8
Predicciones
Aunque quedarme dormida junto a Finn fue algo muy agradable, el despertar resultó un asunto completamente distinto. Todavía tenía el cuerpo dolorido por el reciente ataque de Kyra, y como me había quedado dormida en una mala postura, cuando abrí los ojos me dolían todos los músculos del cuerpo.
Cuando Finn se detuvo frente a la casa me estiré y el cuello me dolió más de lo que me había dolido en la vida, así que bajé del coche y ejercité en círculo los hombros para relajarlos; mientras tanto, Matt contemplaba la mansión completamente emocionado.
La casa de Elora era un verdadero palacio que se erguía en toda su belleza y opulencia sobre los acantilados del río Mississippi; sus blancos muros exteriores estaban cubiertos de enredaderas, y unas delgadas columnas sostenían la construcción enclavada al borde de la pendiente. Toda la pared posterior estaba hecha de vidrio y tenía vistas al río. Recordé lo mucho que me había asombrado la elegancia de la mansión la primera vez que la vi; ahora, sin embargo, estaba demasiado enfadada para siquiera reparar en ella.
Tenía que aclarar muchas cosas con Matt, pero primero necesitaba hablar con Elora para reprocharle sus mentiras; si hubiera sabido antes que el rey Vittra era mi padre, jamás habría llevado a Rhys a casa de Matt ni los hubiera expuesto a un peligro tan grande.
En cuanto entramos en el palacio dejé que Rhys ayudara a Matt a instalarse; todavía no había encontrado la manera de reparar el daño que le había causado a Rhys, así que me tuve que limitar a decirle que se pusiera de pie y dejé que Finn y Tove le ayudaran a resolver el resto.
Finn me dijo que primero tenía que calmarme, pero lo ignoré y llena de furia atravesé el comedor para ir en busca de Elora. Ya no me daba miedo, ni lo más mínimo. Al contrario que Oren, que sí que podría hacerme daño, ella, en el peor de los casos, sólo podía llegar a humillarme.
El palacio estaba dividido en dos enormes alas separadas por una sala circular que hacía las veces de vestíbulo. En el ala sur se llevaban a cabo todos los asuntos oficiales, y era allí donde se hallaban las salas de reunión, un salón de fiestas, un enorme comedor, las oficinas, el salón del trono, las habitaciones de los empleados y el dormitorio de Elora.
El ala norte albergaba los lugares más típicos de una casa, como mi habitación, las de los huéspedes y la cocina. La sala de estar de Elora estaba al final de esa ala, en la esquina del edificio, por lo que dos de sus paredes eran en realidad enormes ventanales. La reina pasaba allí la mayor parte de su tiempo libre; pintaba, leía o se dedicaba a cualquier otra actividad que la relajara.
—¿Cuándo pensabas decirme que Oren es mi padre? —le exigí que me respondiera en cuanto abrí la puerta de golpe.
Elora estaba en la chaise longue, y su largo vestido oscuro caía con suavidad a su alrededor. Incluso cuando estaba descansando mostraba esa intrínseca elegancia que la caracterizaba. Su belleza y su porte fueron los rasgos que más le había envidiado cuando la conocí, pero ahora no podía verlos como otra cosa que una débil fachada. Todo lo que Elora hacía tenía como objetivo guardar las apariencias, y por eso había llegado a dudar que se pudiera llegar a un nivel más profundo con ella.
Me quedé parada con los brazos cruzados y ella se cubrió los ojos con la mano como si le molestara demasiado la luz. Dado que la aquejaban las migrañas, no era del todo improbable que estuviera sufriendo una en aquel preciso momento; aunque ciertos detalles parecían desmentirlo, como el hecho de que las persianas de los amplios ventanales estuvieran abiertas de par en par y dejaran pasar la luz matinal.
—Me alegro de que estés a salvo —dijo. Sin embargo, ni siquiera levantó la mano con la que se cubría para hacer el esfuerzo de mirarme.
