6
Reyes y peones
Lo primero que me vino a la mente fue lo más obvio: estaba mintiendo.
Pero después de eso me pregunté: ¿y si no fuera así?
Elora había sido una madre terrible en todos los sentidos, y apenas había demostrado interés por mí. Por otra parte, pensé en el encuentro con Sara minutos antes: había acariciado mi vestido con cariño e incluso había llegado a decir: «Llevo imaginando este día desde hace mucho tiempo».
Se había quedado cerca, retorciéndose las manos. Su mirada se había encontrado con la mía y me había sonreído llena de esperanza; sin embargo, en su rostro aún había un dejo de tristeza que no alcanzaba a comprender.
No me parecía a ella, o al menos no más de lo que me parecía a Elora: ambas me superaban en belleza. Por otra parte, Sara parecía mucho más joven que Elora, debía de tener unos treinta y tantos.
—Entonces… —Tragué saliva, me obligué a hablar y me volví para mirar a Oren—. ¿Quieres decir que Elora no es mi madre?
—No. Por desgracia, Elora sí es tu madre —contestó el rey con un hondo suspiro.
Eso me confundió mucho más, aunque el hecho de que lo admitiera le daba más credibilidad a sus palabras. Me pareció que le habría sido más fácil mentirme; si su plan era que me quedara y me pusiera de su parte, hubiera podido decirme que él y Sara eran mis verdaderos padres.
Pero no. Me dijo que Elora era mi madre, lo cual permitía que el vínculo entre ella y yo prevaleciera, y definitivamente no había forma de que eso lo beneficiara a él.
—¿Y por qué me cuentas todo esto? —pregunté.
—Necesitas conocer la verdad porque sé lo mucho que le gustan a Elora los juegos. —Cada vez que Oren mencionaba su nombre, lo hacía con un dejo de amargura, como si le doliera recordarlo—. Si estás al tanto de todos los hechos, te será más sencillo tomar una decisión.
—¿A qué decisión te refieres? —Hice la pregunta a pesar de que creía conocer ya la respuesta.
—A la única que importa, por supuesto —dijo sonriendo con una mueca muy peculiar— qué reino vas a gobernar.
—Para ser honesta, no quiero gobernar ningún reino —agregué mientras retorcía un rizo que se había soltado de mi moño.
—¿Por qué no te sientas? —Sara señaló una silla que estaba detrás de mí, y en cuanto me senté, ella se acomodó cerca del rey.
—Entonces… —La miré, y ella me brindó una sonrisa melancólica—. ¿Tú eres mi madrastra?
—Sí —asintió con la cabeza.
—Ah. —Me quedé callada durante un rato, tratando de asimilarlo todo—. No lo entiendo, Elora me dijo que mi padre había muerto.
—De eso estoy seguro. —Oren se rio perturbadoramente—. Si te hubiera hablado sobre mí, habría tenido que darte a escoger, y ella sabe bien que jamás la elegirías.
—Entonces ¿cómo…? —Titubeé porque no encontraba las palabras adecuadas—. ¿Cómo es que vosotros dos… os unisteis para…, ya sabes, para concebirme?
—Estuvimos casados —dijo Oren—. Fue mucho tiempo antes de que me desposara con Sara, y además fue una unión muy breve.
—¿Estuviste casado con Elora? —pregunté, furiosa.
Al principio, cuando me dijo que era mi padre, había pensado que se trataba de una aventura ilícita como la que Elora había tenido con el padre de Finn, pero jamás hubiera imaginado que fuera un hecho público del que toda persona que conocí en Förening pudiera estar al corriente.
Y eso incluía a Finn; cuando me habló de la historia Trylle y me dio una especie de curso intensivo acerca de lo que debía saber para ser princesa, no mencionó en ningún momento que mi madre hubiera estado casada con el rey de los Vittra.
—Sí, estuvimos casados durante un período corto —respondió Oren—. Creímos que sería una buena forma de vincular nuestros respectivos reinos. Los Vittra y los Trylle han vivido en desacuerdo a lo largo de los años, por lo que quisimos promover la paz. Por desgracia, tu madre es la mujer más irracional, horrible e imposible de tratar del mundo. —Sonrió—. Pero eso ya lo sabes porque la conociste.
—Sí, me di cuenta de lo imposible que es tratarla. —Por un instante sentí un extraño deseo de defenderla, pero preferí quedarme callada.
Elora había sido fría, casi rozando la crueldad, pero por alguna razón me sentí ofendida cuando Oren habló mal de ella. De cualquier manera, asentí y sonreí como si estuviera completamente de acuerdo con él.
—Es increíble que llegara incluso a concebir un bebé con ella —dijo, un poco más para sí que para el resto, y al escucharlo me encogí sólo de pensar en el asunto. No tenía ningún deseo de imaginar a Oren y a Elora en un momento íntimo—. El matrimonio terminó antes de que nacieras. Elora te llevó consigo y te escondió. Te he buscado todos estos años.
