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El regreso

Matt, mi «hermano», se alegró cuando Rhys y yo aparecimos a las ocho de la mañana en su casa…, pero sólo porque le alivió verme viva y descubrir que no había desaparecido para siempre. Seguía furioso por mi huida, pero me dio la oportunidad de ofrecerle una vaga explicación mientras me contemplaba molesto y desconcertado.

Por suerte sólo tuve que enfrentarme a Matt porque tía Maggie, mi tutora legal, no estaba en casa cuando llegamos. Matt me explicó que me había ido a buscar a Oregón, aunque yo no sabía por qué debía haber imaginado que estaría allí.

Me senté con Rhys en el gastado pero elegante sofá de la sala de Matt; nos rodeaban las cajas de objetos todavía sin desempaquetar desde la última mudanza que habíamos hecho dos meses atrás, cuando llegamos a aquella casa. Matt, por su parte, no dejaba de caminar de un lado a otro frente a nosotros.

—Todavía no lo entiendo —dijo. Se detuvo de repente y cruzó los brazos.

—No hay nada que entender —insistí, señalando a Rhys—. ¡Él es tu hermano! Resulta muy obvio en cuanto lo ves.

Mis ojos eran de color caoba, y mi cabello, rizado y oscuro. En cambio, tanto Matt como Rhys tenían los ojos como zafiros y un cabello rubio rojizo; sus rostros poseían además un aire de sinceridad y la misma tendencia a sonreír. Rhys se quedó pasmado y con los ojos bien abiertos mirando a Matt. Estaba asombrado.

—¿Cómo puedes saber eso? —preguntó Matt.

—No sé por qué no eres capaz de confiar en mí. —Suspiré y me recosté en el sofá—. ¡Jamás te he mentido!

—Pero ¡es que huiste de casa! No sabía dónde estabas y, francamente, ¡eso me parece una comprensible causa de pérdida de confianza!

El enfado de Matt no lograba ocultar lo herido que se sentía. Además, su cuerpo mostraba señales del estrés al que había estado sometido. Se le veía demacrado, tenía los ojos rojos y apagados, y daba la impresión de haber perdido unos cinco kilos; seguramente se debió de derrumbar en cuanto me fui. Todo aquello me hacía sentir culpable, pero lo cierto es que no había tenido otra opción.

El hecho de que mi madre intentara matarme cuando yo era tan sólo una niña provocó que desde entonces mi hermano se preocupara en exceso por mi seguridad. Su vida giraba alrededor de mí hasta un punto enfermizo: no tenía amigos, empleo ni vida propia.

—¡Tuve que huir! ¿De acuerdo? —Me pasé la mano por entre los rizos y negué con la cabeza—. No te lo puedo explicar, pero lo hice para protegernos a ti y a mí. Ni siquiera estoy segura de que deba estar aquí ahora.

—¿Protegernos? ¿De quién? ¡¿Dónde has estado?! —preguntó Matt, desesperado y por centésima vez.

—¡No te lo puedo decir, Matt! Desearía poder hacerlo, pero no puedo.

No sabía si era legal o no que le contara algo acerca de los Trylle. Había supuesto que todo era secreto, pero en realidad nadie me había prohibido específicamente que hablara sobre ellos con las personas del exterior. Aunque la verdad era que Matt no me creería de todas formas, por lo que me pareció inútil tratar de explicárselo.

—Tú eres mi hermano de verdad —dijo Rhys en voz baja, y luego se inclinó hacia delante para ver mejor a Matt—. Esto es muy extraño.

—Sí, sí lo es —asintió Matt. Luego se movió con algo de incomodidad frente a Rhys, quien no dejaba de mirarlo. Después de eso se dirigió a mí. Estaba muy serio—. Wendy, ¿puedo hablar contigo a solas?

—Pues claro —dije, al tiempo que me volvía para mirar a Rhys, que entendió el mensaje y se puso de pie.

—¿Dónde está el baño?

—Por aquel lado, antes de llegar a la cocina —dijo Matt señalando a la derecha.

En cuanto Rhys se fue, Matt se sentó sobre la mesa de centro que estaba frente a mí y habló en voz baja:

—Mira, Wendy, no sé qué es lo que está sucediendo. No sé cuánto de lo que me has contado es cierto, pero ese chico me parece muy raro. No lo quiero en mi casa. No sé en qué estabas pensando al traerlo aquí.

