13
Cautivo
A pesar de que las cúpulas seguían cubiertas con lonas, los trabajadores ya habían retirado todos los escombros del salón de baile y eso disgustó mucho a Tove. Le gustaba la idea de que los destrozos siguieran allí porque me servían como material para practicar, así que cuando desaparecieron decidió que a partir de entonces trabajaríamos con las lonas.
Duncan no nos acompañó esta vez: al parecer, su cerebro comenzaba a resentirse de las manipulaciones que le había practicado como parte de mi entrenamiento, y como a veces era muy sensible a las ondas mentales que yo producía cuando me esforzaba demasiado, nos pareció que sería mejor que descansara en otro lugar durante un tiempo.
Increíblemente, aunque pasé horas tratando de mover la lona, lo único que conseguí fue hacerla ondear apenas, e incluso aquello dejó mucho que desear: Tove dijo que era posible que al fin lo hubiera logrado, pero yo estaba convencida de que la lona se había movido a causa de alguna fuerte ráfaga de viento.
La cabeza comenzó a dolerme y de hecho empecé a sentirme como una estúpida, con los brazos extendidos en el aire y tratando de empujar la nada.
—Esto no funciona. —Suspiré y bajé los brazos.
—Inténtalo con más fuerza —dijo Tove. Estaba tumbado en el suelo junto a mí, con los brazos doblados y la cabeza apoyada sobre ellos.
—No puedo más. —Me senté de golpe en el suelo de una manera muy inapropiada para una princesa, pero sabía que a Tove eso no le molestaría. De hecho, tenía la impresión de que apenas se daba cuenta de que yo era una chica—. No es por quejarme, pero ¿estás seguro al menos de que puedo hacer esto?
—Sí, claro.
—¿Y si por tratar de conseguir algo para lo que ni siquiera tengo capacidad termino provocándome un aneurisma? —le pregunté.
—Eso no va a suceder —me contestó llanamente. Luego levantó un brazo y con tan sólo extender la mano hizo que la lona se levantara y las sogas que la sujetaban se tensaran al límite. Después la devolvió a su lugar y me miró—. Haz eso.
—¿Te importa si antes descanso un poco? —pregunté casi implorando. La frente me sudaba y unos rizos sueltos se me pegaban a las sienes a causa del sudor.
—Hazlo si sientes que de verdad debes hacerlo. —Tove bajó el brazo y volvió a colocarlo bajo su cabeza—. Si esto te está ocasionando tantos problemas y tan serios, tal vez tendrías que seguir ejercitando lo básico. Mañana podrías volver a practicar con Duncan.
—No, no quiero practicar con él. —Doblé las piernas y coloqué una mejilla sobre las rodillas—. No quiero acabar volviéndolo loco.
—¿Qué tal con Rhys? —preguntó Tove—. ¿Preferirías practicar con él?
—No, y no se hable más. —Me quedé absorta en una marca que había en el suelo de mármol y pensé un rato antes de decir—. No quiero volver a practicar con gente.
—Es la única forma en que podrás llegar a dominar tus habilidades —dijo Tove.
—Lo sé, pero… —Suspiré—. Tal vez lo que sucede es que ya no quiero ser buena en eso. Es decir, sí que me gustaría poder controlar mi poder, pero no quiero utilizarlo contra otras personas; ni siquiera aunque se tratara de gente con malas intenciones. No me siento cómoda.
—Lo entiendo. —Tove se levantó y cruzó las piernas antes de mirarme cara a cara—. Sin embargo, no hay nada de malo en que aprendas a dominar tu poder.
—Soy más fuerte que Duncan, ¿no es verdad?
—Sí, por supuesto —asintió Tove.
—Entonces ¿por qué es él quien me tiene que proteger a mí? —le pregunté—. Se supone que soy más poderosa.
—Porque él es más prescindible —respondió Tove sin darle mayor importancia. Seguramente mi expresión reflejó un asombro absoluto porque se apresuró a explicarme algunas cosas—. O al menos esa es la forma en que la reina lo entiende; la sociedad Trylle, en general. Y para ser honesto…, estoy de acuerdo con ello.
—Vamos, no puedes creer en serio que mi vida es más valiosa que la de Duncan sólo porque soy princesa, ¿verdad? —pregunté—. Los rastreadores viven en la miseria y encima esperamos que estén dispuestos a dar la vida por nosotros.