—Ya. Se nota. —Me dirigí a la chaise longue y me detuve frente a ella—. Elora, tienes que explicarme la verdad, porque si pretendes que algún día llegue a gobernar no puedes ocultarme información de este tipo. Sería una pésima reina si no estuviera al tanto de todo.
En lugar de gritarle todo lo que en verdad hubiera querido expresar, había decidido adoptar una actitud razonable.
—Ahora ya conoces la verdad. —Daba la impresión de haberse cansado de una conversación que apenas acababa de comenzar. Finalmente, bajó el brazo y sus oscuros ojos se enfrentaron a mi furiosa mirada—. ¿Por qué me miras de ese modo?
—¿Eso es todo lo que tienes que decirme? —la increpé.
—¿Qué más quieres que te diga? —Con un suave y elegante movimiento, se sentó, y como no retrocedí, se levantó. Al parecer no le agradaba la idea de que me dirigiera a ella desde una posición superior.
—Los Vittra me secuestraron, su rey es mi padre ¿y no tienes nada que decirme al respecto? —La observé llena de incredulidad, pero ella se limitó a darme la espalda y caminó hasta la ventana.
—Tu difícil situación me apenaría más si no hubieras huido. —Se cruzó de brazos hasta casi envolverse por completo, y se puso a mirar cómo fluía el río al fondo del acantilado—. Te di órdenes específicas de no abandonar el complejo, y todos te explicamos que era para protegerte. Creo que después del ataque conocías perfectamente los peligros que implicaba escapar. Yo no tengo la culpa de que te hayas colocado en una situación tan comprometedora.
—¡Pensaba que el ataque los habría dejado demasiado lastimados y temerosos para intentar secuestrarme de nuevo! —grité—. Jamás creí que los Vittra tuvieran alguna razón concreta para perseguirme, pero tal vez si hubiera estado al tanto de la existencia de mi padre, habría sabido que efectivamente la tenían.
—Sabías que al marcharte de aquí estabas poniendo tu propia vida en tus manos —dijo Elora llanamente.
—¡Maldita sea, Elora! —estallé—. Esto no va de ver quién es el culpable, ¿de acuerdo? Lo que quiero saber es por qué me mentiste: me dijiste que mi padre había muerto.
—Era mucho más sencillo y práctico que decirte la verdad —me explicó, como si con eso se arreglara de golpe la situación. De acuerdo, mentirme era más sencillo, y claro, ¿para qué iba a querer yo que su vida se complicara ni nada por el estilo?
—¿Y cuál es la verdad entonces? —le pregunté sin miramientos.
—Me casé con tu padre porque eso era lo correcto —explicó, y luego se quedó callada durante tanto tiempo que creí que ya no añadiría nada más, pero continuó—. Los Vittra y los Trylle han sido enemigos durante siglos, tal vez desde siempre.
—¿Por qué? —Me acerqué un poco más a ella pero no se dio la vuelta.
—Por varias razones. —Se encogió de hombros—. Los Vittra siempre han sido sumamente agresivos, pero nosotros somos más poderosos. Ese hecho condujo a una estructura de poder muy peculiar, por lo que ellos siempre se han esforzado para obtener más control, más territorio y más gente.
—¿Por eso pensaste que al casarte con Oren acabarían siglos de luchas?
—Mis padres así lo creyeron. Arreglaron el matrimonio antes siquiera de que yo llegara a Förening. —Al igual que yo, Elora había sido una changeling, por más que rara vez lo mencionara—. Por supuesto, pude haberme negado, de la misma forma en que tú rehusaste cambiar de nombre.
Su último comentario denotaba cierta amargura. Como parte de mi regreso al reino Trylle, se suponía que tenía que rebautizarme y recibir un nombre más apropiado; sin embargo, me había negado a ello y gracias a que los Vittra interrumpieron la ceremonia, no me había visto forzada a hacerlo, así que Elora tuvo que ceder y me permitió conservar mi nombre; de esa manera me convertí en la primera princesa en la historia de los Trylle en defenderse así.
