17

Me posé en la percha que había junto a la ventana de la habitación de Rachel. Era tarde, pero seguía despierta. Estaba leyendo un libro en la cama, apoyada en unos cojines.

Golpeé el vidrio con un ala.

<¿Rachel?>

Rachel dio un respingo y el libro voló por los aires. Luego saltó de la cama, corrió a la ventana y la abrió de par en par.

—¿Tobías?

<Eso creo>, contesté con ironía.

Ella intentó rodearme con los brazos y estrecharme contra sí, pero comprendió que no era posible. Las aves no están hechas para los abrazos.

—¿Estás bien? ¡Nos tenías tan preocupados! Cassie decía que a lo mejor te habían matado o estabas herido. Ya no sabíamos qué pensar. Jake está muy deprimido.

<Estoy bien>, le respondí y volé hasta su tocador.

Una vez se aseguró de que no me había pasado nada malo, empezó a ponerse furiosa. No pude evitar sonreír por dentro. Así era Rachel.

—Tobías, ¿se puede saber qué te sucede? ¿Por qué has estado sin dar señales de vida tanto tiempo? ¿No imaginabas lo mucho que estaríamos sufriendo?

<Es difícil de explicar, Rachel —dije yo—. Supongo que… el ratonero me venció. Bueno, no exactamente. Quiero decir que los instintos de un ave así… son muy fuertes.>

Entonces le hablé de mi primera presa y del horror que sentí por haber sido capaz de matar.

No sabía cómo iba a reaccionar. Me di cuenta de que, aunque intentaba ser comprensiva, mis palabras le resultaban desagradables.

<Perdí el control —reconocí—. Durante los dos últimos días, he vivido como un auténtico ratonero. Creo que incluso había empezado a olvidarme de… mí mismo. Casi había conseguido prescindir por completo de los seres humanos, cuando ocurrió algo que…>

—¿Qué? —fue a la puerta para comprobar que estaba cerrada y que ninguna de sus hermanas correteaba cerca de allí. Yo podía oír el silencio reinante en la casa—. ¿Qué es lo que ocurrió?

Le conté mi excursión al lago y la persecución que había presenciado.

<Por suerte, veo lo que ocurre en el suelo mejor que un hork-bajir o que cualquiera de esos controladores disfrazados de guardas forestales. Ayudé a escapar a aquel tipo y le expliqué cuándo debía esconderse y cuándo echar a correr.>

—¿Hablaste con él?

<Sí. Por telepatía. No había más remedio. No iba a dejar que lo atraparan. Además, había visto al hork-bajir, nunca lo habrían dejado escapar con vida.>

Rachel parecía confusa.

—¡Pero, entonces, sabe quién eres! Y también ha visto a un hork-bajir.

<¿Y qué va a hacer? ¿Decirle a la gente que un monstruo extraterrestre lo persiguió por todo el bosque y que lo salvó un ratonero que le hablaba por telepatía?>

Rachel se echó a reír.

—Sí, es verdad. La gente pensaría que se ha vuelto loco. Además, si empezara a hablar de los yeerks por ahí, no tardarían en encontrarlo y cerrarle la boca para siempre.

<Eso es exactamente lo que yo le dije, así que no creo que hable. Preferirá olvidar lo ocurrido.>

—Le salvaste la vida —afirmó Rachel.

<Estuve a punto de no hacerlo —confesé yo—. Al principio no vi más que a un depredador persiguiendo a su presa. Era lo mismo que cuando contemplo a los búhos por la noche, o a lo que hago yo mismo. Matar para comer.>

Rachel se quedó pensativa durante unos instantes.

—Los yeerks y sus esclavos no matan para comer —replicó—. Matan para controlar y dominar. Una cosa es que alguien mate para alimentarse, porque así lo ha dispuesto la naturaleza, y otra muy distinta matar para hacerse con el poder o el control. Hay que ser muy malvado para eso.

<Supongo que tienes razón —contesté—. No me lo había planteado de esa manera.>

—Lo que hiciste… ya sabes… comer, o lo que sea. Bueno, es una cosa natural, tratándose de un ratonero. Pero nada de lo que hace un hork-bajir es natural. Ni siquiera son dueños de su cuerpo o de su mente. No son más que herramientas de los yeerks, que sólo buscan el poder y la dominación.

<Ya lo sé>, respondí, aunque no estaba del todo convencido. Sin embargo, era reconfortante hablar con Rachel.

—Eres humano, Tobías —me dijo con gran delicadeza.

<Puede que sí. No lo sé. A veces me siento tan atrapado… Querría mover los dedos, pero no tengo ninguno. Me encantaría hablar en voz alta, pero este pico sólo sirve para clavarse y desgarrar.>

Rachel estaba al borde de las lágrimas y eso me entristecía, porque no es de las que se echa a llorar por cualquier cosa.

<Bueno, da igual. Por cierto, siento haberte estropeado la exhibición el otro día, en el centro comercial.>

Ella sonrió.

—¿Qué dices? Me hiciste un favor. Apareciste en el preciso momento en que empezaba mi actuación, y ya sabes que no soporto ese tipo de exhibiciones. Gracias a ti terminó antes de comenzar.

Me reí en silencio.

<Ya me lo imagino. Espero que los trozos de vidrio no hirieran a nadie.>

—No, nadie se hizo daño, tranquilo. Pero ¿qué hubieras hecho si Marco no llega a dar en el blanco? Te hubieras dado un buen batacazo contra el cristal.

No supe qué contestar.

Rachel se acercó a mí y me acarició las plumas de la cabeza. Aquel gesto inquietó al ratonero, pero al mismo tiempo, la sensación era la misma que cuando se arreglan las plumas con el pico, que es una actividad bastante placentera.

—¿Recuerdas lo que te dije el otro día, Tobías? No estás perdido mientras nos tengas a Jake, a Cassie y a mí. Incluso a Marco. Cuando más lo necesitabas, no te falló. Somos tus amigos. No estás solo.

Me habría echado a llorar, pero los ratoneros no pueden hacerlo.

—Algún día, los andalitas volverán…

<Algún día —repetí yo, intentando aparentar confianza—. Bueno, será mejor que vaya a ver a Jake. En teoría, la misión empieza mañana.>

—No tenemos por qué seguir adelante.

<Sí que tenemos —repuse yo—. Ahora más que nunca. Recuerda… en todo el mundo hay miles de seres humanos atrapados en cuerpos controlados por los yeerks. Atrapados, sin posibilidad de escapar. Ahora sé cómo se sienten, Rachel. Quizá yo tampoco consiga escapar nunca y me quede atrapado para siempre. Pero si logramos liberar a algunas de esas personas… no sé. Tal vez eso me haga sentir más humano.>