EPÍLOGO

EPÍLOGO

Precedida por la poderosa carga de los caballeros de la Guardia del Reik, la Orden del Grifo descendió sobre el campo de batalla y atravesó el vacilante ejército enemigo con la fuerza de un ariete. Miles de soldados de ambos bandos cayeron en la matanza, pero al fin el campo quedó libre de enemigos.

—Esto no es más que el principio —declaró el mariscal del Reik, Kurt Helborg, y sus palabras cuidadosamente escogidas resonaron al recorrer al ejército ensangrentado pero triunfante.

—Los ejércitos de la Hueste del Cuervo están concentrándose. Han vencido a Ostland y Talabecland, y Ostermark está en ruinas. Marchan hacia el sur, en dirección a Altdorf.

Se oyeron murmullos de conmoción y miedo entre los soldados, y el mariscal del Reik alzó una mano para imponer silencio.

—Pero aún hay esperanza, incluso en esta hora de oscuridad. Vuestra victoria del día de hoy será una luz dorada en la inhóspita noche, una hazaña inspiradora que habla del orgulloso espíritu luchador de nuestra nación. Habéis defendido este campo, que si se hubiera perdido, habría garantizado la destrucción del Imperio. Sin estorbos, esta horda habría atravesado Talabecland sin más impedimento, y caído sobre el flanco de los ejércitos que tenemos allí. En el nombre del Emperador, gracias por vuestra valentía y resolución.

El mariscal del Reik hizo girar su poderoso corcel, y recorrió las desiguales filas de soldados exhaustos.

—En el remoto norte, la gran ciudad de Praag ha sido tomada por el enemigo, igual que lo fue durante la época de Magnus el Piadoso. Pero aún hay esperanza.

Ni un sonido se oyó en el ejército reunido, porque todos los soldados estaban atentos a las palabras del mariscal del Reik.

—La Orden del Grifo marcha a la guerra. En este preciso momento, en Kislev, en el gélido norte, nuestros ejércitos ponen cerco a Praag. Luchan por recuperarla para las fuerzas del orden.

»¡Aún hay esperanza! —bramó—. Con soldados valientes como vosotros, hombres de Ostermark, el Imperio resistirá con firmeza.

»En el nombre de nuestro fundador y dios patrón, os hago este juramento, soldados de Ostermark: ¡Ninguno de nosotros descansará hasta que las fuerzas de la destrucción hayan sido completamente aplastadas!

La fuerte voz del mariscal del Reik ascendió hasta transformarse en furia rugiente, y bramó las palabras que recorrieron todo el ejército reunido, con la cara transformada en una máscara de determinación y odio.

—Juntos los empujaremos de vuelta al norte y recuperaremos Praag, pero no nos contentaremos con eso. ¡No, les daremos caza como a lobos rabiosos, y los perseguiremos hasta dondequiera que intenten esconderse! Los lanzaremos de vuelta al infierno del que salieron, y continuaremos persiguiéndolos. ¡Marcharemos hasta los remotos confines del norte, llevaremos la lucha directamente a su territorio, y no descansaremos hasta que la propia Ciudad Inevitable quede convertida en una ruina humeante! ¡Por Sigmar!

El rugido del ejército fue ensordecedor cuando los hombres gritaron su promesa, alabaron a Sigmar y golpearon el asta de su arma contra el suelo.

* * *

—¿Has estado alguna vez en Praag, humano? —preguntó Thorrik, con los ojos alzados hacia Grunwald.

El cazador de brujas le respondió con una sonrisa torcida, mientras sus dedos jugaban con el colgante que descansaba sobre su largo abrigo negro: un emblema de bronce que representaba a la Orden del Grifo.

Annaliese se volvió de espaldas a las aclamaciones al percibir el espacio vacío que tenía detrás. Atravesó la multitud que gritaba, hasta que al fin logró salir de ella. Vio la figura embozada de gris de Eldanair que se alejaba hacia el sudeste.

Al sentir la mirada de ella sobre sí, él se volvió y los ojos de ambos se encontraron.

Ella sabía lo que significaba el tatuaje que él tenía en la mejilla: Venganza. Tal vez porque ahora la consideraba a salvo, se marchaba en busca de quienes habían matado a sus compañeros, y era un sendero que debía recorrer en solitario.

Sin más ceremonia, Eldanair se echó la capucha sobre la cabeza, y se alejó.

Annaliese lo observó hasta que desapareció en la bruma y se desvaneció como un espectro, un guerrero de sombra que desaparecía en la oscuridad.

Karl observaba desde cierta distancia, cargado de amargura. Mientras contemplaba la partida del elfo, en sus ojos de gélido azul ardieron ferozmente las llamas del odio.