—Pero ¿te opusiste? —le pregunté, tratando de ignorar su discreta alusión a mi desobediencia.
—No. Tuve que dejar de lado mis deseos personales por el bien común. Tú también deberías aprender a hacerlo, por cierto. —De pronto la luz brilló sobre su cabello como si tuviera un halo, pero en cuanto le dio la espalda a la ventana, desapareció.
»Si una simple boda podía terminar con todo aquel odio, no podía negarme —continuó explicando—. Debía pensar en las vidas y la energía desperdiciada de los Trylle y los Vittra.
—Y por eso te casaste —resumí—. ¿Qué sucedió después?
—No mucho. El matrimonio fue demasiado breve. —Se frotó los brazos para paliar un frío que sólo ella sentía—. Antes de la boda lo vi unas cuantas veces en las que se comportó muy bien. No lo amaba, pero…
Dejó la frase en el aire, pero por la manera en que la había empezado, imaginé que había llegado a quererlo.
En realidad no me imaginaba a Elora sintiendo afecto por nadie. Aunque a veces la había visto flirtear con Garrett Strom, siempre parecía que se trataba de una especie de montaje teatral. Aún no estaba segura de que mantuvieran una relación, pero a él parecía gustarle Elora y nos visitaba con frecuencia. Además, como era markis, ella podría casarse con él si así lo decidiera.
Por otra parte, Finn y Rhys ya me habían hablado sobre el secreto y prolongado amorío que Elora había mantenido con el padre de Finn después de que el mío se fuera. Sin embargo, era rastreador como su hijo y nunca se divorció, por lo que no pudieron tener una relación abierta. Rhys, pese a ello, insistía en que Elora había estado profundamente enamorada de él.
—¿Y qué pasó después de que te casaras? —proseguí.
Elora se había quedado perdida en sus recuerdos, así que mi pregunta la hizo volver en sí.
—Oh, las cosas no salieron bien —dijo con toda naturalidad—. Él no era exactamente cruel, y eso dificultó mucho la situación: no podía separarme sin una causa demostrable, porque había mucho que dependía de esa unión.
—Pero finalmente lo hiciste, ¿no?
—Sí; fue después de quedarme embarazada de ti. Yo… —Elora hizo una pausa para encontrar las palabras adecuadas— ya no pude soportarlo más, así que lo abandoné justo antes de que nacieras y luego te escondí. Quería una familia fuerte que te pudiera proteger y resguardar en caso de que tu padre te buscara.
—¿Por eso Finn comenzó a rastrearme tan pronto? —pregunté.
Por lo general los rastreadores esperaban hasta que los changelings cumplían dieciocho años o más para recuperarlos; a esa edad ya se habían convertido en adultos y tenían acceso a sus fideicomisos. Finn, sin embargo, comenzó a seguirme a comienzos del último año de instituto, por lo que me convertí en uno de los changelings más jóvenes en regresar a Förening.
Finn me había explicado que, como me mudaba mucho, habían decidido recuperarme antes perderme el rastro, pero mi intuición me decía que en realidad lo que temían era que los Vittra me encontraran antes de que ellos consiguiesen traerme de vuelta a Förening.
—Sí —asintió Elora—. Por fortuna todavía no era reina cuando nos separamos y por lo tanto Oren no tenía ningún poder sobre mi reino; de otra manera, todo habría sido muy diferente.
—¿Cuándo te convertiste en reina? —pregunté, sin prestar toda mi atención a lo que había dicho sobre Oren.
Me era difícil imaginar a Elora como princesa: era obvio que en algún momento había sido una joven sin experiencia, pero ahora poseía la majestuosidad de alguien que siempre hubiera sido reina.
—Fue poco después de que nacieras —dijo, y se volvió a mirarme—. Me alegro de que estés aquí de nuevo.
—Por poco no vuelvo —le expliqué con la intención de que se preocupara un poco más por mí, pero se limitó a arquear una ceja y permaneció en silencio—. Kyra, la rastreadora Vittra, me dio una paliza. Habría muerto de no ser porque la esposa de Oren es una sanadora.
