El sonido de los rotores se hacía insoportable por momentos.
¡No pensaban detenerse! Iban a embestirme.
Pero, de pronto, el piloto parpadeó y dio un tirón a la palanca de control.
Giré a la derecha.
El helicóptero giró a la izquierda y pasó junto a mí como una exhalación.
Los rotores formaron tras de sí una corriente de absorción que me obligó a dar varias vueltas de campana.
Empecé a caer boca abajo. Entonces plegué las alas, ajusté las plumas de la cola y me di la vuelta. Luego abrí de nuevo las alas y me elevé sin problema entre las copas de los árboles.
Me incliné levemente hacia la izquierda y pronto me encontré sobrevolando la cueva. Rachel fue la última en entrar. Todavía resultaba perfectamente visible, así que, casi seguro, el helicóptero había detectado su presencia de inmediato.
No la perdí de vista hasta convencerme de que estaba a salvo.
<Muy bien, chicos. Creo que no os ha visto nadie. Ahora, relajaos hasta que os avise.>
Por supuesto, no podían contestarme. Todavía eran humanos, lo que significa que eran capaces de oírme por telepatía, pero no de comunicarse conmigo por medio de ella.
Los yeerks repitieron la rutina de siempre. Los falsos guardas forestales se desplegaron con las armas en las manos por las proximidades del lago y los helicópteros sobrevolaron la zona hasta asegurarse de que no había nadie observándolos.
Luego aterrizaron y numerosos hork-bajir saltaron a tierra. Se movían con más precauciones que de costumbre. Quizá Visser Tres les había sermoneado a base de bien, después de lo sucedido con el fugitivo del día anterior.
Y Visser no es alguien a quien convenga hacer enfadar.
De repente, volví a notar aquella sensación, aquel vacío. La impresión de que algo monstruosamente grande atravesaba el aire muy despacio.
Algo que estaba encima de mí.
Poco a poco se fue haciendo visible, y, a medida que cobraba forma, empezó a brillar, como si en realidad se tratara de un truco de magia.
Costaba trabajo acostumbrarse al tamaño de aquella cosa gigantesca. Tenías la sensación de que alguien había colgado una pequeña luna sobre tu cabeza.
Salí de allí debajo a toda prisa y me dirigí de nuevo a la cueva.
<Está aquí>, anuncié.
Como de costumbre, la nave de carga venía escoltada por una unidad de cazas-insecto. Sólo que esta vez, los cazas no eran dos, sino cuatro. No cabía duda de que los yeerks se habían puesto muy nerviosos.
Dos vehículos siguieron patrullando la zona, mientras los otros aterrizaban junto a los helicópteros.
¿Por qué tantas precauciones? ¿A qué se debían aquellos refuerzos? ¿Era por el tipo al que había ayudado a escapar?
El carguero permanecía suspendido en el aire. Entonces me di cuenta de que había algo más sobre él. Claro, ¡se trataba de otra nave camuflada!
No era tan grande como su compañera, pero, al advertir su presencia, sentí un terror ya conocido.
Cuando el sistema de camuflaje fue desconectado, apareció ante mis ojos.
Era completamente negra. Estaba dotada de un arpón que apuntaba hacia delante y una serie de cuchillas que cubrían sus bordes. No era la primera vez que la tenía delante. ¡Era la nave-espada! La había visto por primera vez en el solar abandonado donde el andalita había sido asesinado entre gritos de agonía.
Aquélla era la prueba definitiva de que los yeerks no las tenían todas consigo.
La nave-espada descendió sobre el área de aterrizaje. En el suelo, la actividad era frenética: los hork-bajir y los guardas forestales iban de un lado a otro, peinando el bosque como si les fuera la vida en ello.
¡CHIUUUUNNNNNG!
Alguien sacó una pistola de rayos dragón y alcanzó a un ciervo en pleno salto. Del cuerpo del animal salió un chisporroteo y luego éste desapareció. Los yeerks disparaban contra cualquier cosa que se moviera.
Se abrieron las puertas de la nave-espada y de ella salió un destacamento de hork-bajir armados, seguidamente, bajaron un par de taxxonitas temblorosos que deslizaban sus enormes y ondulantes cuerpos de oruga sobre una miríada de finísimas patas.
Por último apareció él, con sus delicadas pezuñas de caballo y aquel aguijón mortífero que recordaba al de un escorpión. Allí estaban también aquella cara desprovista de boca, aquellas manos con más dedos de lo normal y los dos ojos móviles, situados en el extremo de una especie de cuernos, que no cesaban de moverse en todas direcciones para que los grandes ojos principales enfocaran una cosa distinta cada vez.
Un cuerpo andalita.
Pero no una mente andalita. Porque dentro de aquel cuerpo vivía un yeerk. Era el único controlador andalita de la galaxia, ya que sólo un yeerk había conseguido esclavizar a un miembro de aquella raza y utilizar en su propio beneficio el poder de la metamorfosis.
Atravesé de nuevo el bosque y esperé hasta que la patrulla de hork-bajir hubiera dejado atrás la cueva en la que se escondían mis amigos.
Cuando me hube cerciorado de que nadie me veía, volé hacia ella y penetré en su interior rozando con las alas los arbustos de la entrada.
—¿Tobías? ¿Eres tú? —susurró Jake.
<Sí.>
—¿Qué haces aquí? Esto no es lo que acordamos.
<Olvidaos del plan. Él está aquí.>
Nadie preguntó de quién se trataba. Por el tono que empleé, adivinaron la respuesta en seguida.
Él estaba allí.
Era Visser Tres.