2
Interrupciones
Entró en mi habitación con un elegante movimiento, como si entrar por la ventana en la habitación de alguien fuera la cosa más normal del mundo.
Llevaba el pelo negro peinado hacia atrás de forma impecable pero tenía barba de varios días, lo cual lo hacía parecer aún más sexy. Sus ojos eran casi negros de tan oscuros, y antes de posarlos en mí y hacer que el corazón se me paralizara por completo, miró a Rhys con recriminación.
Finn Holmes acababa de entrar a hurtadillas en mi habitación.
Logró sorprenderme, como siempre, y verlo me hizo tan feliz que por poco olvido lo enfadada que estaba con él.
No lo había visto desde que salió de mi otra habitación, en Förening, para cumplir el trato que había hecho con Elora, mi madre. Ella le había dicho que podía pasar una noche más conmigo antes de irse… para siempre.
Durante aquellas horas, todo lo que hicimos fue besarnos, pero Finn nunca me dijo cuál era el plan de Elora. De hecho, ni siquiera se molestó en decir adiós. No insistió en quedarse ni trató de convencerme de que huyera con él. Tan sólo se fue y dejó que mi madre me explicara lo sucedido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Rhys. Finn apartó la mirada de mí para mirarlo con furia.
—He venido a recoger a la princesa, por supuesto —dijo, y su voz evidenció lo irritado que estaba.
—Sí, ya lo supongo, pero… pensé que Elora te había asignado otra misión. —A Rhys lo desconcertó el enfado de Finn, por lo que titubeó un poco antes de continuar—. Bueno…, eso es lo que decía la gente en Förening, que ya no tenías permiso para acercarte a Wendy.
Finn tensó los músculos de la mandíbula, visiblemente molesto por el comentario, y Rhys se limitó a mirar al suelo.
—No tengo permiso —admitió Finn después de vacilar un instante—. Me estaba preparando para abandonar el palacio cuando me enteré de que habíais desaparecido durante la madrugada. Elora estaba indecisa respecto a quién debía seguir el rastro de Wendy, pero teniendo en cuenta que los Vittra también la buscan, pensé que lo mejor sería que me encargara del asunto yo mismo.
Rhys abrió la boca para protestar, pero Finn se lo impidió.
—Todos sabemos que hiciste un excelente trabajo al protegerla en el baile —dijo Finn—. Sé que si yo no hubiera aparecido, contigo habría estado segura y no habría sufrido ningún daño.
—¡Soy consciente de que los Vittra son una amenaza! —contraatacó Rhys—. Yo sólo… Vinimos aquí para…
Al darme cuenta de su confusión, me levanté de la cama para interceder por él antes de que descubriera que lo había tenido que convencer para que me acompañara.
La verdad era que Rhys no deseaba huir conmigo. Quería conocer a Matt, pero ante todo insistió en mi seguridad, y por lo tanto se negó rotundamente a que abandonáramos la protección del complejo. Por desgracia para Rhys, yo poseía el poder de la persuasión. Me bastaba con mirar fijamente a las personas, concentrarme en lo que quería que hicieran y siempre me complacían, estuvieran de acuerdo o no.
Así fue como lo convencí de que escapáramos juntos; por eso ahora necesitaba distraerlo antes de que se diera cuenta de lo que lo había obligado a hacer.
—Los Vittra perdieron a muchos rastreadores en el ataque —intervine—. Estoy segura de que no desean que eso se repita, y además ya deben de estar hartos de tratar de capturarme.
—Eso es bastante improbable —dijo Finn, aguzando la mirada para analizar el desasosiego de Rhys. Luego se volvió para mirarme con un gesto enigmático—. Wendy, ¿es que no te importa nada tu seguridad?
—Probablemente me importa más que a ti —respondí cruzándome de brazos—. Tú decidiste abandonarme para ir a hacer otro trabajo. Si hubiera huido un día después, ni siquiera te habrías enterado.
—¿Estás haciendo todo esto para captar mi atención? —preguntó bruscamente. Sus ojos ardían: jamás había dirigido su furia hacia mí de aquella manera—. ¡No sé cuántas veces voy a tener que explicártelo! ¡Eres una princesa y yo no soy nada! ¡Tienes que olvidarme!
—¡¿Qué sucede?! —gritó Matt desde el piso de abajo. Si subía y encontraba a Finn en mi habitación, la situación se tornaría muy, muy delicada.
—Yo… voy a distraerlo —declaró Rhys, pidiendo mi aprobación con la mirada. Asentí con la cabeza y salió disparado por la puerta, vociferándole a Matt lo increíble que era la casa. Las voces de ambos se fueron desvaneciendo a medida que bajaban por la escalera.
