Capítulo 58

Los ordenadores del Departamento de Tráfico de Massachusetts eran de una lentitud exasperante. Necesitaron dos horas para sacar una lista de veinte páginas de los conductores que poseían o habían poseído uno de los doce Aston Martin Lagonda importados a Estados Unidos.

Darby revisó las páginas llenas de letra diminuta en busca de los propietarios más recientes mientras Banville hablaba por uno de los teléfonos seguros de la furgoneta. Habían transcurrido más de cuatro horas desde que los federales asumieran la investigación. Durante ese tiempo él había reunido a un equipo de inspectores de confianza capaces de manejar el asunto con discreción.

De los doce Lagonda sólo ocho seguían en circulación. Los otros cuatro habían ido a parar al desguace. Darby estaba recopilando sus notas cuando Banville colgó el teléfono.

—Rachel Swanson murió de una embolia —dijo él—. Alguien le inyectó aire en el tubo de alimentación. Los federales lo confiscaron junto con las cintas de seguridad de la UCI.

—Fantástico —dijo Darby.

Los federales iban siguiendo sus pasos, sin duda.

—Hemos interrogado a las enfermeras de la UCI, pero nadie recuerda nada salvo la noticia de la bomba. Por eso el Viajero la hizo explotar en el hospital, ¿no crees? Para sembrar la confusión, el pánico, y aprovechar el jodido caos para meterse dentro.

—Debió de ser como el 11-S. Todos corriendo, intentando encontrar una salida. Nadie presta atención a nada.

—Muy hábil. —Banville se rascó la barbilla—. Aún no sé por qué no recogió sus cosas y se largó.

—Una cuestión de ego, tal vez. Ninguna de sus víctimas había escapado antes. O quizá temía que Rachel supiera demasiado y no quisiera correr el riesgo de que hablara con nosotros. Deja que te enseñe lo que he descubierto sobre el coche.

Darby cogió las páginas en las que había subrayado ocho nombres.

—Los estados más próximos donde residen propietarios de Lagonda son Connecticut, Pennsylvania y Nueva York.

—¿Una de las víctimas del Viajero no era de Connecticut?

Darby asintió.

—Echa un vistazo a este nombre.

—Thomas Preston, de New Caanan, Connecticut —leyó Banville—. Tuvo el vehículo durante dos años y lo vendió hace sólo un par de meses. No se ha efectuado todavía el cambio de nombre.

—El Viajero pudo haber comprado ese coche. Investiguemos a Preston, comprobemos si ha vivido en Connecticut y si tiene una furgoneta.

Banville descolgó el teléfono que había en la pared.

—Steve, Mat al habla. Echa un vistazo a la página quince. A media página verás el nombre de Thomas Preston, residente en New Caanan, Connecticut. Averigua cuanto puedas sobre él. Necesito saber si tiene una furgoneta.

Veinte minutos más tarde sonaba el teléfono. Banville atendió la llamada y luego tapó el receptor con la mano.

—Preston no tiene antecedentes. Cincuenta y nueve años, abogado, divorciado, lleva veinte años viviendo en la misma dirección. Nunca ha tenido una furgoneta.

Darby tachó a Preston.

—Tenemos que descubrir a quién le vendió el coche —dijo Darby—. Hay que averiguar su nombre. Dile a tu hombre que consiga los números de teléfono de Preston, el del trabajo, el móvil… Y el nombre de la compañía de seguros.

Banville transmitió la información y colgó el teléfono.

—Si el comprador resulta ser el Viajero y dio un nombre falso, no habrá forma de localizarlo.

—Crucemos los dedos. Nos merecemos un poco de suerte.

—¿Para qué querías el nombre de su compañía de seguros?

—La forma más segura de abordar el tema es llamarlo fingiendo ser alguien de su compañía de seguros. El tipo es abogado. Ya sabes cómo actúan esos sujetos cuando intentas hacerles preguntas sobre un caso criminal. Nos enterrará bajo montañas de papeleo y excusas legales. Tardaremos una semana en conseguir una respuesta. Pero si llamamos diciendo que somos de la compañía de seguros, nos dará la información.

—Bien pensado.

El contacto de Banville volvió a llamar a los diez minutos.

—¿Te importa si hago la llamada? —Darby no quería que la aspereza habitual de Banville molestara a Preston.

Banville le tendió el teléfono.

Darby empezó por el número del despacho. La secretaria le informó de que el señor Preston estaba hablando por la otra línea. Darby tuvo que esperar varios minutos en los que soportó la suave melodía del hilo musical.

—Tom Preston.

—Señor Preston, le llamo de la compañía de seguros Sheer con relación a su Aston Martin Lagonda.

—Lo vendí hace dos meses.

—¿Lo comunicó a Tráfico?

—Claro que sí.

—Según nuestro registro, Tráfico dice lo contrario.

Preston se puso a la defensiva.

—Llamé para darme de baja. Si hay algún problema entiéndase con la gente de Tráfico.

—Está claro que se ha cometido un error. ¿Hizo alguna fotocopia del contrato de venta?

—Maldita sea, seguro que sí. Saco copias de todo. Malditos funcionarios, si yo llevara mi bufete a su estilo me echarían de la profesión.

—Comprendo que esté molesto, señor Preston. Le propongo una solución: dígame el nombre y la dirección de la persona a quien transfirió el título de propiedad, y veré si puedo ahorrarle una visita al registro.

—No recuerdo su nombre. La copia que me pide la tengo en casa. La llamaré mañana a primera hora. ¿Cómo me ha dicho que se llama?

—Señor Preston, el asunto es de la mayor urgencia. ¿Puede llamar a alguien a su casa?

—No, vivo solo. Espere… Le envié el manual de usuario por correo.

—¿Perdone?

—Cuando vino a buscar el coche yo no tenía el manual de usuario. No lo encontraba. Él me lo pidió, junto con cualquier otro documento que tuviera, así que le prometí buscarlo. Me dio su dirección y le dije que se lo enviaría por correo. Debo de tenerla anotada en la agenda… Aquí está. Carson Lane, número quince, Glen, New Hampshire.

—¿Y su nombre?

—Daniel Boyle.