Capítulo 13

Coop hacía rodar una pelota de Play-Doh entre las manos en tanto Darby le explicaba los resultados obtenidos en Personas Desaparecidas. Mientras le ponía al corriente sobre las pruebas, la secretaria del laboratorio asomó la cabeza por la puerta del despacho.

—Leland quiere verte ahora mismo, Darby.

Leland estaba al teléfono. Vio a Darby de pie en la entrada y le hizo señas para que se sentara delante de su mesa.

A su espalda se alzaba una pared atestada de fotos tomadas en selectos eventos benéficos. Podía verse a Leland, el republicano orgulloso, codeándose con los Bush, padre e hijo; Leland, el republicano solidario, junto al gobernador mientras repartían pavos de Acción de Gracias entre los pobres. Para dar testimonio de que debajo de toda aquella ropa de Brooks Brothers había alguien con sentido del humor, también había una foto de Leland, el republicano divertido, sosteniendo en las manos un ejemplar de The Complete Cartoons of the New Yorker, que le habían regalado en la presentación del libro.

Darby pensaba en las fotos de la casa de Carol Cranmore cuando Leland colgó el teléfono.

—Era el jefe de policía, que llamaba para que lo pusiera al día. Se quedó un poco sorprendido cuando le dije que aún no tenía nada que decirle.

—Vine un par de veces —dijo Darby—. No estabas aquí.

—Para eso se inventó el contestador.

—Creí que preferirías la información en persona, por si tenías alguna pregunta.

—Bien, pues ahora cuentas con toda mi atención. —Leland se repantigó en la silla.

Darby le habló en primer lugar de la muestra de pintura y luego de la huella de la bota.

—Pertenece a un varón, número cuarenta y seis, y el logo encaja con el de la marca Calzados Ryzer. El logotipo que aparece estampado en la suela de la huella coincide con el segundo y último logotipo de la empresa antes de que fuera adquirida en el ochenta y tres, y se convirtiera en Ryzer Gear. Si mi investigación no me engaña, fabricaron sólo cuatro modelos, que vendieron a través de catálogos y tiendas especializadas del nordeste. Estamos hablando de una clientela selecta. Busqué alguna coincidencia en nuestro archivo, pero no hallé nada.

—Envía una copia a los federales y que lo comprueben en su base de datos.

—Aunque les pidamos que se apresuren tardarán al menos un mes antes de que puedan procesarlo.

—En eso no puedo hacer nada.

—Tal vez sí —dijo Darby—. Esta tarde he hablado con un hombre llamado Larry Emmerich. Trabajaba para el laboratorio del FBI. Es el mayor experto en huellas de pisadas. Ahora está jubilado y presta servicios como consultor. No sólo posee todos los antiguos catálogos de Ryzer, sino que dispone de informaciones de vendedores y contactos. Además, estaría dispuesto a ponerse a ello enseguida. Si consigue descubrir el modelo concreto, los federales sólo tendrían que pasar la huella por su base de datos. Emmerich tiene contactos en el laboratorio. Contrastar esa huella con la base de datos para ver si coincide con algún otro caso de alcance nacional les llevaría un día como mucho.

—¿Y su tarifa?

Darby le dijo el precio.

Leland abrió los ojos de par en par.

—¿Qué ha dicho Banville?

—Aún no he hablado con él —dijo Darby.

—Te deseo suerte. La vas a necesitar.

—Si no accede a pagarlo, apuesto por que asumamos nosotros la responsabilidad. La persona que ha secuestrado a Carol Cranmore ha cometido esta clase de actos al menos en dos ocasiones más.

Leland ya negaba con la cabeza.

—No hay forma humana de que pueda conseguir una partida presupuestaria para…

—Deja que te explique. La mujer que encontramos bajo el porche, Jane Doe, me confundió con otra persona llamada Terry Mastrangelo. Hice que Personas Desaparecidas introdujera el nombre en su ordenador. Terry Mastrangelo tiene veintidós años y vivía en New Brunswick, Connecticut. Su compañera de cuarto dice que Terry salió a por un helado. No se llevó el coche, fue a pie. Nunca volvió a casa.

—¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?

—Unos dos años.

Leland irguió la espalda.

—Terry Mastrangelo tiene un hijo, su nombre es Jimmy —prosiguió Darby—. Tiene ocho años y vive con su abuela. Es lo único que sé. No he tenido acceso al archivo del caso; Banville tendrá que solicitarlo.

—Tampoco estaría de más que Banville echara un vistazo en el PCCV, para ver si en el archivo consta algo más, como la huella de bota.

Darby estaba segura de que Banville ya había consultado el Programa de Captura de Criminales Violentos.

—Ésta es una copia de la foto de Terry Mastrangelo.

Leland observó el pedazo de papel.

—Sin duda guardáis cierto parecido —dijo él—. Ambas tenéis la piel clara y el cabello cobrizo. —Dejó la foto sobre el secafirmas de su mesa—. La mujer que encontrasteis debajo del porche, ¿tenemos alguna noticia de su estado?

—Aún no —dijo Darby—. En cuanto a sus huellas, todavía están siendo procesadas.

—Así que la persona que secuestró a Carol Cranmore podría tenerla en el mismo lugar donde retuvo a Terry Mastrangelo y a la mujer del porche.