—Es tu hermano —dije, exasperada—. En serio, Matt, jamás te mentiría, y mucho menos sobre algo tan importante. Estoy completamente segura de que es tu verdadero hermano.

—Wendy… —Matt se rascó la frente y suspiró—. Me queda claro que estás convencida de ello, pero ¿cómo puedes saberlo? Mira, creo que ese muchacho te ha estado metiendo ideas en la cabeza.

—No, te aseguro que no. Aparte de ti, Rhys es la persona más honesta que conozco, lo cual resulta lógico dado que sois hermanos. —Me incliné un poco más hacia Matt—. Por favor, dale una oportunidad, ya verás.

—¿Y su familia? —preguntó Matt—. ¿Quién ha cuidado de él los últimos diecisiete años y medio? ¿Es que no lo echan en falta? Y otra cosa…, ¿no son ellos entonces tu «familia real» o algo por el estilo?

—Confía en mí, no lo van a extrañar, y te aseguro que a ti te quiero más que a esa familia —contesté con una sonrisa.

Matt negó con la cabeza porque no sabía si creerme. Era obvio que desconfiaba de Rhys y que quería echarlo de la casa. La verdad era que la sensatez que mostraba hacía que lo admirase aún más.

—Me gustaría que fueras completamente sincera respecto a este asunto —dijo.

—Estoy siendo lo más honesta que puedo.

En cuanto Rhys volvió del baño, Matt se alejó de mí y lo miró con una expresión de agobio.

—No tenéis fotos familiares en casa —comentó Rhys, mirando alrededor.

Era cierto. En realidad no teníamos ningún tipo de adornos, y además no nos gustaba recordar a la familia. A Matt le disgustaba particularmente nuestra…, su madre.

Todavía no le había explicado a Rhys que su madre era una lunática y que estaba encerrada en un hospital psiquiátrico. Me resultaba bastante difícil darle la noticia, en especial en aquel momento en que parecía tan confundido.

—Sí, así somos nosotros —dije mientras me ponía en pie—. Hemos conducido toda la noche para llegar hasta aquí y estoy muy cansada. ¿Qué tal tú, Rhys?

—Ah, sí, supongo que estoy agotado. —A Rhys le sorprendió bastante mi sugerencia. A pesar de que tampoco había dormido nada, no se le veía cansado en absoluto.

—Deberíamos descansar; hablaremos después —dije.

—Oh. —Matt se levantó despacio—. Entonces ¿los dos os vais a quedar a dormir aquí? —preguntó, mirando a Rhys con incertidumbre; luego se volvió para mirarme.

—Sí. —Asentí con la cabeza—. Rhys no tiene adónde ir.

—Ah. —Era obvio que a Matt no le agradaba la idea, pero temía que al echar a Rhys a la calle, me fuera con él—. Supongo que puedes dormir en mi cuarto, por ahora —le dijo.

—¿En serio? —Rhys trató de ocultar la emoción que le causaba quedarse en la habitación de Matt, pero era demasiado obvia para no notarla.

Luego Matt nos condujo arriba, no sin cierto grado de incomodidad. Mi habitación seguía tal y como la había dejado varias semanas atrás. Mientras me instalaba oí que los muchachos hablaban al otro lado del pasillo, en la habitación de Matt. Rhys le pedía que le explicara cosas demasiado obvias, por ejemplo cómo encender la lámpara. Matt parecía frustrado y profundamente irritado.

Ya me había puesto el viejo y cómodo pijama que tanto añoraba, cuando Matt entró en mi habitación para hablar conmigo.

—¿Qué sucede, Wendy? —musitó. Cerró la puerta nada más entrar y echó el pestillo, como si Rhys fuera una especie de espía—. ¿Quién es ese chico, eh? ¿Dónde has estado?

—No te puedo explicar lo que ha sucedido mientras estaba fuera. ¿Es que no te basta con saber que estoy a salvo y que he vuelto?

—No, no es suficiente —dijo Matt negando con la cabeza—. Ese chico no es normal: todo lo asombra.

—Lo que lo asombra eres tú —lo corregí—. No tienes idea de lo emocionante que resulta todo esto para él.

—Pero eso es ilógico —agregó Matt, pasándose la mano entre el cabello.

—En serio, Matt, necesito dormir; sé que esto es demasiado para ti, ya me ha quedado claro. ¿Por qué no llamas a Maggie? Avísala de que estoy a salvo. Voy a descansar un poco y mientras podrás pensar en lo que te he explicado.

