10
Entrenamiento
—¡Demonios! —gritó Tove, y saltó a un lado de mi cama.
Me incorporé y por poco di un bote. Estaba preparada para atacar a quien me hubiera despertado, pero resultó ser Tove Kroner; en ese momento noté que le había hecho algo, aunque no sabía exactamente qué.
Por lo que yo recordaba, ni siquiera había tenido tiempo de reaccionar y me había limitado a incorporarme, pero Tove estaba al otro lado de la habitación y se frotaba las sienes con las manos; estaba agachado y el cabello le caía sobre el rostro.
—¿Tove? —Dejé los pies colgando al borde de la cama y me levanté. Como no me respondió, me acerqué un poco más—. ¿Tove? ¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?
—Sí. —Sacudió la cabeza y se enderezó. Dejó de tocarse las sienes pero mantuvo los ojos cerrados.
—Lo siento mucho; ¿qué te he hecho?
—No lo sé. —Abrió bien la boca y estiró los músculos de la mandíbula, como si lo hubiera abofeteado—. He venido a despertarte para tu entrenamiento, y tú…
—¿Te he golpeado? —interpuse en cuanto calló.
—No, ha sido algo dentro de mi cabeza. —Se quedó mirando al horizonte—. No…, tienes razón: ha sido como si me hubieras abofeteado en el interior.
—¿De qué estás hablando?
—¿Ya habías hecho algo así antes? ¿Tal vez en alguna ocasión en que tuvieras miedo? —Me miró e ignoró mi confusión; sólo le interesaba satisfacer su duda.
—No que yo sepa, en realidad ni siquiera entiendo lo que ha sucedido.
—Mmm. —Tove suspiró y se pasó la mano por el cabello—. Tus habilidades todavía se están desarrollando. Dentro de poco tiempo deberán surgir por sí mismas, y tal vez esto sea parte de ese proceso. O quizá he sido yo el culpable.
—¿Qué?
—Sí, porque soy psíquico —me recordó—. Tu aura está muy oscura hoy.
Tove no podía leer la mente ni nada por el estilo, pero sí percibía situaciones; yo más bien proyectaba fuera de mí y podía entrar en las mentes de otras personas, como hacía Elora, y aplicar la persuasión. Tove era receptor, por lo que podía ver el aura de los demás y era más sensible a las emociones.
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Que no estás a gusto. —Tove sonaba distraído; de repente se dirigió a la puerta—. Vístete de prisa: tenemos mucho que hacer.
Salió antes de que pudiera hacerle más preguntas. Me pregunté qué sería lo que Willa veía en él; aunque, de hecho, tampoco estaba segura de si el chico le atraía o si su interés sólo derivaba del hecho de que su familia fuera muy poderosa. Los Kroner, y específicamente Tove, eran los siguientes en la línea de sucesión al trono en caso de que yo no pudiera cumplir mis funciones.
Con todo, Tove era muy atractivo. Su cabello oscuro mostraba un brillo natural que lo recorría de la raíz a las puntas, aunque era rebelde, y de hecho le llegaba hasta debajo de las orejas; su piel tenía un tono verdoso como el del musgo, lo cual era común en algunos Trylle muy poderosos. No había visto a nadie más con esa característica excepto a su madre, aunque en su caso la tonalidad verdosa era aún más tenue.
Tove estaba a cargo de mi entrenamiento, pero no sabía por qué; tampoco si Elora lo había autorizado, a pesar de sus vínculos familiares. Además de ello, divagaba mucho y era un poco raro.
De entre todos los Trylle que conocía, Tove era el que tenía los poderes más potentes, y eso era especialmente peculiar porque en general las habilidades de los varones tenían menor alcance que las de las mujeres.
Pero a fin de cuentas lo que deseaba era controlar mis poderes, y pensé que me iría mucho mejor pasar el día ocupada en alguna actividad que dando vueltas por ahí. Me vestí con rapidez y salí de mi habitación. Fuera encontré a Tove hablando con Duncan.