—Pues lo hiciste muy mal —dije, y su expresión se endureció—. No sé si te han informado de que tus rastreadores me han golpeado en tres ocasiones diferentes. Tu esposa tuvo que sanarme para que no muriera.
—Lo lamento muchísimo, y te aseguro que Kyra ya está siendo castigada —dijo Oren, aunque su voz apenas denotaba disculpa. Más bien sonaba molesto; sólo esperaba que su enfado estuviera más dirigido a Kyra que a mí—. De cualquier manera, no habrías muerto.
—¿Y cómo lo sabes? —le pregunté incisivamente.
—Digamos que es intuición «real» —contestó Oren con cierta imprecisión. Tenía más preguntas que hacerle, pero no dejó de hablar—. No espero que nos recibas con los brazos abiertos porque sé que Elora ya tuvo oportunidad de predisponerte, pero me gustaría que te tomaras unos días para conocer nuestro reino antes de decidirte o no a gobernar conmigo.
—¿Y qué pasaría si decidiera no quedarme? —pregunté con mirada desafiante.
—Antes de tomar una decisión, date una vuelta por el reino —sugirió Oren. Luego sonrió, pero el tono autoritario en su voz era inconfundible.
—Deja que mis amigos se vayan —espeté. Ese había sido el motivo original por el que había decidido hablar con el rey, pero toda su explicación acerca de mi nacimiento había acabado desviando la charla.
—Preferiría no hacerlo —dijo con la misma extraña sonrisa.
—No me quedaré si no los dejas ir —dije con toda la firmeza que pude.
—Mientras ellos estén aquí, tú no podrás irte. —La dureza en su tono le otorgó mayor severidad a sus palabras—. Son una especie de garantía para asegurarme de que vas a considerar mi oferta con mucha seriedad.
Sonrió como si con eso pudiera contrarrestar la velada amenaza que me acababa de lanzar, pero la malicia en su mirada me intimidó aún más; se me erizó el vello de la nuca y pensé que aquel hombre no podía ser mi padre.
—Te prometo que no iré a ninguna parte —dije, tratando de disimular que me temblaba la voz—. Si los dejas ir, me quedaré todo el tiempo que desees.
—Los dejaré ir cuando pueda confiar en ti —respondió con un argumento que sonaba razonable; tragué saliva y traté de pensar otra forma de negociar con él—. ¿Por qué te preocupan tanto esas personas? ¿Quiénes son?
—Mmm… —Pensé en mentirle, pero ya se había dado cuenta de que me importaban—. Uno de ellos es mi hermano, bueno, mi… hermano anfitrión o como se le llame, Matt. El otro, Rhys, es mi mänsklig.
—¿Todavía llevan a cabo la práctica de los changelings? —preguntó Oren con un gesto de desaprobación—. No debería sorprenderme, Elora detesta cualquier cambio y se niega a romper con la tradición. Sus costumbres están muy pasadas de moda.
—¿Cómo? —pregunté.
—Sí, todo ese asunto de los mänsklig es una pérdida total de recursos. —Oren movió la mano con desdén para señalar lo mucho que le molestaba el tema.
—¿A qué te refieres? —le pregunté—. ¿Qué hacéis vosotros con el bebé que recogéis cuando dejáis a un changeling en su lugar? —Los Trylle siempre se llevan al bebé que sustituyen.
—Nosotros no nos llevamos a los niños —dijo el rey. Se me hizo un nudo en el estómago al imaginar que los Vittra los mataban, tal como alguna vez había pensado que hacían los Trylle— los dejamos en hospitales u orfanatos humanos; no tenemos por qué preocuparnos por ellos.
—¿Y por qué los Trylle no hacen lo mismo? —pregunté, y en cuanto lo hice me di cuenta de lo lógico que era. ¿Por qué no lo harían todos así? Sería más sencillo y barato.
—Originariamente los recogían para aprovecharlos como esclavos, pero ahora conservarlos entre ellos es sólo una tradición. —El rey sacudió la cabeza como si la cuestión no tuviera mayor importancia.
»De cualquier manera, es algo discutible. —Oren resopló con fuerza—. Nosotros ya casi no realizamos la práctica de los changelings.
—¿En serio? —pregunté. Era el primer tema en el que podía estar de acuerdo con él desde que habíamos comenzado a hablar.
—Los changelings corren el riesgo de resultar heridos, perderse o sencillamente rechazarnos —dijo Oren—. Eso sería desperdiciar una vida, y aparte es una práctica que estaba acabando con nuestro linaje. Somos más poderosos que los humanos, y si deseamos algo, sólo tenemos que tomarlo. No es necesario que pongamos en peligro a nuestros descendientes dejándolos en las torpes manos de esos seres inferiores.