Me acomodé los rizos detrás de las orejas, negándome a enfrentarme a Finn. Todavía me resultaba imposible creer que la última vez que nos habíamos visto me había besado con tanta pasión que apenas me dejaba respirar; recordé su barba rozándome las mejillas, y la sensación de sus labios contra los míos.
De pronto odié aquel recuerdo, pero sobre todo detesté sentir que lo único que deseaba hacer en aquel momento era volver a besarlo.
—Aquí no estás segura, Wendy —insistió Finn en voz baja.
—Pero no pienso ir contigo.
—No te puedes quedar, no lo permitiré.
—¿No lo permitirás? —le pregunté en tono burlón—. Soy la princesa, ¿recuerdas? ¿Quién eres tú para darme o no permiso, para hacer algo? Además, ya no eres mi rastreador: ahora sólo eres un tipo raro que me persigue.
La frase sonó mucho más agresiva de lo que era mi intención, pero como siempre, nada de lo que dije pareció herir a Finn. Se limitó a seguir mirándome sin siquiera inmutarse.
—Sabía que te iba a encontrar más rápido que cualquier otra persona. Si no quieres venir conmigo, está bien —dijo— en muy poco tiempo llegará otro rastreador y podrás irte con él. Únicamente esperaré su llegada para asegurarme de que estás a salvo.
—¡Finn, no se trata de ti!
Jamás admitiría que Finn había tenido mucho que ver con mi partida de Förening, pero la verdad es que él no era la única razón. Odiaba a mi madre, mi título, el palacio y todo lo demás. Sencillamente no era para mí aquello de ser princesa.
Finn me miró durante un largo rato para tratar de entender qué le había querido decir, y tuve que esforzarme mucho para no retorcerme incómoda mientras escudriñaba mi rostro. Sus ojos emitieron un oscuro fulgor, y su expresión se endureció.
—¿Lo estás haciendo por el mänsklig? —preguntó Finn, refiriéndose a Rhys—. Creo recordar que te había pedido que te alejaras de él.
Los mänsklig eran los niños humanos que eran sustituidos por los bebés Trylle. Su lugar dentro de la jerarquía de aquella sociedad era el más bajo, y si se llegaba a descubrir que la princesa estaba involucrada con uno de ellos, ambos serían desterrados para siempre de la comunidad. Sin embargo, a mí eso no me importaba en realidad porque mis sentimientos por Rhys eran meramente fraternales.
—No tiene nada que ver con Rhys; sólo pensé que le gustaría conocer a su verdadera familia —dije, encogiéndome de hombros—. Estoy segura de que estará mucho mejor aquí que viviendo con Elora en aquel estúpido lugar.
—Bien, pues entonces se puede quedar aquí —asintió Finn—. Y ahora que hemos solucionado el asunto de Matt y Rhys, puedes volver a casa.
—Aquel lugar no es mi casa. ¡Mi hogar es este! —exclamé al tiempo que señalaba toda mi habitación con un gesto—. No pienso volver, Finn.
—Pero ¿es que no entiendes que aquí no estás a salvo? —Finn se acercó un poco más a mí, suavizó la voz y me miró directamente a los ojos—. Ya viste lo que hicieron los Vittra en Förening; enviaron a un ejército para capturarte, Wendy. —Colocó las manos sobre mis hombros y pude sentir su fuerza y su calidez sobre mi piel—. No se detendrán hasta que te atrapen.
—¿Por qué? ¿Por qué no habrían de darse por vencidos? —pregunté—. Debe de haber otros Trylle que sean más fáciles de convencer que yo. ¿Qué tiene que ver que sea la princesa? Si no vuelvo, Elora puede reemplazarme; en realidad no significo nada especial.
—Eres mucho más poderosa de lo que imaginas.
—¿Y eso qué quiere decir?
Antes de que pudiera responder se oyó un ruido proveniente de fuera, al otro lado de mi ventana. Finn me sujetó del brazo, abrió la puerta del armario y me empujó al interior. Por regla general no admito que me arrojen a un armario y me cierren la puerta en las narices, pero sabía que lo único que quería era protegerme.
Abrí la puerta un poco para poder ver qué sucedía por la rendija, e intervenir en caso de que fuera necesario, porque, a pesar de lo furiosa que estaba con Finn, no iba a permitir que nadie volviera a hacerle daño por mi culpa. Nunca más.
Finn se quedó a escasos centímetros de la ventana: sus ojos brillaban y parecía muy tenso, pero al cabo de un rato se relajó e hizo un gesto burlón cuando vio a la otra persona.
Era un chico. Se tropezó con el alféizar de la ventana al entrar; vestía tejanos entallados y unos zapatos morados con los cordones desatados. Finn se acercó a él y lo miró molesto y con desdén.