—No viven en la miseria, pero tienes razón: el sistema es un desastre —dijo Tove—. Los rastreadores están destinados a una vida de deudas sólo porque nacieron aquí y no los llevaron al mundo de ahí fuera para que recabaran una herencia ajena. Son sirvientes por contrato, pero esa es sólo una forma de evitar decir claramente que no son más que esclavos. Y eso no está bien.
Hasta que oí a Tove enunciarlo de aquella manera no me había percatado de que así era exactamente. Los rastreadores eran una suerte de esclavos, y la mera idea me daba asco.
—Pero tú necesitas guardias —continuó Tove—. Todo líder del mundo libre requiere guardaespaldas de algún tipo, incluso las estrellas de rock. No es tan terrible.
—Ya, pero en el mundo libre a los guardaespaldas se les contrata, y son ellos mismos quienes eligen esa vida —agregué—. Nadie les fuerza a hacerlo.
—¿Crees que a Duncan lo obligaron? ¿O a Finn? —preguntó Tove—. Ambos se ofrecieron como voluntarios, todos lo son. Protegerte es un gran honor. Además, vivir en el palacio es muy atractivo.
—No quiero que nadie salga herido por protegerme —le contesté mirándolo directamente a los ojos.
—Pues qué bien. —Hizo una mueca que parecía una sonrisa, y agregó—. Ahora no tienes otro remedio que aprender a defenderte por ti misma. Puedes empezar por mover esa lona.
Me puse de pie con la intención de dominar la lona de una vez por todas, pero de pronto nos interrumpió una estruendosa sirena.
—Oyes eso, ¿verdad? —me preguntó Tove inclinando la cabeza hacia mí.
—¡Sí, por supuesto! —Tuve que gritar porque el ruido era infernal.
—Únicamente quería asegurarme de que no era sólo yo —explicó.
Su comentario me hizo plantearme qué sería lo que en realidad oía en su cabeza. Sabía que percibía cosas que nadie más notaba, pero si aquello incluía sirenas así de ruidosas, entonces era comprensible que siempre estuviera tan distraído.
—¿Qué es eso?
—¿La alarma de incendios, tal vez? —Tove se encogió de hombros y se puso en pie—. Vayamos a ver.
Me tapé los oídos con las manos y salí del salón detrás de él. La alarma dejó de sonar cuando llegamos a la mitad del pasillo, pero los oídos me siguieron zumbando. Estábamos en el ala sur, donde se llevaban a cabo todos los asuntos de Estado, por lo que nos encontramos con algunos de los funcionarios de la reina, que tampoco sabían qué estaba sucediendo.
—¡¿Por qué se ha activado esa alarma?! —gritó Elora desde el salón de enfrente, y sus palabras retumbaron dentro de mi cabeza; era odioso que cada vez que se enfadaba hiciera uso de la telepatía.
No pude escuchar la respuesta a su pregunta, pero estaba claro que había una gran conmoción: la gente gruñía, gritaba, golpeaba puertas y discutía. Entonces advertimos que algo pasaba en el vestíbulo circular, y como Tove continuó caminando sin vacilar, le seguí.
—¿Dónde lo has encontrado? —preguntó Elora, aunque por suerte había abandonado la telepatía. La oí porque estábamos bastante cerca del vestíbulo.
—Estaba merodeando por el perímetro —dijo Duncan. Eché a correr en cuanto escuché eso. No estaba segura de en qué lío se habría metido esta vez, pero aquello no sonaba nada bien—. Acababa de golpear a uno de los guardias cuando lo he visto.
Llegué a donde se encontraban y vi a Elora parada en medio de la escalinata. Vestía una larga bata, por lo que supuse que la alarma había sonado cuando se encontraba acostada, tratando de reponerse de otra de sus migrañas. Se frotó las sienes e inspeccionó el lugar con su típico desdén.
Las puertas principales todavía estaban abiertas, y por ellas entraba el hálito de una nevada temprana. En el centro del vestíbulo circular se hallaba un grupo de guardias exaltados, y de pronto la lámpara de techo que se cernía sobre sus cabezas se agitó a causa de una ráfaga de viento. Fue un alivio para mí ver a Duncan en uno de los extremos, porque la situación parecía un tanto fuera de control.