Tenía razón, pero no me pareció que su postura fuera mucho mejor que la de mi madre. Ella era una estafadora, sí, pero lo que él proponía era sencilla y llanamente robar.
—Elora no estaba dispuesta a cambiar las antiguas costumbres. —Al hablar de ella, el rostro de Oren se tornaba cada vez más sombrío—. Estaba tan empeñada en mantener separados a los humanos y a los trols, que terminaba vinculando sus vidas de manera irrevocable; y sin embargo era incapaz de darse cuenta de la hipocresía de su propia visión. Para ella, aquello era como dejar que una nana criara a sus hijos.
—Es algo completamente distinto —dije.
Recordé la infancia que tuve al vivir con una madre anfitriona que había tratado de matarme, y también el vínculo que me unía a Matt. Estaba segura de que una niñera no podía cuidar a un niño de esa manera.
—Así es —dijo Oren sacudiendo la cabeza—. Por eso no funcionó nuestro matrimonio. Yo quería conservarte, pero ella te entregó a otros de todos modos.
Sabía que en su razonamiento había algo que no encajaba por más que a mí se me escapara, pero sin embargo me sentí muy conmovida a pesar de que no acababa de creerle del todo. Era la primera vez que alguno de mis padres, de entre los anfitriones y los reales, expresaba su deseo de tenerme.
—Y yo… —comencé a decir, intentando que la emoción no se apoderara de mí—. ¿Tengo hermanos?
Oren y Sara se miraron de una manera que no pude interpretar, y luego ella se concentró en sus manos, que tenía juntas sobre el regazo. Era lo opuesto a Elora en casi todos los aspectos, excepto en el físico: en ese sentido eran notablemente similares por el cabello negro y aquellos hermosos ojos oscuros. En general Sara hablaba muy poco, pero lograba transmitir calidez y una especie de naturaleza sumisa que Elora jamás tendría.
—No. No tengo otros hijos. Y Sara tampoco —explicó Oren.
Aquello parecía entristecer aún más a su esposa, por lo que imaginé que no había sido elección suya.
—Lo siento —dije.
—Ella es estéril —anunció Oren sin ninguna necesidad. Sara se ruborizó.
—Vaya… Lo lamento, pero estoy segura de que no es por culpa suya —añadí de una forma imprudente.
—No, no lo es —convino Oren de buen grado—. Es a causa de la maldición.
—¿Perdón? —pregunté con la esperanza de haber oído mal.
No me sentía preparada para asimilar más hechos sobrenaturales: los trols y las habilidades o dones eran más que suficiente; en realidad no quería saber nada acerca de maldiciones.
—Cuenta la leyenda que una bruja resentida maldijo a los Vittra después de que le robáramos a su hijo y le dejáramos a un changeling. —El rey sacudió la cabeza como si no creyera ni una palabra de aquello, lo cual me causó cierto alivio—. Pero no puedo darles mucho crédito a esas historias. Creo que todo proviene de la misma fuente que explica el origen de nuestras habilidades, aquello de donde descendemos.
—Y eso sería… —dije inquisitivamente.
—Que todos somos trols. Los Vittra, los Trylle, tú, Sara, yo. Todos somos trols —insistió con un gran ademán—. ¿Viste a esos otros trols que viven aquí? ¿Los que parecen duendes?
—¿Te refieres a Ludlow?
—Precisamente. Ellos también son trols Vittra, igual que tú y que yo —continuó explicando Oren—. Pero sin embargo esos duendes son una anormalidad que padece nuestra colonia.
—No lo comprendo. ¿De dónde vienen?
—De nosotros mismos —respondió Oren como si fuera evidente. Sacudí la cabeza—. La infertilidad está muy extendida entre los Vittra, y de las pocas concepciones que se llegan a producir, más de la mitad acaban en nacimientos de duendes.
—¿Quiere decir que… —un asco repentino me hizo arrugar la nariz— los Vittra como tú y como Sara pueden tener hijos trols como Ludlow?
—Exacto —exclamó Oren.
—Eso es algo espeluznante —dije, y Oren movió la cabeza como si estuviera casi totalmente de acuerdo.
—En realidad no creo que se deba a la maldición de una amargada bruja vieja, sino a nuestra longevidad. Y aquí estamos —dijo con un suspiro y sonriendo—. Por supuesto, tú eres mucho más adorable de lo que jamás habríamos pensado.
—No sabes lo felices que estamos de tenerte con nosotros —agregó Sara.
En cuanto vi su rostro esperanzado, lo comprendí todo. Entendí por qué los Vittra me habían perseguido con tanta agresividad y perseverancia: no tenían otra opción. Yo era su única esperanza.
