Nerviosa y asustada, Darby sintió renacer sus esperanzas. Empujó la puerta, buscando un bolígrafo y un papel para anotarlo todo, ante el temor de olvidar algo si no lo escribía enseguida. Se recordó que no había prisa. Tenía toda la conversación grabada.
Una muchedumbre se había agolpado a las puertas de la habitación de Rachel. Darby paseó la mirada por las caras en busca de Coop. Allí estaba, hablando por teléfono en la zona de recepción. Colgó justo cuando ella llegaba.
—Eran los del laboratorio —dijo Coop—. Leland acaba de recibir una llamada de Banville. En la escalera de una casa de Belham, a unos veinte minutos de la de los Cranmore, acaba de hallarse un paquete a nombre de Dianne Cranmore. En el remite consta la dirección de Carol. Por lo que sé, nadie vio al mensajero.
—¿Qué hay en el paquete?
—Aún no lo sé. Va de camino al laboratorio.
—Quiero que vuelvas al laboratorio y esperes a que llegue. Ve a ver a Mary Beth y pídele que busque algún dato sobre dos nombres más: Paula y Marci. No sé sus apellidos. Dile que limite la búsqueda a Nueva Inglaterra.
—¿Qué vas a hacer tú?
—Tengo que hablar con Lomborg.
—Compórtate —dijo Coop.
El humor de Lomborg no había mejorado. Se cruzó de brazos mientras escuchaba su idea de desatar, temporalmente, a Rachel Swanson.
—No conseguirá que acceda a semejante disparate —dijo Lomborg.
—¿Y si la trasladamos al pabellón psiquiátrico? Allí dispondríamos de mejor equipamiento y podría controlarla mediante un monitor. —Darby sabía que en algunas habitaciones había cámaras para vigilar a los pacientes.
Lomborg parecía dispuesto a morder el anzuelo, pero la doctora Hathcock negaba con la cabeza.
—No podemos trasladarla hasta tener la sepsis bajo control —dijo Hathcock—. Parece responder bien a los antibióticos, pero eso podría cambiar. Las próximas cuarenta y ocho horas son críticas.
—Carol Cranmore podría no tener tanto tiempo —dijo Darby.
—La escucho… Y Dios sabe que haría cualquier cosa que estuviera en mi mano para ayudarla a encontrar a esa chica desaparecida —dijo Hathcock—. Pero mi principal responsabilidad recae en mi paciente y no puedo permitir que la trasladen hasta tener la sepsis controlada. Está intubada. En el estado mental en que se encuentra probablemente se arrancaría los tubos.
—¿Podríamos trasladarla durante un breve período de tiempo? ¿Una hora, por ejemplo? —insistió Darby en un desesperado intento por aferrarse a cualquier posibilidad.
—Es demasiado arriesgado —dijo Hathcock—. Debemos tener la sepsis bajo control. Lo lamento.
Sola en el servicio, Darby se echó agua fría en la cara hasta quedar entumecida.
Pasó las manos por los bordes de porcelana del lavabo. Durante el año que siguió a la desaparición de Mel, Darby adquirió la costumbre de palpar las cosas, notar sus texturas, como una forma de reafirmar que estaba viva. Mientras se secaba las manos, rezó por que Carol fuera lista y encontrara un modo de sobrevivir.
Al salir del baño, Darby dobló la esquina y se encaminó hacia los ascensores. Mathew Banville estaba en la sala de espera. A su lado, vestido con un elegante traje, vio al agente especial Evan Manning.