—Pero ¿qué estás haciendo aquí? —dijo el chico mientras se retiraba el largo flequillo de los ojos y se acomodaba la chaqueta que, por cierto, le quedaba pequeña. Llevaba la cremallera subida hasta el cuello y el elástico de la cintura apenas le llegaba a donde comenzaban los tejanos, por lo que, cada vez que se agachaba, la prenda se le enrollaba hacia arriba.
—He venido a por la princesa. ¿Te enviaron a rastrearla? —preguntó Finn, arqueando una ceja—. ¿De verdad Elora creyó que tú podrías llevarla de vuelta?
—Oye, soy un buen rastreador. He recuperado a mucha más gente que tú.
—Sí, pero porque tienes siete años más que yo —replicó Finn. Aquello significaba que aquel torpe chico tenía unos veintisiete años; aunque, claro, parecía mucho más joven.
—Por muy mal que te parezca, Elora me escogió, así que hazte a la idea. —El chico sacudió la cabeza—. ¿No estarás celoso o algo así?
—No seas ridículo.
—Bueno, ¿y dónde está la princesa? —El chico echó un vistazo a mi habitación—. ¿Ha abandonado Förening por esto?
—Esta es mi habitación —exclamé al tiempo que salía del armario. El rastreador saltó del susto—. No hay necesidad de que te pongas a juzgar nada.
—Oh, lo siento —tartamudeó, sonrojado—. Os pido disculpas, princesa. —El chico me sonrió titubeante e hizo una profunda reverencia—. Soy Duncan Janssen y estoy a vuestro servicio.
—Ya no soy la princesa, así que no pienso ir contigo. Se lo acabo de explicar a Finn.
—¿Cómo? —Duncan miró a Finn con incredulidad mientras volvía a ponerse bien la chaqueta, y este se sentó al borde de mi cama en silencio—. Princesa, tenéis que venir conmigo, este lugar no es seguro.
—No me interesa volver —dije encogiéndome de hombros—. Prefiero arriesgarme.
—El palacio no puede ser tan malo. —Duncan era la primera persona a la que oía referirse a la casa de Elora como un palacio, a pesar de que resultaba obvio que lo era—. Vos sois la princesa y lo tenéis todo.
—No pienso ir. Puedes decirle a Elora que hiciste cuanto pudiste pero que me negué a volver.
Duncan volvió a mirar a Finn en busca de ayuda: él por su parte se limitó a encogerse de hombros. Su repentina indiferencia me sorprendió: ya le había dejado clara mi posición, pero nunca creí que me tomara del todo en serio.
—No se puede quedar aquí de ninguna manera —explicó Duncan.
—¿Y crees que no estoy de acuerdo contigo? —preguntó Finn con una ceja levantada.
—Lo que creo es que no estás siendo de mucha ayuda. —Duncan comenzó a juguetear con su chaqueta con la esperanza de que Finn dejara de mirarlo, lo cual, estaba segura, era imposible.
—¿Y qué más quieres que le diga? Ya lo he intentado todo —dijo Finn en un tono desesperado que me dejó asombrada.
—¿Quieres decir que la vamos a dejar aquí así, sin más?
—¿Sabéis? No me gusta nada oíros hablar de mí como si no estuviera presente —me quejé.
—Si lo que quiere es quedarse aquí, que así sea —dijo Finn sin prestarme la más mínima atención. Duncan se balanceó y me miró de reojo—. No la vamos a secuestrar, y eso nos deja muy pocas opciones.
—¿Y no podríamos… —Duncan bajó la voz y volvió a jugar con el cierre de su chaqueta—, ya sabes, convencerla de alguna manera?
Era obvio que en Förening había corrido la voz del cariño que Finn me tenía, pero me sentí muy ofendida cuando Duncan sugirió que lo usaran para manipularme.
—Nada de lo que hagáis me va a convencer —interpuse con rudeza.
—¿Lo ves? —Finn me señaló con un gesto y se puso de pie a la vez que soltaba un suspiro—. Será mejor que nos vayamos.
—¿En serio? —No pude ocultar lo desconcertada que estaba.
—Sí, ¿en serio? —parafraseó Duncan.
—¿No has dicho que no hay nada que pueda hacer para convencerte? ¿O es que ya has cambiado de opinión? —preguntó Finn mirándome. En su voz había un dejo de esperanza, pero sus ojos mostraban sarcasmo. Negué firmemente con la cabeza—. Pues no hay nada más que añadir.
—Yo creo que… —comenzó a protestar Duncan, pero Finn levantó la mano para acallarlo.
—Será como la princesa desee.
Duncan lo miró con escepticismo. Tal vez, al igual que yo, pensó que se trataba de una especie de estratagema. Algo se escondía detrás de aquella decisión, porque Finn no podía abandonarme así como así. Aunque lo cierto era que había hecho justo eso apenas unos días atrás, pero aquello no contaba, porque en ese momento él pensó que dejarme sería lo mejor para mí.