—No hubieras muerto —me dijo bruscamente, de la misma forma que todos los demás parecían reaccionar cuando mencionaba que Kyra me había herido.
—¡Tosí sangre! Creo que tenía una costilla rota que me estaba perforando el pulmón o algo así. —Todavía me dolían los costados y nadie podía quitarme de la cabeza la idea de que había estado a punto de morir en aquel calabozo.
—Oren jamás te habría dejado morir —dijo Elora en un tono displicente. Se alejó de la ventana y volvió a sentarse en la chaise longue; yo permanecí de pie.
—Tal vez no —admití—, pero pudo haber matado a Matt y a Rhys.
—¿Matt? —Elora se quedó perpleja por unos instantes, expresión que resultaba bastante inusual en ella.
—Mi hermano…, es decir, mi hermano anfitrión o como quieras llamarlo. —Ya estaba cansada de explicar la existencia de Matt como si no tuviera relación conmigo, así que decidí que a partir de aquel momento sólo me referiría a él como mi hermano porque, por lo que a mí concernía, lo seguía siendo.
—¿Están en el palacio? —Su confusión se tornó en molestia.
—Sí. Ni se me pasó por la cabeza dejarlos allí: Oren los habría matado para vengarse de mi huida. —No estaba segura de que aquello fuera verdad, pero la intuición me decía que sí.
—Entonces ¿pudisteis escapar todos? —Por un instante sonó como si en verdad le importara; no es que su actitud se pareciera ni siquiera lejanamente a la de Matt, pero al menos parecía humana y afectuosa.
—Sí, así es. Finn y Tove lograron sacarnos de allí sin ningún problema. —Fruncí el ceño al recordar lo sencillo que nos había resultado escapar.
—¿No sucedió nada? —preguntó Elora y con eso aumentó mi preocupación.
—No —negué con la cabeza—. Y eso fue todo en realidad: no sucedió absolutamente nada. Prácticamente salimos caminando de allí.
—Bueno, ahí lo tienes, ese es Oren —dijo dirigiendo los ojos al techo—. Su excesiva arrogancia ha sido siempre su punto débil.
»Es poderoso, muy poderoso —continuó Elora y en su voz había un aire de asombro que jamás le había oído con anterioridad—. Sin embargo, siempre ha pensado que puede tomar lo que le venga en gana y que nadie lo detendrá. Es cierto que la mayoría de los trols le temen demasiado como para molestarlo, pero tu padre ha supuesto erróneamente que yo también formo parte de ese grupo.
—Pero también soy tu hija, ¿es que ni siquiera imaginó que tratarías de rescatarme? —pregunté con vacilación.
—Como te decía, es demasiado arrogante. —Se frotó las sienes y se reacomodó en la chaise longue.
Elora tenía el don de la precognición y otros poderes telequinéticos cuyo alcance yo desconocía, aunque esperaba llegar a comprenderlos pronto.
Al recordarlo, me volví para observar con mayor detenimiento las pinturas mediante las cuales ella predecía el futuro: en aquel momento, en el salón sólo había dos terminadas y una que acababa de comenzar. En esta última únicamente había trazado en una de las esquinas una pincelada de color azul, por lo que no pude sacar ninguna información de ella.
Por otra parte, en la primera de las pinturas terminadas se veía el jardín ubicado en la parte trasera de la casa: la imagen comenzaba debajo del balcón y recorría el acantilado, que estaba rodeado por un grueso muro de ladrillo; sólo había estado allí en una ocasión, pero fue un momento idílico porque gracias a la magia de los Trylle jamás dejaba de florecer.
En la pintura de Elora, el jardín estaba cubierto por una ligera capa de nieve que brillaba como si se tratara de diamantes; sin embargo, la corriente que fluía a modo de cascada en la fuente del centro no se había llegado a congelar. A pesar de que era una escena invernal, todo florecía y seguía creciendo en plenitud: los pétalos de color rosa, azul y morado tenían un ligero escarchado que los hacía brillar y daba al espectador la impresión de encontrarse en una exótica tierra de hadas.
