Jake fue el siguiente. Se transformó y sobrevolé con él las cabezas de dos guardas forestales que continuaban patrullando sin reparar siquiera en mi presencia.
Luego le tocó el turno a Marco. Al salir de la cueva, estuve a punto de estrellarme contra un enorme hork-bajir que tampoco me prestó atención.
El plan de Cassie parecía funcionar a las mil maravillas. Incluso en una situación de alerta máxima, a los controladores ni se les pasaba por la cabeza que el enemigo pudiera adoptar la forma de un ave con un pez en las garras.
Cuando regresé a la cueva, la única que quedaba era Rachel.
<Por el momento todo marcha bien>, le expliqué.
—Sí. Eso parece.
<¿Estás nerviosa?>
—Pues claro, estaría loca si no. Bueno, vamos allá.
Dicho eso, comenzó a transformarme. Yo había presenciado tres veces aquella metamorfosis y, por tanto, ya no me causaba ninguna impresión. Aunque seguía siendo horrible ver a un amigo, a alguien a quien aprecias, retorcerse, deformarse y mutar ante tus propios ojos.
Creo que ninguno de nosotros llegará a acostumbrarse jamás. Puede que los andalitas sí lo hayan conseguido. No sé, pero apostaría cualquier cosa a que, cuando tienen que hacerlo, también les entra un sudor frío. Volví la cabeza hacia otro lado para no ver el extraño y espantoso aspecto que Rachel iba cobrando.
La conversión estaba a punto de concluir cuando ocurrió lo que más nos temíamos. Oí unos ruidos y me di cuenta de que alguien se abría paso a través de los arbustos que rodeaban la entrada de la cueva con la intención de penetrar en su interior.
—Heffrach neeth allí.
¡Era un hork-bajir!
—Sí, ya lo veo —gruñó una voz humana—. Los humanos no son ciegos, ¿sabes? A ver si te crees que eres algo especial sólo porque eres un hork-bajir. Anda, utiliza tus cuchillas para quitar de en medio unos cuantos arbustos.
Entonces oí el sonido de machetes cortando a gran velocidad espinos y enredaderas.
—Ojalá no encontremos nada ahí dentro —dijo el controlador humano—. Visser haría contigo lo mismo que hizo ayer con ese infeliz que dejó escapar al humano.
Miré a Rachel. Era demasiado tarde para invertir el proceso de conversión.
<¿Qué sucede?>, preguntó.
<¡Yeerks! Hay un controlador humano y un hork-bajir ahí fuera.>
—Entra fergutth vir ese cuerpo enclenque que tienes. Ja, ja.
—Eres tú quien debía explorar este sector. Ni siquiera te fijaste en que había una cueva. ¡Si sigues metiéndote conmigo, yo mismo se lo diré a quién tú ya sabes!
—Él te gulferch a ti y se comerá tu lulcath. Ja, ja.
De pronto, una cabeza y unos hombros asomaron por la entrada. El humano llevaba un uniforme de guarda forestal.
<¡Tenemos que salir de la cueva! —le grité a Rachel—. ¡Ya están aquí!>
Agarré a Rachel, que ya había acabado el proceso de transformación, pero el controlador humano bloqueaba la estrecha abertura de salida.
«Bueno —pensé—, si funcionó con el helicóptero…»
Batí con furia las alas y me abalancé contra la cara del controlador.
—¿Qué diablos…? —cayó hacia atrás dando puñetazos en el aire mientras pasábamos por su lado casi rozándolo.
A escasos centímetros de mi cola, el hork-bajir blandía en el aire las cuchillas de sus muñecas. Pero fue en vano: yo ya había ganado altura y velocidad, aunque aquella vez me resultaba más difícil que las anteriores. El peso de un pez es más de lo que un ratonero de cola roja puede resistir. Y yo ya había llevado a tres. Estaba cansado.
Por suerte también estaba asustado y, a menudo, el miedo te da fuerzas para continuar.
¡SHIUUUUNNNG! ¡Un rayo dragón atravesó el aire y siguió su curso ascendente!
Por desgracia para el hork-bajir que había disparado, el rayo no se detuvo, sino que fue a dar en la parte inferior de la gigantesca nave de carga y le hizo un pequeño agujero en el fuselaje.
Era demasiado pequeño para prestarle importancia, pero bastó para que el hork-bajir perdiera todo su interés en mí.
