Capítulo 34

Desde el 11-S, cualquier paquete o carta que entrara en las dependencias de la comisaría de Boston debía pasar por el sótano para ser examinado con rayos X.

Darby avanzó por el iluminado vestíbulo de mármol lleno de agentes e inspectores. El paseo la ayudó a mantener la mente despejada y concentrada.

Veinte minutos más tarde subía la escalera con el paquete, un envío postal de color marrón de tamaño medio. No quería perder tiempo esperando el ascensor.

En la parte delantera había dos etiquetas adhesivas blancas. En la del centro figuraba el nombre y la dirección de Dianne Cranmore. La de la esquina superior izquierda contenía sólo dos palabras: «Carol Cranmore».

Ambas etiquetas eran del mismo tamaño. Ambas habían sido escritas en una máquina de escribir, probablemente uno de esos modelos antiguos manuales que aún usaban cinta de tinta. Darby distinguía allí donde la tinta había emborronado algunas palabras.

Coop lo tenía todo listo en Serología. Junto a él esperaban Evan y Leland Pratt. Coop, carpeta en mano, se hizo a un lado para dejarle sitio.

Darby depositó el paquete sobre una hoja de papel de estraza. Tras medirlo, tomó varias fotos, primero con la cámara del laboratorio y luego con la digital. Las fotografías digitales viajarían vía e-mail hasta el laboratorio federal donde Evan tenía a su gente a punto.

Darby giró el paquete y buscó el nombre del fabricante o cualquier otra marca inusual. Lo único que decía era: «N.° 7».

—A veces el fabricante estampa su nombre en uno de los bordes engomados —dijo Evan—. Compruébalo cuando lo separes.

Con guantes en las manos, Darby cogió el cúter y abrió el paquete. Partículas de color gris —el relleno que se usaba para proteger el interior— volaron por el aire. Le dio la vuelta al paquete y sacudió su contenido con cuidado.

Una camisa blanca, doblada, cayó sobre el papel de estraza.

Darby abrió el paquete del todo. No contenía nada más.

Desdobló la camisa. Una oleada de pavor le revolvió el estómago cuando encontró las fotos, tres en total.

Darby pasó las fotos a un trozo distinto de papel de estraza situado bajo el leve sol vespertino que penetraba por las ventanas.

Una foto mostraba a Carol Cranmore vestida con mallas grises, asustada, caminando con los brazos extendidos por una habitación de paredes y suelo de hormigón. Junto a su pie desnudo había un sumidero.

En otra aparecía Carol en el suelo, atónita y asustada, con la vista fija en la persona que sostenía la cámara.

La última foto era de Carol acurrucada en un rincón, con un grito congelado en su cara.

Evan contempló las fotos con mirada fría y penetrante.

—¿Carol Cranmore es ciega?

—No —respondió Darby—. ¿Por qué?

—Por el modo en que camina, justo a ras de pared. Pensé que podía ser ciega. Debe de haberla sorprendido en la oscuridad.

Darby cogió la primera foto y la observó como si fuera una ventana que diera a la oscura celda de Carol. Ver el terror impreso en la cara de Carol hizo que Darby sintiera una súbita proximidad hacia la joven.

Dio la vuelta a las fotos. Pegados al dorso de la tercera foto había varios cabellos de color rubio rojizo. Cabellos de Carol.

Darby tomó aire. «Bien, hagámoslo.»

—Coop, hay algo escrito en el dorso de la foto, en la esquina inferior derecha. —Darby la acercó a la lente de aumento para leer las letras—. H de Henry, P de Peter, uno, siete, nueve. No hay ningún sello del revelado.

Coop estaba a su lado.

—Podría ser la impresora de la foto —dijo él—. Las letras y los números deben de ser el número de stock del papel.

Darby revisó el dorso de la segunda foto. Constaban las mismas letras y cifras en la misma esquina inferior.

—Llevemos el cabello a ADN —dijo Darby—. Coop, termina con el paquete. Yo me concentraré en la camisa.

Evan se marchó para escuchar la cinta a solas en la sala de juntas.

La camisa blanca, talla L, estaba colgada de una percha, suspendida sobre una mesa cubierta con una hoja de papel de estraza. Darby pasaba una espátula por la camisa, en busca de algún resto que pudiera haber quedado impregnado en ella. Era una labor tediosa y desesperante. Se moría por terminarla.

—Tengo algo —dijo Pappy.

Sobre el pedazo de papel, mezclada con el polvo y los restos de óxido, había una fibra de color tostado. Darby la cogió con unas pinzas y la guardó en un sobre transparente.

Luego desvió la lente de aumento sobre el hallazgo y dijo:

—Hay un roce negro, podría ser pintura. Hay más de uno.

Eran casi las cinco. Evan disponía de gente en el laboratorio federal durante una hora más. Ella recogió los sobres transparentes y los repartió por el laboratorio antes de empezar a revisar las huellas digitales.

Coop había usado ninhidrina en el paquete. El papel se había vuelto de un color violeta oscuro. El paquete había sido cuidadosamente desmontado por los bordes.

—La parte exterior es un amasijo de huellas —dijo Coop—. Tengo muestras para comparar con las de la mujer que recogió el paquete. El interior está limpio. No hay huellas, pero usó guantes de látex. Encontré un resto diminuto pegado al labio adhesivo del paquete, pero sin huellas.

—¿Y en las fotos? —preguntó Darby.

—Absolutamente limpias. Tal vez haya suerte con los lados adhesivos de la cinta y las etiquetas. Iba a hacerlo ahora.

—De acuerdo. ¿Tienes algo más?

—Sólo el nombre del fabricante: Tempest. Estaba estampado debajo de un pliegue. Nada más. Mary Beth acaba de llamar. Está en Personas Desaparecidas. Tiene información sobre los dos nombres que mencionó Rachel.