Capítulo 36

Evan giró el portátil para que todos pudieran ver la pantalla.

En ella aparecía la foto de una mujer de aspecto latino, con el cabello teñido de rubio.

—Kimberly Sánchez, de Denver, Colorado —dijo Evan—. Desaparecida en el verano del noventa y dos. Salió a correr y nunca regresó.

Evan fue pasando las fotos de ocho mujeres más. Todas eran latinas o afroamericanas, de edades que oscilaban entre los veintitantos y los treinta y pocos. Todas habían sido vistas por última vez solas, conduciendo sus propios coches, saliendo de un bar o de sus casas entrada la noche. El último denominador común era que sus cuerpos nunca habían sido encontrados.

—La unidad especial de Colorado tuvo un golpe de suerte —dijo Evan—. Un testigo que salía de una discoteca vio subir a la última víctima a un Porsche Carrera negro con matrícula de Colorado. El mismo testigo recordaba que el parachoques trasero del coche estaba abollado.

»La policía estrechó el cerco en torno a los propietarios de Porsches del área de Colorado. Uno de ellos, John Smith, era de Denver. Cuando la policía fue a interrogarlo, Smith no estaba en casa. Cuatro días después, al ver que Smith no volvía, la policía registró la casa que tenía alquilada. Smith se había largado. Limpió el lugar a conciencia antes de irse, pero los forenses consiguieron encontrar dos pruebas clave: una pequeña mancha de sangre en el cubo de la basura y una huella de bota, correspondiente a una Ryzer Gear de montaña del número cuarenta y seis. Era idéntica a la que se encontró en el barro, al lado del coche de una de las víctimas.

Evan pulsó una tecla y en la pantalla apareció la foto de un hombre blanco, de barba poblada y bigote. Tenía penetrantes ojos verdes y la clase de rostro extremadamente demacrado típico de los adictos a la heroína.

—Ésta es una foto de John Smith sacada del permiso de conducir expedido en Colorado. Los vecinos dijeron que el Porsche de Smith tenía el parachoques trasero abollado debido a un accidente reciente. También aportaron algún otro detalle. Smith era ave nocturna, y en cierto modo un antisocial. Nadie sabía cómo se ganaba la vida, y nadie había entrado en su casa. Varios vecinos confirmaron que llevaba un tatuaje en el antebrazo: un trébol con los números seis, seis, seis.

—Los tatuajes que llevan los miembros de la Hermandad Aria —intervino Darby.

Evan asintió.

—Las razas de las mujeres de Denver indicaban algún vínculo con la Hermandad Aria. Como es lógico, sus miembros negaron ningún conocimiento de John Smith. El nombre no consta en nuestros archivos. Ni siquiera sabemos si John Smith es el auténtico nombre del Viajero.

—La muestra de sangre encontrada —dijo Darby—, ¿hallasteis algo en el CODIS?

—Sí. Pertenecía a una de las mujeres desaparecidas de Denver. Después de Denver, Smith se trasladó a Las Vegas. Esto sucedía a finales del noventa y tres. Aquí modificó el sistema de selección. En los ocho meses siguientes desaparecieron doce mujeres y tres hombres. La policía de Las Vegas no prestó mucha atención a los casos; allí las desapariciones están a la orden del día. La gente viaja a Las Vegas confiando en su suerte para satisfacer cualquier capricho; es un lugar de paso.

—¿De qué raza eran las víctimas?

—Las mujeres eran blancas en su mayoría —dijo Evan—. Los varones eran judíos. El vehículo de una de las víctimas femeninas fue abandonado en la carretera. Alguien había manipulado los cables de inducción. Por suerte nos dejó una pista: la huella de una bota Ryzer.

»Cuando me incorporé al caso, el señor Smith ya se había trasladado a Atlanta, su tercera parada. Corría el año noventa y cuatro, y el caso ya tenía un nombre: el Viajero. La huella aparecía en el PCCV y nos llamaron.

Evan se removió en su silla y los muelles crujieron bajo su peso.

—Carrie Weathers, la cuarta víctima del Viajero en Atlanta, fue vista subiendo a un Porsche Carrera negro. La testigo dijo que el coche tenía un faro roto y matrícula de Maryland, pero no se fijó en los números. Era el primer hallazgo real que teníamos, de manera que pedimos a las gasolineras y los talleres de la zona que estuvieran alerta por si se presentaba un Porsche negro con el parachoques abollado para repostar, pedir alguna reparación, etcétera.

»Estábamos revisando matrículas cuando una noche nos llamó el encargado de una gasolinera Mobil de la ciudad. Había visto un Porsche que encajaba con la descripción. En el asiento del copiloto viajaba una mujer rubia, que estaba dormida. El conductor comentó que la chica había bebido demasiado. Pedí al encargado que cerrara la gasolinera y me dirigí hacia allí acompañado de alguien del laboratorio.