—¿Lista? —me preguntó sin mirarme, y comenzó a caminar antes de que le contestara.
—No es necesario que vengas con nosotros —le dije a Duncan mientras caminaba de prisa tras Tove; comenzó a seguirme como siempre, pero se detuvo al oírme.
—No. Tal vez sea mejor que sí nos acompañe —dijo Tove mientras se acomodaba el cabello detrás de las orejas.
—¿Por qué? —pregunté, pero Duncan ya estaba muy emocionado por verse incluido.
—Necesitamos a alguien para hacer pruebas —respondió Tove con toda naturalidad, y la sonrisa de Duncan se desvaneció.
—¿Adónde vamos? —Casi tuve que trotar para seguirle el paso, y deseé que caminara con mayor lentitud.
—¿Has oído eso? —Tove se detuvo de repente y Duncan casi chocó con él.
—¿El qué? —Duncan miró alrededor como si esperara que de detrás de alguna puerta cerrada surgiera un atacante.
—No he oído nada —dije.
—No, por supuesto que no —me dijo Tove con tono displicente.
—¿A qué te refieres? ¿Por qué no habría de oírlo?
—Porque has sido tú quien ha producido el sonido. —Tove respiró hondo pero seguía centrado en Duncan—. ¿Estás seguro de que no has oído nada?
—Sí, seguro —contestó el chico. Luego me miró con la esperanza de que le aclarara por qué Tove estaba actuando de esa forma, pero me limité a encogerme de hombros, ya que no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—Tove, ¿qué sucede? —pregunté en voz alta para que me prestara atención.
—Debes tener cuidado. —Tove inclinó la cabeza, estaba escuchando—. Ahora estás inactiva, pero cuando te molestas, te enfadas, te asustas o te irritas, envías señales. Creo que es una reacción que no puedes controlar, y la estoy recibiendo porque soy sensible. Ni Duncan ni el Trylle promedio pueden hacerlo porque la señal no está dirigida a ellos; sin embargo, si yo alcanzo a oírla, tal vez otros también puedan hacerlo.
—¿Qué? Pero si no he dicho nada —insistí; mi frustración hacia él seguía creciendo.
—Has pensado: «Desearía que caminara con mayor lentitud» —dijo Tove.
—Pero no estaba tratando de usar la persuasión contigo ni nada por el estilo —dije confundida.
—Lo sé. Ya aprenderás a manejar lo que te sucede —me prometió, y luego empezó a caminar otra vez.
Tove nos condujo abajo. No sé adónde había creído que nos llevaría, pero ciertamente me sorprendió mucho ver que llegábamos al salón de baile devastado por el ataque de los Vittra. Aquel lugar había sido alguna vez lujoso, como sacado de un cuento de hadas de Disney: suelo de mármol, paredes blancas con ornamentos de oro, bóvedas, candelabros de diamantes.
Sin embargo, su aspecto era muy diferente después del ataque. La cúpula de vidrio se había roto, y para que no entraran la lluvia y el polvo, en su lugar se habían colocado unas lonas azules y blancas que le daban al recinto un brillo muy peculiar. Los candelabros y trozos de vidrio continuaban en el suelo, al igual que las mesas y sillas destrozadas. El suelo y las paredes estaban ennegrecidos a causa del fuego y el humo.
—¿Por qué hemos venido aquí? —pregunté. Debido al enorme tamaño del salón, mi voz hizo eco como otras veces, aunque ahora las lonas afectaban la reverberación.
—Me gusta este lugar. —Tove extendió las manos y usó su telequinesis para apartar los escombros hacia los lados.
—¿Sabe la reina que estamos aquí? —A Duncan le incomodaba el lugar, por lo que traté de recordar si lo había visto durante el ataque; sin embargo, aquella noche no estaba prestando mucha atención y había tanta gente que era imposible afirmarlo con certeza.
—No estoy seguro —dijo Tove encogiéndose de hombros.
