El tercer hijo de Gengis, Ogedai (u Ogodei), fue gran khan solo durante doce años, desde 1229 hasta 1241. En un momento en el que los mongoles estaban avanzando hacia el oeste y adentrándose en Europa, la muerte de Ogedai fue un acontecimiento crucial en la historia. La Europa occidental habría caído ante ellos. Los castillos medievales no eran más imponentes que las ciudades amuralladas de los Chin, y en el campo de batalla, el arte de la guerra mongol, con sus tácticas de ataques rápidos, habría resultado prácticamente imparable. No es ninguna exageración afirmar que el futuro de Occidente cambió cuando a Ogedai le falló el corazón.
Sabemos que Ogedai seguía siendo joven y murió solo catorce años después que su padre. No sabemos por qué construyó Karakorum siendo como era el hijo de un khan que no sólo despreciaba las ciudades, sino que había dedicado toda su vida a demostrar lo débil que era, en el fondo, la defensa que ofrecían. Sin embargo, Ogedai erigió una ciudad como el trono del imperio. Se han conservado descripciones contemporáneas de Karakorum, como por ejemplo las palabras de un fraile cristiano, Guillermo de Rubruquis. El árbol de plata es un dato histórico, como también el hecho de que la ciudad contuviera templos chamánicos, mezquitas islámicas y, al menos, una iglesia cristiana nestoriana.
Es difícil desentrañar por qué Ogedai construiría algo así. Una explicación que encaja con los hechos es que se parecía un poco a Cecil Rhodes, un hombre cuyos problemas de corazón comenzaron cuando solo tenía dieciséis años. Antes de que un infarto acabara matando a Rhodes a la edad de cuarenta y ocho años, había levantado un imperio por sí solo en África: un hombre movido por el deseo de dejar huella, siempre consciente de que contaba con poco tiempo para hacerlo. Ogedai bien podría haber experimentado esa misma urgencia.
La segunda pregunta que se plantea es por qué construiría una ciudad tan influida por las de los Chin, un tipo de urbe que había visto desaparecer muchas veces pasto de las llamas. En ese aspecto podemos reconocer el influjo de Yao Shu. Aunque Yao Shu fue un auténtico consejero de Ogedai, el personaje que he presentado es, en realidad, una mezcla de dos budistas chinos del periodo. Todavía no he concluido su historia. Preocupado por los excesos con el alcohol del khan, Yao Shu le mostró a Ogedai cómo el vino corroía una botella de hierro. También es cierto que Ogedai accedió a reducir a la mitad el número de copas de vino que bebía a diario, solo después de encargar que fabricaran una remesa de copas el doble de grandes para él. Los consejeros budistas aplicaron una pátina de civilización china en la corte mongola, ejerciendo una sutil influencia sobre cada uno de los khanes. Como resultado, las ciudades un día abrirían sus puertas ante Kublai como nunca lo habrían hecho ante su abuelo.
Los Tres Juegos de los Hombres (Naadam) en Mongolia son la lucha, el tiro con arco y las carreras de caballos. El festival Naadam se remonta a épocas mucho más antiguas que la de Gengis, pero en siglos anteriores constituía también una oportunidad para que las tribus comerciaran con caballos, mezclaran líneas de sangre, apostaran y los adivinos les predijeran el futuro. En el moderno festival Naadam, las mujeres participan en el tiro con arco y las carreras, aunque no en la lucha, que sigue siendo territorio exclusivo de los hombres. La descripción del muro donde se celebraba la competición de tiro con arco es exacta. Los disparos se realizan desde una distancia de unos cien pasos y los arqueros compiten en grupos de diez, la unidad más pequeña del ejército de Gengis. Cada arquero cuenta con cuatro flechas y, más que juzgar los disparos individuales, obtiene la victoria aquel que consigue un cierto número de blancos. Es interesante que el tiro con arco sea, por tradición, un deporte de equipos, teniendo en cuenta la naturaleza marcial de la práctica y el vital papel que desempeñaba en los ejércitos de Gengis Khan.
Las carreras de caballos del festival, que se celebran a lo largo de tres días, son carreras de resistencia. A diferencia del caso de Occidente, la resistencia fue la cualidad que hizo que los ejércitos del khan fueran tan móviles y, de nuevo, es interesante comprobar cómo ha continuado siendo considerada una cualidad primordial de la grandeza equina, por delante del estallido de velocidad de un caballo criado y constituido como un galgo.