Por lo menos cinco o seis guardias estaban tratando de someter a alguien; dos de ellos eran musculosos y enormes, y a pesar de eso no podían con aquel individuo. Me costaba trabajo verlo bien porque el hombre al que pretendían reducir no dejaba de forcejear.
—¡Ya es suficiente! —gritó Elora, y una vez más su voz me perforó el cerebro.
Tove se puso las manos en la cabeza y presionó con fuerza; a mí dejó de dolerme, pero él continuó en esa misma posición.
Los guardias se hicieron a un lado como había ordenado Elora y dejaron libre al tipo al que estaban tratando de mantener sujeto. Por fin pude ver por qué se había producido tanta conmoción: el hombre estaba de espaldas a mí, pero era el único trol con cabello claro al que conocía.
—¿Loki? —pregunté con más sorpresa que cualquier otra emoción, y entonces él se volvió para mirarme.
—Princesa —dijo con una mueca que simulaba ser una sonrisa; sus ojos brillaron.
—¿Lo conoces? —preguntó Elora, no sin una buena dosis de veneno.
—Sí, bueno, no —corregí.
—Por favor, princesa, pero si somos viejos amigos —me dijo Loki con un guiño. Luego se volvió para mirar a Elora, extendió los brazos y trató de sonreír de la manera más convincente posible—. Todos somos amigos aquí, ¿no es cierto, Majestad?
Elora aguzó la mirada y aquello bastó para que Loki cayera de rodillas, emitiera un horrible sonido gutural y se abrazara a la altura del estómago.
—¡Detente! —grité, y corrí hasta él. En aquel mismo instante la puerta frente a nosotros se cerró y la lámpara colgante se agitó.
Elora dejó de mirarlo para lanzarme una mirada asesina; tuve suerte de que no usara sus poderes contra mí. Me detuve antes de llegar a donde se encontraba Loki, que seguía doblado a causa del dolor y tenía la cabeza apoyada en el suelo de mármol. Oí cómo jadeaba, pero se volvió para que no pudiera ver cuánto sufría.
—¿Por qué diablos habría de detenerme? —preguntó Elora. Tenía apoyada una mano en la barandilla y comenzó a apretarla con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. Este trol estaba tratando de entrar al palacio, ¿no es verdad, Duncan?
—Sí —contestó mi rastreador, titubeante, y luego me miró de reojo durante un segundo—. Bueno, eso creo. Parecía… sospechoso.
—¡Un comportamiento sospechoso no te da derecho a torturar a nadie! —le grité a Elora, y ella se quedó petrificada. Sabía que discutir no mejoraría la situación, pero no pude contenerme.
—Es Vittra, ¿verdad? —preguntó.
—Sí, pero… —Humedecí los labios y me volví para mirar a Loki. Ya se había sentado y había conseguido recobrar un poco la compostura, pero todavía tenía el rostro desencajado—. Me trató bien mientras estuve allí. No me lastimó, y de hecho me ayudó. Creo que al menos deberíamos corresponderle aquí con el mismo respeto.
—¿Es eso cierto? —le preguntó Elora.
—Sí, así es. —Loki se sentó sobre los talones para poder responder—. Descubrí que me era más fácil obtener lo que deseo si en lugar de usar innecesariamente la crueldad, recurría a la decencia más elemental.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Elora sin que la declaración de Loki la hubiera conmovido en absoluto.
—Loki Staad. —Cuando pronunció su nombre, levantó el rostro como si quisiera mostrar que se sentía orgulloso.
—Conocí a tu padre —dijo Elora, y sus labios se transformaron en un remedo de sonrisa bastante desagradable. Era el tipo de mueca que se espera de alguien que le acaba de robar un dulce a un niño—. Y lo odiaba.
—Eso me sorprende, Majestad. —Loki le ofreció una sonrisa tan amplia que logró borrar todo indicio de que apenas unos momentos antes su rostro estaba convulso por una dolorosa agonía—. Mi padre era un miserable de sangre fría: justamente el tipo de persona que a vos podría agradaros.
—Es curioso, porque estaba a punto de mencionar lo mucho que me recuerdas a él. —La gélida sonrisa de Elora se mantuvo intacta mientras acabó de bajar la escalinata, y Loki a su vez se esforzó admirablemente para que la suya no disminuyera—. Crees que puedes hacer uso de tu encanto para salir airoso de cualquier situación, pero no me impresionas lo más mínimo.