—¿Y sabe que me estás entrenando? —le pregunté. Asintió y miró alrededor, dándome la espalda—. ¿Por qué me vas a entrenar tú? Tus habilidades son distintas a las mías.
—Son similares. —Se volvió para mirarme—. Además, nadie tiene las mismas habilidades que otro.
—¿Ya has entrenado a alguien?
—No, pero soy quien está mejor capacitado para entrenarte a ti —dijo, y luego comenzó a remangarse la camisa.
—¿Por qué? —pregunté, y noté que Duncan tenía la misma expresión de duda que yo.
—Eres demasiado poderosa para que lo haga cualquier otro. Nadie más podría ayudarte a desarrollar todo tu potencial porque no lo comprenden de la forma en que yo lo hago. —Terminó de remangarse y colocó las manos sobre la cadera—. ¿Estás lista?
—Supongo que sí —contesté encogiéndome de hombros. No estaba segura de qué significaba eso exactamente.
—Mueve esto. —Tove señaló vagamente el desastre que había en el salón.
—¿Te refieres a que lo haga con la mente? —Negué con la cabeza—. No puedo hacer eso.
—¿Es que acaso ya lo has intentado? —me desafió Tove, y su mirada refulgió.
—Bueno… la verdad es que no —confesé.
—Pues entonces hazlo.
—¿Cómo?
—Averígualo —me instó, encogiéndose de hombros.
—Vaya, ya veo lo bueno que eres en esto de entrenar a gente —repliqué con un hondo suspiro.
Tove se rio y yo traté de hacer lo que me acababa de proponer. Decidí comenzar con algo pequeño, así que elegí una silla rota que estaba cerca de nosotros. La observé muy concentrada; lo único que sabía cómo usar era el poder de persuasión, por lo que supuse que debía proceder de la misma manera. Repetí en mi mente: «Quiero que se mueva la silla, quiero…».
—¡Nooo! —exclamó Tove, causándome un sobresalto—. Lo estás pensando de la forma equivocada.
—Y entonces ¿cómo debería hacerlo?
—No es una persona. No puedes decirle qué hacer, tienes que moverla tú —añadió como si con eso quedara claro lo que quería decir.
—Pero ¿cómo? —volví a preguntarle, aunque no respondió—. Sería más sencillo si me lo explicaras.
—No puedo hacerlo, no funciona así.
Gruñí algunos improperios entre dientes, y luego me volví para mirar la silla y me preparé para hacerlo.
Bien, no podía decirle que se moviera; tenía que hacerlo yo misma. Pero ¿cómo traducir dicha noción al pensamiento? Agucé la mirada con la esperanza de que fuera de alguna utilidad, y repetí: «Mueve la silla, mueve la silla».
—Ahora mira lo que has hecho —dijo Tove.
Pensé que no habría sucedido nada, pero de pronto vi a mi rastreador caminando hacia la silla.
—Duncan, ¿qué haces? —le pregunté.
—Yo, eh…, voy a mover la silla. Creo. —Parecía algo confundido, pero lleno de determinación. Tomó la silla y me miró, totalmente perplejo—. Pero no sé adónde.
—Déjala en cualquier lugar —le dije distraída, y le pregunté a Tove—. ¿He hecho yo eso?
—Por supuesto. Te he oído recitar las instrucciones con toda claridad. Si lo hubieras hecho con un poco más de control, sería yo el que tendría la silla en las manos. —Cruzó los brazos y me miró casi con desaprobación.
—Pero no es lo que trataba de hacer; ni siquiera estaba mirándolo a él.
—Eso lo hace mucho peor, ¿no crees? —me cuestionó.
—No lo comprendo —exclamó Duncan. Dejó la silla en el suelo y, libre al fin, caminó hasta donde estábamos—. ¿Qué es lo que quieres que haga ella?
