Capítulo 59

El inspector del Registro de Massachusetts, siguiendo órdenes de Banville, ya había coordinado esfuerzos con el Departamento de Vehículos de Motor de New Hampshire. Según constaba en los registros informáticos, Daniel Boyle había vendido la furgoneta hacía dos días pero no había presentado cambio de nombre alguno. No constaba ningún dato sobre la posesión de un Aston Martin Lagonda.

El Departamento de Vehículos de Motor de New Hampshire les facilitó la fotografía que aparecía en el permiso de conducir de Boyle, que vieron en la pantalla: permiso extendido a nombre de Daniel Boyle, varón blanco de cuarenta y ocho años, ojos verdes, espeso cabello rubio y rostro amable.

Banville colgó y al instante se dispuso a marcar otro número.

—Boyle dio de baja el teléfono de su casa hace tres días.

—Es como si planeara trasladarse —dijo Darby.

—Tal vez ya se haya ido. Estamos intentando comprobar si tiene móvil. Si es así, y lo lleva encima conectado, podemos localizarlo a través de la señal. No dispongo del equipo necesario aquí. Tendremos que recurrir a alguien de la compañía telefónica.

Acto seguido, Banville habló con la oficina del sheriff del condado de Glen. Mientras, Darby observaba la pantalla del GPS. Circulaban a toda velocidad por la 95 Norte. A esa marcha llegarían a la dirección que constaba en la ficha de Boyle en menos de una hora.

—El sheriff del condado, Dick Holloway, está ausente hoy —dijo Banville—. Su ayudante lo ha llamado al busca. La mujer con la que he hablado conoce bien la zona: son seis o siete casas diseminadas alrededor de un lago. Me ha dicho que es un área bastante solitaria. No recuerda a Daniel Boyle, pero conoció a su madre, Cassandra. Vivió allí durante años antes de desaparecer.

—¿La ayudante recordaba todo eso?

—Glen es una zona pequeña, poblada por residentes muy estables. La mujer con la que he hablado se crió allí. Se sorprendió al oír que Boyle se había instalado de nuevo en su casa. Creía que ésta llevaba años deshabitada.

»También me facilitó otro dato interesante. A finales de los setenta, Alicia Cross, una chica del barrio, desapareció. Nunca encontraron su cuerpo. Pondrá a alguien a investigar si hubo indicios de que en algún momento Boyle fue considerado sospechoso.

Darby presintió que las piezas empezaban a encajar.

—¿Cuánto tardará el condado de Glen en movilizar a la unidad del SWAT?

—Los miembros del SWAT proceden de diferentes condados —dijo Banville—. Una vez que Holloway efectúe la llamada, los tendremos allí en un par de horas como mucho.

—¿Y si enviamos un coche patrulla para ver si Boyle está en casa?

—No quiero correr el riesgo de asustarle. Esta furgoneta parece un vehículo del servicio técnico de la compañía telefónica. Llegaremos allí en menos de una hora. Propongo ir a casa de Boyle a ver si está en casa. Si el Lagonda está aparcado en el garaje, llamamos a Holloway y pedimos refuerzos.

—No creo que sea muy apropiado presentarnos allí con toda la artillería. Si Boyle ve a un poli en la puerta de su casa tal vez decida matar a Carol y a las demás mujeres.

—Estoy de acuerdo. Washington, el hombre que nos lleva hasta allí, irá vestido de técnico de la compañía telefónica. Disponemos de un par de uniformes. Su cara no ha salido en televisión, así que Boyle no le reconocerá. Es más probable que abra la puerta a un empleado del servicio técnico que a nosotros. En cuanto abra, entramos a saco.