—A ver si lo entiendo —dije mirando a Oren— te casaste con Elora para unir los dos reinos, porque no podías tener descendencia con alguien de tu propia tribu y necesitabas un heredero para el trono.
—Tú eres mi hija. —El rey levantó la voz, no lo suficiente como para poder decir que gritaba, aunque resonó por todo el salón—. Elora no tiene más derechos sobre ti de los que yo poseo, y te quedarás aquí porque eres la princesa y es tu deber.
—Oren, Majestad —imploró Sara—. Wendy ha tenido un día muy agitado y necesita descansar para recuperarse. Creo que será imposible sostener una conversación razonable hasta que es té recuperada por completo.
—¿Y por qué no está curada del todo? —preguntó Oren con una mirada gélida que la hizo agachar la cabeza.
—Hice todo cuanto pude —contestó Sara en voz baja—. Y para empezar, no es culpa mía que haya sido herida.
—¿Qué hará falta para que Loki pueda mantener a esos malditos rastreadores bajo control? —gruñó Oren. No me sorprendió verlo tan furibundo porque ya presentía que, debajo de aquella apariencia amable, su personalidad colérica yacía dormida.
—Loki os hizo un favor, Majestad —lo increpó Sara con delicadeza—. Esto está más allá de lo que su misión implicaba. Estoy segura de que, si él no hubiera estado allí, el resultado habría sido mucho peor.
—Estoy cansado de discutir contigo acerca de ese idiota —dijo Oren—. Si la princesa necesita descansar, muéstrale su habitación y déjame en paz.
—Gracias, señor. —Sara se puso en pie, le hizo una reverencia y se dirigió a mí—. Vamos, princesa, te llevaré.
Estuve a punto de protestar, pero advertí que no era el mejor momento. Oren estaba a punto de estallar y despotricar contra el primero que le diera una excusa por el simple hecho de que era el rey y podía hacerlo, y la verdad es que no quería darle ningún pretexto para que se desquitara conmigo.
En cuanto salimos de la cámara real y las puertas se cerraron a nuestra espalda, Sara trató de justificarlo; según ella, toda aquella situación lo había estresado demasiado. Llevaba casi dieciocho años tratando de encontrarme, pero Elora le había puesto las cosas difíciles y todo había llegado a una situación crítica aquella noche.
Sara quería hacerme creer que Oren no solía comportarse así, pero yo tenía la sensación de que nada estaba más alejado de la verdad, de que debía de haber conocido a Oren de muy buen humor.
De pronto llegamos a una habitación cercana a la suya y Sara me indicó que entrara; era más pequeña y estaba decorada con menos muebles que la otra. Se disculpó porque no aún no tenían ropa para mí. En aquella casa no se habían preparado para recibirme como hicieran en Förening: sin embargo, no me importaba porque la ropa y el alojamiento no eran una prioridad para mí.
—No creerás en serio que voy a dormir aquí, ¿verdad? —le pregunté. Continuó caminando por la habitación, encendiendo las luces y enseñándome dónde estaba todo—. Con mis amigos presos en el calabozo, quiero decir.
—Creo que no tienes otra alternativa —dijo Sara con cautela. Su tono de voz no era tan amenazante como el de Oren y podría decirse que, sencillamente, aclaraba lo que ya era un hecho.
—Tienes que ayudarme. —Me acerqué a ella, tratando de apelar a su evidente instinto maternal—. Están allí y no tienen agua ni comida; no puedo dejarlos así.
—Te aseguro que están a salvo y que recibirán cuidados. —Sara me miró, y me dio la impresión de que decía la verdad—. Mientras estés aquí, se les dará alimento y abrigo.
—Pero eso no es suficiente —exclamé, negando con la cabeza—. No tienen ni siquiera una cama ni un lugar donde asearse. —Por supuesto no mencioné que Rhys no podía sentarse; no tenía ni idea de cómo romper el encantamiento que le había hecho.
—Lo siento —dijo Sara con sinceridad—. Te prometo que iré en persona a asegurarme de que estén cuidándolos bien, pero eso es lo único que puedo hacer.
—¿No podrían darles un cuarto o algo así? Encerradlos en alguna habitación que nadie use. —No me gustaba nada la idea de que continuaran en cautiverio, pero creí que sacarlos del calabozo sería un buen principio.
—Oren jamás lo permitiría —dijo, negando con la cabeza—. Sería demasiado arriesgado, lo lamento. —Sara me miró como si de verdad le fuera imposible hacer algo al respecto, y supe que no obtendría nada más de ella—. Voy a conseguirte ropa adecuada para dormir.
Respiré hondo y me senté en la cama, pero en cuanto se fue Sara me desplomé. La montaña rusa emocional de aquel día me había dejado completamente exhausta.
No obstante, en seguida supe que no podría dormir a pesar de lo cansada que estaba. Al menos no hasta que Matt y Rhys estuvieran a salvo.