Me he tomado una pequeña libertad con la historia al incluir una carrera pedestre. No hay documentación alguna al respecto, pero habría sido una posibilidad. No tengo ninguna duda de que otros eventos deportivos han aparecido y desaparecido antes de que se adoptara la forma actual, igual que las modernas Olimpiadas incluyeron una competición de «lucha de la cuerda» entre 1900 y 1920, que Gran Bretaña ganó en dos ocasiones.
Hay quien cree que Gengis dejó testamento. Si un documento así existió alguna vez, no se ha conservado. Si se trataba de un testamento oral, no sabemos si lo pronunció en el momento de su muerte o mucho antes. Algunas versiones de la historia afirman que Gengis murió de forma casi instantánea, mientras que otras le presentan agonizando durante días tras una caída o una herida, lo que habría facilitado la posibilidad de disponer su legado. En cualquier caso, en general se acepta que el deseo de Gengis Khan era que Chagatai heredara un vasto khanato, mientras que Tolui recibiría las tierras de la patria mongola. Como heredero oficial, Ogedai se quedó los territorios norteños de los Chin y cualquier otra tierra que pudiera conquistar por sí mismo. He dejado esa distribución en manos de Ogedai, en parte porque la última palabra habría sido suya, independientemente de las intenciones de su padre. Si Ogedai hubiera ejecutado a Chagatai en aquel momento, los linajes de esa parte del mundo habrían sido muy diferentes hasta el día de hoy.
Pero Chagatai Khan murió solo unos meses después de Ogedai, en 1242. Se desconoce cuál fue la forma exacta de su muerte, aunque la extraordinaria oportunidad de su fallecimiento me ha permitido escribir y, de hecho, sospechar que fue asesinado.
La primera fórmula de la pólvora que se conserva por escrito es china, y data de hacia 1044. No cabe duda de que fue utilizada en los asedios durante el periodo del khanato de Ogedai. Se han hallado cañones manuales del tipo que he descrito en el periodo de Kublai Khan. Uno de los usos más antiguos de los que se tiene noticia fue por parte de los mongoles en Oriente Próximo en 1260, pero con seguridad se remontan a una fecha muy anterior a esa.
Esos cañones, una poderosísima arma de mano que disparaba rocas o incluso una bola de metal, eran la tecnología militar de vanguardia del periodo. Meros recipientes de hierro llenos de pólvora y encendidos con mecha habrían servido como efectivas granadas de metralla. Sabemos a ciencia cierta que los mongoles se toparon con ellos por primera vez en su lucha contra los Chin y los Sung, y que no tardaron en adoptar tan terroríficas armas. De hecho, fue la amplia expansión de los ejércitos mongoles lo que provocó la proliferación de ese tipo de armas a través de la masa continental.
Dicho lo cual, la fórmula de la pólvora china tenía poco salitre, es decir, carecía de parte de la capacidad explosiva que asociamos con la mezcla. Una llamarada habría sido el resultado más común, con enormes diferencias entre los lotes dependiendo de los fabricantes, las regiones y los periodos.
El extraordinario incidente que provocó el fallecimiento de Tolui procede de La historia secreta de los mongoles. En su única campaña en la China septentrional, Ogedai se sintió mal y «perdió [el uso de] la boca y la lengua»: una apoplejía masiva, o quizá una crisis de epilepsia mayor.
Los chamanes mongoles y los augures hicieron sus profecías, dando por supuesto que los espíritus de los Chin estaban atacando al khan. Pidieron que se les mostrara cuál era el sacrificio correcto que debían llevar a cabo y, en respuesta, Ogedai sufrió violentos espasmos y contracciones musculares. Utilizando esa respuesta, preguntaron si era necesario sacrificar a un familiar. Entonces Ogedai se despertó y bebió agua, pidiendo que le contaran qué le había sucedido.
Sobre el tema de la matanza de los caballos, aproveché la oportunidad para hablar de los matarifes que habían sacrificado a muchos cientos de caballos ancianos a lo largo de los años. Para preparar la carne kosher o halal, el animal tiene que permanecer vivo durante el proceso para que el corazón bombee y expulse la sangre. Empiezan cortando la garganta. El hombre con el que hablé quería que la muerte fuera mucho más rápida, así que prefería comenzar con una puñalada en el corazón y después les pasaba la hoja por la garganta. Entre un seis y un diez por ciento del peso de un caballo es sangre. Es un cálculo estimado, pero en un poni mongol eso supondrá unos veinte litros de sangre.
