¿Por qué escribimos los novelistas?
En primer lugar, vamos a narrar algo. Cuidada o descuidadamente, con más o menos talento, vamos a narrar. No me propongo en este prólogo hacer un estudio de la novela. Ni siquiera de la novela moderna. Ni de la novela de última hora en el mundo. A veces, a fuerza de estudiar un tema que me apasiona, he sentido esta tentación. Sin embargo no me he dedicado al ensayo, sino a una creación personal que considero aún en sus balbuceos.
El novelista va buscando su camino. Unas veces como Dios le da a entender, otras con esa voluntad de estilo renovadora, que va marcando caminos y haciendo descubrimientos en cadena. Para mí, en la novela hay algo más importante que la pura técnica, aunque creo que la técnica tiene hoy día una fuerza enorme de estímulo y de interés de descubrimientos.
Es curioso observar, sin embargo, que muchos de los grandes novelistas que han sido fuentes de un período grande de técnica, rara vez tuvieron idea de esta importancia renovadora suya. A veces si no se estudia con cuidado se pierde el contacto que une a una de estas fuentes casi subterráneas con toda una época de la narrativa.
Tomo un ejemplo, y no creo hacer descubrimiento alguno, al decir que Pío Baroja es quizás uno de los filones más seguros, más profundos de la novelística actual en el mundo, de la preocupación por la nueva técnica. Pío Baroja, aparte de influir en otros escritores, fue inspirador clarísimo de las técnicas originales de Hemingway y de Dos Passos, y a través de estos novelistas norteamericanos principalmente, lanzó al mundo el interés por una nueva técnica narrativa que ha florecido en los últimos ismos europeos. Pío Baroja, sin embargo, no creo que fuese consciente de este fenómeno, de este alcance de fecundidad de su técnica, que él iba inventando a su manera, según lo que en cada libro tenía que decir. No fue consciente de esto, creo yo, a la manera que, en cambio, pudieron serlo en su tiempo un Proust o un Joyce.
Quiero decir con esto, simplemente, que dando toda la importancia que tiene al juego de la técnica, creo que un escritor puede ser muy grande y alcanzar una fecundidad insospechada en este terreno aunque no se lo haya propuesto. Muchas veces tanto o más que aquel que ha puesto sus cinco sentidos en encontrar una novedad formal.
Bajando de las alturas —puesto que no me propongo, como digo, hacer un ensayo en este prólogo—, voy a hablar aquí de esta trilogía mía y de cómo la he concebido.
Me siento obligada a explicar la concepción de estas novelas que forman la trilogía Tres pasos fuera del tiempo, pues creo que con ellas —bien o mal— mi trabajo de escritor entra en una nueva fase de creación más continuada, quizá más consciente, y es posible que a algún lector le interese, aparte del puro entretenimiento de las novelas, conocer también algo del juego intelectual que las ha motivado.
No sé qué alcance pueden tener. Es difícil que un autor pueda saber ni sospechar siquiera el alcance de aquello que escribe. Una obra concebida con verdadera ilusión y tratando de echar el resto en ella, puede ser un simple fracaso editorial o intelectual. Pero la verdadera vocación de un narrador —vocación que puede cuajar en algo interesante o en algo sin interés— no puede estar sometida a la preocupación de un fracaso. Un día uno siente que tiene que escribir y continuar escribiendo.
A mí, que comencé mi primera novela a los veintidós años de edad, la vocación de escritor creo que me ha llegado de una manera total y consciente sólo ahora. ¿Quiere decir esto que considero esta Trilogía como lo mejor que he escrito? No, en absoluto. La considero un comienzo de lo que puedo escribir.
Durante tres años he trabajado mucho para una sola novela: la que en esta Trilogía lleva el nombre de Jaque mate. El material acumulado para esta obra estaba, en mi imaginación, destinado al fuego. Era un material que iba a servirme de base, sólo a mí, para comprender ciertas reacciones psicológicas y ambientales necesarias. Un día vi que en estos datos tenía, terminadas, tres novelas diferentes. Tres novelas que constituyen, cada una de ellas, un mundo cerrado y acabado.
