Capítulo 10

Para sorpresa, y alivio, de Darby, la mujer no gritó ni se puso violenta cuando salió a la calzada iluminada por luces parpadeantes. Se limitó a apretarle la mano.

—Nadie quiere hacerte daño —dijo Darby mientras iba en busca del paraguas. No quería arriesgarse a que la lluvia se llevara cualquier prueba potencial—. Te prometo que nadie va a hacerte daño.

La mujer apretó el anorak contra su cara y rompió en sollozos. Darby pasó un brazo alrededor de su cintura. Sus huesos parecían tan frágiles y delicados como los de un pájaro.

Con pasos lentos y cautos guió a la mujer hacia la ambulancia. En la puerta había dos enfermeros de Urgencias. Uno de ellos tenía una jeringuilla en la mano.

No había otra opción. Tenían que sedarla. Era mejor hacerlo allí, al aire libre, por si las cosas volvían a ponerse feas. Sería más difícil confinarla en el estrecho espacio de la ambulancia.

Ambos enfermeros rodearon a la mujer. La policía andaba cerca, lista para intervenir en caso de necesidad.

—Ya casi hemos llegado —susurró Darby—. No me sueltes y todo saldrá bien.

El enfermero hundió la aguja en la nalga de la mujer. Darby se tensó, preparándose para lo peor. La mujer ni se inmutó.

Cuando sus ojos empezaron a cerrarse, los de Urgencias se ocuparon de ella.

—No la atéis aún —dijo Darby—. Necesitaré su camisa y quiero sacar algunas fotos.

Coop andaba por allí con el equipo a punto. La ambulancia no dejaba mucho espacio para trabajar. Darby, menuda y de baja estatura, entró en ella mientras Coop se mantenía cerca de las puertas traseras. Llevaban máscaras para protegerse del hedor. La respiración entrecortada y ronca de la mujer resultaba audible a pesar del golpeteo de la lluvia en el techo de la ambulancia.

Mary Beth le cedió la cámara. Darby fotografió a la mujer tendida de espaldas, y luego se acercó para tomar fotos de los agujeros de la camiseta negra.

Con la ayuda de unas tijeras Darby practicó un corte desde el cuello de la camiseta, y luego otros dos, uno en cada sobaco. Al quitarle la camiseta, su pecho quedó expuesto. La piel pálida, surcada de gruesas cicatrices, quemaduras y cortes que no habían cicatrizado, estaba hundida por debajo de las costillas.

—Es un milagro que no haya muerto de arritmia cardíaca —dijo Mary Beth.

Darby colocó a la mujer de lado. Dobló la camiseta y la introdujo en la bolsa de pruebas que Coop sostenía en una mano.

—Busquemos marcas en las uñas —dijo Darby.

Con un algodón, Darby procedió a obtener muestras bucales de la mujer. Coop, por su parte, pasó un palillo de madera por debajo de la uña del pulgar de la mujer, pero éste se partió en dos y empezó a sangrar.

—¿Qué coño le ha pasado? —preguntó Coop.

«Ojalá lo supiera.»

—Tomémosle las huellas dactilares —dijo Darby.