Como documenta La historia secreta de los mongoles, Tolui tomó veneno, no murió degollado, pero he cambiado su final. El sangriento sacrificio de los animales formó parte del intento de salvar a Ogedai y los dos rituales parecían encajar a la perfección. Sin duda, su hijo Mongke estaba presente, aunque no se conserva registro de ningún diálogo entre ellos.
Una breve nota sobre el tema de las distancias: en la época de Ogedai, los mongoles habían creado una red de estaciones de posta que abarcaba toda su área de influencia. Separadas unas de otras por cuarenta kilómetros en los principales caminos, estaban bien equipadas. Gracias a los cambios regulares de montura, un mensaje urgente podía recorrer ciento cincuenta kilómetros al día, si era necesario, en manos del mismo hombre. Los jinetes llevaban cinturones con cascabeles, para que el personal de las estaciones pudiera oírles llegar y preparar agua, comida y un nuevo caballo. Recorrer mil quinientos kilómetros en diez días no era un récord posible, era algo común. Ese tipo de redes de comunicaciones hacía que los ejércitos fueran modernos en un sentido que ninguna otra fuerza del siglo podía conseguir.
El chamán Mohrol es un personaje ficticio, aunque, por supuesto, no hay duda de que el khan tendría adivinadores y chamanes a su servicio. En Mongolia se sigue considerando que un dedo extra significa que un niño ha sido «elegido» para ser chamán. Los chamanes no cazan ni pescan y son mantenidos por las tribus como trabajadores de la magia y la medicina, además de como encargados de preservar la historia y la tradición. Siguen conservando un poder considerable en la sociedad mongola.
Los antiguos Budas de Bamiyan en Afganistán existieron realmente. Uno medía unos treinta y cinco metros de alto, el otro cincuenta. Ambos fueron dinamitados por los talibanes en 2001. Siguen circulando leyendas que hablan de la existencia de un tercero, un «buda dormido», en las colinas de la zona.
La campaña de Tsubodai (o Subotai) contra Occidente duró desde 1232 aproximadamente hasta 1241. A lo largo de ese tiempo, se enfrentó a rusos, búlgaros y húngaros magiares, tomó Buda y Pest, atacó Polonia y la actual Serbia y envió exploradores a territorios tan lejanos como el norte de Italia. En solo un invierno, durante un periodo de dos meses, sus tumanes conquistaron doce ciudades amuralladas rusas. Habían aprendido a utilizar las catapultas, las ballestas e incluso una forma de trabuquete para destrozar los muros en sus guerras contra el norte de China. Rusia no poseía nada con capacidad para frenar la máquina de guerra de los mongoles.
Es cierto que Tsubodai prefería luchar en invierno y empleó los ríos helados como una red de caminos para penetrar en las ciudades. Como Gengis había hecho anteriormente, sus generales y él se mostraron despiadados con los enemigos vencidos y masacraron vastas poblaciones. La única preocupación de Tsubodai parece haber sido el encontrarse con amplios frentes de batalla, que facilitaban la posibilidad de flanquear o rodear a sus tumanes. Una y otra vez, envió a tumanes a realizar incursiones en Polonia, Hungría o Bulgaria, para despejar el camino de posibles enemigos.
Los legendarios Caballeros Templarios franceses afirmaron en la época que no había ningún ejército entre Tsubodai y Francia que pudiera detenerle. De hecho, puede que, si los príncipes de la nación no hubieran estado con él, ni siquiera la muerte de Ogedai hubiera detenido a Tsubodai. Batu, el hijo de Jochi, estaba allí, así como Guyuk, el hijo de Ogedai. El nieto de Ogedai, Kaidu, también estaba presente. Fue él quien lideró la incursión sobre Polonia con Baidar y participó en la extraordinaria batalla de Liegnitz, impidiendo que los ejércitos polacos apoyaran desde el flanco el principal ataque contra Hungría. No he empleado a Kaidu como personaje por miedo al «problema de la novela rusa», donde, en cada página, aparecen nuevos personajes haciendo que el lector acabe perdiéndose. Sí he incluido a Mongke en la campaña, en la que estuvo presente durante la mayor parte del tiempo, incluyendo en Kiev. Kublai no era uno de los príncipes presentes: se quedó en Karakorum, estudiando budismo y asentando la influencia china que dominaría su vida adulta.