Elora tenía una habilidad prodigiosa para pintar, y se lo habría comentado si creyera que mi opinión le interesaba. La belleza del cuadro del jardín me extasió tanto que me tomó un rato percatarme de que en él aparecía alguien que estaba al acecho.
En uno de los extremos había una figura; parecía un hombre con el cabello más claro que yo, aunque como la imagen estaba sombreada, era difícil asegurarlo. El individuo en cuestión estaba a demasiada distancia y su rostro aparecía tan borroso que resultaba muy difícil distinguirlo.
Pero a pesar de que no se podía ver con claridad, algo en su presencia resultaba amenazante, o al menos daba la impresión de que eso era lo que había percibido Elora cuando hizo la pintura.
—¿Cuándo te enteraste de que los Vittra me habían capturado? —le pregunté, aun sabiendo que tal vez siempre había estado al tanto.
—Cuando me lo dijo Finn —contestó distraída—. Vino y se llevó a Tove y al otro para ir a rescatarte.
—Y tú sólo… —Iba a preguntarle si los había dejado ir sin ni siquiera enviar un ejército de apoyo, pero mi mirada se desvió hacia la otra pintura y dejé la frase en el aire.
La segunda era un retrato mío, de cintura para arriba. Al fondo se veía una mezcla de tonos negros y grises, por lo que no pude identificar dónde me encontraba. Se me veía muy parecida a mi aspecto actual, aunque sin embargo iba mucho mejor vestida. Aunque llevaba el cabello suelto, mis rizos oscuros estaban arreglados de una manera muy hermosa. Asimismo, iba ataviada con un increíble vestido blanco decorado con diamantes a juego con los del collar y los pendientes que también lucía.
No obstante, lo más asombroso se encontraba sobre mi cabeza: llevaba puesta una corona de plata trenzada, adornada con diamantes. Mi rostro parecía inexpresivo, lo que me impedía saber si me alegraba o no de haber sido coronada. De cualquier forma, allí estaba yo: retratada como reina.
—¿Cuándo has pintado ese retrato? —pregunté señalando la pintura. Ella se había vuelto a cubrir los ojos con el brazo pero lo apartó para ver a qué me refería.
—Ah, eso —contestó—. No dejes que te preocupe, porque si lo haces, te volverás loca tratando de discernir y prevenir el futuro. Es mucho mejor dejar que los sucesos se vayan produciendo.
—¿Ese es el motivo de que no te preocupara que pudiera haber muerto? —la interrogué; me sorprendió mucho percatarme de cuánto me irritaba la indiferencia de mi madre.
Elora sabía que no iba a morir pronto porque tenía la prueba de que algún día llegaría a ser reina. Pero, por supuesto, no se había tomado la molestia de compartir esa información conmigo.
—Sí, entre otras cosas —dijo con un hondo suspiro.
—¿Qué significa eso? —la cuestioné—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan misteriosa?
—¡No significa nada! —exclamó exasperada—. Esa pintura podría incluso indicar que serás reina de los Vittra, o qué sé yo. El futuro es demasiado abstracto para entenderlo o cambiarlo, y sólo porque pinte algo no significa que se vuelva real.
—Pero predijiste el ataque que sucedió durante mi ceremonia de bautismo —la refuté—. Vi la pintura que mostraba el salón de baile incendiado.
—Así es, y a pesar de todo no pude impedirlo —dijo con un tono gélido.
—¡Ni siquiera lo intentaste! ¡No me advertiste ni cancelaste la ceremonia!
—¡Por supuesto que traté de evitarlo! —Elora casi me mató con la mirada; en otro tiempo me habría hecho llorar, pero ya no—. Me reuní con asesores, lo discutí con todo el mundo; les advertí a Finn y a los demás rastreadores, pero no tenía ningún dato en firme sobre el que basarme: sólo veía el fuego, los candelabros y el humo. No vi a la gente ni el salón; ni siquiera contaba con una referencia temporal del suceso. ¿Tienes idea de cuántos candelabros hay tan sólo en el ala sur? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Decirle a todo el mundo que evitara acercarse a los candelabros durante el resto de sus vidas?
