Rachel Swanson estaba empapada en sudor. Tenía los ojos firmemente cerrados y murmuraba para sus adentros, como si estuviera rezando.
Darby fue hacia la cama, con pasos lentos y silenciosos. Rachel Swanson no hizo ningún movimiento. Cuando Darby llegó junto a la cama, se inclinó hacia delante para distinguir las palabras que susurraba la voz frágil y entrecortada de Rachel.
—Uno D I tres D I.
Rachel recitaba las letras que se había escrito en el brazo.
—Dos I D dos D I D D R I… No, D, la última es D.
Darby apoyó la grabadora en la almohada. Aguardó un momento, escuchando a Rachel Swanson contar hasta seis y luego volver a empezar.
—Rachel, soy yo: Terry.
Rachel abrió los ojos y enfocó la mirada.
—Terry, gracias a Dios… Me has encontrado. —Tiró de las correas—. Me ha pillado. Esta vez me ha pillado del todo.
—Él no está aquí.
—Sí que está. Lo he visto.
—Aquí no hay nadie aparte de ti y de mí. Estamos a salvo.
—Vino anoche y me puso estas esposas.
—Estás en un hospital —dijo Darby—. Atacaste a una enfermera… sin querer.
—Me inyectó algo, y antes de que me durmiera, le vi observar la celda.
—Estás en un hospital. Aquí hay gente que quiere ayudarte… Yo quiero ayudarte.
Rachel levantó la cabeza de la almohada. Al ver su boca, ensangrentada y casi sin dientes, Darby sintió ganas de gritar.
—Sé lo que anda buscando —dijo Rachel, debatiéndose bajo las correas con brazos y piernas—. Se lo quité del despacho. No puede encontrarlo porque lo enterré.
—¿Qué enterraste?
—Te lo enseñaré, pero tienes que encontrar el modo de librarme de estas esposas. No encuentro la llave. Debe de habérseme caído.
—¿Confías en mí, Rachel?
—Por favor… No puedo. —Rachel rompió a llorar—. No puedo seguir enfrentándome a él. Ya no me quedan fuerzas.
—No tienes por qué seguir luchando. Estás a salvo. Estás en un hospital. Aquí hay gente que te ayudará a recuperarte.
Rachel Swanson no escuchaba. Apoyó de nuevo la cabeza en la almohada y cerró los ojos.
«No vas a ninguna parte. Prueba otro enfoque.»
Darby deslizó sus dedos entre los de Rachel y notó el tacto áspero de una mano inerte contra su piel.
—Yo te protegeré, Rachel. Dime dónde está e iré a por él.
—Está aquí, ya te lo he dicho.
—¿Cómo se llama?
—No sé su nombre.
—¿Qué aspecto tiene?
—No tiene cara. No deja de cambiar de cara.
—¿Qué quieres decir?
Rachel empezó a temblar.
—Está bien —murmuró Darby—. Estoy aquí. No dejaré que nadie te haga daño.
—Estabas allí. Viste lo que les hizo a Paula y a Marci.
—Sí, pero me cuesta recordar. Cuéntame qué pasó.
El labio inferior de Rachel tembló. No respondió.
—He visto las letras y los números de tu muñeca —dijo Darby—. Las letras son indicaciones, ¿verdad? I es izquierda y D derecha.
Rachel abrió los ojos.
—Da igual que vayas a la derecha, a la izquierda o recto, todos los caminos llevan a un callejón sin salida, ¿no te acuerdas?
—Pero tú encontraste una salida.
—Aquí dentro no hay salidas, sólo escondrijos.
—¿Qué significan los números?
—Tienes que encontrar la llave antes de que vuelva. Mira debajo de la cama, quizá se me haya caído allí.
—Rachel, necesito…
—¡Busca la llave!
Mientras Darby fingía buscar por el suelo, se preguntó si Rachel revelaría más información si estaba libre de las ataduras. Lomborg nunca lo permitiría: no sin estar él en la habitación, no sin la presencia de los ayudantes.
—¿La has encontrado, Terry?
—Sigo buscándola.
«Piensa. No dejes escapar esta oportunidad. Piensa.»
—Date prisa. La puerta se abrirá en cualquier momento.
No había nadie al otro lado de la puerta, ni siquiera cerca. Aunque detestaba la idea, Darby quería consultar a aquel engreído de Lomborg a ver si se le ocurría algo.
—No la encuentro —dijo Darby.
—Tiene que estar ahí, se me cayó.
—Voy a buscar ayuda.
Rachel Swanson se agitó, histérica.
—¡No me dejes sola con él! ¡No te atrevas a volver a dejarme sola!
Darby le cogió la mano.
—Tranquila. No voy a dejar que te haga daño, te lo prometo.
—No me dejes, Terry. Por favor, no te vayas.
—No te dejaré. No pienso irme a ninguna parte.
Darby atrajo una silla con el pie y se sentó. «Piensa. Bien, Rachel cree que seguimos cautivas. Sigamos con esa ilusión.»
—¿Quién más está aquí?
—Ya no queda nadie —dijo Rachel—. Paula y Marci están muertas, y Chad… —Rachel rompió a llorar de nuevo.
—¿Qué le ha pasado a Chad?
Rachel no contestó.
—Paula y Marci —insistió Darby—. ¿Cuáles eran sus apellidos? No me acuerdo.
No hubo respuesta.
—Hay alguien más con nosotras aquí —prosiguió Darby—. Se llama Carol. Carol Cranmore.
—Aquí no hay ninguna Carol.
—Tiene dieciséis años. Necesita ayuda.
—No la he visto. ¿Es nueva?
—¿Dónde está?
«Piensa, no lo estropees.»
—La he oído gritar pidiendo ayuda —dijo Darby—, pero no la veo.
—Debe de estar en el otro lado. ¿Cuánto tiempo lleva aquí abajo?
—Un poco más de un día.
—Tal vez aún siga dormida. Siempre las hace dormir cuando llegan aquí, les droga la comida. Las puertas estarán cerradas en ese caso. Aún queda tiempo.
—¿Qué le hará?
—¿Es dura? ¿Luchará?
—Está aterrada —dijo Darby—. Tenemos que ayudarla.
—Tenemos que salir de aquí antes de que se abra la puerta. Tienes que librarme de estas esposas.
—¿Qué pasa cuando se abre la puerta?
—Quítame las esposas, Terry.
—Lo haré, pero dime…
—Te he ayudado, Terry. Todas esas veces en que te enseñé dónde esconderte, todas las veces que te protegí… Ahora te toca a ti. ¡Quítame estas malditas esposas!
—Lo haré. Llamemos a Carol y digámosle lo que debe hacer.
Rachel Swanson tenía la mirada fija en el techo.
—Carol necesita ayuda, Rachel. Dile qué puede hacer.
La cinta se acabó con un sonoro clic. Rachel no se movió, no la miró; siguió con los ojos puestos en el techo.
Darby cambió la cinta y empezó a grabar de nuevo. No importó. Rachel Swanson se negó a volver a hablar.