Jebe tampoco participó en la campaña, aunque lo he mantenido como personaje menor. La historia secreta, por desgracia, no relata su final. Como sucede con Kachiun y Khasar, alguien que en un cierto momento fue un gran líder desaparece de las páginas de la historia y su rastro se pierde. La muerte temprana era común en aquella época, por supuesto, y es casi seguro que fallecieron de enfermedad o a causa de una herida, una muerte tan ordinaria como para ser ignorada por los cronistas.
Es cierto que Temuge protagonizó una tentativa final, precipitada, de convertirse en khan tras la muerte de Ogedai. Fracasó y fue ejecutado.
A Sorhatani realmente le fueron concedidos los derechos y títulos de su marido a su muerte, lo que resulta muy interesante. A partir de esa decisión, se convirtió al instante en la mujer más poderosa del khanato, así como del mundo de la época. Tres de sus hijos llegarían a ser khanes a través de su influencia e instrucción. Apoyó a Ogedai como khan, que recurrió a ella como consejera a medida que el imperio fue creciendo y estableciéndose. La única vez que Sorhatani se negó a satisfacer sus deseos fue cuando le sugirió que contrajera matrimonio con su hijo, Guyuk. Rechazó la oferta, prefiriendo concentrar sus considerables energías en sus propios hijos. La historia confirma la sabiduría que demostró a ese respecto.
Cuando los tumanes de Tsubodai entraron en Hungría a través de la cordillera de los Cárpatos, el orlok se enfrentó a los ejércitos del rey húngaro Bela IV. Ese monarca había aceptado a doscientos mil refugiados cumanos de Rusia, un pueblo turco similar en numerosos aspectos a los mongoles. A cambio de su conversión al cristianismo, se les brindó refugio durante un breve periodo. Su líder, Köten, fue bautizado y su hija se desposó con el hijo del rey Bela para sellar el acuerdo. A cambio, el rey Bela podía añadir un ejército de jinetes nómadas a sus fuerzas en el campo de batalla. También esperaba ayuda del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II, que era rey de las actuales Alemania, Italia, Sicilia, Chipre y Jerusalén, o quizá del papa Gregorio IX. No obstante, estaban inmersos en su propia lucha por el poder, que incluyó la excomunión de Federico II por parte del papa, quien llegó a declarar que el monarca era el Anticristo. En consecuencia, el rey de Hungría tuvo que enfrentarse a la invasión mongola casi sin respaldo. En un principio contaba con las fuerzas del archiduque Federico de Austria, pero se retiraron tras la muerte de Köten en unos disturbios. Los cumanos también se marcharon.
Es cierto que el rey Bela envió espadas ensangrentadas a todo lo ancho y largo de su reino como estrategia para enardecer y movilizar al pueblo. Hay documentación de una misiva de Batu al rey exigiendo que se les entreguen los cumanos rusos y su líder Köten. El mensaje de Batu era severo y simple: «He recibido noticia de que has acogido a los cumanos, nuestros servidores, bajo tu protección. Deja de refugiarlos o te convertirás en mi enemigo por su causa. Ellos, que no poseen casas y moran en tiendas, escaparán con facilidad. Pero tú, que moras en casas dentro de ciudades, ¿cómo escaparás de mí?».
Es interesante apuntar que el requerimiento fue enviado en nombre de Batu. Como príncipe de rango superior e hijo de Jochi, el primogénito de Gengis, nominalmente estaba al mando de la Horda de Oro, como se les llamaba. No obstante, era Tsubodai quien los lideraba estratégica y tácticamente. Era una relación compleja que alcanzó su punto crítico cuando la noticia de la muerte de Ogedai llegó finalmente hasta ellos.
Budapest se encuentra a más de siete mil kilómetros al oeste de Karakorum, en el mismo continente. La extraordinaria campaña de Tsubodai llevó a los tumanes mongoles a través de Kazajstán, Rusia (hasta Moscú y Kiev), Rumanía, Hungría, Polonia, Lituania, este de Prusia y Croacia. Estaban llamando a la puerta de Austria cuando Ogedai murió. Fue, de hecho, el rey francés Luis IX quien grabó en las mentes europeas el nombre equivocado para los mongoles. Mientras preparaba a sus ejércitos para marchar, le dijo a su esposa que o bien sus soldados mandarían a los tártaros al infierno, o bien los tártaros los enviarían a ellos al cielo. Hizo un juego de palabras deliberado con la palabra en latín para infierno, «Tartarus», y, como resultado, el erróneo nombre de tártaros se mantuvo durante siglos.