»El testigo se mostró muy relajado, colaborador —dijo Evan. Su voz sonaba fría, distante, como si estuviera leyendo un guión—. Dijo que había anotado el número de matrícula en un cuaderno que tenía junto al teléfono. Le seguí al interior. Me cedió el paso cuando íbamos a entrar en su despacho y me golpeó en la nuca. Es lo último que recuerdo.

»Cuando desperté en el hospital me dijeron que había usado la gasolina de los surtidores para prender el fuego. Al parecer yo me las había apañado para arrastrarme hacia fuera en algún momento, pero no lo recordaba debido a la conmoción. Identificaron al técnico de laboratorio y al auténtico propietario de la gasolinera gracias a las fichas dentales. Ambos habían recibido sendos disparos con un Cok Commander.

—La misma arma que usó para matar al novio de Carol Cranmore —dijo Darby. Tenía el informe de balística en la carpeta—. ¿No reconociste al falso encargado de la gasolinera?

—Era un individuo robusto, sin barba, con la cabeza afeitada —respondió Evan—. No guardaba el menor parecido con John Smith. Llevaba una chaqueta puesta, así que no vi ningún tatuaje. Y no encajaba en el perfil. No hizo muchas preguntas sobre la investigación, que es lo que los psicópatas suelen hacer. Está claro que me equivoqué.

—¿Había atacado a algún agente de policía con anterioridad? —preguntó Darby.

—Que yo sepa, no. Pero si John Smith pertenece a la Hermandad Aria o a cualquier otro grupo de los que predican la supremacía de la raza blanca, matar a un policía o a cualquier agente de las fuerzas de la ley supone un avance en sus filas. Es una especie de galón.

—Aun así, resulta raro que te escogiera a ti… Y que te tendiera una trampa —dijo Darby.

—Es la reacción habitual de los psicópatas cuando se sienten acorralados. O quizás intentara transmitirnos algún mensaje: hacernos saber que él estaba al mando.

La cara de Evan adoptó una expresión impasible que Darby encontraba inquietante.

—El Viajero es un psicópata muy listo, organizado en extremo —prosiguió él—. Secuestra a mujeres de estados distintos y combina los métodos de secuestro para desviar la atención. La selección de víctimas es totalmente aleatoria, para evitar que establezcamos patrones. Puede permanecer inactivo durante varios meses, lo que demuestra una notable capacidad de autocontrol. Y, por lo que sé, sus planes son muy concienzudos.

»Todos sus actos tienen como fin ejercer control sobre su entorno; por eso envió el paquete a la madre de Carol, por eso la llamó. Quiere que sepamos que Carol está en su poder y que puede matarla cuando le venga en gana.

—Por eso utilizaremos sus micrófonos para tenderle una trampa —dijo Darby.

—¿Con quién?

—Contigo —contestó Darby—. Utilizamos a un periodista del Herald, le decimos que estás aquí porque Rachel Swanson nos dio una pista fundamental y que tú quieres echarle un vistazo a la casa. Así nos aseguramos de que el Viajero se encuentre a la escucha.

—Si lee mi nombre en el periódico podría sufrir un ataque de pánico y matar a Carol y al resto de mujeres antes de echar a volar. No sería la primera vez.

—Pero en esta ocasión cometió un error en casa de Carol —dijo Darby—. Dejó rastros de sangre, y a una de sus víctimas. Rachel Swanson podría ser la clave para encontrar al Viajero. No se irá hasta que averigüe qué sabemos de Rachel.

Banville miró la hora.

—Nos quedan quince minutos para llamar al periodista —dijo—. Estoy abierto a sugerencias.

—Podríamos esperar a que la sepsis esté controlada —dijo Evan—, y entonces trasladar a Rachel Swanson a un entorno más vigilado en una institución psiquiátrica, desatarla y hacer que Darby vuelva a hablar con ella.

—Tal vez no quiera decir nada más —replicó Darby—. Has oído la cinta. Dejó de hablar conmigo. ¿Encontrasteis micrófonos en las casas de las otras víctimas?

—No, es la primera vez.

Darby miró a Banville.

—Apuesto por montar la historia de que el FBI registrará la casa en busca de pruebas definitivas. El Viajero querrá saber qué ha encontrado el agente Manning. Si aparece, lo acorralaremos. Cortaremos todas las calles para evitar que huya.

—¿Y si no aparece? —preguntó Evan.

—Matará a Carol… Quizá ya la haya matado —dijo Darby—. Tenemos que usar los micrófonos. Son nuestra mejor arma.

Evan miraba ahora a Banville.

—Ésta es su investigación. A usted le corresponde decidir.

Banville se pasó un dedo por los labios.

—Dos mujeres y una adolescente desaparecidas… Estoy de acuerdo con Darby. A por ello.