—Ahora entiendes la prisa por identificar la huella que encontramos.

—He hablado con Erin —dijo Leland—. La sangre que hallasteis en la pared pertenece al grupo AB negativo. La sangre de Carol es 0 positivo. Erin también encontró restos de sangre seca en la fibra de color tostado y en varios puntos de la camiseta. La sangre de la fibra encaja con la de la pared.

Darby no albergaba muchas esperanzas de encontrar una muestra que encajara en el CODIS. El Sistema de Identificación Combinado de ADN, aunque eficaz, era relativamente reciente; sólo almacenaba información de los últimos casos. Debido a la falta de fondos —cada extracción de ADN costaba cientos de dólares—, la mayoría de las pruebas de ADN y las muestras de semen estaban dispersas por las salas de pruebas del país.

—Rastros afirma que la fibra de color tostado se usa en alfombras. Es todo lo que tengo. —Darby se puso de pie.

—Espera un momento, quiero hablar contigo de un tema.

Darby tenía una ligera idea de lo que se avecinaba.

—Los casos de secuestro son ollas a presión. En cuanto la prensa descubra la conexión entre Carol Cranmore y Jane Doe, y tanto tú como yo sabemos que lo harán, los tendremos acampados aquí fuera, y gente como Nancy Grace realizará una cuenta atrás diaria por televisión hasta que encontremos el cuerpo de Carol Cranmore.

»Sé que estás viviendo con tu madre para ayudarla a superar su… situación —prosiguió Leland—. Un caso como éste exige plena dedicación de todos los implicados. Tal vez te quite tiempo para estar con tu madre. Tienes vacaciones acumuladas… y existe la baja por motivos familiares.

—¿Tienes algo que objetar a mi trabajo?

—No.

—Entonces deduzco que tus reservas provienen del hecho de que mi antiguo compañero fuera declarado culpable de manipular pruebas en el caso Nelson.

Leland apoyó ambas manos en la nuca.

—No sólo te dije, en repetidas ocasiones, que era inocente: el gran jurado me exculpó —dijo Darby—. Yo no tuve la culpa de que Steve Nelson quedara en libertad y violara a otra mujer. Y tampoco tuve la culpa del acoso a que nos sometió la prensa.

—Soy consciente de ello.

—Entonces, ¿a qué viene retomar esta conversación?

—Al hecho de que tu participación en este caso podría situarnos en el punto de mira de la prensa. Ya has aparecido en televisión. Me preocupa que la prensa resucite el caso Nelson y lo saque de nuevo a la luz.

—Este caso va a atraer la atención de los medios esté yo en él o no.

Leland no dijo nada, dejando a Darby con la sensación, y no por vez primera, de que había llegado a alguna clase de conclusión privada acerca de ella. Leland Pratt era de ese tipo de hombres que prefiere observar a la gente cuando está con la guardia baja: registraba sus palabras y gestos, y los clasificaba en ese compartimento cerrado donde guardaba sus auténticas valoraciones de las personas. Por la razón que fuera, Darby a menudo se descubría trabajando el doble para impresionarlo. Esperaba poder causar buena impresión ahora.

—Puedo encargarme de esto, Leland. Pero si todavía albergas alguna duda, si no confías en mí, entonces pon las cartas sobre la mesa y discutámoslo. Deja de negarme el acceso a los casos porque temes que vaya a dejar al laboratorio en mal lugar. No es justo.

Leland contempló los certificados enmarcados y los diplomas que colgaban de la pared a espaldas de ella. Por fin, tras una larga pausa, devolvió su atención a Darby.

—Quiero que me tengas al tanto de todas las novedades. Si no estoy en mi despacho, deja un mensaje o llámame al móvil.

—Ningún problema —dijo Darby—. ¿Alguna cosa más?

—Si Banville no asume el coste del experto en huellas, infórmame. Veré lo que puedo hacer.

Darby entró en el despacho que compartía con Coop. Él hablaba por teléfono, al mismo tiempo que hojeaba un cómic. Se había puesto unos tejanos y una camiseta en la que se leía el eslogan «La cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que estemos contentos».

—No recuerdo que Wonder Woman se hubiera aumentado el pecho —dijo Darby en cuanto Coop colgó el teléfono.

—Ésta es la nueva y mejorada Wonder Woman.

—Genial. Ahora parece una bailarina de striptease.

—No tienes muy buen aspecto. ¿Te apetece jugar con la Play-Doh? Te juro que va de muerte para el estrés.

—Nuestro jefe duda seriamente de mi capacidad.

—Deja que lo adivine: el caso Nelson.

—Bingo. —Darby le hizo un resumen de su conversación con Leland—. ¿Por qué sonríes?

—¿Te acuerdas de Angela, la chica con la que salí hace unos meses?

—¿La que era modelo de lencería de The Improper Bostonian?

—No, ésa era Brittney. Angela era la británica, la que llevaba un diamante como piercing de ombligo.

—Todavía no entiendo cómo puedes diferenciarlas a todas.

—Ya lo sé, debería pertenecer a Mensa. En fin, una noche Angela y yo salimos a tomar una copa; hablamos del trabajo y mencioné por casualidad el nombre de Leland. Al parecer, en el Reino Unido la palabra prat significa imbécil, tonto. Intenta recordarlo en el futuro.