Matt suspiró, derrotado.

—Está bien —dijo, aunque su mirada se tornó amenazante—, pero más te vale ir pensando en cómo aclararme lo que está sucediendo.

—Está bien —contesté, encogiéndome de hombros. Lo pensaría, pero no tenía intenciones de aclararle nada.

Matt relajó los hombros y suavizó la mirada.

—Me alegro de que estés en casa.

En ese momento me di cuenta de lo terrible que había sido aquella experiencia para él. Además, supe que jamás podría volver a desaparecer de aquella forma. Me acerqué y lo abracé con fuerza.

Matt me dio las buenas noches y salió de mi cuarto; una vez sola, caminé lentamente hasta la comodidad de mi cama. En Förening había dormido en una cama extra grande, pero por alguna razón mi antiguo lecho me agradaba mucho más a pesar de su angostura. Me acurruqué bien bajo las mantas, aliviada de estar al fin en un lugar que me permitía sentirme cuerda otra vez.

A pesar de la devoción que Matt me profesaba, yo siempre había tenido el presentimiento de no pertenecer a mi familia. Mi madre casi me asesinó cuando tenía seis años porque estaba empecinada en que yo no era su hija, sino un monstruo.

Y a fin de cuentas, el caso era que tenía razón.

Apenas un mes antes yo había descubierto que era una changeling, es decir, que poco después de nacer había sido cambiada en secreto por otro niño. Para ser más exactos, había sustituido a Rhys Dahl. Resulta que yo soy una Trylle, y que los Trylle, en pocas palabras, son un grupo de timadores con algo de clase y ligeros superpoderes.

Técnicamente soy una trol, pero no como esos desagradables monstruitos verdes que forman parte del imaginario de la gente. Mi estatura es normal y soy bastante atractiva. En la cultura Trylle, la práctica de los changelings data de siglos atrás, y su objetivo es asegurarse de que los niños Trylle tengan la mejor infancia posible.

Por si eso fuera poco, se supone que en Förening, el complejo de Minnesota donde habitan los Trylle, soy además una princesa: mi madre biológica es Elora, la reina. Sin embargo, después de pasar algunas semanas con ella en su palacio, decidí regresar a casa. Elora y yo nos enfrentamos porque me prohibió relacionarme con Finn Holmes por el mero hecho de que él no pertenece a la realeza.

Así que me escapé y me llevé a Rhys conmigo porque me había mostrado una amabilidad genuina mientras estuve en Förening, y creí que merecía algo similar a cambio. Además, quería que conociera a Matt porque en realidad no era mi hermano, sino el suyo. Por desgracia, no podía explicarle todo esto a Matt porque habría pensado que me había vuelto completamente loca.

Estaba a punto de dormirme pensando en lo bien que sentaba estar de vuelta en casa cuando, apenas diez minutos después de despedirnos, Rhys terminó con la paz nocturna e irrumpió en mi habitación. El ruido de la puerta me alarmó: lo más probable era que Matt hubiera bajado para hacer la llamada que le había sugerido, pero estaba muy claro que si llegaba a percatarse de que Rhys estaba en mi habitación, nos mataría a ambos.

—¿Wendy? ¿Estás despierta? —susurró Rhys al tiempo que se sentaba con cautela al borde de mi cama.

—Sí —susurré.

—Lo siento, es que no puedo dormir —dijo—. ¿Cómo puedes estar tan tranquila?

—Es que para mí no es tan emocionante. He vivido siempre con esta familia, ¿recuerdas?

—Ya, pero… —Al parecer Rhys no podía refutar eso. De repente se puso tenso y contuvo la respiración—. ¿Has oído eso?

—¿Cómo no voy a oírte si me has desvelado? Sólo que estaba tratando de… —Antes de que pudiera terminar la frase, lo oí yo también: era un crujido proveniente de la parte exterior de la ventana de mi habitación.

Después del espantoso encuentro que había tenido con los Vittra, es decir, con los trols malignos, era de esperar que me sintiera alarmada. Me deslicé hasta la ventana y traté de ver de dónde provenía el ruido, pero fue imposible porque las cortinas estaban corridas.

De pronto el crujido se tornó en un estrépito y me incorporé; el corazón me latía a toda velocidad. Rhys me miró alterado. Entonces oímos que se abría la ventana, y vimos como las cortinas se inflaban con el viento.