Capítulo 69

El camino de salida del laberinto se les hizo eterno.

Darby se hallaba en el extremo opuesto de la mazmorra, en un pasillo donde había cuatro jaulas idénticas. Sabía que estaba al otro lado porque ese pasillo tenía una puerta de acero extra asegurada mediante cuatro candados. Usó las llaves. Fue el único instante en que Carol soltó su mano.

Una escalera de mano apoyada en la pared conducía a un sótano iluminado por la luz tenue que salía de una puerta situada a la izquierda, al otro lado de la escalera. Darby se acercó a la puerta, notando los dedos de Carol aferrados a los suyos.

Sobre una vieja mesa había seis pantallas de vídeo. Cada pantalla mostraba una celda de color verde oscuro: visión nocturna. Evan y Boyle habían instalado cámaras de vigilancia equipadas con visión nocturna para vigilar a sus prisioneras. Todas las celdas estaban vacías.

La ropa de Evan aparecía pulcramente doblada encima de otra mesa. El móvil estaba sobre la cartera, junto con las llaves del coche.

Darby estaba a punto de entrar en la habitación cuando vio varios trajes dispuestos sobre maniquíes. Las cabezas aparecían cubiertas con máscaras de Halloween, algunas compradas, otras hechas a mano. Detrás de los maniquíes había un estante lleno de armas varias: cuchillos, machetes, hachas y lanzas.

—Quiero que te quedes un momento aquí fuera —dijo Darby—. No te muevas, ¿vale? Vuelvo enseguida.

Darby cogió el teléfono móvil y las llaves, y vio una puerta cerrada. Una de las llaves la abría. En el interior encontró un archivador cerrado y una pared empapelada con las fotos de las mujeres secuestradas. Probó las llaves en el archivador, pero ninguna lo abría.

En algunas fotografías las mujeres sonreían. En otras estaban asustadas. Entre ellas había horrendas fotos que retrataban sus muertes. Darby imaginó a Boyle y a Evan en ese cuarto, mirando las fotos mientras se vestían, dispuestos a salir de caza.

Darby contempló aquellos rostros hasta que ya no pudo soportarlo más. Cogió la mano de Carol y un estremecimiento de gratitud la invadió al notar su calor. Juntas subieron por la escalera hasta la planta principal. Las luces funcionaban. No había muebles, sólo estancias frías y desiertas. Decadentes. Varias ventanas habían sido cubiertas con tablones.

Darby abrió la puerta principal con la esperanza de encontrar alguna señal en la calle. No había farolas, sólo oscuridad y un viento gélido que soplaba sobre los campos yermos. La derruida granja que había detrás era el único edificio de las inmediaciones.

Recordó que el coche de Evan iba equipado con GPS. Lo encontró aparcado detrás de la granja. Darby arrancó el vehículo y puso en marcha la calefacción.

El GPS mostraba su localización. Darby llamó al 911 y pidió un par de ambulancias. Ignoraba si alguna de las mujeres del sótano seguía aún con vida.

—Carol, ¿recuerdas el número de teléfono de tus vecinos, los que viven frente a tu casa? Los de la casa blanca con persianas verdes.

—Los Lombardo. Sí, sé su número. Cuido de sus niños de vez en cuando.

Darby marcó el número. Una mujer atendió la llamada con la voz ronca de sueño.

—Señora Lombardo, me llamo Darby McCormick. Pertenezco al Laboratorio de la Policía de Boston. ¿Está Dianne Cranmore con usted? Necesito hablar con ella enseguida.

La madre de Carol se puso al teléfono.

—Aquí hay alguien que quiere hablar con usted —dijo Darby, antes de pasarle el teléfono a Carol.