—Pero, Finn… —Duncan trató de volver a intervenir, pero Finn lo rechazó de nuevo.
—Debemos irnos o su «hermano» descubrirá que estamos aquí —señaló Finn.
Miré hacia la puerta pero seguía cerrada: Matt no estaba espiándonos. La última vez que él y Finn se habían encontrado no fue nada agradable y no deseaba que aquello volviera a repetirse.
—Está bien, pero… —comenzó a decir Duncan, pero no terminó porque se dio cuenta de que no tenía ningún elemento con el que amenazarnos. Entonces hizo otra reverencia y dijo—. Princesa, estoy seguro de que volveremos a encontrarnos.
—Ya veremos —dije encogiéndome de hombros.
Duncan salió por la ventana y prácticamente cayó sobre el tejado; luego medio saltó y medio cayó hasta el suelo. Finn mantuvo la cortina descorrida y lo miró un momento con preocupación, pero no lo siguió de inmediato.
En lugar de eso, se enderezó y me observó: todo el enfado y la seguridad que yo había mostrado comenzaron a desaparecer para dar paso a la esperanza de que Finn no fuera a dejar las cosas así.
—En cuanto salga por la ventana, ciérrala de inmediato —me ordenó—. Asegúrate de que todas las puertas estén cerradas con llave y no salgas sola. Nunca salgas de noche, y si es posible, lleva siempre a Matt y a Rhys contigo. —Después se quedó mirando a la nada como si pensara en algo más—. Aunque ninguno de los Vittra sirva realmente para nada… —Los oscuros ojos de Finn se posaron sobre los míos una vez más, y me imploró con el gesto; luego levantó la mano como si quisiera tocarme, pero se arrepintió—. Debes tener cuidado.
—Está bien —le prometí.
Se encontraba justo frente a mí, y por eso pude percibir el calor de su cuerpo y el aroma de su perfume. Tenía los ojos clavados en los míos, y me hizo recordar el momento en que había enredado sus dedos en mi cabello y me había abrazado con tal fuerza que me era imposible respirar.
Finn era fuerte y delicado a la vez: los breves momentos en que había permitido que su pasión fluyera hacia mí, me habían producido los sentimientos más sofocantes e increíbles que jamás haya experimentado.
No quería que se fuera, y estaba segura de que él tampoco deseaba irse, pero habíamos tomado decisiones que no estábamos dispuestos a cambiar. Finn volvió a asentir con la cabeza y de esa forma rompió el contacto visual. Se volvió y salió por la ventana.
Con mucha elegancia saltó al suelo: allí lo esperaba el otro rastreador, junto al árbol. Entonces vi a Finn convencer al reticente Duncan de que se alejaran de la casa.
En cuanto llegaron a los arbustos que separaban el jardín de mi casa del de la de los vecinos, Finn miró alrededor para asegurarse de que no hubiese nadie allí. Luego, sin siquiera volverse para mirarme, él y Duncan se dieron la vuelta y desaparecieron.
Cerré la ventana y la aseguré tal como Finn me había indicado. Verlo irse me causó un terrible dolor porque, aunque ya lo hubiera hecho antes, me resultaba muy difícil hacerme a la idea de que esta vez era la definitiva y de que, de paso, había convencido a Duncan para que me abandonara también. Si tanto le preocupaban los Vittra, ¿por qué me dejaba tan fácilmente?
Pero de pronto lo comprendí todo: sin importar lo que yo o alguien más decidiera, Finn jamás me había dejado sin protección. En cuanto se dio cuenta de que no lo iba a acompañar, había decidido no perder más tiempo discutiendo. Se limitaría a esperar cerca de allí hasta que yo cambiara de opinión, o hasta que…
Cerré bien las cortinas porque odiaba que me espiaran, pero en cierta forma era un alivio saber que Finn cuidaba de mí. Como la ventana había permanecido mucho tiempo abierta, ahora mi habitación estaba fría, así que volví al armario y saqué un jersey grueso.
La inyección de adrenalina que había recibido al ver a Finn me había desvelado, y aunque sabía que no podría conciliar el sueño, tenía ganas de acurrucarme en la cama de todas formas.
Me acosté y traté inútilmente de olvidar a Finn, pero unos minutos después oí un estruendo que provenía del piso de abajo. Matt profirió un fuerte grito que fue interrumpido de pronto, y la casa quedó en el más absoluto silencio.
Abandoné la cama de un salto y corrí hasta la puerta. La abrí con manos temblorosas; tenía la esperanza de que Finn hubiera tratado de volver a entrar y hubiera sido quien había causado el susto de Matt.
Pero luego oí otro grito de Rhys.