21

—¿Qué hace aquí? —preguntó Cassie con un murmullo tembloroso.

<Creo que ha venido a supervisar la operación. Quizá sea por lo del tipo al que dejaron escapar.>

—Lo que pretende es meterles el miedo en el cuerpo a sus muchachos —replicó Marco haciéndose el duro—. Lo echaron todo a perder y no va a permitir que eso vuelva a ocurrir.

<No importa por qué está aquí —señalé yo—. Lo cierto es que está. Hay más hork-bajir que en otras ocasiones y a la tripulación se la ve muy nerviosa. Uno de los hork-bajir sacó la pistola de rayos dragón y achicharró a un pobre ciervo que pasaba por allí.>

—¿Un ciervo? —gritó Cassie—. Malditos idiotas. Los ciervos son inofensivos.

<El plan era que os metierais en el lago sin ser vistos, os transformarais y buscarais luego la toma de agua —les recordé.

»Antes era un plan arriesgado; ahora es suicida. No podéis ir hasta el lago para convertiros en peces. Esos tipos están en alerta roja.>

—Y menos aún con Visser Tres merodeando por allí —asintió Marco.

—No estoy de acuerdo —protestó Rachel—. Creo que todavía podemos poner el plan en marcha. Mirad, si lo conseguimos, si logramos introducirnos en la nave y desactivar el mecanismo de camuflaje mientras sobrevolamos la ciudad… todo habrá acabado.

Jake acudió en su ayuda.

—Nos hemos devanado los sesos buscando un modo de mostrarle al mundo lo que esta pasando… pues bien, aquí lo tenemos.

—Los controladores no podrán justificar algo así. No me importa quiénes sean: el alcalde, el gobernador o todo el cuerpo de policía. Ni siquiera ellos serían capaces de seguir ocultando la verdad.

<Jake, no has escuchado ni una palabra de lo que acabo de decir. Os lo advierto: no hay forma humana de llegar al lago. ¡Os matarán antes de dar un paso!>

Durante unos momentos nadie habló. Fue Cassie quien finalmente rompió el silencio.

—Puede que exista una manera —comenzó—. Veréis, un pez puede sobrevivir un par de minutos fuera del agua. Y el pez en el que queremos convertirnos es pequeño —luego me miró—. Lo suficiente para que un ratonero de cola roja lo lleve hasta donde sea.

Bueno, una cosa hay que reconocer: la idea era lo bastante descabellada como para atraer la atención de todo el grupo.

—Perdona —la interrumpió Marco casi gritando—. ¿Qué sugieres? ¿Qué me convierta, ya no en un simple pez, sino en un pez fuera del agua, para que un pajarraco me lleve volando por los aires?

—Lo único que digo es que podría funcionar —repuso Cassie mordiéndose el labio.

—Yo voto que sí —contestó Jake. Él y Rachel intercambiaron una mirada un tanto desquiciada, la decisión estaba tomada: «¡Muy bien, manos a la obra!»

<Ni hablar —objeté yo—. No quisiera ofenderos, pero os habéis vuelto locos. Eso no haría sino aumentar aún más el riesgo de toda la operación.>

—Sé que es peligroso —le replicó Jake—. Pero puede que una oportunidad así no se vuelva a presentar jamás.

Marco protestó todo lo que pudo y yo me opuse terminantemente al plan, pero al final éramos tres contra dos. Por otra parte, Jake tenía razón: había una posibilidad de acabar de una vez por todas con los yeerks.

Yo había visto a Marco convertirse en gorila; a Rachel, en elefante, musaraña y gato; a Cassie, en caballo y a Jake en tigre y en pulga, ¡caray, aquello sí que fue un número!, sin embargo, nunca antes nos habíamos transformado en un animal acuático.

Cassie insistió en ser la primera en probarlo.

—Fue idea mía —indicó. Debería haber añadido que ella era también la que mejor dominaba la técnica de la metamorfosis.

—Si notas que te asfixias, regresa de inmediato a tu estado normal —le dijo Jake tomándole la mano—. ¿Me estás escuchando? Si ves que algo va mal, abandona enseguida ese cuerpo. No puedes desmayarte sin que la conversión se haya completado.

—Lo haré. No te preocupes por mí —contestó Cassie con una sonrisa. Luego cerró los ojos y empezó a concentrarse.