—No; no lo sé —tartamudeé—, pero pudiste… haber intentado hacer algo.
—Siempre sucede del mismo modo: nunca acabo de comprender la visión hasta que el hecho ha tenido lugar —explicó Elora, más para sí que para mí—. Me pasa con todas. Eso es peor que poder ver el futuro, porque no sé lo que significan las imágenes y por tanto no puedo impedirlo. Resulta demasiado evidente después, cuando ya ha ocurrido todo.
—¿Qué es lo que estás tratando de decirme? —pregunté—. ¿Que no seré reina?
—No, lo que quiero que entiendas es que la pintura en sí no significa nada. —Cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz—. Me está dando un terrible ataque de migraña, preferiría terminar con esta conversación.
—De acuerdo, como quieras —exclamé levantando los brazos: sabía que no podía forzar a Elora a nada. De hecho, había tenido suerte de que no llamara a Finn para que me sacara de allí.
En ese instante recordé que Finn estaba abajo; no había podido decirle gran cosa durante el trayecto hasta Förening, pero definitivamente teníamos mucho de que hablar.
Abandoné el salón para ir en su busca. Sabía que debería estar más preocupada por otros asuntos, pero en aquel momento lo único que quería era estar a solas con él. Hablar sin temor y…, no lo sé. Tenía que verlo cuanto antes.
Pero encontré a Duncan en lugar de a Finn; me estaba esperando en el pasillo, a una cierta distancia. Al parecer llevaba un buen rato apoyado en la pared, jugando con su teléfono, pero se enderezó de inmediato en cuanto me vio salir del salón. Me sonrió con timidez, y al intentar ocultar el teléfono en su bolsillo terminó cayéndosele al suelo.
—Lo siento, princesa. —Duncan se agachó torpemente para recogerlo—. Sólo quería que pudierais hablar un rato a solas con vuestra madre.
—Gracias. —Continué caminando por el pasillo y me siguió—. ¿Por qué me estabas esperando? ¿Necesitas algo?
—No, es que ahora soy vuestro rastreador, ¿recordais? —Parecía algo avergonzado—. Y como los Vittra quieren capturarla, tengo que estar de guardia todo el tiempo.
—Por supuesto —asentí. Como Finn me había salvado la vida por centésima vez, tenía la esperanza de que lo restituyeran en su cargo y volviera a ser mi rastreador oficial—. ¿Dónde está Finn? Necesito hablar con él.
—¿Finn? —Duncan tropezó—. Eh, él ya no es vuestro rastreador.
—Sí, ya lo sé, y te aseguro que no trato de subestimar tu capacidad —agregué sonriendo—. Sólo quiero conversar un rato con él.
—Ya, comprendo —dijo sacudiendo la cabeza—, es sólo que… —Dejé de caminar porque no sabía qué lo perturbaba tanto—. Lo que quiero decir es que, como ya no es vuestro rastreador… se ha marchado.
—¿Se ha marchado? —Volví a sentir aquel dolor en el corazón que ya me resultaba tan familiar.
No debería haberme sorprendido ni haber permitido que aquello me lastimara, pero la herida volvió a abrirse como cuando se fue la vez anterior.
—Sí. —Duncan bajó la vista y jugueteó con el cierre de su chaqueta—. Como vos os encontráis bien…, ya no tenía motivos para permanecer aquí.
—Ya veo —agregué, paralizada por el dolor.
Le podía haber preguntado a Duncan dónde se encontraba Finn. Sí, tal vez debería haberlo interrogado, porque seguramente no andaba muy lejos de allí; de hecho, podía imaginarlo diciendo poco antes que se iba para protegerme, resguardar mi honor o algo así; pero nada de aquello me importaba ya.
En aquel momento sus razones dejaron de tener importancia para mí; lo único que me parecía relevante era que estaba harta de que me rompiera el corazón.