Con el estómago rugiéndole de hambre, Darby abrió la puerta de la sala de juntas.
—… no pude localizarla —le decía Banville a Evan.
—¿Localizar qué? —preguntó Darby.
Tomó asiento al lado de Leland y le entregó una carpeta.
—Hace una hora Dianne Cranmore recibió una llamada —explicó Banville—. Se grabó en el contestador. Era un mensaje de Carol en el que decía que necesitaba hablar con su madre y que volvería a llamar en quince minutos. Lo hizo, pero se cortó antes de que pudiéramos localizarla. Dianne Cranmore confirmó que se trataba de su hija. Uno de mis hombres ha traído una copia de la cinta. Íbamos a escucharla ahora.
Banville apretó el PLAY de la pequeña grabadora y se repantigó en la silla. Evan dejó de teclear en su portátil. Darby cruzó las manos sobre la mesa con la mirada fija en la grabadora.
En la cinta, alguien contestaba al teléfono.
«¿Carol? ¿Carol? Soy yo, ¿estás bien?»
Darby oyó un sollozo reprimido, un carraspeo.
«Carol, cariño, ¿eres tú?»
«Mamá, soy yo. Estoy… No me ha hecho nada.»
Respiración rápida. Jadeos.
«¿Dónde estás? —decía Dianne Cranmore—. ¿Puedes decírmelo?»
«No veo nada. Está demasiado oscuro.»
«¿Dónde…? ¿Qué puedo…? Carol, escucha…»
«Está aquí, en este cuarto. Tiene un cuchillo.»
«Tienes que protegerte, como te enseñé.»
Clic.
Banville apagó la grabadora.
Evan se dirigió a Leland.
—Con su permiso, me gustaría enviar esta cinta a nuestro laboratorio. Podemos despejar los ruidos de fondo, a ver si averiguamos algo. También me gustaría enviar el paquete y las fotos. La Sección de Documentos puede identificar el modelo de máquina de escribir que se usó en las etiquetas y comprobar si coincide con algún otro caso.
Darby intuyó que Leland quería negarse, pero estaba contra las cuerdas. La Sección de Documentos del FBI constaba de siete unidades distintas que investigaban todo lo relacionado con papel. El laboratorio de Boston no podía competir con ellos.
—Siempre y cuando compartamos todos los datos —dijo Leland—. Tengo entendido que los federales han mejorado su comunicación.
—Compruébelo usted mismo. —Evan descolgó el teléfono que había en la mesa y marcó un número.
El zumbido de la llamada resonó por el altavoz del teléfono.
—Peter Travis —contestó una voz.
—Peter, soy Evan Manning. Llamo del laboratorio de Boston. Estoy con el director del centro, Leland Pratt, y con la investigadora forense del caso, Darby McCormick. También está presente el inspector encargado del caso, Mathew Banville, de la policía de Belham. Creo que tienen varias preguntas para ti, así que les he dicho que intervengan.
—Por supuesto —dijo Travis.
—¿Recibiste todas las fotos que mandé?
—Las he descargado en la pantalla. La calidad de la escritura de las etiquetas del paquete postal no es muy buena. Si queréis que identifique la máquina de escribir necesitaré las originales.
—Las tendrás. Empecemos por las fotos.
—HP, uno, siete, nueve es la marca de papel de foto que produce Hewlett-Packard. El papel se fabrica especialmente para la impresión de fotos digitales. Conectas la memoria, o descargas las fotos del ordenador o USB, y te imprime una foto de diez por doce.
—Las que tenemos son de ese tamaño.
—Puedo sacar muestras de tinta de la foto e intentar concretar la clase de recarga de tinta, pero nos movemos en un mercado muy amplio —dijo Travis—. Así no encontraréis al Viajero.
—¿Al Viajero? —preguntó Darby.
—Enseguida llegaremos a eso —replicó Evan—. Sigue, Peter.
—Puedo emparejar foto e impresora, si tenéis la impresora.
—No tengo la impresora, no tengo sospechoso, y una chica de diecisiete años ha desaparecido. ¿Qué me dices de analizar las fotos usando técnicas de procesamiento de la imagen digital?