—Tienes que controlar tu energía antes de que alguien salga lastimado. —Tove me miró con solemnidad y sus ojos verde musgo se posaron en los míos durante casi un minuto antes de mirar en otra dirección. Señaló su cabeza más o menos de la misma forma en que lo había hecho Loki cuando me explicó que había detectado mi poder de persuasión—. Tienes demasiada potencia. Tus deseos salen disparados como…
—¿Como electricidad estática? —interpuse.
—¡Exactamente! —Tove chasqueó los dedos y me señaló—. Tienes que afinar tu capacidad, sintonizar bien tus frecuencias: como si fueras una radio.
—Me encantaría hacerlo, pero dime cómo.
—Bueno, no es tan simple como girar un picaporte. Y tampoco tienes interruptor de encendido y apagado. —Caminó en círculo con paso lento—. Es una habilidad que tienes que practicar, como cuando les enseñan a los bebés a ir al baño. Debes aprender a controlarla y a dejarla salir.
—Esa es una analogía muy sexy —comenté.
—Sé que puedes mover la silla —dijo Tove, y luego se detuvo abruptamente—. Pero eso puede esperar. Por ahora lo que necesitas es aprender a controlar la persuasión. —Miró a Duncan y le preguntó—. No te molesta que experimentemos contigo, ¿verdad?
—Mmm… supongo que no.
—Ordénale hacer algo, lo que sea. —Ladeó un poco la cabeza, sin dejar de observar a Duncan. Luego se dirigió a mí—. Pero asegúrate de que yo no oiga nada.
—¿Cómo quieres que lo haga? Ni siquiera sé cómo es posible que oigas lo que digo —señalé.
—Focaliza. Tienes que dirigir bien tu energía; es imperativo.
—Pero ¿cómo?
Tove continuaba diciéndome que hiciera cosas sin explicarme la manera de hacerlas; habría dado lo mismo que me ordenara construir un maldito cohete espacial, porque sencillamente no tenía idea de cómo hacerlo.
—Focalizabas mejor cuando Finn andaba por aquí —dijo Tove de repente—. Estabas más enraizada, como pasa con la electricidad.
—Bien, pues él ya no está —contesté bruscamente.
—Pero eso no importa porque él no hacía nada —continuó explicando Tove sin inmutarse—. Tú eres quien tiene el poder. Lo que pasó fue que hiciste como una forma de tierra alrededor de él; ahora dime cómo.
No tenía ganas de pensar en Finn ni en cómo actuaba cuando estaba con él. De hecho, una de las razones por las que la idea del entrenamiento me había parecido tan buena era porque había pensado que así podría distraerme y dejar de pensar en su ausencia; y ahora Tove me estaba diciendo que Finn era la clave de mi éxito. Genial.
Estaba molesta, pero en lugar de gritarle a mi entrenador, decidí alejarme. Detestaba la capacidad que Tove tenía para saberlo todo, sin que le permitiera articular nada en especial. Estiré los brazos y giré el cuello para deshacerme un poco de la tensión; Duncan comenzó a decir algo, pero Tove lo hizo callar.
Finn. ¿Qué era lo que yo hacía de manera distinta cuando lo tenía cerca? Pues me volvía loca; su proximidad hacía que mi corazón se acelerara y el estómago se me agitara; me era muy difícil dejar de contemplarlo. Cuando Finn estaba cerca de mí, me era casi imposible pensar en cualquier otra cosa.
Y eso era todo; resultaba terriblemente sencillo.
Siempre que Finn estaba cerca, yo sólo podía concentrarme en él. De alguna manera, eso era lo que me permitía contener mi energía. Si mi mente consciente se concentraba en algo, entonces el resto podía obedecer; tal vez ahora mi energía se desbordaba porque lo que hacía era justamente tratar de no pensar en Finn.
Él no era la clave, pero cuando estaba a mi alrededor, yo siempre encauzaba mi mente, y cuando él se encontraba lejos, yo trataba de no pensar en nada porque todo me evocaba recuerdos de él; entonces mi pensamiento se esparcía y se aferraba a lo que se hallara a mano.
Cerré los ojos y traté de pensar en algo, de concentrarme en cualquier otra cosa.
