18

Al día siguiente pusimos en práctica nuestro plan. Yo vigilaba los movimientos de aquellos cuatro lobos grises desde el cielo. Habíamos calculado llegar al lugar por la mañana temprano, muchas horas antes de que los yeerks aparecieran para seguir con su tarea de cazar intrusos.

<A ver si lo entiendo, Tobías —dijo Marco—. Nos llevas a la cueva de un oso. ¿De un oso pardo, quizás? Y se supone que tenemos que estarte agradecidos.>

<Olvídate de los osos pardos —interrumpió Cassie—. No hay ninguno en esta zona. Lo que si hay son osos negros, que son mucho más pequeños.>

<Qué bien. No sabes el peso que me quitas de encima. Sólo es la cueva de un osito.>

<Hace tiempo que los osos se fueron de aquí —le expliqué—. En los alrededores sólo quedan unos pocos y ahora mismo la cueva está vacía. Confía en mí: ayer fui a echarle un vistazo y los únicos que entran y salen de allí son los mapaches y las mofetas. Te aseguro que jamás se les ocurriría aparecer por allí si hubiera osos cerca.>

<Perdona, Jake. ¿Tobías ha pronunciado la palabra «mofeta»? Debo de haber oído mal, porque sólo un tonto pensaría que convivir con una mofeta es buena idea.>

<No vamos a convivir con ellas>, contestó Jake paciente.

<Las mofetas no viven en la cueva —puntualicé yo—. Sólo se meten allí para esconderse de los depredadores.>

No tuve que añadir nada más. Imagino que todos adivinaron la razón de que yo supiera tanto de aquel tema.

<Mirad, está cerca del lago, pero dudo que los yeerks la hayan visto —proseguí yo—. Lo siento, chicos, no puedo reservaros habitación en el Hilton porque resulta que no hay ninguno en las proximidades.>

<¿Significa eso que tampoco vamos a tener servicio de habitaciones? —preguntó Marco—. Bueno, si al menos hay antena parabólica ya me conformo. Me han dicho que esta noche dan una película de marcianos estupenda.>

Yo iba cargando una pequeña petaca de nylon confeccionada por Rachel. El hilo era de color tostado, para evitar que cualquier posible observador se preguntara qué hacía un ratonero de cola roja con equipaje.

Dentro de la bolsa había un reloj que pesaba poco, algunos anzuelos de pescar, un trozo de sedal y una pequeña linterna. Todo junto, no superaría los cincuenta gramos, pero era suficiente para obligarme a ir más despacio.

Cuando llegamos a la cueva, aún quedaba mucho margen de tiempo.

<¡Oh! ¡Qué maravilla!>, exclamó Marco al ver los arbustos llenos de espinas que crecían alrededor de la entrada a la cueva.

<Bueno, la verdad es que nunca he estado dentro>, confesé.

Me posé frente a la cueva. La entrada no tendría más de sesenta centímetros de ancho por ciento veinte de alto. Con aquellos ágiles cuerpos de lobo, a Jake y a Rachel no les supondría ningún esfuerzo saltar entre los matorrales. Y, a no ser que hubiera un oso dentro, darle un susto de muerte a cualquier otro inquilino desprevenido.

<Está vacía —informó Rachel—. Aquí no hay más que un par de arañas y un ratón asustado.>

Decidí hacer un chiste.

<Dile que salga, que tengo hambre.>

El único que se rió fue Marco. Los demás reaccionaron como si acabara de decir una inconveniencia, y posiblemente tuvieran razón.

<Será mejor que recuperemos nuestro aspecto humano —sugirió Marco—. Con lo de la otra vez ya tuve bastante.>

<Iré a echar un vistazo>, dije.

Había veces en las que no me gustaba estar presente cuando se transformaban.

Al cabo de unos minutos, salieron todos. Como siempre, Marco venía quejándose.

—Tendremos que inventar algo para solucionar lo de los zapatos —refunfuñó—. Las espinas no se llevan bien con los pies descalzos.

Los cuatro iban descalzos y sólo llevaban los únicos atuendos compatibles con la realización de una metamorfosis: maillots en el caso de las chicas, y pantalones de ciclista y camiseta ceñida para Jake y Marco.

—Necesitamos un poco de leña —afirmó Jake, con los brazos en jarras—. No vendría mal calentar la cueva antes de que lleguen los yeerks.

—¿A qué es divertido ver a Jake haciendo de jefe? —bromeó Rachel con intención de tomarle el pelo.

—Lo único que pretendo es que nos organicemos un poco —respondió Jake a la defensiva.

