Darby tomó la carretera 22 y se detuvo delante de dos árboles. Entre ellos surgía un camino de tierra. No era difícil internarse en él con el coche y alejarse de la carretera principal. No vio marcas de neumáticos en el suelo.
—Diría que éste es el lugar —dijo Darby.
Evan asintió. Había permanecido inusualmente callado durante el trayecto, comunicándose sólo mediante gestos y monosílabos.
Darby apagó el motor. Al coger el equipo del asiento trasero no pudo evitar sentir un escalofrío de pánico. Evan sacó las palas.
—El camino será empinado —dijo Evan—. ¿Quieres que lleve eso?
—Gracias, pero puedo arreglármelas.
Darby se internó en el bosque.
Era un camino empinado, resbaladizo por la lluvia y el barro. Veinte minutos más tarde el sendero llegó a su fin. Frente a ellos se extendía un terreno desigual lleno de montículos y atestado de árboles, rocas y ramas caídas. Tenían que agacharse para seguir adelante en aquel frondoso bosque.
Evan se cambió las palas de hombro.
—Estás muy callada.
—Yo podría decir lo mismo de ti. Apenas has dicho una palabra desde que salimos.
—He estado pensando en Victor Grady.
—¿Qué te ha hecho pensar en él?
—El mapa —contestó Evan—. Riggers afirmó haber visto un mapa de estos bosques cuando estuvo en casa de Grady.
—No recuerdo haber leído nada de un mapa.
—Quedó destruido en el incendio. Riggers no recordaba muchos detalles, pero dijo que era de estos bosques. Trabajamos con la hipótesis de que Grady podía haber utilizado esta zona como cementerio, así que registramos el bosque. No encontramos nada.
—¿Qué extensión del bosque registrasteis?
—Alrededor de un cuarto —dijo Evan—. Creo innecesario recordarte lo grandes que son. El departamento de Belham se quedó sin fondos y en consecuencia se canceló el registro.
—Así que es probable que las víctimas de Grady sigan enterradas aquí.
—Eso creo. Al menos eso me dice el instinto. Pero sería un milagro dar con el lugar exacto.
Darby se detuvo.
—Éste debería ser el lugar.
A sus pies había una zona despejada, cubierta de hojas, iluminada por el sol.
—No veo rastros de que hayan cavado en fechas recientes —dijo Evan—. De hecho, ni siquiera hay rastros de que nadie haya pasado por aquí. Echa un vistazo a la pendiente. No hay huellas de botas.
—La lluvia de estos días puede haberlas borrado. Aquí apenas hay árboles.
—Deberíamos pedir un equipo para que realice la búsqueda.
—Mira allí —dijo Darby al tiempo que señalaba un montículo de piedra donde aparecía una cara sonriente pintada de blanco.
—Tal vez sea obra de algún crío —dijo Evan.
No. Evan se equivocaba. Ningún crío se adentraría hasta allí. La ubicación era demasiado remota, demasiado íntima. Si se ponía a cavar allí de noche, el Viajero no tendría que preocuparse de que nadie le viera ni le oyera.
Mientras descendía por la lodosa pendiente, Darby se preguntó si el Viajero hacía dos viajes: uno para cavar la tumba, el segundo para enterrar el cadáver. ¿O lo resolvía en un solo viaje?
Darby dejó el equipo sobre la piedra. A su lado dispuso la tela. En los casos en que se decidía escudriñar una zona donde cabía la posibilidad de que hubiera un cuerpo enterrado, un equipo se ocupaba de la tediosa tarea de apartar cada hoja y depositarla en la tela mientras se removía el suelo en busca del menor rastro que hubiera podido dejar el asesino.
—Deberíamos pedir refuerzos —dijo Evan—. Así iríamos más rápido.
—Pueden pasar horas entre que movilizamos al grupo y los traemos hasta aquí. En ese tiempo habremos terminado. —Darby cogió una pala—. Vamos, a trabajar.