—Es un buen enfoque. El problema es que la fotografía digital ha evolucionado tanto que se pueden manipular las fotos sin dejar rastro.
—¿Quieres decir que nuestro hombre podría haber borrado una ventana de la foto, por ejemplo?
—Podría haberla borrado, haberla añadido… Puede añadir y quitar lo que quiera si es diestro en el manejo del programa. Dadas las experiencias del pasado, dudo que deje ninguna pista que nos lleve hasta su puerta. Encontré otra prueba que puedes añadir a la lista. Espera un momento.
Se oyó ruido de papeles.
—Aquí lo tengo —prosiguió Travis—. El sobre pertenece con toda probabilidad a una pequeña empresa papelera llamada Merrill, con base en Hollis, New Hampshire. La empresa quebró en el noventa y cinco. Ya no los fabrican.
—¿De manera que nuestro hombre podría tener una reserva de sobres en su casa?
—No lo descartaría. Yo de ti lo añadiría a la lista. No obstante, me gustaría reservarme la opinión hasta que hayamos tenido oportunidad de examinar el sobre.
—Lo tendrás en tu mesa mañana a primera hora —dijo Evan.
—La huella encontrada en la casa Cranmore pertenece al Viajero. Es una bota fabricada por Ryzer Gear, el modelo de aventura.
—¿Y la pintura?
—Estamos atascados. La muestra no está en nuestro sistema. Eso es todo lo que tengo por aquí. ¿Cómo os ha ido con la camisa?
Evan miró a Darby.
—Hemos recuperado una fibra de color tostado —explicó Darby—, que encaja con la que encontramos en la sala de la casa Cranmore. El cabello pegado al dorso de la foto parece que encaja con el de Carol Cranmore. Por suerte, hay una raíz prendida, así que podemos sacar muestras de ADN. No hay nada en las huellas del sobre. Es de esos que van engomados.
—¿Alguna pregunta para Peter? —dijo Evan, dirigiéndose a los de la sala.
No había ninguna.
—Peter, necesito que te pongas en contacto con Alex Gallagher para que analice una cinta —prosiguió Evan—. Estará dentro del paquete que te envío hoy. ¿Tienes el número de mi móvil?
—Sí. Seguimos en contacto.
Evan colgó.
—Tengo cierta información sobre los dos nombres que mencionó Rachel Swanson cuando hablé con ella en el hospital —dijo Darby—. Personas Desaparecidas realizó una búsqueda y ha dado con dos posibles candidatas de Nueva Inglaterra.
Leland le pasó la carpeta. Darby sacó la primera hoja, una foto 10 x 12 de la graduación de una joven de rasgos insulsos y rubio cabello rizado.
La dejó sobre la mesa.
—Ésta es Marci Wade de Greenwich, Connecticut —dijo Darby—. Veintiséis años, vivía en casa de sus padres. El pasado mes de mayo fue a reunirse con una ex compañera de instituto que asistía a la Universidad de New Hampshire. La amiga vivía a tres kilómetros del campus. Marci regresaba a casa el domingo por la noche y su vehículo tuvo una avería en la carretera 95. Nadie la ha visto desde entonces.
La segunda foto que Darby puso sobre la mesa mostraba a una mujer bastante rolliza, de mejillas redondas, y con una mancha de vino en la barbilla.
—Y ésta es Paula Hibbert, cuarenta y seis años, madre soltera y maestra en un instituto público de Barrington, Rhode Island. Pidió a su vecina que cuidara de su hijo mientras iba a la farmacia a buscar un medicamento para el asma del chico. Llegó a la farmacia, pero nunca volvió a casa. Ni rastro de ella, ni de su coche. Desapareció en enero del año pasado.
»No conozco más detalles de los casos, ni qué pruebas encontraron —continuó Darby—. Ambos laboratorios están cerrados hoy. Los llamaremos a primera hora de mañana. Es todo lo que tengo. Y ahora, agente Manning, ¿por qué no nos hablas del Viajero?