27

El carguero fue pasto de las llamas. Los yeerks se encargaron de eliminar lo que había quedado de él. No dejaron la menor huella que probara su existencia. Nada que poder mostrarle al mundo.

Pero habíamos logrado destruirla. Y también un caza-insecto. Y habíamos salido con vida de todo ello.

Al día siguiente visité a Rachel de nuevo. Me dio la impresión de que estaba esperándome.

—Hola, Tobías. Entra. No hay moros en la costa.

Salté por la ventana y, con un revoloteo, me posé en la cómoda.

—¿Qué tal te va todo? —me preguntó ella.

<Bien>, respondí.

Ella pareció dudar antes de decidirse a continuar.

—Escucha, Tobías… quizás pienses que lo que estoy a punto de explicarte es una locura. Verás, es que a Cassie y a mí se nos ha ocurrido que podríamos regresar al lago para tratar de encontrar… su cuerpo. El del ratonero, quiero decir. Nos pareció que lo menos que podíamos hacer era enterrarla.

<No, Rachel, no creo que sea una locura —contesté yo en un susurro—. En absoluto. Es un acto muy humano.>

—Bueno, eso es lo que somos: humanos. Los cinco —añadió ella mirándome con intensidad.

<Sí. Comprendí que lo era cuando me di cuenta de… de lo triste que me ponía al ver que la habían matado. A un ratonero de verdad no le hubiera importado lo más mínimo. Si hubiera sido mi compañera, la habría echado de menos, su ausencia me habría inquietado. Pero la tristeza es una emoción humana. Quizá te parezca extraño, pero creo que sólo un ser humano siente la muerte de un pájaro.>

—Si tú nos ayudas a inspeccionar el terreno desde arriba, quizá consigamos encontrar su cuerpo.

<No. Los animales del bosque ya se la habrán comido cuando lleguemos. A lo mejor un mapache, un lobo, o cualquier otra ave, puede que incluso un ratonero. Así funciona la naturaleza.>

—Así funciona con los animales salvajes, Tobías, no con las personas.

<Sí, ya lo sé. Pero en parte estás equivocada, Rachel. Sí, soy una persona, pero también soy un ratonero, un depredador que mata para alimentarse y, al mismo tiempo, soy un ser humano que… que se entristece ante la muerte.>

En el rostro de Rachel había una expresión de profunda tristeza. Mi amiga es una persona de gran corazón.

Me dirigí hacia la ventana. Fuera, hacía un día espléndido. El sol brillaba y las nubes anunciaban la existencia de numerosas corrientes de aire que me llevarían sin esfuerzo hacia el cielo.

Eché a volar.

Soy Tobías. Un chico. Un ratonero. Una extraña mezcla de los dos.

Ahora sabéis por qué no puedo deciros mi apellido. Ni mi dirección. Pero puede que un día, al levantar la vista, veáis recortarse contra el firmamento la silueta de un ave de presa de tamaño mediano. Una ave de presa dotada de un pico amenazador y unas garras afiladas diseñadas para clavarse y desgarrar. Un ave que habrá desplegado sus hermosas alas para planear sobre las corrientes.

Cuando la veáis, alegraos por mí y por todos aquellos que pueden volar en libertad.