—Es una lástima —dijo Loki—, porque, con todo respeto, Majestad, yo podría hacerla estremecer.
Elora se rio, pero cuando el sonido de su carcajada retumbó en las paredes, pareció más bien un cacareo. Hubiera querido gritarle a Loki que dejara de atacarla, y en aquellos momentos deseé poder manejar la telepatía de la forma en que ella lo hacía todo el tiempo.
Sin embargo, mi prioridad inmediata era asegurarme de que no matara a Loki. Él había arriesgado su propia vida en Ondarike para ayudarme, y a pesar de que no habíamos conversado demasiado, estuvo dispuesto a sacrificar muchísimo por mí.
Antes de abandonar el palacio Vittra estuve a punto de invitarlo a que se uniera a nosotros, pero no había llegado a hacerlo y me había quedado con la duda de si había tomado la decisión correcta o no. Con Loki tenía algo que yo misma no era capaz de explicarme, una especie de conexión que no me parecía prudente.
Al recordar lo sucedido en Ondarike, lo que más me sorprendía era la desobediencia en que Loki había incurrido al permitirnos escapar: estaba a cargo de vigilarnos y su insubordinación tendría que haber sido castigada con la pena de muerte.
A pesar de todo, aquel joven había elegido desafiar a su reino y a su monarca para salvarme: algo que ni siquiera Finn habría hecho.
Elora se detuvo frente a Loki; él permaneció de rodillas, sin dejar de desafiar a la reina con la mirada. En aquel momento deseé que dejara de sonreír de aquella forma tan estúpida que sólo conseguiría conducirlo a la muerte.
—Eres un ser insignificante —dijo Elora, mirándolo desde su privilegiada posición—. Podría destruirte en un instante, y sin duda lo haré en el momento en que me parezca más conveniente.
—Lo sé —dijo Loki asintiendo.
Elora tenía la mirada fija en él, y así la mantuvo durante un buen rato antes de que me percatara de que le estaba haciendo algo: tal vez le estuviera hablando o lo estuviera controlando de alguna manera. Loki no se quejaba del dolor, pero su sonrisa se esfumó.
Al cabo de un instante, ella respiró hondo, miró en otra dirección y les hizo un gesto a los guardias.
—Lleváoslo —dijo.
Dos de los más corpulentos se colocaron a la espalda de Loki, lo sujetaron de los brazos y lo levantaron: estaba casi desmayado por el daño que le acababa de infligir Elora, y era incapaz de sostenerse en pie por sí mismo.
—¿Adónde lo llevan? —le pregunté a Elora mientras los guardias casi lo arrastraban. Su cabeza se balanceaba hacia atrás y hacia delante, pero seguía vivo y consciente.
—Eso no es asunto tuyo, como tampoco lo es lo que sucederá con él —me dijo siseando.
Luego inspeccionó todo el lugar y después de eso los guardias se dispersaron para continuar con su trabajo. Duncan se quedó allí esperándome y Tove se mantuvo quieto, a unos metros de distancia. Nunca permitía que mi madre lo intimidara y por eso lo admiraba bastante.
—Debes informarme sobre lo que se les hace a los prisioneros, porque algún día seré reina —dije, tratando de echar mano del argumento más sólido que se me ocurrió. Ella miró en otra dirección y se quedó callada durante un rato. Insistí—. Elora, ¿adónde lo llevan?
—Por el momento, a las habitaciones de la servidumbre —contestó.
Luego miró a Tove y me dio la impresión de que si él no se hubiera encontrado allí, la conversación habría sido muy distinta: Aurora, la madre de Tove, pretendía derrocar a la mía y por tanto Elora no quería que ninguno de ellos llegara a detectar indicio alguno de debilidad o incertidumbre. A pesar de lo mucho que me desagradaban sus métodos, supe que debía respetar sus deseos en aquel momento.
—¿Por qué? ¿Acaso no podría huir de allí con facilidad? —pregunté.
—No, no podría. Me encargaré de que caiga muerto si trata de escapar —dijo—. Deberíamos construir una prisión en toda regla, pero el Canciller nunca lo ha permitido. Es por eso que tengo que hacerme cargo del prisionero. —Elora respiró hondo y se volvió a frotar las sienes—. Tendremos una reunión para decidir qué hacemos con él.
—¿Cuáles son las opciones?