—Será mejor que nos vayamos de pesca —intervino Cassie—. Si no atrapamos un pez, todo habrá sido inútil.

El plan consistía en convertirse en peces con el objeto de introducirnos en la nave yeerk a través de las tuberías del agua. Pero, para poder transformarse en algo, primero hay que «adquirirlo», es decir, tocarlo.

—Eso no será difícil —contestó Jake en tono confiado.

—¿Ah, no? —replicó Cassie desafiante—. ¿Cuántas veces has ido a pescar?

—¿Contando ésta? Una —respondió Jake riendo.

Cassie puso los ojos ojos en blanco.

—El típico niño de ciudad —le reprochó en tono cariñoso—. Pues no es tan fácil.

<Entonces será mejor que os pongáis manos a la obra cuanto antes —les recomendé—. Mientras, yo iré a hacer un reconocimiento por los alrededores.>

—Ten mucho cuidado, Tobías —gritó Rachel al verme alzar el vuelo.

Desde lo alto, vi cómo sus intentos por convencer a un pez de que mordiera el anzuelo fracasaban una y otra vez.

Quizá parezca una tontería, pero lo cierto es que todo nuestro plan dependía de ese pez. El tiempo corría. El día avanzaba y todavía no habíamos conseguido pescar nada.

Jake empezaba a estar nervioso y Rachel parecía al borde de la histeria. En cuanto a Marco… mejor será olvidarlo.

—¡Esto es ridículo! —protestaba lleno de ira—. Somos cuatro, es decir, cinco, seres humanos inteligentes y resulta que no somos capaces ni de engañar a un bicho que probablemente tiene un coeficiente de cuatro sobre cien.

Cassie era la única que permanecía tranquila.

—La pesca es una cuestión de habilidad y suerte —sentenció—. El pescador inteligente no debe dejarse vencer por la frustración.

Jake miró el pequeño reloj que habíamos traído.

—Si todo sale como pensábamos, los yeerks estarán aquí dentro de una hora para limpiar el área.

Rachel asintió.

—Incluso aunque atrapáramos un pez ahora, no tendríamos tiempo de probar la transformación.

<Quizá deberíamos dejarlo para otro día —opiné yo—. Yo también creo que tendríais que practicar la metamorfosis primero. Ya sabéis lo difícil que es al principio.>

Jake negó con la cabeza decidido.

—Me parece que no va a ser posible. Habría que esperar un día más y yo mañana no puedo porque he hecho planes con mis padres. A Marco le pasa igual. Eso significa que tendríamos que posponerlo una semana entera.

<Pues lo hacemos y en paz. ¿Por qué tanta prisa?>

—Porque los Yeerks no van a estar viniendo al mismo lago toda la vida. Si continúan repostando aquí, tarde o temprano bajará el nivel del agua. Utilizarán un lago durante un tiempo, luego buscarán otro, y así sucesivamente. Tardaríamos una eternidad en averiguar cuál será el siguiente.

Era un argumento de peso, pero no contribuyó a que me sintiera mejor.

<Sería el primer animal acuático en el que os transformáis. No sabemos lo que puede suceder.>

—Mira, Tobías —contestó Jake tajante—. Ya sé que ésta no es la situación ideal.

—¡Ah! —gritó Cassie, mientras tiraba del sedal que tenía sujeto—. Creo que ya está aquí.

Sólo tardaron unos segundos en sacar al pez del agua.

—Es una trucha —afirmó, mientras contemplaba cómo el animal daba coletazos en la orilla. Tenía el anzuelo atravesado en la boca. No era muy grande, mediría unos veinticinco centímetros de largo.

Los cuatro se quedaron mirándolo sin pestañear.

—¿Y vosotros pretendéis que me convierta en esa cosa? —preguntó Marco.

—Es sólo un pez —replicó Cassie—. ¿Qué esperabas?

Marco se encogió de hombros.

—No lo sé. Alguno de esos bichos que salían en Tiburón, por ejemplo. Esto no es más que un pescado. Quiero decir que también sería buena idea limpiarlo, echarle zumo de limón y comérnoslo acompañado de patatas fritas.

Los otros se volvieron hacia él y lo fulminaron con la mirada.

Cassie introdujo la mano en el agua y sacó aquella cosa resbaladiza de color grisáceo. Luego se concentró y, con los ojos semicerrados, inició el proceso de adquisición. De aquella forma, el ADN del pez era absorbido por el cuerpo de Cassie.

Aquél era el regalo y la maldición del Andalita: el poder de la transformación.