Lo primero que me vino a la cabeza fue Finn, como siempre, pero disipé ese pensamiento porque seguramente existía algo más. Después recordé a Loki, y la conmoción que sentí fue tal que decidí desecharlo de inmediato. Concluí que no quería concentrarme en él ni en ninguna otra persona en realidad.
Fue entonces cuando mi mente viajó al jardín de detrás del palacio: era un lugar hermosísimo y me encantaba. Elora lo había retratado en una pintura muy bella, pero francamente no le hacía justicia en absoluto. Recordé el aroma de las flores y la sensación de la hierba bajo mis pies desnudos; pude ver el vuelo de las mariposas y también escuché el murmullo de la corriente que fluía cerca de mí.
—Vuelve a intentarlo —sugirió Tove.
Me volví hacia donde estaba Duncan, que tenía las manos en los bolsillos; cuando me vio, tragó saliva como si temiera que lo fuera a abofetear. Mantuve en mi mente la imagen del jardín y comencé a repetir: «Silba Estrellita, silba Estrellita». Parecía algo trivial, pero ese era el objetivo: no lastimarlo.
Los músculos de su rostro se relajaron, puso una mirada medio perdida, y luego comenzó a silbar. Satisfecha con mi trabajo, me volví para mirar a Tove.
—¿Y bien? —le pregunté, con gran expectativa.
—No he oído nada —dijo Tove sonriendo—. Excelente trabajo.
Pasé el resto del día practicando con Duncan, y como las primeras veces no resultó dañado, se fue sintiendo más cómodo cada vez. Fue muy comprensivo a pesar de que lo hice silbar, bailar, aplaudir y una larga serie de tonterías.
Asimismo, Tove me explicó qué había sido lo que había salido mal con Rhys y que le había impedido sentarse: al parecer, cuanto más me concentraba para tratar de persuadir a alguien, más perdurable resultaba su obediencia.
De hecho, la mente de Rhys era incluso más maleable porque no era Trylle sino humano, y estaba más dispuesto a obedecer: era muy sencillo de manejar, y en aquella ocasión yo había aplicado más energía de la necesaria. Resultaba obvio que ahora tendría que aprender a controlar las dosis.
Por supuesto, también podía invalidar cualquiera de las órdenes que daba, como cuando le indiqué a Rhys que se levantara en lugar de sentarse y viceversa. Pero si no focalizaba mi energía, existía la posibilidad de que persuadiera a gente sin siquiera proponérmelo, tal como había sucedido cuando había hecho que Duncan cambiara la silla de lugar.
Durante todo el día traté de contener mi energía porque entendí que podía ser muy peligrosa en potencia. Para cuando llegó la tarde, estaba completamente exhausta, pues además ni siquiera había tomado un descanso para comer. Luego reflexioné y noté que de todas formas tampoco tenía hambre.
Tove me aseguró que con el tiempo podría utilizar mis poderes con la misma naturalidad con que respiraba o parpadeaba, pero a pesar de los comentarios que hacía para levantarme el ánimo, me costaba mucho trabajo creerle porque no conseguía ver los resultados del entrenamiento.
Acompañé a Tove hasta la puerta y luego subí a mi habitación para darme un baño y tomar una siesta; como a Duncan le había tocado ser conejillo de indias y eso lo había dejado profundamente agotado, se atrevió a dejarme sola para ir a descansar también.
De camino a mi habitación, oí unas voces que me hicieron detenerme.
—Esta es la reina Sybilla —dijo Willa al tiempo que señalaba la pared. Matt estaba a su lado admirando la pintura, y ella le explicaba— es una de las monarcas más respetadas porque, según recuerdo, gobernó durante la Guerra del Largo Invierno, que al parecer fue mucho peor de lo que su nombre indica.
—¿Un invierno largo? —preguntó Matt con una sonrisita, y Willa se rio. Fue agradable escucharla: no recordaba haberla oído reír nunca.
