Capítulo 2

—Llévate el monedero —dijo la mujer del bosque—. Hay trescientos dólares. Te conseguiré más dinero si es eso lo que quieres.

Darby agarró a Stacey del brazo y tiró de ella hacia la pendiente. Melanie se acurrucó a su lado.

—Lo más probable es que se trate de un atraco, pero él podría llevar un cuchillo. O una pistola —susurró Darby—. Ella le dará el bolso, él se largará y fin del asunto. Así que lo mejor es que no nos movamos.

Mel y Stacey asintieron.

—No tienes por qué hacerme esto —dijo la mujer.

Darby sabía que tenía que sobreponerse al terror que sentía y volver a mirar por encima de la pendiente. Cuando llegara la policía a hacerle preguntas quería ser capaz de recordar todo lo que había visto y oído, cada palabra, cada sonido.

Con el corazón latiéndole desbocado asomó la cabeza por encima de la pendiente y miró hacia el tenebroso bosque. Su nariz rozó briznas de hierba y hojas secas.

La mujer rompió a llorar.

—Por favor. Por favor, no.

El asaltante susurró algo que Darby no pudo oír. «Están tan cerca…», pensó ella.

Stacey había decidido echar un vistazo. Se acercó a Darby.

—¿Qué está pasando? —susurró Stacey.

—No lo sé —dijo Darby.

Un vehículo ascendía por la carretera 86. Los faros formaban un par de extraños círculos blancos que se movían entre los troncos de los árboles y oscilaban a causa del terreno inclinado lleno de baches, rocas, hojas y ramas partidas. Darby oyó música: era Jump, de Van Halen; la voz de David Lee Roth resonaba en su cabeza al tiempo que otra vocecilla interna le ordenaba que mirara hacia otro lado, que apartara la mirada de una vez por todas. Dios sabe que ella quería obedecer, pero otra parte de su cerebro parecía haber tomado el control, y Darby no desvió la mirada cuando quedó bañada por la luz de los faros. La ronca voz de David Lee Roth cantaba muévete, salta, mientras una mujer vestida con tejanos y una camiseta gris estaba arrodillada junto a un árbol, con el rostro de un intenso color rojo, los ojos abiertos de par en par y los dedos tensos en un intento desesperado de arrancarse la cuerda que tenía atada alrededor de la garganta.

Stacey se puso en pie de un salto y al hacerlo derribó a Darby. Una roca le golpeó en la sien con tanta fuerza que vio las estrellas. Darby oyó cómo Stacey se abría paso entre las ramas, y al volverse hacia ella vio que Melanie también corría.

Lo siguiente fue un inconfundible crujido de ramas y hojas: el asaltante venía hacia ellas. Darby se puso de pie y salió corriendo.

Darby alcanzó a Stacey y a Mel en la esquina de East Dunstable. Las cabinas telefónicas más cercanas estaban justo al doblar la esquina de Buzzy’s, el establecimiento más popular del pueblo que cumplía las funciones de supermercado, pizzería y grandes almacenes. Recorrieron el resto del camino sin cruzar palabra.

El camino hasta la cabina se les hizo eterno. Sudorosa y jadeante, Darby descolgó el teléfono para marcar el 911, pero Stacey le arrebató el auricular de la mano.

—No podemos llamar —dijo Stacey.

—¿Has perdido la cabeza? —le espetó Darby.

Su miedo estaba dejando paso a una intensa y creciente ira dirigida a Stacey. No debería haber sido una sorpresa que ésta la apartara y saliera corriendo. Stacey siempre pensaba antes en sí misma. El mes anterior, sin ir más lejos, las tres habían planeado ir juntas al cine y Stacey lo canceló en el último momento porque Christina Patrick la había llamado para invitarla a una fiesta. Era típico de Stacey.

—Estábamos bebiendo, Darby.

—No hace falta decírselo.

—Lo olerán en el aliento… Y ya puedes olvidarte de mascar chicle, lavarte los dientes o hacer gárgaras con enjuague bucal, porque nada de eso funciona.

—Correré el riesgo —dijo Darby, intentando quitarle el teléfono a Stacey.

Stacey no lo soltó.

—Esa mujer está muerta, Darby.

—Eso no lo sabes.

—Vi lo mismo que tú…

—No, Stacey. No pudiste ver lo mismo que yo porque saliste corriendo. Me empujaste, ¿te acuerdas?

—Fue sin querer. Te juro que no pretendía…

—Ya. Como de costumbre, Stacey, sólo te preocupas de ti misma.

Darby consiguió arrancarle el teléfono de los dedos y marcó el 911.

—Sólo conseguirás que nos castiguen, Darby. Igual en tu caso consiste en quedarte sin las vacaciones en el Cabo con Mel, pero tu padre no… —Stacey se detuvo. Estaba llorando—. No sabes cómo son las cosas en mi casa. Ninguna de las dos lo sabe.

La operadora contestó a la llamada.

—Nueve, uno, uno, ¿de qué emergencia se trata?

Darby dio su nombre a la operadora y relató lo que había pasado. Stacey se ocultó detrás de un contenedor. Mel contempló la colina por donde solían descender en trineo cuando eran crías; sus dedos no paraban de manosear las cuentas de la pulsera.

Una hora después Darby caminaba por el bosque acompañada de un detective.

Se llamaba Paul Riggers. Lo había conocido en el funeral de su padre. Riggers tenía unos enormes dientes blancos y a Darby le recordaba a Larry, el vecino delgaducho de la serie Un hombre en casa.

—Aquí no hay nada —dijo Riggers—. Lo más probable es que lo asustarais.

Se detuvo y enfocó con la linterna una mochila azul marca L. L. Bean. La cremallera estaba abierta y Darby vio las tres latas de Budweiser que había en el fondo.

—Supongo que esto es vuestro.

Darby asintió mientras su estómago daba un vuelco, se retorcía y volvía a subir, como si quisiera encontrar un rincón donde esconderse.

Su cartera no estaba dentro de la mochila. Estaba tirada en el suelo, junto con la tarjeta de la biblioteca. No había ni rastro del dinero que llevaba, ni tampoco del carné de estudiante, donde constaba su nombre y dirección.