He omitido una detallada descripción de la batalla de Liegnitz, que supuso el clímax del ataque de Baidar sobre Polonia. La incursión mongola en Polonia se caracterizó por el hecho de que se libraron numerosos combates, contra diversos oponentes, pero el número de batallas que se pueden incluir en una novela es limitado, incluso en una novela sobre mongoles. En la historia, la de Liegnitz es una de las pocas batallas mongolas que se conocen realmente bien (omitirla es el equivalente de escribir sobre Nelson sin mencionar el Nilo). Sin embargo, por el bien del desarrollo argumental, creo que tomé la decisión adecuada. En Liegnitz, Baidar utilizó la retirada falsa, pero añadió la innovación de unos barriles de alquitrán que llenaron de humo blanco el campo de batalla. Este sencillo dispositivo impidió a una mitad del ejército polaco ver lo que le estaba sucediendo a la otra mitad. Podría haber sido el clímax de este libro, pero la otra batalla mongola conocida es la del río Sajó, también llamada de Mohi, y en ella el triunfo fue obra de Tsubodai.
La última batalla registrada de Tsubodai combinó no sólo un ataque nocturno y una maniobra de flanqueo, no sólo el uso magistral del terreno, haciendo que el río trabajara a su favor, sino también el ahora viejo truco de dejar un camino abierto para que el enemigo pueda escapar, solo para caer sobre él cuando está huyendo. Tsubodai llevó a tres tumanes a través de un vado situado al sur del campamento de los ejércitos húngaros, enviando a Batu a atacar el flanco izquierdo al amanecer, mientras el resto seguía avanzando para golpear la retaguardia húngara. El rey Bela se vio obligado a refugiarse en su campamento, mientras los mongoles provocaban el caos con petardos, quemando alquitrán en barriles y disparando flechas arbitrariamente. De presas habían pasado a convertirse en cazadores y sacaron el máximo provecho de la nueva situación.
En medio del caos, los hombres del rey Bela vieron un cerro que se extendía hacia el oeste y podría servirles para ocultarse de la vista de los mongoles. El monarca probó la ruta de escape enviando a un reducido número de hombres hacia allí y observó cómo salían y se alejaban cabalgando sanos y salvos. A medida que avanzaba el día, el rey intentó sacar a todo su ejército del campamento. En su pánico, las tropas perdieron la formación y se desperdigaron a lo largo de varios kilómetros. Fue en ese momento cuando los hombres de Tsubodai atacaron la columna. El gran general de Gengis había explorado el terreno: conocía la existencia del cerro y había dejado la ruta de escape deliberadamente abierta para tenderles una trampa. Dependiendo de la fuente consultada, los tumanes mongoles masacraron entre cuarenta y sesenta y cinco mil hombres del ejército húngaro, eliminándolo como tal durante al menos una generación. El rey Bela escapó de la matanza y huyó a Austria. Cuando los mongoles se marcharon, el monarca continuó reconstruyendo Hungría a partir de sus ruinas. Sigue siendo honrado como uno de los grandes reyes de Hungría, a pesar de su desastroso encuentro con Tsubodai.
Desde muchos puntos de vista, aquel fue un final apropiado para la carrera militar de Tsubodai, aunque, por supuesto, él no lo vio así. Hungría estaba en ruinas cuando la noticia de la muerte de Ogedai llegó hasta él y todo cambió.
Las brillantes maniobras tácticas de Liegnitz y de Mohi quedaron sin efecto tras la retirada mongola. Raramente se enseñan fuera de las escuelas militares, en parte porque no condujeron a la conquista. La política se interpuso entre Tsubodai y sus ambiciones. Si no lo hubiera hecho, toda la historia podría haber sido diferente. No hay muchos momentos en la historia en los que la muerte de un único hombre haya cambiado el mundo entero. La muerte de Ogedai fue uno de esos momentos. Si hubiera vivido, no habría habido época isabelina, ni Imperio británico, ni Renacimiento, quizá no habría existido la Revolución industrial. En esas circunstancias, este libro muy bien podría haber sido escrito originalmente en mongol o en chino.
CONN IGGULDEN