—Lo sé, es una tontería. —Willa tenía el cabello recogido en una coleta, lo cual le daba un toque muy juguetón. Se acomodó un mechón suelto—. Para serte sincera, creo que la mayor parte de estas historias son bastante bobas.
—Sí, ya me había dado cuenta —agregó Matt.
—Hola, chicos —saludé con vacilación mientras me acercaba a ellos.
—¡Ah, hola! —Willa sonrió aún más, y ambos se volvieron para mirarme.
Como siempre, Willa estaba espectacular. Vestía una blusa de corte en V y un adorno de diamante que llegaba justamente al lugar donde comenzaba su escote. Además de aquella joya, también lucía un brazalete, pendientes, anillos y en el tobillo una ajorca, todo parte de la idiosincrasia Trylle: nos fascinaban las joyas. Mi caso no era tan grave como el de Willa, pero definitivamente siempre me habían vuelto loca los anillos.
—¿Dónde has estado? —preguntó Matt, aunque no parecía enfadado ni preocupado. Sólo tenía curiosidad.
—Entrenando con Tove —dije, y encogí los hombros para restarle importancia al asunto. Esperaba que Willa se acercara a mí y comenzara a presionarme para que le diera detalles, pero no mostró ningún interés—. Y vosotros, ¿qué estabais haciendo?
—He venido a ver si te apetecía hacer algo divertido, pero me he encontrado a tu hermano dando vueltas como un cachorrillo perdido. —Rio un poco y Matt se limitó a negar con la cabeza y a rascarse la nuca.
—No andaba como un cachorrillo perdido —dijo con una sonrisa, aunque algo ruborizado—, es sólo que no tengo nada que hacer aquí.
—Justamente. Por eso he pensado en mostrarle el lugar —explicó Willa y señaló los pasillos—. Trataba de explicarle lo formidable de tu linaje.
—La verdad es que sigo sin comprender —interpuso Matt, casi con agobio.
—Si te soy sincera, yo tampoco —confesé, y ambos rieron.
—¿Tienes hambre? —preguntó Matt, y me sentí aliviada en cuanto comenzamos a hablar de un tema menos peligroso, como lo mucho que le preocupaba mi alimentación—. Estaba a punto de bajar y preparar la cena para Rhys, para mí y para esa chica que tiene un nombre raro.
—¿Rhiannon? —preguntó Willa.
—Sí, eso es —asintió Matt.
—Ah, es una niña muy agradable —dijo Willa, y me quedé boquiabierta.
Rhiannon era la mänsklig de Willa, es decir, la chica por la que la habían cambiado al nacer. Rhiannon era increíblemente dulce y se llevaba muy bien con Rhys, pero jamás había oído a Willa hablar tan bien de ella.
—¿Es la novia de Rhys o algo así? —preguntó Matt mirando a Willa.
—No lo sé. Creo que ella está enamorada de él, pero no sé si Rhys le corresponde. —En ese momento Willa pareció incluso feliz ante tal posibilidad, pero por lo general, siempre que hablaba de Rhys o de cualquier otro mänks, lo hacía con bastante displicencia.
—Entonces ¿qué, Wendy? —me preguntó Matt—. ¿Te apetece cenar?
—No, gracias —dije negando con la cabeza—. Estoy bastante agotada. Necesito bañarme y echarme una siesta.
—¿Estás segura? —preguntó Matt. Yo asentí—. ¿Y tú, Willa? ¿Tienes planes para cenar en algún lugar?
—Mmm, no. —Willa le sonrió—. Me encantaría quedarme a cenar.
—Maravilloso —agregó Matt.
Traté de salirme de la conversación lo antes posible porque me parecía demasiado irreal. Willa estaba siendo más que amable y, para colmo, ahora se mostraba dispuesta a comer algo que prepararía un mänks.
Y claro, aún quedaba por explicar la forma en que Matt actuaba. Era algo… peculiar. No sabía con exactitud qué era lo que estaba sucediendo, pero fue un alivio alejarme de ellos.