—¡Estúpido! —gritó el controlador humano—. ¡Visser Tres se comerá tu cabeza para cenar!
El miedo les hizo olvidarse de todo lo demás, y aproveché para arrojar a Rachel al agua junto a los demás.
<Buen trabajo, Tobías —me felicitó Jake—. Ten cuidado ahí arriba, amigo.>
<Vosotros también —contesté yo—. Buena suerte, chicos.>
Apenas los distinguía: no eran más que un pequeño banco de peces nadando en la orilla de un lago.
Se adentraron en él hasta perderse en aguas más profundas.
Como ya he dicho, la comunicación telepática tiene ciertos límites, aunque todavía no los hemos descubierto. Yo quería estar lo más cerca posible de ellos por si me necesitaban. De todas formas no era mucho lo que podía hacer por ayudar a unos seres que vivían bajo el agua.
No me quedé mucho tiempo allí. Supuse que resultaría sospechoso para cualquiera que me viera desde la orilla. Era difícil decidir qué hacer. La monstruosa masa del carguero permanecía suspendida sobre mi cabeza, con lo cual la distancia existente entre el vehículo y la superficie del lago quedaba reducida a unos cuantos metros.
Opté por arriesgarme y eché a volar por debajo de la nave, prácticamente rozando con las alas el agua, oscurecida por la sombra del carguero, y al mismo tiempo el vientre metálico de éste.
Fue una travesía muy complicada. Apenas podía desviarme de la trayectoria trazada; como mucho, medio metro arriba o abajo.
<Chicos, ¿estáis bien?>
<¿Tobías? Parece increíble que todavía puedas comunicarte con nosotros con esa nave gigantesca de por medio>, comentó Rachel.
Supongo que debería haberle dicho la verdad, que me encontraba a pocos metros de ellos, pero entonces Jake se habría enfadado conmigo por correr riesgos innecesarios.
Calculé que, sumando el tiempo que habíamos necesitado para realizar todo el proceso de metamorfosis y llegar hasta el lago, más el utilizado para localizar la toma de agua, Cassie llevaría poco más de media hora transformada, Jake, unos veinte minutos y Marco y Rachel todavía menos.
<¿Qué estáis haciendo ahora, chicos?>, pregunté.
<Estamos inspeccionando el extremo del tubo. La fuerza de succión es tremenda>, informó Rachel.
<Yo entraré primero y echaré un vistazo para ver qué hay ahí dentro —anunció Jake—. Ahí voy. ¡Oooooh! ¡Caray! ¡Ooooh! ¡Ja, ja!>
<¡Jake! Jake, ¿estás bien?>, gritó Cassie.
<¡Ya lo creo! ¡Menuda corriente! Ojalá tuvieran un tobogán acuático parecido a éste en Los Jardines. Es como si un gigante te estuviera sorbiendo con una pajita.>
<¡Qué chulo! —exclamó Rachel—. Ahora yo.>
<No, deja que primero eche una ojeada —dijo Jake—. Estoy en una especie de tanque. Es inmenso, aunque no demasiado profundo. Por lo menos de momento. Se está llenado. Con estos ojos de pez no veo muy bien lo que pasa fuera del agua, pero diría que hay una abertura en el techo. Una rejilla o algo por el estilo.>
<¿En el techo, dices? ¿Y cómo vamos a llegar hasta allí?>, preguntó Marco.
<Bueno, si llenan el tanque del todo, acabaremos por subir hasta ahí. Tendríamos que recuperar nuestro aspecto humano, salir de este depósito y de nuevo convertirnos, pero esta vez en algo más peligroso.>
<Perdonad un momento —intervino otra vez Marco—, pero ¿hay alguien más, aparte de mí, que se haya parado a pensar si muchas de las cosas que aquí se plantean no son más propias de locos que de personas normales?>
<¿Te refieres a lo de convertirnos en peces, viajar en las garras de un ratonero y ser arrastrados por el tubo de una nave extraterrestre para transformarnos luego en tigres, gorilas o lo que sea, y darles a esos repugnantes alienígenas lo que se merecen? —respondió Rachel—. ¿Es a eso a lo que te refieres?>
<Exactamente.>
<Pues sí —prosiguió Rachel—. La verdad es que es una locura.>
<Muy bien —repuso Marco—. Y ahora que todos sabemos que estamos chiflados, sigamos adelante.>