—Tendrás oportunidad de asistir a esa reunión para que aprendas lo que implica ser reina, pero no podrás intervenir para defenderlo. —Posó sus ojos sobre los míos con brillante fiereza y me habló con telepatía: «No puedes defenderlo porque eso sería traición. Si Tove llegara a mencionarle a su madre que has intervenido a favor del prisionero hace un momento, podrían exiliarte».
Parecía más agotada que un rato antes. Su piel siempre tenía la suavidad de la porcelana, pero ahora mostraba algunas arrugas alrededor de los ojos. Además, por un momento se llevó una mano al vientre, como si tratara de recuperar el aliento.
—Necesito reposar —dijo, y luego extendió el brazo para dar más órdenes—. Duncan, por favor, escóltame hasta mi habitación.
—Sí, Majestad. —Duncan se apresuró a ayudarla, pero cuando pasó junto a mí, me ofreció una sonrisa apenada.
Hice un gesto para indicarle que sabía que no tenía otra opción. Los Vittra habían tratado de matarnos a mí, a Finn, a Tove, a mi hermano y prácticamente a toda la gente que me importaba, y Loki era un Vittra. Por otra parte, aunque era obvio que no debía defenderlo, no podía olvidar que había actuado de forma distinta mientras me habían mantenido secuestrada.
Estaba convencida de que aunque presentarse en el palacio resultaba bastante sospechoso, eso no justificaba que se le torturara. No es que pensara abogar para que lo dejaran libre, pero estaba dispuesta a otorgarle el beneficio de la duda. En realidad lo que quería era investigar por qué había ido a Förening, antes de condenarlo y olvidarme de él.
Respiré hondo y sacudí la cabeza en cuanto Elora se fue. Era evidente que ahora era yo quien ocupaba el primer lugar en la lista de gente a la que ella no soportaba, y eso no podía resultar más inconveniente.
—Eso ha estado bien —dijo Tove; casi olvidaba que estaba allí. Me volví y lo vi sonreír con un peculiar gesto de orgullo.
—¿A qué te refieres? —pregunté—. Lo único que he conseguido ha sido arruinar las cosas. Elora está furiosa conmigo, y a partir de ahora se vengará de mí a través de Loki. Además, ni siquiera sé qué demonios hace aquí, o por qué ha venido solo. Estoy tratando de salvarlo y ni siquiera tengo claros sus motivos.
—No, bueno, eso sí que ha salido muy mal —concedió Tove—, pero en realidad me refería a la puerta y la lámpara.
—¿Cómo?
—Cuando Elora lo estaba torturando, has hecho que la puerta se cerrara de golpe y la lámpara temblara —explicó Tove al tiempo que señalaba ambos objetos, como si con eso quedara claro lo que trataba de decirme.
—No, creo que eso debe de haber sido cosa del viento.
—Has sido tú —me aseguró Tove—. Ha sido algo involuntario, pe ro lo has hecho tú: creo que es un gran progreso.
—¿Quieres decir que cada vez que quiera cerrar la puerta sólo necesito que Elora torture a alguien? —pregunté—. Vaya, suena fácil.
—Conociendo a tu madre, sospecho que sí, sería fácil —comentó con una sonrisa socarrona.
Tove y yo retomamos el entrenamiento, pero estaba tan distraída después del incidente que ya no pude mover nada. Él regresó a su casa y yo me dirigí a mi habitación. Se me ocurrió pasar a ver cómo estaba Matt porque la alarma seguramente lo había alterado, y además Rhys estaba en la escuela. Cuando llegué a su cuarto y llamé a la puerta, no hubo respuesta y me atreví a entrar. No estaba allí.
Me preocupó no ver a Matt después de la intromisión de Loki, pero antes de ir a buscarlo por todo el palacio, fui a mi habitación a buscar un jersey. En la puerta encontré una nota escrita de su puño y letra.
«He ido a casa de Willa a almorzar. Regresaré luego. Matt».
Genial. Rompí la nota en pedacitos y entré en mi habitación. Tenía muchas ganas de hablar con él porque me sentía muy confundida, pero estaba paseando con Willa y eso ni siquiera era lógico. No podía imaginar qué estarían haciendo juntos todo el tiempo, porque en realidad deberían odiarse.
Me quedé dormida prácticamente nada más arrojarme sobre la cama. No me había dado cuenta de lo cansada que estaba, pero imaginé que se debía a las exigencias derivadas de mis entrenamientos.