal vez el palacio lo abrumaba: demasiadas personas atrapadas en un mismo espacio, con muchísimos pensamientos. Tove estaba acostumbrado a visitarnos sólo unas cuantas horas de vez en cuando.
—¿Sabes por qué razón son enemigos los Vittra y los Trylle? —sondeé.
—No. —Negó con la cabeza—. Pero creo que todo se debe a una chica.
—¿En serio?
—¿Acaso no es siempre así? —Respiró hondo y se levantó. Se acercó a la repisa de la chimenea y empujó algunas figuritas de marfil y madera que había sobre ella: a ratos usaba los dedos; en otros momentos, la mente—. Una vez oí decir que Helena de Troya era una Trylle.
—¡Creía que Helena de Troya era sólo un mito! —exclamé.
—También los trols. —Tove levantó una de las figuritas: era un cisne de marfil con hojas de hiedra grabadas, de madera. Lo tocó con delicadeza, como si le diera miedo dañar el intrincado diseño—. ¿Quién puede decir lo que es real y lo que no?
—Entonces ¿troyanos y Vittra son lo mismo? ¿Es eso lo que estás tratando de decirme?
—No lo sé. —Tove se encogió de hombros y devolvió la figurita a la repisa—. No tengo mucha fe en la mitología griega.
—Genial. —Me recosté en el sofá—. ¿Y qué es lo que sí sabes?
—Sé que su rey es tu padre. —Tove empezó a dar vueltas por el salón mirándolo todo y al mismo tiempo nada—. Y que es un maldito tirano que no parará hasta recuperarte.
—¿Tú sabías que era mi padre? —le pregunté, mirándolo llena de incertidumbre—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No me correspondía a mí hacerlo. —Tove miró el aguanieve que caía al otro lado de la ventana; luego caminó hasta allí y puso la mano sobre el vidrio. El calor de su piel dejó una marca humeante.
—Debiste hacerlo —insistí.
—No lo van a matar —dijo distraídamente. Luego se inclinó hacia delante y exhaló en el vidrio, llenándolo de vapor.
—¿A quién? —pregunté.
—A Loki, el markis. —Tove dibujó algo en el vaho y luego lo borró con el codo.
—Elora dice que va a tratar de…
—No: lo que trato de decirte es que no pueden matarlo —me aseguró, y luego me miró fijamente a la cara—. Aparte de ti y de mí, tu madre es la única con el poder suficiente para retenerlo.
—Espera, espera. —Levanté la mano—. ¿A qué te refieres con que nadie tiene tanto poder para retenerlo? Yo misma vi cómo lo sometieron los guardias en el vestíbulo cuando lo detuvieron; incluso Duncan les ayudó.
—No, los Vittra funcionan de una manera distinta a la nuestra. —Tove negó con la cabeza y se sentó en el otro extremo del sofá—. Nuestras habilidades radican aquí —dijo, al tiempo que se daba unos golpecitos en la cabeza—. Nosotros podemos mover objetos con la mente o controlar el viento.
—Loki puede hacer con su mente que la gente se desmaye, y la reina Vittra puede sanar a otros —dije.
—Eso es porque por las venas de la reina Vittra corre sangre Trylle desde hace una o dos generaciones; es el requisito para que pueda gobernar. De hecho, Loki también tiene nuestra sangre porque su padre era Trylle.
—¿Y ahora es un Vittra? —Recordé que Elora había mencionado que lo odiaba.
—Lo fue durante algún tiempo, pero ya murió —dijo Tove con mucha naturalidad.
—¿Cómo? ¿Por qué? —le pregunté.
—Por traición. —Tove se inclinó hacia delante y levantó con la mente un florero que había sobre una mesita. Me dieron ganas de gritarle y decirle que prestara atención, pero sabía muy bien lo que estaba tratando de hacer.
—¿Fuimos nosotros quienes lo matamos? —indagué.
—No. Creo que intentó desertar para volver a Förening. —Tove se mordió el labio y se concentró más en el florero que sostenía levitando—. Lo asesinaron los Vittra.
—Ay, Dios mío. —Me reacomodé en el sofá—. ¿Y por qué Loki continúa apoyándolos?
—No conozco a Loki, y tampoco conocí a su padre. —El florero bajó poco a poco hasta descansar sobre la mesita—. No podría explicarte sus razonamientos.
—Pero ¿cómo sabes todo esto?
—Tú también lo sabrías si no fuera por la situación en la que nos hallamos inmersos. —Tove exhaló profundamente; mover el florero había conseguido apaciguarlo—. Forma parte del entrenamiento que estás recibiendo: tienes que conocer nuestra historia. Sin embargo, debido a los ataques, ahora lo más importante es que estés preparada para la batalla.
—¿En qué se diferencian los poderes de los Vittra de los nuestros? —le pregunté para retomar el tema.
—En la fuerza —dijo, flexionando el brazo para ilustrar su respuesta—. Ellos son inigualables en el aspecto físico; incluso sus mentes son más impenetrables y ese es el motivo por el que personas como tú o Elora tenéis dificultad para controlarlos; a mí también me cuesta más trabajo moverlos. Por otra parte, igual que sucede entre nosotros, cuanto más poderoso es un Vittra, mayor es su rango; por eso Loki tiene tanta fuerza, porque es un markis.
—Pero en el palacio de los Vittra lo moviste a tu antojo —le recordé.
—Sí, he estado reflexionando mucho sobre eso. —Frunció el ceño, confundido—. Creo que eso se debió a que él me permitió hacerlo.
—¿A qué te refieres? ¿Por qué haría algo así?
—No lo sé. —Tove negó con la cabeza—. Loki me permitió someterlo allí, y luego se dejó capturar aquí. Pero el poder que Elora ejerce sobre él es real. Sin embargo, los otros guardias… —Volvió a hacer un gesto de incredulidad—. Los guardias no tienen siquiera la más mínima posibilidad de enfrentarse a él.
—¿Y por qué haría algo así?
—No lo sé —confesó Tove—. Pero te aseguro que es mucho más fuerte que cualquiera de nosotros. Elora no podría retenerlo el tiempo suficiente para que lo ejecuten.
—¿Y tú? —pregunté con cautela.
—Creo que sí —asintió—. Es decir, creo que podría, pero es algo que no me gustaría hacer.
—¿Por qué no?
—Creo que no deberíamos ejecutarlo porque, para ser francos, no nos ha hecho nada. Preferiría averiguar qué se trae entre manos. —Tove se encogió de hombros y me observó con detenimiento—. Y además, porque tú no quieres que lo lastime.
—¿Desobedecerías a Elora si yo te lo pidiera? —pregunté, y él asintió—. ¿Por qué? ¿Por qué harías algo por mí y no por ella?
—Porque a ti te debo mi lealtad, princesa —dijo con una sonrisa—. Confío en ti y estoy seguro de que los otros Trylle harán lo mismo en cuanto descubran todo de lo que eres capaz.
—¿Y de qué soy capaz? —indagué. Su confesión me había conmovido de una manera muy especial.
—De llevarnos a la paz —dijo con tanta convicción que no quise contradecirlo.