Siguiendo el orden de mi trabajo, con una técnica casi policíaca, yo debería de haber comenzado por publicar Jaque mate, después Al volver la esquina y sólo al final La insolación. He preferido, después de pensarlo, conservar el orden cronológico que enlaza los tres libros, en un procedimiento que los despoja intencionadamente de todo truco técnico.
Estos tres libros, La insolación, Al volver la esquina y Jaque mate, marcan tres momentos de la vida de un hombre y apuntan también tres momentos de la vida de estos últimos veinte años en España.
La insolación narra un primer impacto adolescente y completamente íntimo, con referencias apenas esbozadas sobre los años cuarenta, cuarenta y uno y cuarenta y dos en España. La narración es en apariencia un simple entretenimiento en que he tratado de dar el ambiente de arrebato y de interés que únicamente para un muchacho, Martín Soto, tienen los personajes y los sucesos que se narran.
Al volver la esquina sucede alrededor de los años cincuenta, en Madrid. Trata en esta novela de que el interés argumental no sólo no decaiga sino que aumente. Deseo que mis novelas entretengan al público y si no lo logro me parece que he fracasado en ellas. Pero en Al volver la esquina no cuenta ya solamente la aventura íntima, amorosa y ambiciosa de un solo personaje, sino una serie de circunstancias exteriores, una serie de aperturas a la vida diaria que consciente o inconscientemente —rechazándolas o sumergiéndose en ellas— pueden contribuir a lo que más adelante será el éxito o el fracaso de un hombre. No me propongo en esta novela ni en ninguna, dar una secuencia histórica y documentada de los hechos del mundo y de mi país, sino captar con la veracidad que me sea posible y dentro de las limitaciones argumentales del libro, un momento circunstancial al mismo tiempo que el momento íntimo del personaje que sirve de base a todo lo demás.
En Jaque mate la novela transcurre en estos años sesenta en que la escribo. La historia íntima del protagonista importa mucho, desde luego, pero mucho menos quizá, que todo aquello que le rodea y que él —marcado ya por una serie de compromisos y de impactos vitales— rechaza o acepta. El ambiente que le rodea es más denso. En el tablero de su vida están casi todas las piezas con que ha jugado la partida. Estas piezas —no todas ellas seres humanos sino también ambientes— creo yo que toman más altura que los sentimientos del protagonista. En el juego no hace falta que esas piezas hayan sido retiradas del tablero para el jaque mate que este hombre —conductor del hilo argumental de las tres narraciones— puede dar, o que pueden darle a él, de tal manera que la partida quede terminada.
Si he empezado hablando de la técnica de la novela en general —un tema al día entre nosotros, los escritores—, ha sido para explicar que admirando e interesándome mucho en todos los caminos nuevos de la narrativa, no he caído en la tentación de intentar ninguno especial, ni tampoco —esto mucho menos— de agarrarme a alguno de los ya trazados que tienen éxito seguro como novedad. Todo en la vida es nuevo y todo es caduco. Se puede hacer buena o mala novela en cualquier estilo y con cualquier técnica.
Creo que algún libro mío, hecho sin ninguna intención renovadora, ha dado paso y ayuda en la manera de narrar a otros autores quizá más interesantes —eso nadie lo puede saber por el momento— que yo misma. Pero tengo interés en explicar aquí que ni en el tema, ya tocado por mí y después por otros en los últimos años, ni en la técnica, he tenido voluntad de copiarme a mí misma ni de copiar a nadie.
Quizás esta larga explicación se debe, más que a nada, al hecho de que forzosamente, por mi decisión de sacrificar a la claridad narrativa cualquier truco técnico, haya comenzado la trilogía por un impacto adolescente, por este tema que en sí puede tener interés, pero que por la cronología que retrato en La insolación, no es un exponente de una psicología adolescente de masa ni de ola del momento.
En esta estampa de adolescencia he intentado dar solamente una base. La base, quizá insignificante y perecedera, de unas sensaciones y unos deslumbramientos que, en el estanque del contorno vital que rodea al protagonista, son apenas una piedra que produce ondas y alboroto sin dejar ver lo demás; pero al fin cae y queda en el fondo de esa ancha extensión.
CARMEN LAFORET
Madrid, enero de 1963