Como ya he dicho, Cassie es la que mejor realiza el proceso de transformación. Tiene un talento especial. Hace de la metamorfosis un arte, y no una chapuza como nosotros.

Sin embargo, aquella vez no fue así.

Mientras la miraba, le desapareció todo el pelo y la piel se le endureció como si acabaran de darle una capa de barniz o si la hubiesen cubierto de plástico transparente.

Sus ojos se desplazaron hasta situarse a ambos lados de la cabeza, y en la cara le brotó una boca protuberante que no cesaba de abrirse y cerrarse como si estuviera haciendo pompas invisibles.

Al tiempo que esto sucedía, iba encogiendo, pero no lo bastante deprisa para ahorrarnos a los demás los cambios espeluznantes que experimentaba su cuerpo. Y así presenciamos cómo, por ejemplo, sus piernas se iban arrugando y haciéndose más y más pequeñas y gradualmente aquel cuerpo desprovisto de extremidades fue cayendo al suelo.

Ante los gritos de asombro de Rachel, el extremo inferior del lomo de Cassie se alargó y en él apareció una cola. Una cola de pez. Luego, la piel barnizada se resquebrajó y se dividió en un millón de escamas.

No tenía ya orejas y los brazos se le habían atrofiado casi por completo. Se había convertido en un pequeño monstruo de no más de medio metro de largo que yacía indefenso sobre el suelo de la cueva.

<Por ahora estoy bien —nos informó, pero, en nuestras mentes, su voz sonó temblorosa—. Todavía respiraba… con los pulmones.>

Y entonces, en aquel preciso momento, aparecieron dos ranuras en su cuello.

Eran las agallas.

<¡Aaaah!>, gritó.

—¡Cassie, abandona ese cuerpo! —le ordenó Jake en un susurro.

<No. No. Casi he acabado. Tobías…>

<Estoy listo>, contesté con seriedad.

Era muy pequeña. No llegaría a los treinta centímetros de largo. Todo lo que quedaba de su antiguo cuerpo eran dos manitas de muñeca que al cabo de unos instantes se transformaron en aletas.

Cassie empezó a dar coletazos frenéticos, mientras boqueaba intentando respirar.

—¡Adelante! —ordenó Jake.

Con mucha delicadeza, cerré las garras alrededor del cuerpo de Cassie, que no paraba de retorcerse y, batiendo con furia las alas, me dirigí hacia la estrecha franja del cielo que se divisaba a través de la entrada.

<¿Te encuentras bien, Cassie?>, le pregunté una vez salimos al aire libre.

<La mente del pez… tiene miedo… agua. ¡Agua, pronto!>

<Aguanta. Ya has pasado por esto antes. Ya sabes que siempre ocurre lo mismo la primera vez que pruebas un animal nuevo. Tienes que dominar los instintos del pez.>

<¡Agua! ¡Agua! ¡No puedo respirar!

Me hallaba a unos tres metros del suelo. Faltaba muy poco para llegar a la orilla del lago. Entonces, de forma inesperada, apareció aquel hork-bajir por debajo de nosotros.

El alienígena alzó la vista y me vio: un ave con un pez en la garras.

Me preguntaba si se daría cuenta de que los ratoneros de cola roja no se alimentan de pescado. Esperaba que no.

Descendí en picado hacia la superficie del lago. La gigantesca nave yeerk se disponía a introducir los tubos de aprovisionamiento en el agua, así que opté por esconderme detrás de unos árboles que había junto a la orilla.

<¡Prepárate!>, ordené a Cassie, y seguidamente la dejé caer como una bomba lanzada por un avión de la Segunda Guerra Mundial.

Apenas hizo ruido al entrar en el agua.

<¿Estás bien?>

No hubo respuesta.

<¡Cassie! Te he preguntado si estás bien.>

<S-s-sí —contestó por fin—. Estoy aquí.>

<¿Has conseguido controlar el cerebro del pez?>

Otra vez silencio. Luego, para mi tranquilidad, exclamó:

<¡Guau! ¡Esto es fantástico! ¡Estoy debajo del agua!>

<Pues claro que estás debajo del agua, ¿qué te creías?>, comenté yo, riéndome.

<Estaba muy asustada —confesó—. Pensarás que estoy loca, pero ya me veía pasada por la sartén, con una rodaja de limón y un poco de salsa tártara.>